“La
aristocracia financiera, tanto en su modo de adquisición como en sus placeres,
no es nada más que el renacimiento del lumpenproletariado en la cumbre de la
sociedad burguesa”. Karl Marx, Las
luchas de clases en Francia 1848-1850
Por Patrick Martin
Lo que Marx describió, en su análisis de
la corrupción de la burguesía en Francia antes de la revolución de 1848, aplica
incluso más para Estados Unidos en 2019, donde la burguesía vuelve a tener una
cita con levantamientos sociales y explosivas batallas de clases.
Ese es el entendimiento
marxista del espectáculo el miércoles ante la comisión supervisora de la Cámara
de Representantes, cuando Michael Cohen, el antiguo abogado y “apañador” de
problemas de Donald Trump por más de una década, rindió testimonio por seis
horas sobre como su jefe se dedicaba a defraudar a socios empresariales y
recolectores de impuestos, intimidar a críticos y suprimir la oposición a sus
actividades en los ámbitos de bienes raíces, apuestas en casinos, telerrealidad
y, eventualmente, la política electoral.
Lo
que Cohen describió es una versión con peor pinta de lo que la mayoría de
estadounidenses reconocería en filmes como El padrino: Trump como el capo di tutti capi, la
autoridad incuestionable que tiene que ser consultada para todo; cada uno de
sus hijos Donald Jr., Ivanka y Eric ha asumido papeles significativos en los
negocios criminales y familiares en marcha; Allen Weisselberg, el CFO de la
Trump Organization como el consigliere a
cargo de las finanzas, mencionado por Cohen más de 20 veces en su testimonio de
seis horas, como el hombre que facilitó los esquemas de Trump para evadir
impuestos, engañar a bancos y timar a sus socios empresariales.
El mismo Cohen hacía valer
los intereses de Trump: según su cuenta, amenazó a personas en nombre de Trump
al menos 500 veces en 10 años, incluyendo a socios, políticos, periodistas y
cualquiera que quisiera quejarse o buscar un reembolso después de ser
defraudados en uno u otro negocio de Trump. Cohen, quien ahora ha perdido sus
credenciales de abogado, admitió haber grabado sus conversaciones con clientes,
incluyendo a Trump y muchos otros, más de 100 veces durante este periodo.
Los incidentes relatados por
Cohen van de absurdos (Trump intimidando a universidades e incluso su
preparatoria militar para que no hagan públicas sus notas) y mezquinos (Trump
haciendo que su propia fundación de “caridad” compre un retrato suyo a $60.000)
a plenamente criminales (inflando el valor de sus propiedades deliberadamente
al solicitar préstamos bancarios, mientras lo desestima hasta veinte veces para
evadir impuestos).
Una de las revelaciones más
impactantes fue la declaración sin rodeos de que Trump no entró en la contienda
presidencial esperando ganar la nominación republicana ni la Presidencia. En
cambio, la “estrella” de telerrealidad milmillonaria les dijo regularmente a
sus asesores más cercanos de que la campaña sería el “mejor infomercial en la
historia política”, sirviendo tanto para promover su marca como para abrir
nuevas oportunidades de negocios en mercados previamente fuera de su alcance.
Estos detalles poco
halagadores colmaron la prensa el jueves y las horas de noticieros televisivos
por cable. Sin embargo, uno buscaría en vano en todos los comentarios y el
reportaje una evaluación seria de lo que significa, en términos del desarrollo
histórico y trayectoria futura de la sociedad estadounidense, que una familia
como la Trump ahora ocupe el escalafón más alto del sistema político
estadounidense.
El World Socialist Web Site rechaza
los esfuerzos de los demócratas y la prensa corporativa para desestimar a Trump
como una aberración, una personalidad accidental cuya elevación inesperada a la
Presidencia en 2017 puede ser “corregida” por medio de un juicio político, una
renuncia forzada o una derrota electoral en 2020. Insistimos en que el Gobierno
de Trump es una manifestación de una crisis prolongada y el resquebrajamiento
de la democracia estadounidense, un proceso que se remonta hace dos décadas al
juicio político fallido de Bill Clinton en 1998-99, seguido por la elección
robada de 2000.
El sistema político
estadounidense siempre ha estado dominado por los intereses de la clase
gobernante capitalista, la cual controla los dos principales partidos, tanto el
demócrata como el republicano, y ahora se está quebrantando bajo el peso del
recrudecimiento de las tensiones sociales, cuya principal fuente es el ascenso
meteórico de la desigualdad económica. Es imposible pretender que las
elecciones cada dos o cuatro años proveen una medida auténtica de influencia
popular en el funcionamiento de un Gobierno totalmente subordinado a la
aristocracia financiera.
Las cifras son familiares,
pero cabe repetirlas: durante las últimas tres décadas, prácticamente toda la
riqueza en la sociedad estadounidense ha ido a una capa diminuta en la cima.
Tres megamilmillonarios —Jeff Bezos, Warren Buffett y Bill Gates— ahora
controlan más riqueza que la mitad más pobre de la población estadounidense.
Este proceso de polarización es global: según el reporte más reciente de Oxfam,
26 milmillonarios controlan más riqueza que la mitad más pobre de la raza
humana.
Estos milmillonarios no
acumularon sus riquezas por nuevos inventos tecnológicos ni descubrimientos
científicos que aumentaron la riqueza y felicidad de toda la humanidad. Por el
contrario, su enriquecimiento ha ocurrido a expensas de la sociedad. Bezos se
ha vuelto el hombre más rico del mundo a través del surgimiento de Amazon como
la mayor planta explotadora en la historia, donde se le extrae hasta el último
segundo de fuerza de trabajo a una planilla mundial de obreros brutalmente
explotados.
La clase de milmillonarios en
su conjunto, tras haber dado lugar al colapso financiero global de 2008 por
medio de especulación y estafas desenfrenadas en la venta de derivados y otros
“productos” financieros de dudosa legalidad, fue rescatada con billones de
dólares, primero por el republicano Bush y luego por el demócrata Obama.
Mientras tanto, los trabajos, niveles de vida y condiciones sociales de la gran
masa obrera de la población cayeron precipitosamente
En cuanto a Donald Trump, un
estafador de bienes raíces, timador de casinos y un magnate de telerrealidad es
una manifestación viva de la verdad contenida en el aforismo de Balza: “Detrás
de cada gran fortuna hay un grana crimen”.
Trump consideró postularse
para presidente como parte del ultraderechista Partido de la Reforma en 2000,
después de un largo periodo como un demócrata registrado y donante de los dos
principales partidos capitalistas. Sin embargo, cuando decidió contender la
nominación republicana en 2016 había girado drásticamente hacia la derecha. Su
candidatura marcó la aparición de un movimiento claramente fascistizante, al
escupir prejuicios antiinmigrantes y racismo en general, mientras realizaba
apelaciones populistas de derecha a la clase trabajadora, particularmente en las
áreas desindustrializadas del centro del país y los Apalaches, basándose en el
nacionalismo económico.
Como
lo explicó el
presidente editorial del World
Socialist Web Site, David North, incluso antes de las elecciones de
2016:
El candidato del Partido Republicano a
la Presidencia de Estados Unidos no surgió de alguna cervecería de Múnich.
Donald Trump es un megamillonario, cuya fortuna viene de estafas de bienes
raíces, de la operación semicriminal de casinos y del extraño mundo de la
telerrealidad, la cual entretiene y hace estúpida a su audiencia creando
situaciones de la “vida real” que son inmundas, absurdas y ficticias. Bien
podemos describir la candidatura de Trump como la transferencia de los métodos
de la telerrealidad a la política.
El principal acontecimiento
en los dos años de Trump en la Casa Blanca es la irrupción de la clase obrera
estadounidense en importantes luchas, comenzando por la ola de huelgas docentes
en 2018, iniciada por las bases obreras en desafío a los sindicatos
burocráticos. La reacción de la élite gobernante estadounidense ha sido girar
en pánico hacia métodos autoritarios de gobierno.
El milmillonario en la Casa
Blanca está emprendiendo una embestida sistemática contra las bases de la
democracia estadounidense. Ha declarado una emergencia nacional a fin de
esquivar al Congreso, el cual cuenta constitucionalmente con “el poder de la
bolsa” sobre el tesoro público, para desviar fondos al ejército y a otros
departamentos federales para construir un muro a lo largo de la frontera entre
EUA y México.
Independientemente del
resultado inmediato de este intento, ha quedado claro que Trump se dirige hacia
el establecimiento de un régimen autoritario, con o sin la aprobación de las
urnas. Como lo observó Cohen en su declaración final —algo minimizado en
general por la prensa e ignorado por los demócratas— estaba preocupado de que,
si Trump perdiere las elecciones en 2020, “nunca habrá una transición pacífica
del poder”.
La “oposición” a Trump en el
Partido Demócrata no es menos hostil hacia los derechos democráticos. Ha
centrado su campaña anti-Trump en acusaciones fraudulentas de que es un agente
ruso, mientras presenta el surgimiento de divisiones sociales en Estados Unidos
como el resultado de “injerencia” rusa, no de la crisis del capitalismo, además
de su presión a favor de la imposición total de censura en el Internet.
La defensa de los derechos
democráticos y una resistencia auténtica contra la marcha de Trump hacia un
gobierno autoritario debe venir del desarrollo de un movimiento político
independiente de la clase obrera dirigido contra ambos partidos de la gran
patronal, tanto contra los demócratas como los republicanos, y contra todo el
sistema de lucro que ambos defienden.