Por Colin Todhunter
Counterpunch
El 26 de
febrero, el coordinador político británico en la ONU, Stephen Hickey, intervino
en la reunión del Consejo de Seguridad sobre Venezuela culpando al gobierno por
la situación en que se encuentra dicho país. Afirmó que los años de mal
gobierno y corrupción han hundido la economía venezolana y que las acciones del
“régimen” de Maduro habían provocado el colapso económico.
Continuó explicando las últimas iniciativas para
prestar “ayuda” al país:
“...el uso de violencia letal [de Maduro] contra su
propio pueblo y otros actos de agresión para bloquear el suministro de la ayuda
humanitaria que se necesita con urgencia son sencillamente repugnantes [...]
las políticas opresivas del régimen de Maduro afectan [...] a civiles
inocentes, incluyendo mujeres y niños, que carecen de acceso a productos
médicos esenciales y otros suministros básicos”.
Luego siguió hablando sobre el periodista Jorge
Ramos, supuestamente detenido, que posteriormente sería liberado y deportado:
“Al igual que la falta de libertad a la que se
somete a los periodistas, otras libertades esenciales, como las democráticas,
simplemente están ausentes en Venezuela [...] Estamos con Juan Guaidó [...] y
compartimos su objetivo de llevar paz y estabilidad a Venezuela”.
No podemos sino preguntarnos qué piensa Hickey de
la detención ilegal y arbitraria y el sufrimiento innecesario de Julian Assange
en la embajada de Ecuador en Londres durante buena parte de esta década, por
cortesía de su propio gobierno.
Hickey defendía que la única manera de alcanzar paz
y estabilidad es logrando una transición democrática mediante elecciones libres
e imparciales, tal y como demandan “el presidente interino Guaidó” y la
Asamblea Nacional, en línea con la constitución venezolana:
“Hasta que esto se consiga, la actual crisis
humanitaria provocada por el régimen de Maduro continuará [...] a menos que se
celebren elecciones presidenciales libres”
Mientras tanto, Hickey solicitó nuevas sanciones
contra determinados miembros del gobierno venezolano que, según él, se habían beneficiado
de las políticas corruptas. A modo de conclusión, afirmó que “el pueblo
venezolano se merece un futuro mejor. Ya han sufrido bastante a manos del
régimen de Maduro”.
Algo que Hickey debería considerar
Estos son algunos datos que Hickey debería tener en
cuenta. En 2018 Maduro fue reelegido presidente. Una parte de la oposición
boicoteó la elección, pero la maniobra no tuvo mucho éxito: votaron 9.389.056
personas; participaron 16 partidos y se presentaron 6 candidatos para la
presidencia. Maduro consiguió 6.248.864 votos, el 68%. El conocido periodista
John Pilger afirma que el día de la votación habló con uno de los 150
observadores internacionales, que declaró que el proceso había sido totalmente
limpio. No hubo indicios de fraude y ninguna de las reclamaciones
sensacionalistas de los medios de comunicación se sostuvo.
Entonces, ¿qué hay del no electo Juan Guaidó, a
quien Hickey llama “presidente interino”?
Pilger señala que es una creación de la CIA y la
Fundación Nacional para la Democracia*. El 81% de los venezolanos no habían
oído hablar de él anteriormente y nadie le ha votado. Y, ¿quiénes están detrás
de él (no entre el pueblo venezolano, sino en Washington)? Pilger afirma a ese
respecto:
“Trump ha nombrado como ‘enviado especial en
Venezuela´ (artífice del golpe) a un criminal convicto, Elliot Abrams, cuyas
intrigas al servicio de los presidentes Reagan y George W. Bush están en la
base del escándalo Irán-Contra en los ochenta y que sumergió a América Central
en años de sangrienta miseria”.
En referencia al sesgo y parcialidad de las
informaciones que producen los medios occidentales sobre Venezuela, Pilger
menciona que ni el historial democrático del país, ni su legislación sobre
derechos humanos, ni sus programas de alimentación, ni sus iniciativas en
sanidad y en la reducción de la pobreza aparecen nunca en ellas.
“No se habla del más extenso programa de
alfabetización de la historia humana, como tampoco de los millones de personas
que se manifiestan en apoyo de Maduro y en memoria de Chávez. Nada de eso
existe”.
Tampoco ha ocurrido nada de eso en el mundo
distorsionado de Stephen Hickey. Este individuo dibuja un cuadro completamente
deformado de la situación en Venezuela, que carga toda la culpa de los
problemas económicos y sus consecuencias a Maduro y su “régimen corrupto”. Pero
esta es una estrategia de probada eficacia: poner de rodillas a un país y
asignar la culpa a los líderes políticos de ese país.
Los países como Venezuela se han visto atrapados
hasta cierto punto por su legado colonial y con mucha frecuencia se han
convertido en productores de una sola materia (en este caso el petróleo), y
tienen dificultad para expandirse hacia otros sectores. Lo cierto es que son
extremadamente vulnerables. Estados Unidos puede exprimir al máximo el precio
de esa materia prima que constituye la base económica del país, al tiempo que
aplica sanciones y corta el acceso a mecanismos financieros de rescate.
Entonces resulta mucho más sencillo culpar de las consecuencias a “un régimen
corrupto”.
El profesor Michael Hudson ha resumido de qué
manera la deuda y el sistema monetario internacional controlado por E.UU. ha
arrinconado a Maduro. Sostiene que Venezuela se ha convertido en un monocultivo
de petróleo, cuyas rentas se han estado destinando en gran medida a la
importación de alimentos y otros productos básicos que podría haber producido
ella misma. En el caso de los alimentos, muchos países del Sur global se han
visto negativamente afectados por la “globalización de la agricultura” y han
visto debilitados su sector indígena como resultado de las políticas y
directivas de la Organización Mundial de Comercio y de las estrategias
geopolíticas de préstamos estadounidenses.
Pero todo esto no es sino una verdad incómoda para
los medios de comunicación occidentales, Hickey y quienes son como él. Al
hablar sobre la BBC, John Pilger señala que es “demasiado complicado” para ese
medio incluir este tipo de datos en sus reportajes:
“Es demasiado complicado informar de que el colapso
de los precios del petróleo desde 2014 es en gran medida el resultado de las
maquinaciones criminales de Wall Street. Es demasiado complicado denunciar como
sabotaje el bloqueo del acceso de Venezuela al sistema financiero internacional
dominado por Estados Unidos. Es demasiado complicado informar de que las
"sanciones" de Washington contra Venezuela –que ya han causado al
país la pérdida de al menos 6 billones de dólares desde 2017, incluidos 2
billones en medicamentos importados– son ilegales o de la negativa del Banco de
Inglaterra a devolver las reservas de oro de Venezuela, todo un acto de
piratería”.
Ninguna de estas acciones es materia de debate para
la BBC o Hickey. Este individuo se sienta en la ONU para hablar sobre libertad,
democracia y los derechos y el sufrimiento de las personas corrientes, pero es
incapaz de reconocer el papel que desempeñan Estados Unidos o la propia Gran
Bretaña en la negación de libertad y la perpetuación del sufrimiento en el
mundo.
La “eliminación de la vida”, desde Siria hasta Irak
Según el antiguo ministro de asuntos exteriores
francés, Roland Dumas, Gran Bretaña llevaba planeando acciones encubiertas en
Siria desde 2009. Y ya en 2013, Nafeez Ahmed analizaba la correspondencia
filtrada de la compañía privada de inteligencia Stratfor, entre la que se encontraban
notas de una reunión con oficiales del Pentágono, en las que se confirmaba que
EE.UU. y Reino Unido estaban entrenando a fuerzas sirias de oposición desde
2011, con la intención de provocar la “caída” del régimen de Assad “desde
dentro”.
Esta es la auténtica preocupación de británicos y
occidentales: facilitar las maquinaciones geopolíticas de las instituciones
financieras, las compañías petroleras, los fabricantes de armas y los
especuladores. Y exactamente lo mismo es lo que pasa ahora con Venezuela. La
gente ordinaria no son más que “daños colaterales” que mueren o que escapan de
las zonas de combate que Occidente y sus aliados han creado. Las brutales
guerras por el petróleo y el gas de Occidente se tergiversan y disfrazan de
intervenciones “humanitarias” para el consumo público.
En 2014, el antiguo embajador británico en
Uzbekistán Craig Murray afirmó (en una conferencia celebrada en la Universidad
St Andrews en Escocia) que Libia es un desastre en la actualidad y que 15.000
personas perdieron la vida en los bombardeos de la OTAN (franceses y
británicos) en Sirte. De cara al público, la “intervención” se inició con la
difusión de historias sobre cómo Gadafi estaba matando a su propia gente, que
resultaron ser falsas. Ahora escuchamos lo mismo sobre Maduro.
En lo que se refiere a Irak, Murray afirmó tener la
seguridad de que las principales autoridades británicas eran plenamente
conscientes de que no existían armas de destrucción masiva. Para él era
evidente que la invasión de Irak no había sido un error, sino una mentira.
Más de un millón de personas han perdido la vida a
causa de los ataques dirigidos por EE.UU. o Gran Bretaña en Irak, Afganistán y
Siria. Pero ese es el plan: convertir a los países en estados vasallos de
Estados Unidos o, en el caso de aquellos que resisten, reconstruirlos
(destruirlos) en territorios fragmentados.
Cualquier referencia a la moralidad y el
humanitarismo debe contemplarse como lo que es: parte de las operaciones
psicológicas destinadas a que el público considere que lo que ocurre en el
mundo es una serie de acontecimientos desconectados que precisan de la
intervención de Occidente. El público no debe pararse a pensar ni por un
instante que son la expresión de la brutalidad planeada por el imperio y el
militarismo.
Tim Anderson (autor de “La guerra sucia en Siria”)
sostiene que en el caso de Siria, la cultura occidental recurrió a sus peores
tradiciones: “la `prerrogativa imperial´ de intervención [...] reforzada por
una feroz campaña de propaganda bélica”. Ahora lo estamos viendo de nuevo en relación
con Venezuela.
Igualmente podríamos preguntarnos quiénes son
Donald Trump, John Bolton o, para el caso, Stephen Hickey para dictar y diseñar
el futuro de Venezuela. Pero eso mismo es lo que ha estado haciendo Estados
Unidos en todo el mundo durante décadas, con el apoyo de Gran Bretaña. El
control del petróleo es clave para entender los acontecimientos en Venezuela.
Pero también subyace la intención de destruir cualquier tendencia hacia el
socialismo en América Latina (y cualquier otro lugar) así como la necesidad del
capital occidental de expandirse o crear nuevos mercados: Washington seleccionó
cuidadosamente al títere Juan Guaidó para facilitar el proceso y abrir paso a
un programa de “privatización masiva” e “hipercapitalismo”.
En muchos aspectos, Estados Unidos ha seguido el
manual de estrategia del anterior maestro colonizador, Reino Unido. En su libro
“Late Victorian Holocausts” (Los últimos holocaustos victorianos), Mike Davis
escribe que millones de personas morían de hambre en la India cuando Lord
Lytton (delegado del gobierno británico en la India) afirmó: “Por parte del
gobierno, no habrá ninguna interferencia destinada a reducir el precio de los
alimentos”. Desechó cualquier idea de dar de comer a los hambrientos,
considerándola “histeria humanitaria”. Había mucha comida, pero se retenía para
mantener los precios y servir al mercado.
El escritor y político indio Dhashi Tharoor señala
un discurso pronunciado por Winston Churchill ante la Casa de los Comunes en
1935 en el que afirmó que cualquier pequeña reducción del nivel de vida en
India supondría la lenta muerte por desnutrición y la eliminación de la vida
para millones de personas. Y eso después de casi 200 años de gobierno
británico. Según Tharoor, esta “eliminación de la vida” a manos de Churchill
provocó de seis a siete millones de muertes en la India en la hambruna que
sufrió Bengala durante la Segunda Guerra Mundial.
A pesar de las lágrimas de cocodrilo de Hickey,
cientos de miles de personas siguen muriendo en la actualidad a causa de la
misma mentalidad imperialista. El histerismo humano es para el consumo público
pues la “eliminación de la vida” continúa de todas formas.
Colin Todhunter es un escritor independiente que
colabora en muchos medios y un antiguo sociólogo investigador residente en
Reino Unido e India.
Nota:
* La Fundación Nacional para la Democracia
(National Endowment for Democracy, NED) es una organización estadounidense creada para contribuir
a la lucha anticomunista fundada
en 1983 a iniciativa del Congreso.
Hasta entonces, la Agencia
Central de Inteligencia(CIA) era la encargada de esa función.
Traducido para Rebelión por Paco
Muñoz de Bustillo