VW, Ford, GM, Hyundai, Kia
El grupo Volkswagen, la segunda mayor
productora de autos del mundo, está eliminando hasta 7.000 puestos de trabajo
como parte de una campaña brutal de recortes de costos para aumentar los
márgenes de ganancias y aplacar a sus inversionistas que se han traído abajo el
precio de las acciones de la empresa alemana un 54 por ciento en el último
medio año.
Hace casi tres años, VW se
dispuso a recortar 30.000 trabajos por todo el mundo, incluyendo 23.000 solo en
Alemania, bajo el Pacto del Futuro de 2016, un plan elaborado por los oficiales
del sindicato IG Metall que se encuentran en la junta corporativa de VW de
acuerdo al programa de “codeterminación” en el país.
Los recortes de VW son parte
de una masacre de empleos en curso a lo largo y ancho de la industria
automotriz global. Según incrementan las tensiones de la guerra comercial, las
señales de una nueva recesión económica y caídas en ventas, los gigantes
automotores globales están involucrados en una competición brutal para recortar
sus costos laborales y sobreponerse a sus rivales en el costoso pero aún flojo
mercado de los autos eléctricos y autónomos o sin conductor.
El miércoles, la Ford Motor
Co. confirmó que seguirá implementando su reestructuración global para
ahorrarles $25,5 mil millones en los próximos pocos años y, según el CEO de
Ford, Jim Hackett, duplicar el margen de ganancias de 2018. Los analistas dicen
que los recortes de trabajos llegarán a 25.000, principalmente en Europa.
La empresa está cerrando su
planta en São Paulo, Brasil, acabando con la producción de camiones en América
del Sur, cerrando una fábrica en Bourdeaux, Francia, reduciendo la producción
en Saarlouis, Alemania, consolidando sus operaciones británicas, preparándose
para dejar Rusia y recortando trabajos en China.
Las empresas automotrices
coreanas Hyundai y Kia están recortando su producción en China, junto a otras
transnacionales extranjeras que inundaron el país para explotar la mano de obra
barata y el mayor mercado automotriz del mundo. Kia está considerando cerrar
una planta en Yancheng, después de finalizar la producción en la planta más
antigua de Hyundai en Beijing.
La semana pasada, la
producción llegó a su fin en la planta de ensamblaje de General Motors en
Lordstown, Ohio, que una vez empleaba a 13.000 trabajadores y fue el escenario
de luchas militantes de los trabajadores automotores a inicios de los setenta.
En noviembre pasado, GM anunció que planea cerrar cinco plantas en Estados
Unidos y Canadá y recortar más de 14.000 empleos. La empresa, la cual obtuvo
$11,8 miles de millones en ganancias durante el 2018, pretende ahorrar $4,5 mil
millones por medio de estos recortes de empleos, menos de la mitad de los $10
mil millones que derrochó en recompras de acciones para sus inversionistas más
ricos durante los últimos cuatro años.
El miércoles, el Schaeffler
Group, una empresa alemana de motores y componentes para transmisiones, anunció
que recortaría 900 empleos después de no alcanzar sus metas de ganancias y ver
que los inversionistas recortaron el valor de sus acciones 44 por ciento. Han
ocurrido despidos masivos en Matamoros, México, en gran parte como retribución
por las valientes huelgas de trabajadores en las maquiladoras que crearon una
escasez de partes para las plantas en EUA y Canadá. Al menos 4.000 trabajadores
han sido despedidos y otros 50.000 empleos fueron amenazados por la principal
organización empresarial del país.
El principal mecanismo para
llevar a cabo este ataque coordinado global contra los trabajadores automotores
han sido los mercados financieros. Al hacer caer los precios de las acciones,
los poderosos fondos de inversión y ricos accionistas dan sus órdenes a las
corporaciones de emprender contra los empleos, salarios y condiciones de los
trabajadores. Esto aumenta las ganancias de sus inversiones, encauzando más
dinero a la oligarquía financiera.
“Las
valoraciones bajas [de las acciones] de la industria muestran que los
inversionistas quieren cambios ante los gastos récord, la caída en ganancias y
nuevos competidores que buscan subirse al tren de los automóviles”,
escribió Bloomberg News en
un artículo del 6 de marzo. “La gran transformación de la autoindustria ha
llegado con fuerza”, continúa el artículo, indicando que “La consolidación,
pese a no ser una cura mágica, ayudaría a eliminar los dispendios dobles en
todo, desde inversiones caras en programas informáticos a tecnología de
baterías”.
Varias de las mayores
empresas automotrices están considerando alianzas potenciales, incluyendo VW
con Ford, Daimler con BMW, la francesa PSA con Fiat-Chrysler o GM. Tales
consolidaciones se llevarían a cabo a costa de cientos de miles de empleos de
trabajadores de producción y oficinistas.
En
su obra de mediados del siglo XIX, Trabajo
asalariado y capital, Karl Marx identificó las consecuencias de la
“guerra industrial de los capitalistas entre ellos mismos” por mercados y
ganancias. “Esta guerra tiene la peculiaridad de que las victorias de las
batallas en ella no se deben tanto al reclutamiento como a la depuración del
ejército de obreros. Los generales (los capitalistas) compiten por quién puede
despedir al mayor número de soldados industriales”.
Los trabajadores están
comenzando a luchar de vuelta. Tras décadas en que la lucha de clases estuvo
suprimida por los sindicatos, ha habido un resurgimiento de la actividad
huelguística de los trabajadores por todo el mundo. Las primeras diez semanas
de 2019 han visto huelgas en empresas de autos y autopartes en Hungría, Canadá,
México, Brasil, China y otros países. El crecimiento de la resistencia suscita
cuestiones fundamentales de perspectiva y estrategia.
En primer lugar, el asalto
global contra los empleos debe enfrentarse a una respuesta global por parte de
los trabajadores automotores. Los trabajadores no pueden luchar contra
corporaciones transnacionales sobre una base nacionalista. La respuesta a la
carrera fratricida hasta el fondo entre los trabajadores es forjar los lazos
más estrechos posibles entre los trabajadores de toda América, Europa, Asia y
África en una lucha en común por defender los puestos de trabajo y niveles de
vida de todos los trabajadores.
En segundo lugar, los
sindicatos abandonaron hace mucho cualquier defensa de los trabajadores y se
han transformado en herramientas directas de la gerencia empresarial y el
Estado. Este no fue simplemente el resultado de cobardía y corrupción por parte
de los burócratas sindicales, sino de la inhabilidad de estas organizaciones
nacionalistas y procapitalistas a responder en una forma progresista a la
globalización de la producción.
El sindicato estadounidense
United Auto Workers y el canadiense Unifor han respondido a los cierres de
planta de GM por medio de una campaña antimexicana, incluso mientras los
trabajadores mexicanos se rebelan contra los salarios esclavizantes y
condiciones abusivas. En su reciente convención de negociaciones, el UAW dejó
en claro que tiene planes para imponer concesiones aún más profundas a los
150.000 trabajadores de GM, Ford y Fiat Chrysler cuyos contratos expiran este
verano, utilizando la misma mentira que ha empleado por cuatro décadas: que las
concesiones “salvarán empleos”.
Esta realidad rige en todas
partes. Bernd Osterloh, el líder por mucho tiempo de IG Metall y presidente de
la mesa de trabajo conjunta del Grupo Volkswagen, cuyo salario es de $848.000
(€750.000) por año, ya dio señal de que apoyará el nuevo plan de recorte de
costos de VW.
Para luchar, los trabajadores
automotores necesitan nuevas organizaciones: comités de base en cada fábrica y
centro laboral, independientes de todo sindicato. Estos comités deben oponerse
a la dictadura empresarial en las fábricas y movilizar a los sectores más
amplios de la clase obrera en protestas de masas, ocupaciones de plantas y
huelgas nacionales e internacionales en defensa de sus puestos de trabajo y
niveles de vida.
En último lugar, el creciente
movimiento industrial de la clase obrera debe convertirse en un poderoso
movimiento político contra el capitalismo y el dominio económico y político de
la élite empresarial y financiera. La nueva ola de despidos demuestra que, bajo
el capitalismo, los avances revolucionarios en la tecnología como la inteligencia
artificial, la impresión en 3-D, la comunicación entre máquinas y los carros
autónomos no se utilizarán para mejorar la vida de las amplias masas de la
población, sino para sumir a más trabajadores en la destitución.
La única respuesta a esto es
la lucha por el socialismo. Se deben expropiar las vastas fortunas de los
superricos y se tienen que convertir los gigantescos bancos y corporaciones en
empresas públicas, controladas democráticamente por la clase obrera, como parte
de una reorganización científicamente planificada de la economía mundial.
Esto exige que la clase
obrera tome el poder a una escala global, reorganizando la sociedad para
atender las necesidades sociales. Solo de esta manera puede emplearse el
inmenso potencial de una producción globalmente integrada y las tecnologías que
ahorran trabajo para el bien común de toda la raza humana.