Por Sergio Martín Páez
Varias
investigaciones vienen acompañando el desarrollo de las relaciones comerciales
entre China y América Latina, discutiendo el impacto de las compras chinas en
los precios de los commodities, el
efecto de la reprimarización de las canastas exportadoras y las consecuencias
de las inversiones chinas. Ya es prácticamente un consenso que la ampliación de
las relaciones económicas y políticas entre China y la región se viene
configurando a partir de una totalidad del sistema internacional fuertemente
compleja, pues esa ampliación origina, al mismo tiempo, oportunidades y
amenazas para esos países. Sin embargo, ¿las mejoras en términos comerciales y
de inversiones tienen un impacto positivo en la totalidad de los países de la
región? ¿Se puede esperar un cambio estructural a partir de la profundización
de las relaciones con China?
En
el presente informe, intentaremos mostrar que la mayor articulación entre la
dinámica de acumulación china con América Latina estuvo enfocada en algunos
países y en un grupo reducido de sectores específicos, los cuales reproducen la
inserción internacional histórica y de los cuales difícilmente se pueda esperar
un cambio estructural. No obstante, se reconoce que la disputa hegemónica entre
EE. UU. y China abre posibilidades de obtener algunas beneficios en términos
económicos que podrían derivar en mejoras sociales, de acuerdo a las políticas
implementadas por el Estado. Este segundo punto será abordado en un informe posterior,
donde discutiremos la naturaleza del Estado latinoamericano, su autonomía
relativa y las disputas por las políticas económicas.
La (re)
emergencia china[1] ha implicado grandes transformaciones
en la dinámica capitalista de comienzos del nuevo siglo. La “fábrica del
mundo”, que creció un 10% al año durante más de 30 años, ha escalado en la
jerarquía internacional mientras que Estados Unidos ha quedado como el “consumidor
de última instancia”. En ese lapso, China se afirmó como el principal productor
mundial de manufacturas intensivas en mano de obra y tecnología, al tiempo que
se transformó en un gran mercado consumidor de máquinas y herramientas
europeas, japonesas y coreanas, y de materias primas del sur global (Pinto, 2011,
Pinto & Gonçalves, 2015). Este fenómeno, en forma conjunta con la política
de bajas tasas de interés de la Reserva Federal de EE. UU., posibilitaron
aumentar las tasas de crecimiento de las economías de América Latina con
respecto a los ’80 y ‘90 por un alivio de la restricción externa.
Las
elevadas tasas de crecimiento chinas volvieron su patrón de acumulación cada
vez más dependiente de la importación de recursos naturales. Además de su escasez
relativa, la producción de materias primas en China presenta diversos problemas
que limitan un aumento significativo de su oferta interna: principales campos
petrolíferos maduros y producción en declive; alto costo de producción de
mineral de hierro y bauxita; baja relación entre reservas y producción de
minerales como cobre (17 años), manganeso (15 años), plomo (7 años) y cinc (8
años), entre otros. Con respecto a la soja, la política de seguridad
alimentaria volvió la producción de cereales más atractiva que el cultivo de la
oleaginosa (Freitas da Rocha & BIelschowsky, 2018).
Teniendo
en cuenta estos elementos de la dinámica capitalista global, veamos más en
detalle el aumento de la articulación de la región con China en materia
comercial, financiera y de inversiones.
La integración comercial con la República Popular de China
En
términos absolutos, las exportaciones de Brasil y Chile significan dos tercios
de la relación comercial regional con China. Teniendo en cuenta Perú,
Venezuela, Argentina y México, podemos explicar el 95% del comercio
chino-latinoamericano, por lo que estos seis países explican el grueso del
impacto del ascenso de China. Estos lazos con un pequeño grupo de países se
fundamentan, a su vez, en un único producto por país que concentra la mayor
parte de la relación bilateral y que, a su vez, es de bajo contenido
tecnológico.
Brasil
es la excepción a la regla, dado que tiene dos sectores involucrados: soja y
mineral de hierro. Argentina exporta soja, Chile y Perú comercializan cobre
refinado y Venezuela vende petróleo crudo. Este esquema se reproduce en menor
escala en el resto de los países de la región (Duran Lima & Pellandra,
2017). Las actividades extractivas (minerales, metales y petróleo) y agrícolas
son las que impulsan totalmente esta integración. Así, China pasó de explicar,
a mediados de los ’90, menos del 2% al 22% de las exportaciones de minería y
petróleo en el año 2015 y, de la misma manera, del 4% al 15% de las
exportaciones agrícolas (Ray & Gallagher, 2017: Figura 2).
Esta
dinámica de crecientes ventas a China implicó un aumento de la dependencia con
respecto a este mercado. El caso extremo es Chile, que destina un cuarto de sus
ventas totales al gigante asiático. En un segundo nivel, el gigante asiático
significa entre el 15 y 20% de las exportaciones de Perú, Brasil y de la
República Bolivariana de Venezuela (Durán Lima & Pellandra, 2017). Estos
datos anticipan dos importantes conclusiones: (i) China se ha afirmado como uno
de los principales socios comerciales y (ii) la región se ha insertado cada vez
más en los mecanismos de transmisión del crecimiento chino. En contraposición,
desde el lado chino, se percibe la poca relevancia del mercado latinoamericano
como destino de sus ventas dado que el superávit comercial chino en los
productos industrializados con Estados Unidos o con la Unión Europea es cuatro
veces mayor que el obtenido con América Latina (Freitas Barbosa, 2011).
De
la misma manera que se aumentaron las exportaciones, las compras también se
expandieron notablemente y, en especial, con el protagonismo que adquirió China
en la producción de manufacturas a escala global. Como destacan Durán Lima
& Pellandra (2017), sólo Brasil, Chile y Venezuela mantienen un superávit
comercial con China. En el otro extremo, el déficit comercial de México
equivale a más de dos tercios del déficit agregado entre América Latina y el
Caribe (ALC) con China (CEPAL, 2016b), producto de una articulación del tipo maquila donde la
importación de partes se realiza con el objetivo de, posteriormente, abastecer
al mercado de EE. UU. Si miramos las tendencias de largo plazo, el déficit
agregado regional es una constante en las últimas dos décadas, pasando de
significar el -0,2% en 1996 a -0,7% del PIB regional en 2016 (Ray & Gallagher,
2017: Figura 1).
Esta
tendencia ha significado una señal de alerta para las fracciones del capital
que producen domésticamente con destino local y regional. Uno de los sectores
que se ha visto más perjudicado por la competencia china es el textil. Por un
lado, los países de America Central y México que experimentaron durante algunos
años los beneficios del acuerdo multifibra para abastecer el mercado de EE. UU.
(CLACDS, 2014). De forma análoga, la firma de tratados de libre comercio por
parte de Chile (2006) y Peru (2010) con el gigante asiático impactaron
negativamente en la producción de este rubro (Torres Cuzcano, 2010; CEPAL,
2016b). Estos riesgos se extienden a otros sectores cuando hablamos de
economías más diversificadas, como Argentina o Brasil. En este sentido, el futuro
del Mercosur es una de las grandes disputas entre las diferentes fracciones del
capital que desean una inserción internacional diferenciada.
Estos
hechos son ampliamente destacados en las discusiones sobre la reprimarización
de la región. Bértola & Ocampo (2010) establecieron una relación directa
entre esta tendencia y el paso de la industrialización liderada por el Estado
para una estrategia de desarrollo basada en la política macroeconómica
neoliberal con orientación hacia la exportación. Por otro lado, Ray (2015)
señala que es importante resistirse a exagerar el grado de reprimarización a
causa de China. La producción de bienes disminuyó en relación al crecimiento
global del PIB en las últimas dos décadas (impulsado principalmente por los
servicios financieros y el comercio), pero esto es especialmente cierto para la
fabricación de manufacturas. De hecho, de los tres sectores productores de
bienes (agricultura, minería y bienes manufacturados), sólo la agricultura
mantuvo su participación en el valor agregado en la economía de América Latina.
La reducción de la relevancia de la producción de manufacturas es un fenómeno
que se reproduce en casi todas las regiones del mundo, a excepción de algunas
economías asiáticas y Alemania, producto de esta reconfiguración geográfica de
la producción global.
En
este sentido, la reprimarización de ALC es atribuida principalmente al ascenso
de China a partir de dos mecanismos: (i) el aumento de la demanda global (y los
precios) de las materias primas y (ii) la intensificación de la competencia en
la producción de bienes manufacturados baratos tanto en los mercados regionales
como en EE. UU.
Inversiones y finanzas: “China se vuelve global” (“China goes global”)
De
la misma manera que los flujos de comercio, los flujos de inversión directa en
el exterior (IDE) de China crecieron rápidamente, en especial después de 2010,
cuando el Partido Comunista (PCC) definió la estrategia China se vuelve global, que
se vio reforzada posteriormente por la propuesta de la Nueva Ruta de la Seda. China se
convirtió en el tercer mayor inversor extranjero del mundo después de Estados
Unidos y Japón. Si bien las corporaciones transnacionales (TNC, derivado del
inglés) de los países en desarrollo comparten semejanzas, las TNC chinas se destacan
por algunas peculiaridades. El Gobierno chino tiene un control directo sobre
los flujos de IDE, dado que las empresas estatales (SOE’s, derivado del inglés)
tienen un papel muy relevante. El 89% de las empresas chinas que invierten en
el exterior son de propiedad privada, sin embargo más del 63% de sus acciones
pertenecen a empresas públicas. Si bien las empresas nominalmente son privadas,
tienen vínculos estrechos con el Estado porque pueden ser parcialmente
propiedad de los gobiernos locales o sus altos ejecutivos son miembros del PCC
(Perez Ludueña, 2017).
Los
flujos anuales de la IDE china aumentaron un 45% desde 2012, pero los flujos
para América Latina permanecieron estancados. La IDE del gigante asiático en
América Latina fue muy modesta en la década de 1990 y en la primera década de
este siglo. En 2010, se registraron una serie de grandes adquisiciones de
compañías petroleras en Argentina y Brasil. Mas allá de este elemento, la
distribución de la IDE china en países latinoamericanos se ha mantenido
bastante estable durante los últimos años, están muy concentrados en Brasil y
Perú, e ignoran en gran parte otros países que reciben grandes flujos de otras
fuentes, como Colombia, Chile o México (Perez Luduena, 2017).
Cerca
del 90% de los flujos estimados de IED china para América Latina entre 2010 y
2015 fueron en industrias extractivas. Las empresas chinas de petróleo están
presentes actualmente en la mayoría de los países exportadores de petróleo y
gas, pero sólo tienen una posición de liderazgo en Perú, donde la China
National Petroleum Corporation (CNPC) produce una cuarta parte del petróleo del
país. También son los mayores inversores extranjeros en Ecuador y Venezuela,
pero en ambos países la producción de petróleo está en manos de la empresa
estatal nacional.
Por
consideraciones de racionalidad económica, las empresas petroleras de China
venden gran parte del petróleo latinoamericano bajo su control a los Estados
Unidos y a su propia región, y adquieren el combustible de mercados más próximos
geográficamente, por sus características más compatibles con su capacidad de
refinación. En este sentido, la prioridad es garantizar la propiedad del
petróleo y la posibilidad de enviarlo directamente al país cuando se considere
necesario. En este sentido, llama la atención el escaso control chino sobre el
petróleo de Colombia y la inexistencia de negocios petroleros chinos en México,
dos de los cuatro mayores países productores de la región. Esto puede indicar
que los dos países se confirman como áreas sometidas a la influencia
geopolítica de los Estados Unidos. (Freitas da Rocha & BIelschowsky, 2018).
En
el sector minero hubo algunas inversiones en Brasil, pero las mayores
operaciones también se concentran en Perú. Chinalco (Aluminium Corporation de
China) y Minmetals (China Minmetals Non-ferrocarril Metals Co., Ltd.) tienen,
cada una, una gran mina de cobre en operación, mientras que Shoughan
Corporation viene extrayendo mineral de hierro desde la década de 1990 (Torres
Cuzcano, 2010). La mayoría de estas empresas chinas llegó a la región alrededor
de 2010, cuando los precios estaban en su nivel más alto. Las reservas
latinoamericanas de cobre en poder chino equivalen al 70% de las reservas en
territorio chino (Freitas da Rocha & BIelschowsky, 2018:20)
La
agricultura y la pesca también implicaron inversiones, pero la información
disponible es menos precisa. Algunos grandes proyectos agrícolas fueron
cancelados después de que los gobiernos locales y los grupos de la sociedad
civil se manifestaron en forma desfavorable. El aspecto más controvertido de
las inversiones en la agricultura era la adquisición de tierras. Por otro lado,
hubo grandes inversiones en el área comercial de la agricultura a partir de
operaciones mundiales como la adquisición de los activos agrícolas de Noble y
una participación mayoritaria de Nidera por parte de China National Cereals,
Oils and Foodstuffs Corporation (COFCO). Estas firmas tienen importantes
activos en la región, principalmente en Argentina y Brasil.
En
menor medida, otros sectores también generaron la atracción de inversiones
chinas como el sector manufacturero. Brasil atrajo inversiones en los sectores
automotriz, motocicletas y aires acondicionados, dado que es el mayor mercado
de la región y uno de los más regulados en términos de tarifas, restricciones
de importación y reglas de contenido local. De la misma manera, en el sector
infraestructura, las mayores inversiones se concentraron en el sector eléctrico
brasileño a partir de que State Grid adquirió varias líneas de transmisión y
ganó concursos para proporcionar sus líneas en las obras de Belomonte. Además
de estos proyectos, las grandes firmas de construcción chinas se enfocan en dos
proyectos de infraestructura de gran porte que prometen cambiar profundamente los
sistemas de logística de la región: el canal de Nicaragua y el ferrocarril
bioceánico Santos (Brasil) – Lima (Lima) Perú), aún en etapa de proyecto.
En
términos financieros, las entidades financieras chinas han firmado swap de monedas con varios
de los países de la región (Argentina en el 2014, Brasil en el 2013 y Chile en
el 2015) a los fines de asegurar su estabilidad financiera en un marco de
disminución de los precios de los commodities y también como parte de la
estrategia de internacionalización del Renminbi. Como caso extremo, Venezuela
recibió préstamos colateralizados en petróleo que dieron respaldo económico al
proyecto chavista, en un marco de creciente aislamiento regional e
internacional.
En
resumen, lo que podemos apreciar es que la búsqueda por parte de China de
recursos naturales en América Latina presenta diferentes estrategias y que
exceden a la teorización sobre las causas de IDE de Dunning sobre la búsqueda
de mercado interno, mano de obra barata y activos tecnológicos. En el caso del
petróleo, el acceso tiene lugar principalmente mediante financiamientos con
contrapartidas de petróleo e inversiones directas. El mineral de hierro y el
cobre son obtenidos mediante inversiones directas e importaciones; así, lo que
de alguna manera garantiza la seguridad en el abastecimiento parece ser el
control físico del recurso. En el caso de la soja, el camino elegido ha sido la
importación cada vez más intermediada por empresas mercantiles presentes en la
región y recientemente adquiridas por China (Freitas da Rocha &
BIelschowsky, 2018)
Corolarios: disputas hegemónicas, inserción internacional y empleo
El
ascenso global de China genera notables expectativas dado que significa un
escenario de alivio de la restricción externa para las economías
latinoamericanas, a la vez que la lenta y “disimulada” estrategia de disputa
hegemónica posibilita espacios de negociación geopolíticas que en un marco de
unipolaridad no se presentaban. No obstante, como observamos en los hechos, el
papel de América Latina para los intereses chinos es relativamente secundario
en términos de integración comercial y de destino de inversiones. La inserción
regional en el patrón de acumulación chino es meramente como proveedora de
materias primas y de destino de las inversiones que faciliten ese papel. Por lo
tanto, los patrones históricos de la región de inserción internacional se refuerzan
y se reproducen sin necesariamente abrir un escenario de cambio estructural.
El
ascenso chino ha fortalecido las fracciones del capital tradicionales (o
élites) asociadas a la explotación de recursos naturales y sus vías de
comercialización. El derivado aumento de su capacidad de influir sobre los
aparatos del Estado plantea serias contradicciones, en la medida que se
proponga avanzar en la integración comercial desarticulando políticas que
protegen la producción industrial doméstica. Este riesgo no solo se plantea
para las fracciones capitalistas que, eventualmente, pueden reconvertirse a
capitales comerciales de importación sino, principalmente, para la clase
trabajadora y sus puestos de trabajo. En este sentido, la expansión de las
explotaciones extractivo-primarias no necesariamente va a generar los puestos
de empleo para recrear un modo de acumulación social y ecológicamente
sostenible e inclusivo. En este sentido, se recrean los desafíos y dilemas
históricos de las economías latinoamericanas.
Referencias
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Nota
[1] Pomeranz (2000) en su libro La Gran Divergencia (The
Great Divergence) argumenta que China e India eran el centro del mundo en las
vísperas de la Revolución Industrial. En este sentido, la trayectoria que están
siguiendo estas economías en las últimas décadas sería una reemergencia al
centro del mundo.