Por Gustavo Espinoza M.
Impedir la liberación de Lula en Brasil,
dictar orden de captura contra Rafael Correa en Ecuador, amenazar con cárcel a
Cristina en Argentina, acorralar a Daniel Ortega en Nicaragua, incriminar al
paraguayo Lugo, desplegar una ofensiva en todos los planos con Nicolás Maduro
en la República Bolivariana de Venezuela, y centrar fuegos contra Cuba.
En algo más de cuatro líneas,
ésta formulación refleja la esencia de la táctica del Imperio en nuestro
continente. Su objetivo estratégico, en consonancia, sigue siendo el mismo:
mantener maniatados a los países de la región para arrebatarles petróleo, gas,
cobre, productos cárnicos, agrícolas, recursos hídricos, y otros. Y avasallar
la Independencia y la Soberanía de los Estados, para uncir a todos a su carro
de dominación a fin de extender su control sobre el hemisferio, y otras
latitudes del planeta.
Es curioso que justo en esta
coyuntura es que se celebre en La Habana el XXIV Encuentro del Foro de Sao
Paulo precisamente para analizar la ofensiva imperial y las tareas de los
pueblos de América Latina en el escenario que nos rodea. Tendrá ante sí el reto
de la imaginación: es decir, idear conceptos que ayuden, en esta hora difícil.
Se ha dicho –y es verdad- que
desde enero de 1959, cambiaron las cosas en nuestro continente. La epopeya de
la Sierra Maestra abrió cauce a un nuevo proceso emancipador que fue asumiendo
variantes, y adquiriendo modalidades diversas. Las más notables, en los años 70
del siglo pasado fueron la gesta insurgente de los militares peruanos liderados
por Juan Velasco Alvarado; el gobierno de la Unidad Popular en Chile, conducido
por Salvador Allende; y la episódica, pero rica, vivencia boliviana de Juan
José Torres.
El “Triángulo rojo” le
llamaron los voceros del Pentágono a estos tres países unidos, en ese momento,
por su experiencia liberadora. Y no sólo por odio al color, sino sobre todo por
miedo al ascenso de los pueblos, aplastaron con las armas que tuvieron a la
mano, cada uno de esos procesos sociales que marcaron época en el siglo XX, y
que fueran complementados, en su momento, por la valiosa experiencia
sandinista, que aún perdura.
En el nuevo siglo –y cuando
el Imperio ya cantaba victoria definitiva- la gesta venezolana liderada por
Hugo Chávez cambió el rostro de todos. A partir de allí cobraron fuerza
movimientos emancipadores que enarbolaron la bandera de los pueblos. “El Socialismo del Siglo XXI” se
le llamó -quizá con precipitación- a esa ola de verdaderas acciones
antiimperialistas que pergeñaron un camino inédito de luchas al sur del rio
Bravo.
Un trago amargo para los
Estados Unidos, sin duda, del que busca hoy recuperarse en una nueva etapa de
contraofensiva. Esa, es la que anotamos hoy; y a la que debemos responder con
la fuerza de una causa que se levanta desde la base misma de la sociedad
latinoamericana. Bien mirada la cosa, ya van casi veinte años de lucha en este
escenario complejo en el que los pueblos avanzan y sufren derrotas; y el
Imperio retrocede, pero no renuncia. Eso explica, en buena medida, lo que hoy
ocurre.
.
Como línea general, la
administración norteamericana y las oligarquías criollas buscan escarmentar
a los pueblos castigando a sus conductores más calificados. Piensan
que, de este modo, van a lograr que la gente renuncie a luchar por los cambios,
y que quienes lideran las acciones emancipadores, habrán de
terminar ”tirando la esponja”. Craso
error, sin duda. Que los pueblos no se cansan nunca lo acreditan los hechos que
hoy nos conmueven: el ascenso de Cuba, la consolidación del proceso
bolivariano, la derrota de los grupos sediciosos en Nicaragua; pero también el
42% de los votos alcanzados por la oposición progresista colombiana, y la
impresionante victoria de López Obrador en tierra azteca..
No hay mucho tiempo para
ponerse a analizar si se mantendrá, o no, la fuerza popular colombiana que
ungió como su vocero a Gustavo Petro. Más importante que eso es
trabajar para que la unidad surgida –casi imprevistamente- en los comicios
pasados en la tierra de Nariño, se consolide y avance Y asegurar,
al mismo tiempo que el proceso mexicano cuente con la solidaridad de los
pueblos de todo el continente, a fin que no retroceda, ni muestre
debilidad alguna.
Lo mismo puede decirse
de otras experiencias que hoy asoman en nuestro suelo. Lo fundamental no es
discutir los supuestos –o reales- errores de Lula, sino arrancarlo de la
prisión; ni examinar con lupa las deficiencias del Sandinismo, sino
derrotar a los grupos sediciosos que trabajan para derribar a Ortega. Tampoco
resulta hoy lo mejor especular en torno a la capacidad que tenga el
nuevo mandatario mexicano de resistir las maniobras del Imperio, sino dotar a
su gobierno del apoyo continental necesario para enfrentar la agresividad
de la Casa Blanca en cada una de sus modalidades operativas.
Y para eso, lo que hace falta
es consolidar la unidad de los pueblos, encontrar un lenguaje común, que
nos permita enfrentar unidos la agresividad del Imperio, y diseñar una práctica
concreta que nos ayude a avanzar por la ruta compleja de la liberación nacional
y social. Pero, sobre todo, empinarse sobre la imaginación para
multiplicar esfuerzos, voluntades solidarias, caminos entrecruzados y batallas
simultáneas.
Cada uno de nuestros países
-sobre la base de una historia común- tiene vivencias distintas. Nos une la
herencia cultural y los elementos de una lucha que se entroncara desde los años
de Túpac Amaru hasta nuestros días. Para salir adelante debemos dar rienda
suelta no sólo a nuestra lucha, sino también a nuestra rica capacidad creadora.
Ella, nos ayudará a encontrar la ruta del futuro. Para eso necesitamos –decía
José Carlos Mariátegui- “una
poderosa facultad de imaginación. Los libertadores fueron grandes porque
fueron, ante todo, imaginativos. Insurgieron contra la realidad limitada,
contra la realidad imperfecta de su tiempo”. Y es eso, lo
que nos corresponde hoy.