Ana Cristina Bracho
Discúlpenme si me
permito asumir cosas. Sé que cada uno de nosotros tiene sus propios problemas.
De hecho, está de moda compartir una imagen que nos recuerda que hay que ser
amables porque no sabemos con qué lidia cada una de las personas que nos
rodean.
Sin embargo, tiendo a
pensar que todos, por debajo de la angustia, del agobio del “hospital
psiquiátrico a cielo abierto” que es Maracaibo desde que empezaron
esos terribles cortes eléctricos, o el estado de pánico que provoca una
inflación que hay que sospechar por dónde anda o confiar en los números del
Fondo Monetario Internacional -lo que es de muy mal gusto- porque todos la
nombramos y la sentimos pero nadie termina de precisarla, estamos profundamente
aburridos.
Si, aburridos. Ese
estado que provoca el sufrir de “cansancio del ánimo originado por falta de
estímulo o distracción, o por molestia reiterada“. Yo lo estoy, ¿ustedes
no? Esta vida de tener los pies en un espiral que sube si hablamos de precios y
baja si hablamos de esperanzas, es una vida que aburre, que pierde la
perspectiva.
Estamos aburridos,
aletargados, viviendo en el pasado y además en un salón de clases donde todos
han enloquecido y se lanzan aviones de papel, escuadras que chocan contra el
piso, tizas que caen sobre las mesas.
La línea que separaba
a la oposición y al gobierno, tan definida antes como la fila justa donde dejan
de sentarse los estudiantes esmerados para dar paso a la parranda de
hablachentos que están al final de la clase está llena de los residuos de esta
batalla y así aparece Alberto Ravell retuiteando a nuestro querido Earle
Herrera, Gabriela del Mar haciendo una lista de mercado con los que ella estima
saltaron aunque nadie sabe de dónde y ellos no han dicho eso, y, María Corina
expulsada de unas huelgas de la oposición…, es como si uno quisiera rogarle a
la Virgen que regresara Miranda a gritar que esto es un bochinche y cerrara el
periódico, las redes, apagara la radio.
¿Cómo se declara un
estado de emergencia por aburrimiento nacional? ¿Cómo nos desaburrimos y vamos
a la siembra, a vivir la vida sin mirar en el reloj que faltan 5 minutos para
las cuatro y que hay un par de miles de personas que se les ha ido el día
achantados dando vuelta en hojas de Excel y noticias inútiles?
Le tengo mucho miedo
al aburrimiento a esta escala, desde hace tanto tiempo. Le tengo miedo al
aburrimiento como estado de agotamiento que sobreviene después de la angustia
de mirar el estado de cuenta o abrir la nevera. Le tengo miedo porque elimina
la posibilidad de sentir placer, las ganas de estar en el aquí y en el ahora,
porque nos priva de disfrutar que estamos consumiendo nuestras vidas. En el
plano individual, colectivo y nacional.
En Ifigenia, Teresa
de la Parra considera que el aburrimiento es un estado que no es compatible con
la inteligencia porque el inteligente siempre termina encontrando algo útil en
que ocuparse.
Pero ¿cómo hacemos?
Si el presente se presenta así, profundamente aburrido y aturdido sin que
suelte una sola nota que hable del futuro, de cómo este desastre del ahora se
va a solucionar. Sin que nadie termine de esbozar que entre venezolanos hay un
pacto fundamental y es que nadie va a convocar el Apocalipsis ni a poner en
juego nuestra sagrada Independencia.
Pienso que yo no
puedo ser la única que mira con tirria este panorama y resiste con contorsiones
las afirmaciones de que vivir en Venezuela es perder la vida; la posibilidad de
un mejor salario o estar tranquilo. Debe haber una manera en conjunto de
desaburrirnos, descansarnos, reencontrarnos, mejorarnos, hacer de este tiempo
la ceniza que nos llevará a mejores vidas…, ¿no?