EDITORIAL
6 de julio de Revolución o Muerte:
Juan Lenzo / Tatuy TV
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Twitter: @TatuyTv /@catedrache
Por doquier brotan los nodos del gran
entramado de efectos que produce la crisis venezolana, que al año 2018 avanza
desaforadamente. Algunos eran previsibles, otros totalmente inesperados y hasta
inverosímiles. Haremos un esfuerzo por inventariar estas manifestaciones
fenoménicas de la crisis, para ilustrar a aquellos y aquellas que aunque no
viven en el país, buscan entender la cotidianidad de la crisis, para quienes
viviendo en nuestro territorio lo hacen en una plácida o engañosa burbuja, y
para la dirigencia que aunque habita en nuestra patria, prefieren ignorar y
omitir las calamidades que enfrenta el pueblo.
En Venezuela los precios
suben todos los días, o en cuestión de horas en muchos casos. El pueblo inicia
el día en una frenética búsqueda de las cada vez menos mercancías que se pueden
obtener para la cada vez más difícil reproducción de la vida. La labor
detectivesca por encontrar los más bajos precios revela que de un lugar a otro
los precios del mismo producto pueden variar hasta 200%. Lo mismo ocurre cuando
se trata de la forma de pago, si pagas con el escaso efectivo, los precios
pueden ser hasta 150% más baratos que si pagas con la tarjeta. Entonces aparece
por un lado, el negocio de los puntos de venta; hay quienes tienen varios y los
alquilan, otros cobran un porcentaje por el uso del mismo, y por otro lado, el
negocio lucrativo con la compra venta del papel moneda, que luego de sucesivas
transacciones, y a pesar de la negligencia bancaria que ofrece a lo sumo 100
mil en efectivo por taquilla, termina en la frontera colombo-venezolana
alimentando el contrabando de extracción y el negocio de las remesas que se
captan en este conflictivo territorio. La frontera luce como un gran imán que
atrae todos los productos venezolanos que generan ganancias estruendosas a sus
contrabandistas. Desde gandolas de gasolina hasta paquetes de paledonias terminan
atravesando la frontera con la anuencia crematística de la guardia nacional.
Los mercaderes informales gozan rompiendo en papelillos los viejos billetes
de 50Bs que ya nadie recibe. Mientras todo esto ocurre, los comerciantes
esperan, con inteligente en mano, que le caigan las
transferencias bancarias, otro de los mecanismos que permiten la compra-venta
de mercancías, y que lleva a putear el servicio de internet cada vez que
no abre la página del banco. Las cajas y bolsas de alimentos, que eventualmente
llegan a manos de las comunidades, logran paliar temporalmente la situación.
Pero para otro segmento de la
población, beneficiaria de las remesas, el ingreso en divisas, el comercio, la
especulación y el contrabando, la situación no es tan compleja. Les basta con
visitar estos nuevos establecimientos que llaman markets, pequeñas tiendas abarrotadas de productos
altamente costosos, o simplemente articular con los bachaqueros para acceder al mayor lo que para los
asalariados, pensionados y bonificados es prácticamente imposible comprar al detal.
Para poder salir a trabajar y
a comprar, el pueblo pobre no tiene más opción que acudir al mal llamado
transporte “público”; colapsado y atiborrado procura una estampida en cada
parada. A los pocos autobuses que circulan se le suman las famosas perreras, camiones 350 en los que
la gente lucha a muerte para subirse ensayando una mezcla de gimnasia en barra
fija con escalada libre. Esta situación provoca a su vez que el verdadero
transporte público estatal no aguante la demanda del servicio, y terminé
abarrotado entre colas kilométricas, golpes, robos y un deterioro acelerado de
las unidades que prestan el servicio. El transporte goza de la extinción casi
total de fiscales tránsito, vías deterioradas y semáforos con vida
propia. A las cinco de la tarde las ciudades lucen desoladas, con
transeúntes que desesperadamente caminan para llegar a sus casas antes de que
les caiga la noche. El tráfico vehicular descubre cada vez menos colas, por la
cantidad de vehículos familiares y taxis que están parados, por eso del aceite,
los cauchos, las baterías y los repuestos que resultan incomprables. Ni hablar
de las casi extintas línea de mototaxis. No ocurre lo mismo con la gasolina,
que resulta un chiste recurrente por lo “irreal” de su precio, aunque realmente
lo pasmoso sea el despiadado incremento de precios del resto de las mercancías.
Y cuando se tiene la osadía de viajar hacia otro estado, el traslado se
convierte en una odisea, entre unidades dañadas que se accidentan a cada rato,
vejámenes sufridos por parte de los transportistas ávidos de efectivo para
venderlo en la frontera, y la acción sistemática de bachaquerosque pretenden fortunas con el sobreprecio de
los pasajes; y si se opta por el transporte aéreo, el drama no es menor para
adquirir los pasajes a través de un sistema que ya directamente controlan
mafias, que han llegado al extremo de cobrar los boletos en dólares o a precios
exorbitantes. Paradójicamente la emisión de gases de efecto invernadero vienen
sufriendo una caída, nuestro planeta lo agradece.
Finalizando la tarde aparecen
los representantes del segmento de la población que ni siquiera tiene salario
ni bonos para sobrevivir; después de patearse la ciudad mendigando y robando
para comer, inician la jornada de disección de las bolsas de basura,
disputándose con los pocos perros famélicos que quedan la recolección de los
desechos comestibles que cubran las calorías necesarias para pasar la noche.
Lidian también con las no pocas personas que en situación de calle padecen
ahora del síndrome de abstinencia al no poder acceder a drogas ni alcohol.
La basura amanece esparcida
en las aceras de las ciudades. El olor pestilente recibe a los y las
trabajadoras que madrugan para poder llegar a su sitio de trabajo. Todos los
días se estrena un nuevo lugar para depositar la basura, ante la incompetencia
del servicio de recolección y disposición de los desechos sólidos, que sólo cuenta
con la ventaja relativa de cada día tener que recoger menos, porque menor es la
cantidad de cosas que se pueden comprar, y mayor es la cantidad de cosas que se
reparan, re-usan y reciclan. La situación sanitaria compromete a un pueblo que
no sólo está alimentándose mal, expuesta a la angustia y el miedo cotidiano,
sino que al enfermar debe enfrentarse a la calamidad mayúscula que atraviesa el
sistema de salud.
Si alguien se enferma el
desasosiego invade inmediatamente al grupo familiar del convaleciente. La
desesperación obliga a familiares y amigos a emprender un periplo por la
búsqueda de medicamentos que parece más una lotería. Llamadas, cadenas de
mensajes por los famosos grupos, oficios, llamadas telefónicas a servicios de
atención, más oficios, favores de enfermería, contacto con camilleros, ayudas
de médicos, llamadas a funcionarios públicos, trueques y vaya usted a saber de
cuantas cosas más se valen para llegar corriendo al hospital con medicina en
mano, y entregársela a los cada vez menos médicos o enfermeros que con maltrato
y obstinación terminan aplicando el tratamiento al paciente. Ni hablar de
exámenes de laboratorio, placas, tomografías, resonancias, etc., que en la
mayoría de los casos, frente a la falta de reactivos, repuestos e insumos, termina
obligando a las familias a entregarse a los brazos inclementes de clínicas y
laboratorios privados que terminan desangrando, esta vez, el bolsillo del
pueblo, que le toca empeñar todo, raspar las tarjetas de crédito, endeudarse hasta
el alma para garantizar la vida del desconsiderado que se le ocurrió enfermarse
en estos tiempos.
Ya es lugar común comparar
despectivamente el ingreso salarial con cualquier otra mercancía, tal como
ocurre con el huevo, que representa la mercancía preferida para el ejercicio de
la comparación. Un empresario cualquiera, con apenas pocos días de ganancias
puede cubrir los salarios mensuales de toda su nómina. Sin embargo, la crisis
le deja cada día menos espacio a los pequeños y medianos empresarios (en favor
de los grandes monopolios y oligopolios) que terminan con las santamarías abajo,
o en el mejor de los casos, migrando de actividad económica, preferiblemente a
aquella relacionada con la venta y distribución de bienes de consumo,
especialmente alimentos. Así vemos a zapaterías, tiendas de ropa,
electrodomésticos, muebles, etc., devenir en locales de venta de alimentos:
cambures, plátanos, queso, pan, etc. Las empresas quebradas terminan dejando a
merced del sálvese quien pueda a miles de trabajadores y
trabajadoras.
Un buen amigo comentaba que
los trabajadores y trabajadoras se encuentran en una situación de despido
indirecto por la precariedad salarial, lo que ha provocado que todos los días,
cientos de personas, especialmente del sector público, asuman la condición y terminen
desertando de sus puestos de trabajo, para incorporarse en la sobrevivencia
cotidiana a través del comercio, el bachaqueo, el contrabando, la especulación financiera,
la migración o el teletrabajo, estos últimos apetecibles para las corporaciones
transnacionales que ven en la fuerza de trabajo venezolana una de las más
baratas del mundo. De esta forma, empresas e instituciones estratégicas del
estado venezolano se descompensan dramáticamente con la pérdida de personal
calificado, lo que impacta en la eficiencia de sus actividades y por ende, en
el ingreso nacional. Por ésta, y otras causas, reprochables igualmente a la
crisis, las sanciones norteamericanas y a la negligencia en el manejo gerencial
se ha visto caer la producción petrolera, agroalimentaria, metalúrgica,
manufacturera, así como también se evidencian problemas recurrentes en la
prestación del servicio de electricidad, agua potable, telecomunicaciones, etc.
Toda esta situación relatada hace que los horarios de trabajo en la administración
pública se modifiquen en el hecho, reduciendo no solo las horas laborables por
cada jornada, sino incluso reduciendo la cantidad de días laborables,
provocando además una actitud negativa e indolente para con las
responsabilidades laborales, limitadas por la falta de recursos, la ceguera
política de las gerencias y direcciones institucionales acostumbradas desde
otrora a dirigir con abundantes recursos financieros.
Los trabajadores y
trabajadoras del sector educativo encaran con pánico no sólo la deserción docente,
administrativa y docente, sino el abandono progresivo de estudiantes, que optan
por migrar a otros países o dedicarse a perseguir los recursos necesarios para
colaborar en la manutención familiar. Las universidades lucen desoladas, las
polémicas pruebas de admisión vienen omitiéndose tras la poca demanda. Carreras
que en el pasado gozaban de una abundante demanda hoy tambalean frente a un
inminente cierre técnico. Los laboratorios, bibliotecas, comedores y espacios
de recreación adolecen de los recursos necesarios para su normal desempeño.
Todo este complejo panorama
deja terreno fértil para la instalación de mafias, enquistadas en instituciones
y empresas que terminan negociando con todo, fertilizantes, semillas, cajas
clap, repuestos, pasajes, pasaportes, billetes y cuanta mercancía esté a su
alcance. Pero lo más grave es el tufo a privatización que impregna
peligrosamente a las empresas e instituciones del estado, que palidecen frente
a la vorágine de la crisis.
Sin embargo, existe otra
Venezuela que se abre paso en medio de la crisis, que lucha, se organiza,
resiste. Un pueblo que entiende su rol histórico y supera el letargo y la
parálisis de quienes claudican y se entregan a la resignación frente al
capitalismo. Trabajadores y trabajadoras de la industria petrolera que no se
rinden y apuestan por el aumento de la producción y contra la avanzada
privatizadora, con el talento y la fuerza propia que acumuló la industria en
los años de ofensiva revolucionaria. La clase obrera de las empresas nacionalizadas
y recuperadas, que se niega a la entrega y enfrentan todos los días la
negligencia gerencial, la corrupción y las tentativas privatizadoras, tratando
de impulsar la producción en la medida que transforman las relaciones sociales
y los métodos de gestión. El movimiento comunero, que desde sus territorios
entienden que sólo es posible enfrentar la crisis, profundizando la
organización del pueblo y planificando integralmente la producción. La milicia
bolivariana que con firmeza acompaña al pueblo en la lucha, presto para la
defensa integral de la nación, de la mano de una vasta representación del resto
de los componentes de la FANB, que con honestidad y compromiso se resisten a la
corrupción y el abuso de poder. El pueblo humilde venezolano, que no se rinde a
pesar de las calamidades, espera ansioso la batalla contra la burguesía y la
élite política que hoy apuestan por sepultar a la Revolución Bolivariana.
Toda estas trincheras de lucha tienen el deber histórico de sumar fuerzas y
confederarse en una potente organización que salga de la profunda retaguardia a
la que fue confinada y asuma la vanguardia del Poder Popular, como expresión
radical que retome las banderas de lucha por el socialismo revolucionario.
Fuente: http://revolucionomuerte.info/2018/07/06/los-rostros-de-la-crisis/