Por Bárbara Ester y Taroa Zúñiga Silva
¿Qué juventud?
Las sociedades
latinoamericanas tienen un perfil acentuadamente joven: en América Latina y el
Caribe, la población juvenil suma alrededor de 109 millones de personas entre
los 15 y 24 años, sobre una población total de 617 millones de habitantes –es
decir el 17,66%- en los 22 países del subcontinente. Esta cifra conlleva una
diversidad que es absurdo englobar bajo el artículo de “una” juventud
latinoamericana. El concepto de juventud que
manejamos en la sociedad occidental-moderna es una construcción socio-cultural
nacida a mediados del siglo pasado, originalmente amarrada a esquemas de
clasificación vinculados a las capacidades productivas de cada grupo social y,
por tanto, sujeta a los vaivenes de correlación de fuerzas de la historia,
siempre cambiante y dinámica. Ser joven no es
un constructo monolítico, por el contrario, hay diversas formas de serlo. Y
ser joven a comienzos del siglo XXI es
cualitativamente distinto con respecto a décadas anteriores.
El vertiginoso
ritmo de las nuevas tecnologías y el acceso a la información -la globalización
2.0- generaron lo que algunos autores llaman “mutación cultural”, un
cambio cultural profundo de la sociedad en todos sus niveles, que tiene una
expresión clara en las nuevas “formas” de ser joven. Imposible
unificar. En todo caso, podríamos hablar de juventudes condicionadas por hechos
materiales: existiría una juventud urbana, una rural, de clase alta, pobre,
marginalizada, de varones, de mujeres, estudiantil, de trabajadores, de
desocupados, indígena, afrodescendiente, etc.
Juventudes de hoy vs.
juventudes de ayer. Una lectura sobre la despolitización
El discurso
construido sobre las nuevas juventudes ha de contextualizarse desde sus
emisores: ex-jóvenes de la década de los ochenta, setenta, sesenta. ¿Desde
dónde evalúan estas generaciones el deber ser de la juventud? Desde el
conocimiento contextualizado en la propia vivencia. Asumiendo esto, podríamos
exponenciar al espacio social la retahíla casera que, como eco, resuena y
entreteje el vínculo entre generaciones: “yo a tu edad”. Desde el “yo a
tu edad” se puede percibir el cambio generacional de los roles de la
juventud: yo a tu edad ya
trabajaba, yo a tu edad ya tenía
hijos, yo a tu edad ya vivía solo, etc. reclamos que se
sostienen sobre los tiempos establecidos para la inserción al ciclo productivo
capitalista y, especialmente, sobre el rol individual a cumplir. El creciente
discurso sobre la despolitización o la apolitización de las nuevas juventudes
nos interpela: ¿realmente no se hace política o se hace política de otras
formas?
Durante el año 2006 una serie de
manifestaciones callejeras que se iniciaron como expresión del malestar por la
privatización de la educación, en Chile, derivaron en lo que se conoce como “la
revolución de los pingüinos”: dos paros nacionales a los que se sumaron, además
de estudiantes y docentes, transportistas, partidos políticos, sindicatos
laborales, etc. A doce años de las primeras manifestaciones, han regresado las
tomas en colegios y universidades, esta vez agrupadas en torno a las demandas
feministas a partir de las denuncias de acoso sexual en espacios educativos.
En Perú, fueron los jóvenes quienes
se manifestaron masivamente contra la Ley de régimen laboral juvenil, más
conocida como ¨Ley Pulpín¨ o ¨Ley del esclavo juvenil¨, en la que se proponía
un régimen especial que beneficiaba a las grandes empresas que contraten a
jóvenes de entre 18 y 24 años en su primer empleo. Convocados por colectivos y
asociaciones civiles, las manifestaciones lograron su derogación a comienzos de
2016.
En Argentina, el movimiento de
mujeres logró que se sancione, a nivel nacional, la ley de reparación de
familiares de víctimas de feminicidio y media sanción de ley –aprobada en la
Cámara baja, actualmente el proyecto está siendo tratado en el Senado- para el
proyecto de interrupción voluntaria del embarazo. Mientras, en Colombia se
manifiestan en contra de las fiestas taurinas y del maltrato animal.
En Brasil, el asesinato de Marielle
Franco visibilizó y movilizó a los colectivos feministas, especialmente de
mujeres afrodescendientes moradoras de las favelas. Sus denuncias sobre los
avasallamientos y abusos de poder en la intervención federal en Río de Janeiro,
le costaron la vida en circunstancias que aún no fueron esclarecidas. Sin
embargo, continúa vigente y el movimiento juvenil negro al que adscribió ha
logrado crear un anclaje académico y de producción cultural que denuncia el
proyecto genocida de exterminio de cuerpos racializados[1].
Todas estas movilizaciones comparten
un factor común: las juventudes manifiestan el descontento y demandan
soluciones, pero no necesariamente desde los espacios tradicionales de la
política. El elemento coagulante –mayoritario- no es la afiliación a un partido
político o la manifestación electoral. Leer estas nuevas formas como un proceso
de despolitización o apolitización parece sesgado. No se trata de una nueva
juventud que no encaja en la política, sino en viejas formas de hacer política
cuyos marcos no son lo suficientemente amplios para el volumen de la novedad:
política 2.0 y nuevos movimientos sociales.
De tomar colegios a hacer
yoga en casa. Entre la politización colectiva y la “politización” individual
Estas nuevas formas de agrupación
política manifiestan un accionar colectivo ante malestares determinados.
Reclaman una acción concreta en términos de política de Estado, que remueve las
bases de la estructura social. Es la manifestación social de nuevas formas de
hacer política.
Las juventudes surgen de su propio
contexto, al fragor de una nueva subjetividad global reproducida gracias a la
masividad de internet y los nuevos consumos culturales (como series, Netflix y
otras plataformas claves para la reproducción de la industria cultural
hegemónica). Asimismo, la influencia de las filosofías orientales aporta un
nuevo tipo de acción, ya no centrífuga sino centrípeta. La búsqueda de la
espiritualidad no es con la comunidad, sino interna e individual. La influencia
de estas cosmovisiones como el taoísmo, el confucionismo, el budismo y el New
Age permean la cultura mediante prácticas concretas sobre uno mismo:
meditación, relajación, comida saludable, recreación y esparcimiento. Este
conjunto de prácticas, discursos y consumos contribuyen a un nuevo sentido
común de la vida donde la política no es la excepción. Manifestaciones en otro
momento contraculturales se simplifican y traducen en modas militantes:
vegetarianismo, veganismo, ecologismo, etc. son algunos de los discursos que
permean con facilidad en la construcción de la juventud.
La participación
juvenil no escapa a la ideología neoliberal con su alabanza a la gestión
empresarial tecnocrática, al consenso sobre el libre mercado, la democracia
liberal y el multiculturalismo. Para quienes crecieron en el horizonte de la
pospolítica, los límites son difusos. La lucha entre gobiernos pretorianos,
autoritarios y la juventud no se disolvió, pero sí mutó sus formas. De la lucha
descarnada se pasó a lo que Silvina María Romano e Ibán Díaz Parra[2] denominan ¨antipolítica blanda¨, es decir, un
cambio en el modo de operar del Estado hacia la juventud, que muda de receta
pero no de objetivo. El fin dejó de ser la eliminación física del adversario
para focalizarse en el vaciamiento de las instituciones políticas, enfatizando
los aspectos policiales y judiciales. Sin embargo, el objetivo permanece
inalterable: la despolitización de la economía. En este marco destacan la
“oenegización”, la espectacularización y la judicialización de la política.
El compromiso
resiste pero bajo nuevas modalidades, ¨más light¨, en un
contexto cultural dominante: globalización neoliberal, individualismo, ética
del “sálvese quien pueda”, fin de las ideologías, pragmatismo y anglicismo.
Hablamos de una juventud comprometida
en actividades de voluntariado social, ayudando a sus congéneres en servicios
que, si bien no son autodenominados ¨caridad¨, no están muy lejos de ello.
Valores que son fácilmente descubiertos en sondeos y utilizados por las
derechas para atraer al electorado joven sin proponer ningún cambio estructural
en los problemas claves de la juventud: educación, empleo formal o natalidad.
Por último, estas subjetividades -si
bien se encuentran localizadas especialmente en las mega ciudades, es decir en
el universo urbano- tienen un intercambio internacional constante, con lo que
desarrollan un pensamiento liberal, cosmopolita e individual, cuya simpatía se
encuentra más en el centro y la moderación, y las correctas formas.
Nuevas juventudes, nuevos
mecanismos de exclusión: ¿jóvenes pobres o pobres jóvenes?
El momento de la
inserción laboral se presenta como una suerte de rito de iniciación fundamental
para sostener el sistema capitalista. Es el punto exacto en el que el individuo
pasa a formar parte útil en el ciclo de producción y consumo. Se vuelve,
entonces, un punto fundamental para la captación de nuevos ¨ciudadanos¨ y
electores: es notable como cada vez más los programas neoliberales incluyen
políticas de empleo joven híper flexibilizando las condiciones laborales para
este sector de la sociedad, desde programas de primer empleo o pasantías para
estudiantes con salarios irrisorios. Al mismo tiempo, la oferta laboral desde
el sector privado apunta a la individualización permanente del espacio
productivo: ofertas de trabajo ¨desde la comodidad del hogar¨ y los ¨claros
beneficios¨ del freelance y part time. Así, se incluye rápidamente en el sistema a
quienes han accedido al privilegio de la capacitación laboral y, al mismo
tiempo, se difumina la agrupación gremial.
Mientras tanto, sus
propuestas para la juventud pobre se vuelven cada vez más punitivistas. La idea
de prevención del delito augura prevenir que los jóvenes delincan, sin embargo
obvian las causas económicas y sociales que lo originan. Lo que al sistema le
preocupa es la incomodidad, la fealdad que va de la mano de lo marginal:
ser un pandillero, ser un asocial, no entrar en los circuitos de la buena
integración, no consumir. Este pensamiento es una sumatoria de valores
discriminatorios: el color de piel, portar tatuajes y utilizar determinada
indumentaria tiene un estigma, intensificado según el espacio que se transita.
No tiene el mismo efecto sobre los cuerpos represivos un joven portador de
determinada estética transitando una zona de clase media o alta que una zona
popular. ¿Por qué tanta policía de “gatillo fácil” ensañada con cierta juventud?
¿Qué es lo que se busca prevenir, entonces, cuando se hace “prevención” con los
jóvenes?[3]
Las causas de las conductas
delincuenciales no se tocan; la prevención, en esa lógica, se convierte en un
mecanismo aséptico que apunta a los síntomas, a lo visible, lo superficial. En
Perú, el congresista Edwin Donayre impulsa un controversial proyecto
popularizado como ´toque de queda´ para que los adolescentes menores de 17 años
no puedan salir a las calles a partir de las diez de la noche, alegando
“proteger” a los jóvenes. De esta manera, se busca cosméticamente esconder el
problema o actuar sobre sus consecuencias más obvias.
Los “ni ni” (ni estudia ni
trabaja)[4] son satanizados y, desde autoritarios criterios adulto-céntricos,
son identificados con la violencia, con el consumo de droga, con el alcoholismo
y la vagancia. Si años atrás la policía podía detener a un joven por sospechoso
de subversivo, hoy día puede hacerlo por joven portador de un fenotipo y una
estética determinada. En Argentina, con el retorno conservador volvieron a
proliferar los proyectos de baja de edad de imputabilidad, mientras que
Santiago Maldonado, Rafael Nahuel, y muchos jóvenes engrosaban la lista de los
homicidios a manos de las fuerzas de seguridad, celebrados por el presidente
como una nueva doctrina de seguridad.
En definitiva, la juventud
latinoamericana, que ha sido considerada como un ¨dividendo demográfico¨,
oscila entre el individualismo más extremo y los nuevos movimientos sociales.
En el primer caso, signada por un estilo de vida global que, sin romper con la
hegemonía cultural, busca una salvación individual. En el segundo, ensayando
nuevas formas de incidir en las decisiones políticas, fomentando el desarrollo
y la innovación, con un estilo sui generis.
Los límites entre ambos son difusos.
Una prueba de ello ha sido la utilización de la estética de ¨El cuento de la
criada¨[5] la serie producida nada menos que por Netflix en el marco del inicio
de las exposiciones sobre el proyecto de legalización del aborto en el plenario
de la Cámara de Senadores.
El colectivo
Periodistas Argentinas vistió trajes que remiten a los personajes de la ficción
distópica basada en el libro de Margaret Atwood, el cual transcurre en
una sociedad basada en forzar a las mujeres de menor rango a gestar niños para
las familias más acomodadas (y que hace dos años se convirtió en hit mundial de
la mano de una serie de televisión)[6]. El cuento de Atwood se convirtió en un ícono
para el movimiento feminista y traspasó la ficción cuando la propia escritora
increpó -en dos oportunidades- a la presidenta de Senado, Gabriela Michetti, quien
abiertamente manifestó una postura contraria no sólo al proyecto de Ley, sino
también a la reglamentación actual que contempla tres causales[7].
La iniciativa de
asociación a la iconografía registra otros antecedentes: ya hubo
manifestaciones similares (derechos de las mujeres, entre ellos ley de aborto
libre, seguro y gratuito) en otras latitudes. Fue símbolo en la marcha de junio
del año pasado en Washington DC contra Donald Trump; en septiembre del mismo
año en una marcha por la legalización del aborto en Irlanda; y este año en
Madrid el 8 de marzo (Día Internacional de la Mujer). El timing coincidió en pocos días con el lanzamiento
del último capítulo de la segunda temporada. La noticia se volvió viral. Muchos
creen que el libro escrito en 1985 opera como un nuevo estilo de resistencia al
patriarcado, pero también como una base para criticar el rebrote del
pentecostalismo en la región[8]. ¿Nuevas formas de resistencias desde la
globalización?
[1] En este sentido el movimiento de mujeres en
Latinoamérica ha cobrado mayor importancia presentando nuevas modalidades de
visibilización que se esparcen en el subcontinente. Los países que encabezaron
el llamado “ciclo progresista” de comienzos de siglo han incluido
transformaciones normativas tendientes a ello, especialmente en cuanto a la
diversidad sexual, la ampliación de derechos y el lenguaje inclusivo. La fusión
de los movimientos por la diversidad sexual, refrescaron y dieron un nuevo
impulso a los feminismos locales, aportando una base policlasista y militante
que sedujo a buena parte de la juventud.
[2] http://estadoycomunes.iaen.edu.ec/index.php/EstadoyComunes/article/view/183/93
[3] https://wsimag.com/es/economia-y-politica/37128-juventud-latinoamericana
[4] La Organización Internacional del Trabajo (OIT) reveló que el 40% de la población juvenil no trabaja, el 20 por ciento no estudia ni trabaja, más de 16 millones tienen ocupaciones precarias y 7 millones trabajan como “independientes”.
[5] The Handmaid’s Tale
[6] https://www.pagina12.com.ar/127470-el-cuento-de-la-criada-en-el-congreso
[7] https://www.lanacion.com.ar/2152191-un-estado-esclavista-margaret-atwood-le-responde-a-michetti-y-vuelve-a-meterse-en-el-debate-por-el-aborto-en-argentina
[8] https://elpais.com/elpais/2017/05/01/eps/1493589910_149358.html
[3] https://wsimag.com/es/economia-y-politica/37128-juventud-latinoamericana
[4] La Organización Internacional del Trabajo (OIT) reveló que el 40% de la población juvenil no trabaja, el 20 por ciento no estudia ni trabaja, más de 16 millones tienen ocupaciones precarias y 7 millones trabajan como “independientes”.
[5] The Handmaid’s Tale
[6] https://www.pagina12.com.ar/127470-el-cuento-de-la-criada-en-el-congreso
[7] https://www.lanacion.com.ar/2152191-un-estado-esclavista-margaret-atwood-le-responde-a-michetti-y-vuelve-a-meterse-en-el-debate-por-el-aborto-en-argentina
[8] https://elpais.com/elpais/2017/05/01/eps/1493589910_149358.html