Soc. William Hernández M.
Periódicamente aparece una
aproximación acerca del costo de los principales rubros alimenticios y de
servicios que en el caso de los venezolanos debemos adquirir. En este caso se
trata de una organización u asociación civil quienes dicen ser analistas de la
realidad del entorno de los trabajadores. EL CENDA señala, que en todo caso el
salario mínimo nacional (SMN) que en junio se estableció en Bs 3.000.000,00 sin
bono alimentario mientras la canasta básica formulada por la asociación civil
asciende a Bs. 72.799.432,02.
De las afirmaciones anteriores,
se requieren entonces 24 salarios mínimos para adquirir la canasta básica señalada
por esta organización. Todo ello nos lleva a concluir en primer lugar que desde
los años 80 del siglo XX, ha sido imposible para una familia humilde, lograr
cubrir las necesidades establecidas aleatoriamente en la denominada canasta
básica del CENDA. Los diferenciales entre la canasta básica y los SMN es una
relación monetarista en tanto establece una referencia dada por la cantidad de
masa monetaria en posesión de las familias, siempre insuficiente en esta
relación.
En segundo lugar, cabe preguntarse
acerca de la metodología utilizada por esta asociación civil para medir las
diferencias entre estos dos elementos en Venezuela, sobre todo en momentos en
los cuales vivimos en hiperinflación. En estos casos es más que evidente, la
imposibilidad de cubrir con salarios mínimos los costos de los productos en una
economía con esa enfermedad, nunca ha sido posible y nunca será posible que se
pueda cubrir las necesidades de productos básicos para las familias con los
salarios mínimos en épocas inflacionarias. Aquí, podemos colocar un ejemplo
gráfico referidos a las cadenas de abastos llamadas Bicentenarios, abiertos a
mediados de la Revolución Bolivariana precisamente para contrarrestar el boicot
a los alimentos que adquirían las familias venezolanas, y que recientemente han
sido cerrados debido a que ellos no dispensaban a sus compradores, productos a
precios alternativos al mercado “capitalista”. Es decir, los productos a bajos
costos a los consumidores subsidiados por el Estado, no ha sido posible
mantenerlo en estas cadenas, trasladándose a otras políticas sociales (CLAP).
En tercer lugar, más allá de la
evidencia real, de lo ocurrido en la práctica cotidiana, independiente de lo
dudoso que resulta esos estudios de una asociación civil como CENDA, la pregunta
necesaria es como hoy día subsisten las familias venezolanas. Mas allá de los
clichés de los operadores políticos de un lado y del otro, las familias
venezolanas se encuentran en medio de una arremetida feroz de liberalizaciòn
absoluta de precios de bienes y servicios sin controles, ni de parte de
los propios productores y
distribuidores capitalistas quienes deberían cuidar que en definitiva el
mercado no colapse en desmedro de ellos mismos ni controles suficientes y
efectivos, de parte del Estado, quien tiene la obligación de desplegarlos en un
modelo de sociedad que se ha intentado configurar como Socialista.
Ante esa arremetida despiadada
de las fuerzas de los actores privados nacionales y transnacionales que operan
en el negocio de los alimentos y medicamentos, ante los actos de solidaridad
anónima insuficientes del estado venezolano, quien se ha convertido en una
versión actual del Estado de bienestar, debe ocurrir algunos procesos que hagan
posible el sostenimiento de la familia venezolanas ya que de no existir dichos
procesos, las muertes por inanición serian cuantiosas desde el momento en que
el gobierno perdió el control de la economía y los actores privados al
descubrirlo, se dieron a la tarea de arremeter de forma despiadada en contra
del pueblo. O tal vez en este caso, la mentira metodológica del CENDA es
absoluta.
Algunos grupos de la economía,
participes o no de un proyecto Socialista o Bolivariano, han propuesto
distintas salidas a la actual situación de cosas de la realidad venezolana. Desde
mi óptica, todos apuntan a los mismos cánones conocidos que no harán si no
refrescar la crisis y alargar su presentación en el tiempo. Allí están los
ejemplos de Argentina, México que con la aplicación de planes de distintas
denominaciones ideológicas, han terminado todos en la misma encrucijada. Estos investigadores económicos, han
propuesto “distintas” respuestas a la actual crisis todas hermanadas en una
sola variable. Son salidas desde arriba hacia abajo, son emisiones de salidas
desde un actor interesado (Privado o Púbico), y todas no consideran el papel de
lo concreto del ser humano que vive y revive en su cotidianidad de una manera
sorprendente. Esa vida en la cotidianidad tiene que ver con la SOLIDARIDAD
que se despierta ante las circunstancias adversas. La resistencia
colaboracionista en nuestras comunidades aun es insuficiente debido entre otras
razones, a que por décadas se nos sembró como toda sociedad que aspirase a
imitar el desarrollo emanado de los grandes consorcios multinacionales, la individualización
y la atomización que conlleva el olvido del programa de la solidaridad.
Y que el Estado venezolano, bajo los cánones del desarrollismo moderno, ha
replicado.
El egocentrismo, el
individualismo, al aislacionismo o lo que llama Morin, la “metástasis del
ego”, ha conducido a evitar la política por el reforzamiento de la
solidaridad que es imposible decretarla desde el Estado, pero que si es posible
crear condiciones para que ella se desarrolle de manera de consolidar
herramientas que hagan posible una vida más feliz y poética en el seno de
nuestras comunidades. Los subsidios anónimos entregados por el Estado
venezolano, seguramente deberán mantenerse pero combinados con subsidios
solidarios que permitan a las comunidades desarrollar sus potencialidades en el
programa del nosotros que se encuentra aún adormecido por la acción de
unos actores económicos que mantienen con sumo interés el aislacionismo y el
individualismo y a su vez, un Estado que desarrolla un proceso de
individualismo para el control de los movimientos populares que pudieran dar
cuenta de una salida distinta y tal vez más radical.
Esta crisis lleva una promesa
regeneradora de lazos civilizatorios, aunque en ocasiones parezca prevalecer lo
individual y egoísta del programa egocéntrico de nuestra sociedad. La
resistencia colaboracionista existentes en nuestras comunidades más humildes,
ha logrado brindar soporte ante esta doble presencia de las ansias de
enriquecimiento y a su vez de aniquilamiento de la empresa privada y a su vez, por
la falta de acción o de no poder accionar del Estado venezolano más allá
insistimos, de los subsidios anónimos. Las salidas a esta crisis parecen
encontrarse en otros pliegues de la sociedad; como impulsar proyectos
colectivos autónomos pero con apoyo público en el financiamiento del consumo y
la producción sin controles proselitistas; apoyo para el desarrollo de sistemas
educativos en las comunidades con recursos propios; circuitos colaboracionistas
hacia los niños, jóvenes y ancianos para producir, consumir ecológicamente y
garantizar sus fortalezas para la superación de los momentos actuales con
resiliencia y fortalecimiento de los valores comunales; controlar por medio de
la recreación creativa y valorada concibiendo las pandillas como refuerzo solidarios
para el apoyo.
En fin, consideramos que el
Estado venezolano ante el momento en que nos encontramos donde en apariencia no
le es posible accionar en los controles, debe idearse mecanismos diferentes a
lo convenido en los manuales de unos u otros especialistas, para que lo
colectivo se imponga ante la anomia imperante en nuestra sociedad que padece
más los males del aislacionismo que la carencia de los alimentos. Debe
desarrollar un plan público para eliminar la infelicidad. Desarrollar una
economía plural, social y solidaria (EPSS) como habla Morin donde la lógica de
la donación, la ayuda mutua y la gratuidad se imponga en los espacios
comunales para hacer frente a la devastación del capital y a la inacción o
complacencia de lo público. Así mismo, desarrollo del comercio justo (que tanto
se le reclama a los organismos multilaterales) a lo interno, con dialogo
permanente, transparente, y con respeto entre los pequeños productores. La
reforma de la fábrica no solo en términos productivos capitalista de la
ganancia que debe garantizarla para su reproducción, sino también en términos
de la reforma de la fábrica (pensemos en SIDOR) haciendo policéntrico la forma
de decidir en momentos determinados, eliminando la hiperespecializaciòn
jerárquica para la toma de decisión en la cúspide la misma, haciéndola un
centro para la solidaridad y la responsabilidad. Replicar ejemplos como lo del
ayuntamiento de Marinaleda en Andalucia, desarrollando el pleno empleo mediante
fórmulas comunitarias no son ni imposibles ni soñadoras. Esta misma reforma se
impone a la escuela y la universidad, como espacio para la formación ecológica
en términos de conservación de la especie, de reproducción de los mecanismos de
solidaridad y de desarrollo de lo etno antropológico universal, mirando lo
propio para transformar el mundo.
Se pueden realizar enfoques como
este y otros muchos desde espacios como las escuelas, universidades, fabricas
donde existan comunidades sensibles y comprometidas para salir de las trampas
que los medios de propaganda intentan imponer. De unos medos que intentan
derrocar los sueños construidos y otros medios de propaganda, que intentan
preservar a las nuevas cúpulas en el usufructo del poder y la riqueza material.
Al final lo que podemos decir,
es que la mayor pobreza no podrá ser medida por las condiciones monetarias de
las familias. Su evaluación deberá contar con parámetros o variables a ser
elaborada en razón de las condiciones in-solidarias en las cuales
viviremos de no disponernos a cambiar los patrones de la sociedad hiper
especializada, egocéntrica, capitalista y excluyente que no es más que hablar
de miseria en cualquier parte del mundo, viva en una capital del norte o viva
en un país del sur. La monetarización es un rasgo evidente de la pobreza, pero
no menos importante es la posibilidad de la solidaridad, la ayuda mutua, la
donación el trueque como fórmulas que contribuyen de manera decidida a un
concepto superior de riqueza/pobreza.