Por
Isabel Perozo
"The
Red Plague" es el título de la última saga del arsenal publicitario
contra el chavismo que recorre viralizada la Web, no sólo bajo el formato
de video compartible, también lo hace en cualquier posteo desde el exilio,
invocando una oleada fascista que arrase con todo lo chavista, porque es eso,
como la peste, además de aborrecible, es exterminable.
Limpiar Latinoamérica de la
"impureza roja" no sólo es una consigna, es una especie de ánimo que
internamente va tomando fuerza en la misma medida en que las dificultades
crecen, arden y se intensifican rápidamente. Entonces el asedio imperial se
desdibuja dándole paso a la sensación de que, quien puede estarnos haciendo
daño, es el mismo gobierno. Así también, la misma izquierda, que hace unos
meses defendió la necesidad de mantener la paz y al gobierno de Maduro,
comienza a trastabillar entre posteos quejosos que refieren a engaños y a
chantajes, entre otras contradicciones.
Dice una amiga desde la
comodidad del "primer mundo" que a los gobiernos imperiales no
les interesa atacar físicamente a Venezuela, "basta con mantenerla
hundiéndose para que siga siendo el mal ejemplo". De esta forma cualquier
intento antisistema tiene en Venezuela el peor referente a la hora de mantener
la estabilidad económica y la prosperidad de un país. "Así a nadie se le
ocurrirá votar nuevamente por el socialismo", sentencian los feligreses de
"la peste roja".
Lo cierto es que la
multidimensionalidad de esta guerra es difícil de descifrar inclusive para
buena parte de la intelectualidad de izquierda en Latinoamérica y el mundo,
pues es complejo siquiera pensar que los tentáculos del asedio pueden estar
disgregados en algunas instancias de gobierno tomando la forma de corrupción,
negligencia, burocratismo, autoritarismo y otros flagelos, que le restan
velocidad para enfrentar la ofensiva desmembradora del Estado.
Es decir, el plan para
Venezuela consiste en convertirla en varios países pequeños, y este peligro
trasciende el enfrentamiento partidista rojo vs. blanco, buenos vs. malos,
GPP vs. "La MUD". Este enfrentamiento es una especie de
caricatura que simplifica una confrontación mucho más compleja y fundamental:
se trata de la unidad nacional vs. el desmantelamiento de la nación venezolana.
Pocos lo mencionan en voz
alta, pero unos cuantos susurran el ejemplo de Yugoslavía con la preocupación
de quien alcanza a extender su horizonte unos metros más allá de sus dogmas de
cabecera.
Yugoslavia, aquella gran
nación que hace poco más de 20 años parecía haber sobrevivido a la caída de la
Unión Soviética, sufrió los corrientazos de la balcanización promovida por
Estados Unidos y terminó convirtiéndose en seis pequeños países enfrentados
entre sí, algunos de los cuales desfilan por estos días en la grama del Mundial
de Fútbol.
Las contiendas yugoslavas
circundaban alrededor del odio entre regiones, y jaló desde las mezquindades el
crecimiento de pretensiones independentistas, siempre acudiendo al
anticomunismo como hilo conductor de toda la secuencia.
Ahora "la peste
roja" es el nuevo aliento del patoterismo facho que reúne toda la
arrechera local y transnacional en un enemigo único, y le abre camino al
próximo ejemplo clásico de cómo se derrota a cualquiera que se proponga
rebelarse contra el orden establecido, ese único orden pensable y tolerable.
Entonces, seccionando el
territorio y el alma nacional en pedacitos, separando lo enfermo de lo
sano, se acabarían los malos ejemplos y Latinoamérica retornaría a su cauce
desigual libre de ruido independentista.
Así todo volverá a
estar limpio.