Por Frei
Betto
En
ningún otro continente hay, en las últimas tres décadas, cambios tan
significativos como en América Latina y el Caribe. Son grandes los
desafíos que se presentan en los 33 países, con 600 millones de habitantes.
Después del fracaso del TLCAN
(Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y México, y Chile como
asociado), y el rechazo de la propuesta del ALCA (Área de Libre Comercio de las
Américas) por la mayoría de los países del Continente, éste inició su recorrido
por un camino propio. América Latina y el Caribe alcanzaron, al fin, su
mayoría de edad.
Muchos factores contribuyeron
a este avance. Primero, la resistencia de la Revolución Cubana, que no
sucumbió frente a las agresiones de EEUU ni como consecuencia de la caída del
Muro de Berlín y del fracaso de la Unión Soviética.
Vino luego el rechazo
electoral a los candidatos que encarnaban la propuesta neoliberal y la victoria
de aquellos identificados con las demandas populares, en especial de los más
pobres: Chávez, Daniel Ortega, Lula, Bachelet, Kirchner, Mujica, Correa,
Morales, etc. Varios organismos fueron creados para fortalecer la
integración continental: Alba, Celac, Telesur, Unasur, Caricom, Aladi,
Parlatino, Sica, etc.
Muchas dificultades, sin
embargo, se configuran en el horizonte. En esta economía globalizada y
hegemonizada por el capitalismo neoliberal, la crisis de monedas fuertes, como
el dólar y el euro, afecta negativamente a los países del continente.
Aunque hay avances en el combate a la pobreza extrema, aún hoy la región
alberga millones de miserables; los salarios pagados a los trabajadores son
bajos frente a los costos inflacionarios de las necesidades vitales; la
desigualdad social crece vertiginosamente (de los 15 países más desiguales del
mundo, 10 se encuentran en el Continente).
En Europa, donde la crisis
económica desempleó a más de 30 millones de personas, la mayoría jóvenes, ya no
hay una izquierda capaz de proponer alternativas. El Muro de Berlín se
derrumbó sobre la cabeza de partidos y militantes de izquierda, casi todos
cooptados por el neoliberalismo. Y ahora, los atentados terroristas
refuerzan la xenofobia, la política de puertas cerradas a los refugiados, y los
partidos de derecha que defienden una "Europa para los europeos" y un
Estado policial.
En los países de Celac, la
histórica dependencia de sus economías al mercado externo da indicios de una
crisis que tiende a agravarse. Los índices de crecimiento del PIB caen;
la inflación resurge; y se agravan la desindustrialización y el éxodo rural con
la consiguiente expansión del latifundio.
El
‘pobretariado’
No basta con tener discursos
y políticas progresistas si no encuentran correspondencia y adecuación en los
programas económicos. Y nuestras economías siguen bajo presión de países
metropolitanos; de organismos completamente controlados por los dueños del
sistema (FMI, Banco Mundial, OCDE, etc.); de un sistema de tarifas, en particular
del precio de los alimentos, intrínsecamente injusto, y según el cual los
beneficios privados del mercado tienen más importancia que la vida de las
personas.
El Banco Mundial (BM) alerta
que 241 millones de latinoamericanos pueden caer en la pobreza. Es lo que
Bauman llamó precarización y yo, ‘pobretariado’. Estos 241 millones ni
son pobres, ni pueden ser considerados de clase media. Y constituyen el
38% de la población del continente, en la que se consideran pobres todos los
que se ven obligados a sobrevivir con menos de 4 dólares al día.
Hoy, la mitad de la población
adulta de América Latina vive del trabajo informal, debido a la crisis
económica que afecta a países emergentes como Brasil, México, Argentina y
Venezuela.
Desde que los españoles y los
portugueses llegaron a nuestra tierra natal, la economía continental depende de
la exportación de productos primarios, hoy conocidos como materias
primas. Sin embargo, los grandes importadores, como China y Europa Occidental,
dan señales de declive.
Hoy, se consideran pobres, en
América Latina, 167 millones de personas, y 71 millones son miserables
(sobreviven con un máximo de US $ 1 por día). En Brasil, la miseria ya
alcanza el 12% de la población, y se agrava por el ajuste fiscal del gobierno
golpista de Temer, que afecta a las políticas sociales e inhibe el crecimiento
del PIB.
Todos los gobiernos
progresistas que hoy se congregan en la Celac, saben que fueron elegidos por
los movimientos sociales y por los segmentos más pobres que constituyen la
mayoría de la población. Sin embargo, ¿hay un efectivo trabajo de
organizar los segmentos populares? ¿Los movimientos sociales son protagonistas
de políticas de gobiernos o meros beneficiarios de programas de carácter asistencialista
y no emancipatorio de combate a la pobreza?
¿Cómo los gobiernos
democráticos populares de América Latina tratan a los segmentos de la población
beneficiados por las políticas sociales? ¿Hay un empeño de intensa
alfabetización política de la población o se disemina una mentalidad
consumista?
Individualismo
y el conservadurismo
Es innegable que el nivel de
exclusión y miseria causado por el neoliberalismo exige medidas urgentes que no
escapan al mero asistencialismo. Sin embargo, tal asistencialismo se
restringe al acceso a beneficios personales (bono financiero, escuela, atención
médica, crédito facilitado, dotación de productos básicos, etc.), sin que haya
complementación con procesos pedagógicos de formación y organización políticas.
Se crean, así, reductos
electorales, sin adhesión a un proyecto político alternativo al
capitalismo. Se dan beneficios sin suscitar esperanza. Se promueve
el acceso al consumo, sin propiciar el surgimiento de nuevos protagonistas
sociales y políticos. Y lo que es más grave: sin percibir que, en el seno
del actual sistema consumista, cuyas mercancías reciclables están impregnadas
de fetiche que valoran al consumidor y no al ciudadano. El capitalismo
post neoliberal introduce "valores" – como la competitividad y la
mercantilización de todos los aspectos de la vida y de la naturaleza,
reforzando el individualismo y el conservadurismo.
Nuestros gobiernos
progresistas, en sus múltiples contradicciones, critican al capitalismo
financiero y al mismo tiempo promueven la bancarización de los segmentos más
pobres, a través de tarjetas de acceso a beneficios monetarios, a pensiones y
salarios, y de la facilidad de crédito, a pesar de la dificultad de pagar los
intereses y la liquidación de las deudas.
El peligro es fortalecer, en
el imaginario social, la idea de que el capitalismo es perenne ("La
historia acabó", proclamó Francis Fukuyama), y que sin él no puede haber
proceso verdaderamente democrático y civilizatorio. Lo que significa
demonizar y excluir, aunque por la fuerza, todos los que no aceptan esa
"obviedad" son considerados terroristas, enemigos de la democracia,
subversivos o fundamentalistas.
Esta lógica se refuerza
cuando, en campañas electorales, los candidatos de izquierda acentúan,
enfáticamente, con la confianza en el mercado, la atracción de inversiones
extranjeras, la garantía de que los empresarios y banqueros traerán mayores
ganancias, etc.
¿Hacia
reformas estructurales?
Por un siglo la lógica de la
izquierda latinoamericana jamás se enfrentó a la idea de superar el capitalismo
por etapas. Este es un dato nuevo, que exige mucho análisis para
implementar políticas que impidan que los actuales procesos democráticos
populares sean revertidos por el gran capital y por sus representantes políticos
de derecha.
Este desafío no puede
depender sólo de los gobiernos. Se extiende a los movimientos sociales y
a los partidos progresistas que, cuanto antes, necesitan actuar como
"intelectuales orgánicos", socializando el debate sobre avances y
contradicciones, dificultades y propuestas, para ensanchar siempre más el
imaginario centrado en la liberación del pueblo y en la conquista de un modelo
de sociedad post-capitalista, verdaderamente emancipatorio.
La cabeza piensa donde pisan
los pies. Nuestros gobiernos progresistas corren el serio riesgo de verse
sucumbidos por la contradicción entre política de izquierda y economía de
derecha, si no movilizan al pueblo para implementar reformas
estructurales. Y el principio del violín, que se aferra con la izquierda
y se toca con la derecha...
Como decía Onelio Cardozo,
las personas tienen “hambre de pan y de belleza”. La primera es saciable;
la segunda, inagotable. Eso significa que el deseo humano, que es
infinito, sólo dejará de ser rehén del consumismo y del hedonismo –tentáculos
del neoliberalismo– si ha saciado su hambre de belleza, o sea, de sentido de
existencia.
Esto no se alcanza apenas con
más frijoles en el plato y más dinero en el bolsillo. Será un sí, si
existe una formación capaz de imprimir en cada ciudadano y ciudadana, la
convicción de que vale la pena vivir y morir para que todos tengan vida, y vida
en abundancia, como dijo Jesús (Juan 10, 10). (Traducción CEAAL).
Frei Betto es escritor, autor de "La mosca azul - reflexión sobre el
poder" (Ocean Press y Ciencias Sociales de Cuba), entre otros libros.