Por Raúl
Zibechi, Pablo Stefanoni/Fernando Molina, Marcos Roitman
El
levantamiento del pueblo boliviano y de sus organizaciones fue lo que en última
instancia provocó la caída del gobierno. Los principales movimientos exigieron
la renuncia antes de que lo hicieran las fuerzas armadas y la policía. La OEA
sostuvo al gobierno hasta el final. La crítica coyuntura que atraviesa Bolivia
no comenzó con el fraude electoral, sino con el sistemático ataque del gobierno
de Evo Morales y Álvaro García Linera a los movimientos populares que los
llevaron al Palacio Quemado, al punto que cuando necesitaron que los
defendieran, estaban desactivados y desmoralizados.
1.- La movilización
social y la negativa de los movimientos a defender lo que en su momento
consideraron “su” gobierno fue lo que provocó la renuncia. Así lo atestiguan
las declaraciones de la Central Obrera Boliviana, de docentes y autoridades de
la Universidad Pública de El Alto (UPEA), de decenas de organizaciones y de
Mujeres Creando, quizá la más clara de todas. La izquierda latinoamericana no
puede aceptar que una parte considerable del movimiento popular exigió la
renuncia del gobierno, porque no puede ver más allá de los caudillos.
La declaración
de la histórica Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB),
cercana al gobierno, es el ejemplo más claro del sentimiento de muchos
movimientos: “Presidente Evo ya hiciste mucho por Bolivia, mejoraste la
educación, salud, le diste dignidad a mucha gente pobre. Presidente no dejes
que tu pueblo arda ni te lleves más muertos por encima presidente. Todo el
pueblo te va a valorar por esa posición que tienes que tener y la renuncia es
inevitable compañero Presidente. Tenemos que dejar en manos del pueblo el
gobierno nacional”.
2.- Este
triste desenlace tiene antecedentes que se remontan, en apretada síntesis, a la
marcha en defensa del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure
(TIPNIS) en 2011. Luego de esa acción multitudinaria, el gobierno empezó a
dividir a las organizaciones que la convocaron.
Mientras
Morales-García Linera mantuvieron excelentes relaciones con el empresariado,
dieron un golpe del Estado contra el Consejo Nacional de Ayllus y Markas del
Qullasuyu (Conamaq) y la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (CIDOB),
dos organizaciones históricas de los pueblos originarios. Mandaron a la
policía, echaron a los dirigentes legítimos y atrás llegaron, protegidos por la
policía, los dirigentes afines al gobierno.
En junio de
2012 CIDOB denunció “la intromisión del gobierno con el único propósito de
manipular, dividir y afectar a las instancias orgánicas y representativas de
los pueblos indígenas de Bolivia”. Un grupo de disidentes con apoyo del
gobierno desconocieron a las autoridades y convocaron una “comisión ampliada”
para elegir nuevas autoridades.
En diciembre
de 2013, un grupo de disidentes de CONAMAQ, afines al MAS, tomaron el local,
golpearon y expulsaron a quienes allí se encontraban con apoyo de la policía,
que permaneció resguardando la sede e impidiendo que las legítimas autoridades
pudieran recuperarla. El comunicado de la organización asegura que el golpe
contra CONAMAQ se dio para “aprobar todas las políticas en contra del
movimiento indígena originario y del pueblo boliviano, sin que nadie pueda
decir nada”.
3.- El 21 de
febrero de 2016 el propio gobierno convocó un referendo para que la población
se pronunciara a favor o en contra de la cuarta reelección de Morales. Pese a
que la mayoría dijo NO, el gobierno siguió adelante con los planes de
reelección.
Ambos hechos,
el desconocimiento de la voluntad popular y la expulsión de las legítimas
direcciones de movimientos sociales, representan golpes contra el pueblo.
Más grave aún.
En la mañana del miércoles 17 de febrero, días antes de la celebración del
referendo, una manifestación de padres de alumnos llegó hasta la alcaldía de El
Alto. Un grupo de cien manifestantes ingresó por la fuerza al recinto
provocando un incendio en el que murieron seis personas. Los manifestantes que
se escudaron en la movilización de los padres pertenecían al oficialista
Movimiento al Socialismo (MAS).
Este es el
estilo de un gobierno que denuncia “golpe” pero una y otra vez ha actuado de
forma represiva contra los sectores populares organizados que enfrentaron sus
políticas extractivistas.
4.- Las
elecciones del 20 de octubre consumaron un fraude para la mayoría de las
personas en Bolivia. Los primeros datos apuntaban hacia una segunda vuelta. Pero
el conteo se detuvo sin explicación alguna y los datos que se ofrecieron al día
siguiente mostraban que Evo ganaba en primera vuelta, ya que obtenía más de 10%
de diferencia aunque no llegara a 50% de los votos.
En varias
regiones se producen enfrentamientos con la policía, mientras los manifestantes
queman tres oficinas regionales del tribunal electoral en Potosí, Sucre y
Cobija. Las organizaciones ciudadanas convocan a una huelga general por tiempo
indeterminado. El día 23, Morales denuncia que está en proceso “un golpe de
estado” por parte de la derecha boliviana.
El lunes 28,
se intensifica la protesta con bloqueos y enfrentamientos con la policía, pero
también entre simpatizantes y opositores del gobierno. Como en otras ocasiones,
Morales-García Linera movilizan a las organizaciones cooptadas para enfrentar a
otras organizaciones y a personas que se oponen a su gobierno.
El 2 de
noviembre se produce un viraje importante. El presidente del Comité Cívico de
Santa Cruz, que mantenía una alianza con el gobierno de Morales, Luis Fernando
Camacho, llama al ejército y a la policía a “ponerse del lado de la gente” para
forzar la renuncia del presidente, invocando a dios y la biblia. El viernes 8
se amotinan las primeras tres unidades policiales en Cochabamba, Sucre y Santa
Cruz, y los uniformados fraternizaron con los manifestantes en La Paz. Dos días
después, con un país movilizado, el binomio ofrece su renuncia verbal, que no
escrita.
5.- En este
escenario de polarización, debemos destacar la notable intervención del
movimiento feminista de Bolivia, en particular el colectivo Mujeres Creando,
que encabezó una articulación de mujeres en las principales ciudades.
El 6 de
noviembre, en plena polarización violenta, María Galindo escribió en el
diario Página 7: “Fernando Camacho y Evo Morales son
complementarios”. “Ambos se erigen en representantes únicos del ‘pueblo’. Ambos
odian las libertades de las mujeres y la mariconada. Ambos son homofóbicos y
racistas, ambos usan el conflicto para sacar ventaja”.
No sólo exige
la renuncia del gobierno y del tribunal electoral (cómplice del fraude), sino
la convocatoria de nuevas elecciones con otras reglas, donde la sociedad esté
involucrada, para que “nadie necesite nunca más de un partido político para ser
escuchad@ y para hacer ejercicio de representación”.
La inmensa
mayoría de las personas que habitan Bolivia no entró en el juego de la guerra
que quisieron imponer Morales-García Linera cuando renunciaron y lanzaron a sus
partidarios a la destrucción y el saqueo (en particular en La Paz y El Alto),
probablemente para forzar la intervención militar y justificar así su denuncia
de un “golpe” que nunca existió. Tampoco entraron en el juego de la
ultraderecha, que actúa de forma violenta y racista contra los sectores populares.
6.- La
izquierda latinoamericana, si es que aún queda algo en ella de ética y
dignidad, debemos reflexionar sobre el poder y los abusos que conlleva su
ejercicio. Como nos enseñan las feministas y los pueblos originarios, el poder
es siempre opresivo, colonial y patriarcal. Por eso ellas rechazan los
caudillos y las comunidades rotan sus jefes para que no acumulen poder.
No podemos
olvidar que en este momento existe un serio peligro de que la derecha racista,
colonial y patriarcal consiga aprovechar la situación para imponerse y provocar
un baño de sangre. El revanchismo político y social de las clases dominantes
está tan latente como en los últimos cinco siglos y debe ser frenado sin
vacilaciones.
No entremos en
el juego de la guerra que ambos bandos nos quieren imponer.
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¿Cómo derrocaron a Evo?
Pablo Stefanoni y Fernando Molina
El gobierno de
Evo Morales fue una revolución política antielitista. La situación actual no
estaba en el horizonte de nadie y habla de un movimiento contrarrevolucionario.
El líder visible es Luis Fernando Camacho, un empresario de 40 años que no
participó en el proceso electoral y llegó al Palacio Quemado con una biblia y
una escolta policial. Mientras festejaba en La Paz el derrocamiento del
presidente, en la calle quemaban Whipalas y gritaban “echamos al comunismo”.
Empecemos por
el final (o por el final provisorio de esta historia): el domingo en las
últimas horas de la noche, el líder cruceño Luis Fernando Camacho desfiló
arriba de un carro policial por las calles de La Paz, escoltado por policías
amotinados y vivado por sectores de la población opositores a Evo Morales. Se
escenificaba así una contrarrevolución cívica-policial que sacó del poder al
presidente boliviano. Morales se parapetó en su territorio, la región cocalera
de El Chapare que lo vio nacer a la vida política y donde se refugió de los
riesgos revanchistas. Es una parábola –al menos transitoria– en su vida
política. De este modo, lo que comenzó como un movimiento en demanda de una
segunda vuelta electoral tras la polémica y confusa elección del 20 de octubre
terminó con el jefe de las Fuerzas Armadas “sugiriendo” la renuncia del presidente.
Una
sublevación contra Evo Morales no estaba en el horizonte de nadie. Pero en tres
semanas, la oposición se movilizó con más firmeza que las bases “evistas”, que
tras casi 14 años en el poder fueron perdiendo potencia movilizadora mientras
el Estado iba reemplazando a las organizaciones sociales como fuente de poder y
burocratizando el apoyo al “proceso de cambio”. Y en pocas horas, lo que fue el
gobierno más fuerte del siglo XX en Bolivia pareció desmoronarse (hay varios ex
funcionarios refugiados en embajadas). Ministros renunciaron denunciando que
sus casas eran quemadas y los opositores mostraban a los tres muertos de los
enfrentamientos entre grupos civiles como prenda de indignación frente a lo que
llaman la “dictadura”. Finalmente, el domingo Evo Morales y Álvaro García
Linera renunciaron y denunciaron un golpe en marcha.
El Movimiento
al Socialismo (MAS), formado en los años 90, fue siempre un partido
profundamente campesino –más que indígena– y eso se trasladó en muchos sentidos
al gobierno de Evo Morales. El apoyo urbano fue siempre condicionado –en 2005
una apuesta a un nuevo liderazgo “indígena” frente a la profunda crisis que
vivía en país; luego porque Evo mantuvo muy buena performance económica–, pero
los intentos de Morales de permanecer en la presidencia –sumado a sustratos
racistas de vieja data y la sensación de exclusión del poder– alentaron a las
clases medias urbanas a salir a la calle contra Morales. Objetivamente
hablando, el llamado “proceso de cambio” no favoreció a la clase media
tradicional ni al estamento “blancoide” –como se suele denominar a los
“blancos” en Bolivia–, y, en cambio, les quitó poder. La de Morales fue
revolución política antielitista. Por esto chocó contra las élites políticas
anteriores y las sustituyó por otras, más plebeyas e indígenas. Este hecho
desvalorizó hasta hacer desaparecer el capital simbólico y educativo con que
contaba la “clase burocrática” que existía antes del MAS. Entretanto, sus
victorias electorales con más del 60 por ciento le permitieron copar todo el
poder el Estado.
Morales
pareció sellar una victoria de la política sobre la técnica. Si el
neoliberalismo creía en el derecho de los “más capaces” a imponer sus visiones
al conjunto, el “proceso de cambio” creía en el derecho de la Bolivia popular
de imponerse sobre los “más capaces”. Para actuar recurrió a la política
(igualitarismo) y al reparto corporativo de cargos entre diversos movimientos
sociales antes que a la técnica (elitismo). Por esta razón no llenó de manera
meritocrática las vacantes dejadas por el repliegue de la burocracia
neoliberal. Y tampoco recurrió sistemática y ampliamente a las universidades
para proveerse de un capital cultural que, en cambio, consideraba prescindible.
Esto agrió a la clase media, especialmente a su segmento académico-profesional,
cuya expectativa máxima era lograr un claro reconocimiento social y económico
de los saberes que posee.
Y finalmente,
el MAS fue crecientemente estatista. El enfoque siempre estatista con que el
gobierno abordaba los problemas y necesidades que iban surgiendo en el país lo
llevó a ignorar y a menudo a chocar con los pequeños emprendimientos privados,
esto es, con los emprendimientos de la clase media. Por esta razón había roces
entre el “proceso de cambio” y los sectores emprendedores no indígenas y no
corporativos (los que sí se beneficiaban de los aspectos políticos del cambio e
indignaban a los “clasemedieros”). Es cierto que existía un pacto de no agresión
y de apoyo táctico entre el “proceso de cambio” y la alta burguesía o clase
alta, pero este se fundada en razones políticas antes que empresariales o
económicas.
Por otra
parte, varias medidas adoptadas por Evo Morales desestabilizaron la dotación de
capitales étnicos, perjudicando a los blancos: si bien no hizo una reforma
agraria, benefició a los pobres con la dotación de tierras fiscales; hubo una
redistribución del capital económico –mediante infraestructuras y políticas
sociales– en favor de sectores más cholos y populares; la política educativa
implementada por el gobierno mejoró la dotación de capital simbólico a los
indígenas y los mestizos, mediante la revaloración de su historia y su cultura
pero, al mismo tiempo, el gobierno hizo muy poco para elevar el nivel de la
educación pública y, por tanto, para arrebatar el actual monopolio blanco de la
educación (privada) de alta calidad. Así, las élites anteriores perdieron
espacios en el Estado, vieron debilitados de sus capitales simbólicos y sus vías
de influencia en el poder. En síntesis: el Club de Golf perdió cualquier
relevancia como espacio de reproducción de poder y estatus.
Diversas
encuestas ya mostraban la desconfianza de los sectores medios respecto al
presidente. No por la gestión, que aprobaban, sino por la duración del dominio
de la élite que Evo dirigía. Tal era la cuestión que importaba a la clase
media, una cuestión que la persistencia en la meta reeleccionista de Morales
hicieron imposible de resolver, precipitando a la clase media a la sedición. Y
a esto se sumó que el “proceso de cambio” no debilitó los microdespotismos
presentes en toda la estructura estatal boliviana. El uso de los empleados
públicos en las campañas electorales y, más en general, en la política
partidaria del MAS debilitó el pluralismo ideológico entre los funcionarios
incluso de menor rango.
Bolivia es un
país casi genéticamente antirreeleccionista: ni Víctor Paz Estenssoro,
conductor de la Revolución Nacional de 1952, logró dos periodos consecutivos.
En parte esta tendencia parece una suerte de reflejo republicano desde abajo y
en parte la necesidad de una mayor rotación del personal político. Y cuando
alguien no se va limita el acceso de los “aspirantes”. Todos los partidos
populares que llegan al poder tienen el mismo problema: hay más militantes que
cargos para repartir. El Estado es débil pero es una de las pocas vías de
ascenso social.
Bolivia es
también el paraíso de la lógica de las equivalencias de Laclau: apenas la
situación se sale del carril y se ve débil al Estado todos se suman con sus
demandas, indignaciones y frustraciones, que son siempre muchas dado que es un
país pobre y con muchas carencias. Así también fue esta vez. Los motines
policiales expresan enconos de viejo cuño de sectores bajos con los mandos más
altos, por temas de desigualdad económica y abusos de poder entre las “clases”:
sucedió en 2003, en el motín de 2012 y en el del fin de semana pasado. Potosí,
enfrentado con Evo desde hace años por sentir que desde la Colonia sus riquezas
–ahora el litio– se esfuman y ellos siguen siendo siempre pobres, también se
sumó a la rebelión. Y lo mismo pasó con sectores disidentes de todas las
organizaciones sociales (cocaleros Yungas, ponchos rojos, mineros,
transportistas). Esto se suma a una cultura corporativa que hace que las
demandas de región o sector pesen más que las posiciones más universalistas, lo
que habilita posibles alianzas inesperadas: en esta última asonada se aliaron
Potosí y Santa Cruz, impensable durante las crisis de 2008, cuando Potosí fue
un bastión “evista”.
Luego de
varios años de impotencia política y electoral de la oposición tradicional –los
viejos políticos como Tuto Quiroga, Samuel Doria Medina o el propio Carlos
Mesa– aparece un “liderazgo carismático” nuevo: el de Fernando Camacho. Este
personaje desconocido hasta hace pocas semanas fuera de Santa Cruz se proyectó
primero ocupando un vacío en la dirigencia cruceña, que desde su derrota frente
a Evo en 2008 había pactado cierta pax. Aupado en una nueva fase de
radicalización juvenil el “macho Camacho”, un empresario de 40 años, se erigió
como líder del Comité Cívico de la región que agrupa a las fuerzas vivas con
hegemonía empresaria y defiende los intereses regionalistas. Y más
recientemente, frente a la debilidad de la oposición, Camacho esgrimió una
mezcla de Biblia y “pelotas” para enfrentar “al dictador”. Primero escribió una
carta de renuncia “para que Evo la firme”; luego fue a llevarla a La Paz y fue
repelido por las movilizaciones oficialistas; pero volvió al día siguiente para
finalmente entrar el domingo a un desierto Palacio Quemado –el viejo edificio
del poder hoy trasladado a la Casa Grande del Pueblo– con su Biblia y su carta;
allí se arrodilló en el piso para que “Dios vuelva al Palacio”.
Camacho selló
pactos con “ponchos rojos” aymaras disidentes, se fotografió con cholas y
cocaleros anti-Evo y juró no ser racista y diferenciarse de la imagen de una
Santa Cruz blanca y separatista (“Los cruceños somos blancos y hablamos
inglés”, había dicho alguna vez una Miss). Y, en una
productiva estrategia, Camacho se alió con Marco Pumari, el presidente del
Comité Cívico de Potosí, un hijo de minero que venía liderando la lucha en esa
región contra el “ninguneo de Evo”. Así, el líder emergente e histriónico
terminó siendo el artífice de la revuelta cívica-policial. Para ello desplazó
al ex presidente Carlos Mesa, segundo en las elecciones del 20 de octubre,
quien al ritmo de la aceleración de los acontecimientos se radicalizó sin
convicción ni grandes chances de ser aceptado en el club más conservador por
ser considerado un “tibio”.
René Zavaleta
decía que Bolivia era la Francia de Sudamérica: allí la política se daba en su
sentido clásico, es decir, como revolución y contrarrevolución. Pero el país
vivió más de una década de estabilidad, un periodo que puso en duda la vigencia
del pensamiento de Zavaleta. En 2008 Evo Morales resolvió su pulso con las
viejas élites neoliberales y regionalistas que se habían opuesto a su asunción
al poder y comenzó su ciclo hegemónico: una década de crecimiento económico, de
confianza del público en su porvenir, de aprobación mayoritaria de la gestión
gubernamental; un mercado interno con grandes inversiones financiadas a partir
de ingresos extraordinarios en un tiempo de altos precios de las exportaciones;
y una mejora en el bienestar social.
Pero la
rebelión volvió y se articuló con un movimiento conservador y contrarrevolucionario.
A diferencia de Gonzalo Sánchez de Lozada en 2003, Evo Morales no sacó al
ejército a la calle. Movilizó a los militantes del MAS, al tiempo que se
expandió a través de las redes sociales y los medios la imagen de las “hordas
masistas” –ya no se puede decir campesinas o indígenas–. El informe de la OEA
sobre el resultado electoral, alertando sobre alteraciones, minó la
autoconfianza del oficialismo: perdió la calle y las redes al mismo tiempo.
Esta auditoría, que podría haber pacificado la situación, fue rechazada por la
oposición, que consideraba a Luis Almagro un aliado de Evo Morales por haber avalado su repostulación. La
organización acaba de pronunciarse para rechazar “cualquier salida inconstitucional a la situación”.
Una de las
razones del insurreccionalismo es el caudillismo, esto es, la ausencia de
instituciones políticas consolidadas. No existe más que una lógica
inmediatista, de “suma cero”: se gana o se pierde todo, pero nunca se busca
acumular victorias y derrotas parciales con la vista puesta en el futuro. Evo
Morales no superó esa cultura y por eso buscó seguir en su cargo: pero la
oposición hasta ahora tampoco y emerge con otro “caudillo” de derecha como
Camacho. No sabemos qué futuro político le aguarda pero ya cumplió una “misión
histórica”: que las ciudades acaben con la excepción histórica de un gobierno
campesino en el país. No casualmente tras el derrocamiento de Evo se quemaron
Whipalas, bandera indígena transformada en una segunda bandera nacional bajo el
gobierno del MAS. Y adicionalmente, sacar al nacionalismo de izquierda del
poder: “echamos al comunismo”, repetían los movilizados en las calles, algunos
con Cristos y Biblias.
Bolivia no es
solo el país de las insurrecciones, sino también de las refundaciones. Solo la
idea de una “refundación” permite cohesionar las fuerzas que requieren las
salidas insurreccionales y anular la influencia social y política de quienes
perdieron. Por otro lado, una “refundación”, y la “destrucción creativa” de
instituciones estatales y políticas que le es consustancial, permiten una
movilización de promesas y prebendas con la dimensión que los nuevos ganadores
requieren para “ocupar” (aprovechar) verdaderamente el poder. Pero la paradoja
es que el país cambia poco en cada refundación. Sobre todo en términos de
cultura política.
Ahora el
péndulo quedó del lado conservador, veremos si la fragmentada oposición a Evo
Morales logra estructurar un nuevo bloque de poder. Pero las heridas étnicas y
sociales del derrocamiento de Evo serán perdurables.
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Bolivia, una nueva estrategia para el golpe de Estado
Marcos Roitman Rosenmann
El gobierno de
Evo Morales ha sido derrocado. Se cumple la máxima. Sin la participación de las
fuerzas armadas y las plutocracias desplazadas del poder, la ruptura del orden
constitucional se antoja inviable. Los golpes de Estado no son blandos, duros,
de guante blanco, simplemente son. La alianza cívico-militar es condición sine
qua non para su triunfo. Otra cosa es el papel de los actores
comprometidos en la sedición golpista. La estrategia depende de la coyuntura,
la correlación de fuerzas y el contexto internacional. Los tiempos cambian.
Hoy, en Bolivia vemos emerger nuevos factores en la estrategia golpista.
Destaca la aparición de un personaje atípico: Luis Fernando Camacho,
empresario, presidente del Comité Cívico de Santa Cruz, ligado a los golpistas
que en 2010, encabezados por Branko Marinkovic y Eduardo Rózsa Flores,
croata-bolivianos, buscaban proclamar la independencia en los departamentos de
Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija. Camacho toma fuerza tras las elecciones del
20 de octubre, lanzó acusaciones de fraude electoral reforzadas por organismos
internacionales de carácter regional (OEA), la prensa internacional y la
derecha latinoamericana. De manera interna cuenta con el apoyo de las iglesias
evangélicas y aglutina el desprecio de los criollos hacia los pueblos
originarios. En su ascenso desplaza del tablero al ex candidato presidencial Carlos
Mesa y su coalición Comunidad Ciudadana. Asimismo, la oposición en la Asamblea
Legislativa tampoco controla la situación. En este contexto, Camacho
declara: El señor Carlos Mesa tuvo tiempo para acompañar esta lucha, pero
la búsqueda de querer ser presidente le ha hecho perder la objetividad de una
lucha mayor, que es la paz del país. Un iluminado se convierte en figura
determinante. Ya no se trata de convocar a nuevas elecciones, se busca la
inhabilitación política del presidente. Se llama a tomar las calles, las
instituciones, los locales del MAS, secuestrar a sus dirigentes y familiares,
quemar sus casas, generar miedo. El odio acumulado por la plutocracia en un
país donde la dominación oligárquica se funda en un discurso de superioridad
étnico racial es el aglutinante. Alcaldes atados a los árboles, obligados a
caminar de rodillas, insultados, sacados de sus hogares, apaleados, amenazados
de muerte. La violencia en manos de hordas suple la acción de las fuerzas
armadas y la policía amotinada. Una situación novedosa en la técnica del golpe
de Estado, sin olvidar el anticomunismo. La embajada de Cuba y Venezuela son
asaltadas por encapuchados. México ofrece asilo al presidente y sus sedes se
abren a un exilio forzado.
Las fuerzas
armadas educadas en la doctrina de la seguridad nacional, no han sufrido
grandes transformaciones en estos años de gobiernos del MAS. Ni siquiera el
ascenso a teniente, capitán o mandos de tropa provenientes de los sectores
populares altera la dependencia ideológica de las fuerzas armadas a las
directrices de la seguridad hemisférica diseñada por Estados Unidos y el
Comando Sur. Su comandante en jefe, Williams Kaliman, pide la renuncia de
Morales. El golpe de Estado se consuma. Con su actitud, lanzan un mensaje: no
haremos nada por mantener el gobierno legítimo. Mientras, la policía sigue el
mismo comportamiento dejando hacer. El discurso anticomunista de guerra
fría aflora como argumento.
En un acto
estudiado, Camacho se traslada a La Paz, rodilla en tierra y Biblia en mano, da
gracias a Dios, deposita su ultimátum en la Casa del Pueblo. Cita a Pablo
Escobar, llama a seguir su ejemplo y anotar el nombre de todos los traidores de
la patria. Mesa ha perdido el control. En un intento por tomar la iniciativa
declara sentirse emocionado por la renuncia de Evo y en su Twitter
sentencia: A Bolivia, a su pueblo, a los jóvenes, a las mujeres, al
heroísmo de la resistencia pacífica. Nunca olvidaré este día único. El fin de
la tiranía. Agradecido como boliviano por esta lección histórica. ¡Viva
Bolivia! Haga lo que haga el presidente Morales, no tiene interlocutores.
Carlos Mesa se convierte en comparsa. La OEA declara el proceso electoral del
20 de octubre un fraude. Los aliados de Camacho no condenan el golpe. Macri y
Bolsonaro, tanto como los gobiernos de Chile y Colombia, se niegan a calificar
los acontecimientos de golpe de Estado. Estados Unidos se alegra de la renuncia
y apoya el golpe.
Las
organizaciones populares, sindicatos y fuerzas sociales que acompañaron el
proceso sufren una ruptura. Las contradicciones se hacen explícitas y los
reproches afloran. Lo que tanto costó construir en tres lustros del MAS puede
desaparecer en horas o días. Los logros sociales, económicos, étnicos,
culturales, de género que hicieron de Bolivia un ejemplo en programas de salud,
educación y vivienda serán demonizados, considerados los causantes del golpe de
Estado. Vuelven los tiempos de oscuridad. Por ahora las noticias no son
alentadoras. Sólo cabe resistir.