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Los sindicatos, el trabajo asalariado y la existencia material garantizada


Por Daniel Raventós
Me invitan a participar en este “debate abierto” de Público sobre “Repensar la economía con los trabajadores y trabajadoras”. Voy a apuntar una parte de lo que me parece más interesante de un debate con este título.

Los tiempos cambian y algunos miran a otro lado. Es habitual el miedo a los cambios. Y los sindicatos, con los enormes méritos que tienen, no son precisamente la “vanguardia” del cambio intelectual. Quizás no les corresponda, pero sí sería deseable algo más de flexibilidad. Pertenezco a CCOO desde hace 40 años, he participado en estructuras de dirección en distintos momentos y creo que puedo decir que no hablo de oídas. Pondré y desarrollaré un ejemplo. La propuesta de la renta básica, una asignación monetaria pública a toda la población de forma incondicional, ha sido debatida por académicos, activistas sociales, políticos… y muy poco por los sindicatos en general, con evidentes y heroicas excepciones. Pero los sindicatos han tomado claramente posición contraria. ¿Por qué los sindicatos son tan reacios ante una propuesta que aborda directamente temas como la robotización, el papel del trabajo asalariado, la dignidad de la existencia material? Las objeciones del mundo sindical han estado basadas en argumentos que pueden resumirse de la siguiente manera.
1) Se argumenta contra la renta básica que los sindicatos perderían fuerza porque debilitaría su potencial de acción colectiva, ya que la renta básica aumenta el poder de negociación individual de los trabajadores. Al aumentar el poder de negociación individual, la capacidad colectiva de la clase trabajadora quedaría debilitada y podría convertirse en un “sálvese quien pueda” insolidario.
2) Como el grueso de la afiliación sindical está compuesta mayoritariamente por trabajadores con contratos de trabajo estables a tiempo completo y bien pagados en relación a la media (entiéndase, bien pagados “en relación a” quiere decir únicamente que los otros están peor pagados) algunos sindicalistas opinan que esta facción de la clase trabajadora podría salir perdiendo económicamente debido a las reformas fiscales que se requerirían para poder financiar una renta básica.
3) Un tercer argumento asegura que la renta básica podría servir de pretexto para desmantelar el Estado del bienestar: educación y sanidad públicas, principalmente. Materia sensible al mundo sindical porque se ha luchado mucho para tener unas buenas sanidad y educación públicas y también se ha luchado contra el ataque a las mismas. La renta básica sería “un cheque” a cambio de la privatización y degradación de las que fueron en su momento buenas sanidad y educación públicas.
4) Se ha aducido también que los empresarios harían presión para reducir los salarios ya que con la renta básica argumentarían que parte de los salarios estarían cubiertos. Argumento que a veces se acompaña con el de “los alquileres”. Si se ha dado en algún momento algún tipo de ayuda a jóvenes, por ejemplo, para conseguir menos difícilmente la vivienda, los propietarios han subido los alquileres.
5) La renta básica se opone a la cultura del empleo que ha sido hegemónica, como no podía ser de otra manera, en el mundo sindical. El hecho de ser una propuesta que desvincula la existencia material del empleo y de los derechos a él vinculados, resulta otra de las objeciones fundamentales, sea formulada en estos o, en parecidos términos, de gran parte de los sindicatos.
6) Una variante importante de esta objeción sindical es que lo importante es el pleno empleo. Dar trabajo remunerado a la gente es lo que da dignidad y lo demás son paliativos.
7) La renta básica podría adormecer o apaciguar la capacidad de lucha de la clase trabajadora al asegurarle una mínima existencia y ello comportaría que los empresarios puedan hacer y deshacer sus proyectos con mayor tranquilidad. Esta situación acabaría redundando en una mayor explotación de la clase trabajadora porque la pasividad que comportaría la renta básica acabaría perjudicando sus condiciones salariales y de bienestar social.
Las respuestas a estas 7 objeciones de los sindicatos pueden resumirse de la siguiente forma.
1) El poder de negociación individual de los trabajadores, con una renta básica, aumentaría sin ninguna duda, posibilitando la salida del llamado mercado de trabajo cuando las condiciones se consideran inaceptables. Pero que el poder de negociación individual aumente no significa que deba salir perjudicado el poder de negociación colectivo sindical. Como algunos pocos sindicatos y muchos más sindicalistas han visto, muy al contrario, en caso de huelga de larga duración una renta básica podría actuar como una caja de resistencia. Una huelga de larga duración es muy difícil de sostener por la pérdida grandiosa de salario en proporción a los días de la misma.
2) Cada vez es mayor el número de personas asalariadas que no tiene contratos estables a tiempo completo. Es más, el contrato estable, lo que hace pocas décadas se llamaba “contrato fijo”, es algo que no existe. Excepto los funcionarios públicos, nadie tiene el puesto de trabajo “fijo” como equivalente de “asegurado”. El posible conservadurismo de algunos trabajadores con contratos relativamente bien pagados contrarios a la renta básica (“es una vergüenza que haya gente que cobre ‘sin hacer nada’ mientras yo tengo que levantarme a las 6 de la mañana para ganarme el pan”), no debe hacer perder de vista el inmenso número de personas en situación contractual peor que saldrían ganando. Además, hay un error técnico con esta prevención sindical: la inmensa mayoría de afiliados a los sindicatos saldrían ganando con la financiación de una renta básica como la que hemos propuesto desde hace ya algún tiempo. Véase por ejemplo aquí.
3) Sobre la “destrucción” del Estado de bienestar. Se ha escrito y mostrado muchas veces, pero no importa repetirlo: los defensores de derechas pretenden desmantelar el Estado del bienestar “a cambio” de la renta básica. Cierto. Pero también lo es que los defensores de izquierdas de la renta básica pretenden una redistribución de la renta de los más ricos al resto de la población y el mantenimiento, e incluso el fortalecimiento, del Estado del bienestar. Una retorcida, pero quizás propagandísticamente efectiva forma de embrutecer la discusión o de confundirla es meterlos a todos en el mismo saco. Hay quien incluso niega que la renta básica sea de derechas o de izquierdas. Pero esto pertenece más al museo de las curiosidades estrambóticas que a cualquier campo de mínimo interés.
4) Que los empresarios pujarán para intentar reducir los salarios con una renta básica es el mismo argumento que se ha llegado a dar por parte de los sindicatos en Italia, por ejemplo, para impedir que se instaure un salario mínimo interprofesional. Opinión que los sindicatos de los Estados en donde existe un salario mínimo interprofesional no solamente no comparten sino de la que discrepan ferozmente. Parece como si el mismo argumento sirviese para justificar la situación “x” y su contraria. Ello no es lógicamente posible.
5) Sin entrar en este punto a las perspectivas del empleo por robotización que deben ser consideradas racionalmente en cualquier análisis que se haga sobre el futuro del trabajo remunerado, la renta básica, aunque efectivamente desvincula la existencia material del empleo y de los derechos a él vinculados, no es incompatible ni se opone al empleo. Proporciona una forma flexible de compartirlo. A quien trabaja remuneradamente muchas horas, tiene con la renta básica más fácil reducir su horario de trabajo. En palabras de Van Parijs: “Permite a quienes no tienen trabajo escoger el trabajo así liberado, tanto más fácilmente en la medida en que pueden hacerlo sobre la base de un tiempo parcial. Y el suelo firme que proporciona la renta básica permite un tránsito más fluido entre empleo, formación y familia, lo que debería reducir la aparición del agotamiento y la jubilación temprana, permitiendo que la gente extienda el empleo a una parte más prolongada de su vida”. El reparto del tiempo de trabajo se vería incentivado porque personas que en algún momento de su vida precisasen de mayor tiempo por distintas razones (cuidado de alguna persona, estudios, descanso…) tendrían mayores posibilidades de elegir con una renta básica que sin ella.
6) En esta variante de la objeción disponemos al menos de una respuesta fáctica y otra normativa. Empecemos por la primera. Desde 1978 hasta hoy, para Estados de la OCDE, el campeón mundial es el Reino de España, lugar donde la tasa de desempleo ha superado el 15% en 30 años distintos en un periodo de 39 años, de 1978 a 2019. El segundo Estado en tan triste competición está en el cómputo de años ¡a poco más de un tercio! Ser partidario del pleno empleo es admirable, casi heroico (en el caso del Reino de España, propio de mentes ciclópeas cargadas de buenos deseos), pero además hay que especificar si se habla de un pleno empleo en condiciones semiesclavas o en condiciones dignas. Los sindicatos seguro que apuestan por las segundas, la pregunta es: ¿no es la renta básica una medida interesante mientras no se llegase a esta situación de pleno empleo en condiciones dignas? Para algunos incluso entre los que me incluyo sería una buena medida con pleno empleo, pero para los supporters incondicionales del mismo sería al menos aconsejable el apoyo momentáneo. La respuesta normativa se dirige a las aseveraciones frecuentes más sentimentales que racionales del tipo “el trabajo dignifica”. Hay muchas más razones normativas para asegurar que lo que dignifica es tener la existencia material garantizada. Muchos autores, tan distintos en tiempo y formación como Aristóteles y Marx, no tenían la menor duda de que el trabajo asalariado es “esclavitud a tiempo parcial”. Y esclavitud es la palabra contraria a cualquier consideración interesante de libertad.
7) Sobre la pasividad de la clase trabajadora que comportaría una renta básica: lo que indudablemente puede constatarse es que la situación provocada por la crisis económica y las políticas económicas que se han puesto en funcionamiento a partir de entonces, ha provocado una situación de miedo a perder el puesto de trabajo y a aceptar cada vez condiciones de trabajo peores. Como los propios sindicatos constatan. Miedo que constatan y que a menudo sirve para justificar la no convocatoria de movilizaciones. El efecto disciplinador que supone una cantidad muy elevada de trabajadores en paro, que ya fue estudiado por economistas como Michal Kalecki, actúa de forma implacable. Efecto disciplinador que se traduce en aceptación casi acelerada de condiciones salariales y de trabajo más precarias ante el miedo a la “pérdida principal”: la del puesto de trabajo. Es una parte, pero una parte importante, de la historia de los años transcurridos después del estallido de la crisis y de las políticas económicas austeritarias. Una renta básica rompería este efecto disciplinador que dispone el capital contra la población trabajadora. Algo que los sindicatos deberían valorar muy seriamente.
Finalmente, otra confusión que en algún intercambio de opiniones con sindicalistas he observado. Se aduce que la renta básica no es suficiente para abordar algunos de los problemas importantes de tipo económico y social que hoy tenemos planteados. Cierto, pero la confusión es juzgar a la renta básica como una política económica completa. La renta básica sería una medida sin duda importantísima de política económica. Pero no toda una política económica. Otras medidas de política económica que deberían tomarse serían la imposición de una renta máxima, un control público de la política monetaria y una reducción de la jornada laboral. Por citar solamente tres. Toda política económica es una opción social: a quién se favorece y a quién se perjudica. No hay una política económica que favorezca a “toda la población”. Una renta básica es una opción de política económica que, junto con las apuntadas entre otras, apuesta por garantizar la existencia material de toda la población, condición republicana para ser libres.