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La selección natural, la verdad y la impostura


Daniel Raventós
Sin Permiso
La explicación de la vida en nuestro planeta mediante la evolución por selección natural solamente puede ponerla en duda gente partidaria del obscurantismo (recordemos: la militancia contra la difusión del conocimiento), de la religión o de una combinación de ambas que ya acostumbran a ir históricamente muy de la mano. Nunca la pondría en duda ningún disidente creíble en el seno de la comunidad científica.

Como es conocido la actual teoría de la evolución por selección natural se compone de distintos elementos indivisibles: evolución, gradualismo, ascendencia común, selección natural y mecanismos no selectivos de cambio evolutivo. Las pruebas abrumadoras para cada uno de estos elementos no paran de crecer.
Grandes darwinistas vivos como Jerry A. Coyne o Richard Dawkins aunque no tienen la menor duda de lo que quiere decir “teoría” en ciencia, defienden desde hace años que la evolución por selección natural es ya un “hecho”. Intentan con ello apuntalar la idea siguiente: la evolución por selección natural no es “hipotética”, no es una conjetura. Con “hecho” se refieren a que es tanta la evidencia disponible proveniente de muchas ramas científicas distintas que no puede discutirse seriamente. Solamente es una forma de mostrar su convicción, sostenida con una abrumadora evidencia empírica, en la evolución por selección natural. Si una teoría es una explicación de los fenómenos naturales avalados por toda la evidencia disponible o, más precisamente, como han dejado escrito dos grandes investigadores, “un edificio conceptual formado por una colección organizada de nociones y proposiciones que codifica información acerca de cierto tipo de sistemas, fenómenos o procesos y típicamente sirve para dar explicaciones, hacer predicciones y resolver problemas”[1], la evolución por selección natural tiene todas las credenciales para ser considerada teoría. Que algunos de los grandes darwinistas vivos la consideren un hecho, solamente refuerza, o al menos esto es lo que pretenden, la inmensa evidencia empírica de que goza. Efectivamente, consigue explicar mucho a partir de pocos supuestos. Da muchos réditos cognitivos por cada unidad explicativa.
La selección natural o “la supervivencia no aleatoria de variantes aleatorias”, según la agraciada descripción de Dawkins, siempre ha tenido enemigos porque indudablemente es extremadamente peligrosa al explicar la vida mediante un proceso puramente materialista, sin dioses, sin explicaciones sobrenaturales, sin supersticiones que guíen el proceso. Algo tan maravilloso puso, pone y pondrá las alarmas de los que tienen creencias sobrenaturales. Y a la que pueden, atacan. Como está sucediendo una vez más en EEUU. Si bien esta batalla viene de lejos[2] ahora, con los favorables aires propios de una administración imperialista, xenófoba, racista y demofóbica como la que está apuntalando Trump en EEUU, la ofensiva se recrudece. Una de las últimas muestras es el borrador que el departamento de  educación de las escuelas públicas en el estado de Arizona ha presentado para enseñar en estas escuelas. La evolución por selección natural es “rebajada” para abrir la puerta a “otro tipo de ideas” como la responsable del mencionado departamento, Diana Douglas comentó: “Si vamos a educar a nuestros hijos en lugar de solo adoctrinarlos a una forma de pensar, tenemos que poder permitirles explorar todo tipo de áreas”. Obsérvese: no “adoctrinarlos” en una sola forma de pensar (referido a la evolución por selección natural) quiere decir que entren en pie de igualdad en la enseñanza “otro tipo de áreas” como el religioso diseño inteligente que tantos apoyos financieros tiene en EEUU.
Sigo desde hace muchos años la encuesta que Gallup viene realizando desde 1982 en EEUU sobre las creencias entre la población acerca de la evolución por selección natural o por creacionismo sobrenatural. Se han realizado trece encuestas sobre la cuestión en estos 36 años. La última es la muy reciente de 2017. A la pregunta de “Dios creó a los seres humanos en una forma muy similar a la actual en algún momento durante los aproximadamente últimos 10.000 años” responden, recuérdese que eso acaba de realizarse en el año 2017, que están de acuerdo el 38% (en 1982, el 44%). A la pregunta “Los seres humanos se han desarrollado a lo largo de millones de años a partir de formas de vida menos avanzadas, pero Dios guió ese proceso” contestaron afirmativamente 38% (en 1982 era el mismo porcentaje de 38%). Y a la pregunta “Los seres humanos se han desarrollado a lo largo de millones de años a partir de formas de vida menos avanzadas, pero Dios no tomó parte en ese proceso” responden que sí el 19% (9% en 1982). Es decir, nada más ni nada menos que el 76% está de acuerdo en explicaciones sobrenaturales y solamente el 19%, una cuarta parte exacta, está de acuerdo con la explicación que dispone de una abrumadora evidencia empírica (un 5% no respondió a la encuesta de 2017). Esta es la “base social” que da cobertura a gente como Diana Douglas. Y actuaciones como la del departamento de educación del estado de Arizona refuerzan que esta “base social” se mantenga y aún se refuerce.
John Milton defendió hace ya casi cuatro siglos que había que dejar lidiar la verdad con la falsedad porque la primera nunca sería vencida por la impostura en liza libre y abierta. Quizás hoy, a la vista de, entre otras realidades poco gratificantes, las encuestas Gallup a las que me he referido, John Milton tendría una opinión no tan esperanzadora sobre el triunfo de la verdad. Poco podía imaginarse que creacionistas, religiosos, posmodernos y relativistas de todo tipo la pusieran constantemente en duda a principios del siglo XXI. Con la impostura campando a sus anchas.

[1] Jesús Mosterín y Roberto Torretti, Diccionario de lógica y filosofía de la ciencia, Alianza, 2002, p. 556.