La separación de familias se remonta a la época de la esclavitud
Jimmy Centeno,
Don T. Deere y Frederick B. Mill
Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
La separación de familias solo puede continuar funcionando si hay
suficientes colaboradores para reproducir el sistema de detención, transporte,
tramitación e internamiento. Por lo que se refiere a cualquier tipo de pauta
moral, no se puede esperar a tener una visión retrospectiva para ver el trabajo
sucio que ahora es tan claro como la luz del día y por ello imposible de
suavizar. Habría que pertenecer a los servicios de emergencia para salvar a los
niños de un trauma innecesario.
Ya es demasiado tarde para algunos
niños a los que se ha separado de sus padres y en algunos casos de sus
hermanos. Se ha hecho daño a quienes han sido internados y se les sigue
haciendo daño. Y no hay disculpa ni excusa ni protocolo “profesional” en el
cielo o en la tierra que pueda justificar moralmente semejante mal trato
infantil. El intento de Trump de distraer de esta crisis por medio de un
decreto en el último momento llega tarde para estos niños y sus familias. Este
decreto abre otra posibilidad profundamente preocupante para quienes pidan
asilo en el futuro y para los emigrantes: el encarcelamiento indefinido de las
familias o la deportación sin representación legal ni revisión legal imparcial.
Apenas ofrece una solución adecuada a la crisis de la separación [de las
familias] y su único objetivo es consolidar el poder del Servicio de
Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE, por sus siglas en
inglés*) y una larga pauta histórico de crueldad.
Por ese motivo, todas las asociaciones
profesionales, algunos de cuyos miembros prestan “servicios” directamente al
ICE o está aliados de alguna manera con él, con el programa de separación de
familias del ICE y con prácticas futuras de internamiento indefinido de las
familias, deben hacer declaraciones que prohíban colaborar con este sistema ya
que dicha colaboración supone un acto de bajeza moral. Quienes han invertido
financieramente en las instalaciones que “albergan” a estos niños deberían
pensar en revisar sus inversiones. Se debe desmantelar sin dilación alguna todo
el sistema de separación de niños, esto es, todas las instituciones y prácticas
que lo apoyan. Por supuesto, aquellos trabajadores sociales preocupados por el
interés superior de los niños a los que se ha separado de sus familias pueden
minimizar los traumas adicionales haciendo todo lo posible por garantizar una
rápida reunificación familiar. Las medias tintas respecto a la reunificación o
a la modificación de los procedimientos judiciales que prolongan la separación
solo encubrirían y prolongarían el régimen de “Tolerancia Cero”.
Lo sorprendente es que la separación de
los niños y su internamiento se ha convertido en un escándalo nacional. El
rechazo ha sido generalizado y sin equívoco. Ahora está claro que el
internamiento de niños emigrantes perturba los instintos humanísticos al tiempo
que exacerba a los sociópatas comprometidos con una agenda supremacista blanca.
No debemos hacernos ilusiones respecto a la naturaleza violenta de esta agenda.
La política de internamiento solo funciona por medio de la coacción; después de
todo, el ICE arranca a los niños de brazos de sus padres en nombre del Estado.
Algunos estados ya han tenido el acierto de retirar a parte de su guardia
nacional de la zona fronteriza para mostrar su desacuerdo con esta atrocidad.
Pero se debería mandar a casa a todos los soldados de la Guardia Nacional hasta
que haya una investigación completa sobre cómo se estableció tan rápidamente
semejante maquinaria inhumana, sin una supervisión adecuada y ocultándolo en un
primer momento a la visión pública hasta que personas de conciencia acabaron
sacándolo a la luz.
Seamos sinceros acerca de lo que está ocurriendo
ante nuestros ojos. El cruel e inhumano encarcelamiento de niños separados de
sus padres es una respuesta fascista de un gobierno narcisista que halaga su
ego afirmando ser la mejor nación del mundo. Sin embargo, esta grandeza la
reivindica un régimen que lleva a cabo guerras interminables en el extranjero y
en casa implementa una limpieza étnica y el control social. Ayer era el
gobierno Obama el que forzaba la maquinaria de deportación masiva y preparaba
así el camino para el racista furibundo Trump, cuyo programa de internamiento
de niños ya ha asfixiado las vidas de niños inocentes, que son rehenes de una
banda de políticos criminales matones. Los sociópatas que tuvieron la cara dura
de acudir a la televisión nacional para justificar este programa de “Tolerancia
Cero” están dispuestos a violar de forma irreparable la dignidad e inocencia de
los niños.
La separación de familias no es una
patología social nueva, sino que forma parte de una cadena histórica de
incidentes que se remontan a los tiempos de la esclavitud cuando se separaba a
las familias africanas y se vendían en los mercados de esclavos de modo que
nunca se volvían a reunir (1). Las personas nativas estadounidenses conocen
esta dolorosa separación de su comunidad cuando en algunos casos se les quitó a
sus hijos, que fueron enviados a internados para ser atendidos (civilizados) y
adoctrinados en “los modos de vida angloestadounidenses”, una forma cínica de
purgarlos de sus propias tradiciones y prácticas. En este sentido también es
relevante la experiencia japonesa. Durante la Segunda Guerra Mundial se envió a
miles de familias japonesas a campos de internamiento. Estas personas fueron
detenidas y separadas de la población general con el argumento racista de
considerarlas una amenaza nacional.
Una pregunta urgente para la decencia
común es cómo ha podido funcionar tanto tiempo este programa. No es de extrañar
que los llantos y súplicas de esos niños no hayan logrado emocionar los fríos
corazones de políticos llenos de odio. Podemos preguntarnos cuánto tiempo les
costaría a los funcionarios de emigración pedirse un permiso para no participar
en este despiadado acto de encarcelar a nuestros jóvenes. Varias miles de
separaciones después la respuesta es un tiempo demasiado largo,
desmesuradamente largo. Esta práctica de limpieza étnica, con su base colonial
racista, es la prolongación de una muy arraigada lógica discriminatoria de
otras personas que no son ciudadanas del imperio y cuyas pieles de color son
diferentes de las de sus amos imperiales.
Para ir a la base de la patología
social que hace posible en el Estados Unidos actual el internamiento de niños
debemos afrontar primero la banalidad del mal. No olvidemos las palabras de la
demócrata y autoproclamada feminista Madeline Albright cuando se le preguntó si
valía la pena el precio de la vida de quinientos mil niños iraquíes durante el
embargo y la guerra contra Iraq. Ofendiendo incluso a los defensores liberales
de aquella guerra respondió firmemente que sí. Esta banalidad del mal se
extiende desde los niveles superiores a aquellos que implementan directamente
la política, esto es, que toman físicamente a los niños bajo su custodia.
Aunque esta custodia sea momentánea, es el momento coercitivo necesario que
sojuzga a los padres y traumatiza a los niños. No es una buena acción y ni
siquiera el hecho de “cumplir órdenes” cambia su contenido moral.
Por supuesto, no todas las personas que
están en primera línea tienen remordimientos de conciencia y esto no pasa
desapercibido a los espectadores de televisión y de twitter del país. El
sarcasmo de un ciudadano ordinario convertido en agente de una patrulla
fronteriza dentro de una cárcel disfrazada verbalmente de centro de detención y
que califica los llantos de los niños de “orquesta que necesita un director”.
Mientras que la mayoría de los medios de comunicación dominantes se han puesto
a protestar por el internamiento de los niños , el comentarista de Foxs News
que trataba de describir la separación como un viaje a un campamento de verano
refleja la violencia arraigada que hace girar las ruedas de un momento fascista
en gestación (2). Sin duda este momento fascista cuenta con una base de apoyo .
Resulta aterradora esta actitud de indiferencia similar a la del criminal de
guerra Eichman no solo por parte de este agente sino por parte de muchos
ciudadanos que lo secundan alegremente sin cuestionamiento alguno porque es
esta misma mentalidad, tan dispuesta a deshumanizar al otro, la que también
está preparada para tirar de la palanca de la eliminación. Hannah Arendt habla
de esta normalización de la violencia y de la mentalidad burocrática de cumplir
con el “deber” de seguir órdenes en la raíz de un mal cotidiano que se
introduce en el propio social. Oímos ecos del recordatorio de Walter Benjamin
en 1940 de que la “‘situación de emergencia’ en la que vivimos se ha convertido
en la norma” (3). No es de extrañar que un profesor de ciencias políticas
dijera a menudo hace unos años que Estados Unidos estaba a un paso del
fascismo. Era una afirmación difícil de creer hasta que vinieron a por los
niños y a por personas “en la tierna edad”.
Lo más repugnante es leer en un
artículo de Los Angeles Times la buena disposición de la
generación latina/chicana/hispana a "responder al llamamiento de la
Patrulla Fronteriza en la Era de Trump” mientras señalan a los mexicanos (4).
Aquellas personas de piel morena que se unen a la causa de la “Tolerancia Cero”
se han unido, como señala Frantz Fanon, a sus amos supremacistas blancos, e
incluso se han identificado con ellos, para llevar a cabo el acto de oprimir a
los de su propia sangre. La condena por parte de México de estas “políticas de
emigración crueles e inhumanas” demuestra falta de verdadero músculo político
(5). Se critica al ministro mexicano de Asuntos Exteriores Luis Videgaray por
eludir una respuesta a la separación de familias. Como señala la cantante Sasha
Sokol (6), Videgaray envió más tweets felicitando al equipo de fútbol mexicano
en la Copa del Mundo por ganar a Alemania que en contra de la separación de
familias. El audio de los llantos de los niños no suena tan alto como los
gritos de alegría cantando “¡GOL!” aunque es verdaderamente ensordecedor y abre
una brecha en la normalización de los crímenes contra la humanidad.
Para Trump una de las principales
enfermedades de este país proviene de México. Todo lo que es marrón es
mexicano, “mala gente”, “malos hombres” y criminales. En el foro
económico del G7 celebrado en Canadá no se pudieron contener las palabras
vampíricas de Trump, las cuales salpicaron al más serio primer ministro de
Japón, acerca de que iba a deportar a 25 millones de mexicanos a Japón (7).
Esta afirmación tomó por sorpresa a los participantes en el G7 ya que entre
ellos se entiende discretamente que el Sur Global es el principal suministrador
de riqueza al G7: gran parte de la riqueza de este se logra a expensas de los
recursos y de la fuerza de trabajo de América Latina, Asia y África. Es la
misma política, impuesta por el Norte Global, tanto de guerra permanente por el
control de los recursos naturales y de la fuerza de trabajo como de la ofensiva
de Washington para imponer un mundo unipolar que ha generado la peor crisis de
emigración desde la Segunda Guerra Mundial. La reprimenda de Trump y el castigo
de Alemania, así como la falta de control de emigración por parte de Europa
dentro de sus fronteras son cuanto menos un llamamiento nazi a la vuelta de la
blancura, la raza superior sin personas de color y sin las más vulnerables.
La exclamación de Trump “¡no permitiré
que los emigrantes nos infesten!” es una rotunda paráfrasis del Mein
Kampf lanzada para deshumanizar a los “países de mierda” y a los
“peligrosos” emigrantes. La invasión de “Occidente” por parte del “Tercer
Mundo” es el grito de guerra de esos cada vez mayores movimientos de populismo
fascista desde Washinton a Londres y de toda Europa continental (9). Debería
darnos qué pensar para evitar lo que todavía no es inevitable: el giro nazi.
“La estupefacción acerca de que las cosas que estamos viviendo todavía sean
posibles en el siglo XX no es en modo alguno filosófica” (10): [Walter]
Benjamin pide una interrupción radical, una verdadera emergencia que rompa esta
tradición en la que la excepción se ha convertido en norma.
Jimmy Centeno es escritor y
artista, miembro de AFYL ( Philosophy and Liberation Association). Don
T. Deere es profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad
Loyola Marymount University de Los Angeles, CA. Frederick B. Mills es
profesor de filosofía en Bowie State University.
Notas:
* El Servicio de Inmigración y Control
de Aduanas de los Estados Unidos (ICE por sus siglas en inglés) es una agencia
del Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos establecida en
marzo de 2003. Tiene su sede en Washington, DC. (N. de la t.)
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=243356