Por Raúl Zibechi
A
Colombia le fue entregada la llave para el control geopolítico de la región
(con especial hincapié en Venezuela).
El ingreso de Colombia a la
OTAN se concretó el pasado 31 de mayo y tiene por objetivo controlar la región.
Dese el punto de vista geopolítico es la puerta de ingreso de EEUU en
Sudamérica para desestabilizar Venezuela, pero también para disciplinar a los movimientos
populares.
Es el único país de América
Latina que asume el papel de “socio global” de la Alianza Atlántica lo que lo
coloca como aliado privilegiado de los países del Norte junto a Afganistán,
Australia, Irak, Japón, República de Corea, Mongolia, Nueva Zelanda y Pakistán.
Aunque Colombia no sea
miembro pleno de la OTAN, ya que no pertenece a la región del Atlántico Norte,
jugará un papel importante en la cooperación militar y en las tareas que le
asignen los países más poderosos del mundo.
Desde el punto de vista
geográfico, Colombia ocupa un lugar privilegiado al ser el único país
sudamericano que tiene costas en el océano Pacífico y en el Caribe. Tiene
fronteras porosas con Venezuela, además de lindar con Ecuador y Brasil.
Por eso Colombia juega un
papel central en la estrategia de EEUU para la región. Nicholas Spykman
(1893-1943), el teórico geopolítico que tuvo mayor influencia sobre la política
exterior de Estados Unidos en el siglo XX, consideraba que los países
caribeños, incluyendo Colombia y Venezuela, formaban una zona de influencia
donde “la supremacía de Estados Unidos no puede ser cuestionada”.
Esta es una de las razones
por las cuales los países más ricos del mundo decidieron que Colombia debe
ingresar tanto en la OTAN como en la OCDE, y hacerlo de modo simultáneo,
otorgando un cheque en blanco a la elite de ese país en la cual parecen confiar
plenamente.
La segunda razón es de
carácter militar. Según el ranking de la revista Military Power Review, las
Fuerzas Armadas de Colombia dieron un salto en la región sudamericana pasado
del quinto al segundo lugar, sólo detrás de Brasil, “impulsada por la
importante asistencia militar de los Estados Unidos para el combate al
narcotráfico, con énfasis en la inteligencia, modernización y profesionalización
de sus Fuerzas Armadas”.
En paralelo, el presupuesto
militar de Colombia es con mucha diferencia el mayor de la región, según el
“Balance Militar de América del Sur 2017”, publicado por Nueva Mayoría.
Bogotá dedica el 3,4% del PBI
anual a la defensa, frente al 1,3% de Brasil y el 1% de Argentina para 2016. Si
se mide el gasto militar en porcentaje del presupuesto de la nación, Colombia
dedica nada menos que el 15% frente al 7% de Ecuador y el 6% de Venezuela.
A ese enorme gasto hay que
sumar la ayuda en equipos de Estados Unidos. Pero lo que las coloca como las
primeras Fuerzas Armadas del continente es su capacidad de operación sobre el
terreno. La larga guerra contra las guerrillas, en particular las FARC, les ha
proporcionado una amplia experiencia y capacidad de combate en la acción
directa, algo que no sucede con las Fuerzas Armadas de los demás países de la
región, que no enfrentan serios combates desde hace por lo menos tres décadas
(la guerra de las Malvinas en 1982 enfrentó a Argentina con Gran Bretaña, con
una estrepitosa derrota de la primera).
La tercera cuestión que
explica la opción del Norte por Colombia se relaciona con su larga experiencia
en el control de los movimientos populares. El país ha sido un laboratorio de
neutralización de la protesta social, que fue acotada por una hábil combinación
de represión, infiltración y cooptación. De hecho, Colombia es el único país
sudamericano donde la vieja oligarquía de la tierra y la cruz sigue dominando
desde la independencia, hace ya doscientos años.
Al parecer, el papel asignado
es el de exportar el modelo de utilización del narcotráfico para enfrentar a
los movimientos populares con el menor costo político y de legitimidad para las
Fuerzas Armadas.
El general Oscar Naranjo,
actual vicepresidente, fue jefe de Policía de Colombia y asesor de seguridad
del presidente mexicano Enrique Peña Nieto desde 2012 hasta su retorno a Bogotá
en 2014.
Naranjo es considerado el
“mejor policía del mundo” por haber desarticulado los cárteles de Cali y
Medellín, y por haber dirigido en 1993 la operación que terminó con la vida de
Pablo Escobar. Sin embargo, ha sido acusado en Colombia de mantener relaciones
directas con jefes del narcotráfico, con los que solía mantener relaciones
fluidas, según la página de la periodista Carmen Aristegui.
El periodista e investigador
Carlos Fazio lo presenta de este modo: “Graduado en montajes mediáticos y otros
trucos sucios, Naranjo, hombre de la Agencia Antidrogas estadunidense (DEA) y
producto de exportación de Washington para el subcontinente, tiene una orden de
arresto por asesinato, girada por un tribunal de Sucumbíos, Ecuador, y ha sido
incriminado por sus nexos con el ex capo del Norte del Valle, Wílber Varela, en
el juicio que se ventila actualmente en la corte del distrito Este de Virginia,
Estados Unidos”.
Por eso Fazio lo define como
“uno de los arquitectos de la actual narcodemocracia colombiana” que se
caracteriza por una fachada electoral, que denominan democracia, combinada con
la guerra sucia contra los movimientos populares.
La “colombianización” de
México tiene como resultado el asesinato de más de 200.000 personas y la
desaparición de 40.000 en la llamada guerra contra el narcotráfico que es en
realidad una agresión sin precedentes contra los sectores populares
organizados, las mujeres pobres y los pueblos originarios.
En síntesis, a Colombia le
fue entregada la llave para el control geopolítico de la región (con especial
hincapié en Venezuela) y para el disciplinamiento de la disidencia social. En
algún momento los estrategas del Pentágono comprendieron que no debe repetirse
la historia reciente, cuando la acción popular derribó una decena de gobiernos
aliados de Washington en las décadas de 1990 y 2000, abriendo grietas por las
que llegaron al gobierno fuerzas políticas contrarias a los Estados Unidos.
Fuente:
http://vientosur.info/spip.php?article13951