Basándose en
la Estrategia de Seguridad Nacional de Donald Trump, Jean-Claude Paye aborda
nuevamente la articulación de las políticas económica y militar de la Casa
Blanca. El autor analiza la oposición entre dos paradigmas
económicos: uno de ellos promueve la globalización del capital y cuenta con el
apoyo del Partido Demócrata, el otro opta por la industrialización de
Estados Unidos y es el que Donald Trump está tratando de aplicar,
con apoyo de un sector de los republicanos. El primer paradigma
conlleva a eliminar todo obstáculo recurriendo a la guerra.
El segundo utiliza la amenaza de guerra para reequilibrar los intercambios
en función de un punto de vista nacional.
por Jean-Claude
Paye
En nuestro texto anterior,
«Imperialismo contra ultramperialismo» [1], sosteníamos
que, al desindustrializar el país, el superimperialismo
estadounidense había debilitado el poderío de Estados Unidos como nación.
El proyecto inicial de la administración Trump era proceder a una
reconstrucción económica sobre una base proteccionista.
Dos bandos
se enfrentan, el bando portador de una renovación económica de
Estados Unidos y el que favorece una conflictualidad militar
cada vez más abierta, opción que parece impulsada principalmente por el
Partido Demócrata. La lucha entre los demócratas y la mayoría de los
republicanos puede interpretarse entonces como un conflicto entre
dos tendencias del capitalismo estadounidense, la tendencia portadora
de la globalización del capital y la que predica una reactivación del
desarrollo industrial en un país en declive económico.
Para
la administración Trump es prioritario el restablecimiento de la competitividad
de la economía estadounidense. La voluntad de esta administración de
instalar un nuevo proteccionismo debe verse como un acto político, como
una ruptura en el proceso de globalización del capital, o sea como una
decisión de excepción, en el sentido que explicó Carl Schmitt: «es soberano
quien decide la situación excepcional» [2]. En este caso,
la decisión aparece como un intento de romper con la norma de la
transnacionalización del capital, como un acto de restablecimiento de la
soberanía nacional estadounidense ante la estructura imperial organizada
alrededor de Estados Unidos.
Regreso de lo político
El
intento de la administración Trump se plantea como una excepción ante la
globalización del capitalismo. Se muestra como un intento de restablecer
el predominio de lo político, por haber quedado demostrado que
Estados Unidos ya no es la superpotencia económica y militar cuyos
intereses se confunden con la internacionalización del capital.
El
regreso de lo político se traduce primeramente en la voluntad de aplicar una
política económica nacional, de fortalecer la actividad en territorio
estadounidense gracias a una reforma fiscal destinada a reinstaurar los
términos del intercambio entre Estados Unidos y sus competidores.
Actualmente, esos términos se han degradado netamente en desfavor de
Estados Unidos. El déficit comercial global de Estados Unidos
llegó a 12,1% y se eleva a 566 000 millones de dólares.
Al sustraer el excedente que el país obtiene en los servicios,
para concentrarnos únicamente en los intercambios de bienes, el saldo
negativo alcanza incluso 796 100 millones de dólares.
Por supuesto, el déficit más impresionante se registra en el
intercambio con China: en 2017 alcanzó el nivel record de
375 200 millones de dólares, sólo en bienes [3].
La
lucha contra el déficit del comercio exterior sigue siendo un tema central en
la política económica de la administración estadounidense.
Al haber
rechazado el Congreso su reforma económica fundamental, la Border
Adjusment Tax [4], que
debía promover una reactivación económica mediante una política proteccionista,
la administración trata de reequilibrar los intercambios caso
por caso, mediante acciones bilaterales, presionando a sus diferentes
socios económicos, principalmente a China, para que reduzcan sus
exportaciones hacia Estados Unidos y aumenten sus importaciones de mercancías
estadounidenses. Para lograrlo, acaban de realizarse importantes negociaciones.
El 20 de mayo, Washington y Pekín anunciaron un acuerdo destinado a
reducir significativamente el déficit comercial de Estados Unidos
en relación con China [5]. La administración
Trump reclamaba una reducción de 200 000 millones de dólares del
excedente comercial chino y una fuerte reducción de los derechos de aduana.
Trump había amenazado con imponer derechos de aduana por
150 000 millones de dólares a las importaciones de productos chinos y
China tenía intenciones de responder gravando las exportaciones estadounidenses,
principalmente la soya y el sector de la aeronáutica.
Oposición estratégica entre demócratas y republicanos
Globalmente,
la oposición entre la mayoría del Partido Republicano y los demócratas reside
en el antagonismo de dos visiones estratégicas diferentes, tanto en el
plano económico como en el militar. Ambos aspectos están íntimamente
vinculados.
Para
la administración Trump la rectificación económica es un tema central.
La cuestión militar se plantea en términos de respaldo a una
política económica proteccionista, como momento táctico de una estrategia de
desarrollo económico. Esta táctica consiste en desarrollar conflictos locales,
destinados a frenar el desarrollo de las naciones competidoras, y a hacer
fracasar proyectos globales contrarios a la estructura imperial estadounidense,
como –por ejemplo– el de la Ruta de la Seda, una serie de
“corredores” ferroviarios y marítimos que conectarían China con Europa, un
proyecto que contaría con la participación de Rusia.
En
esta táctica de la administración Trump, los niveles económico y militar
están estrechamente vinculados, pero –al contrario de la posición de
los demócratas– no se mezclan. La finalidad económica no se
confunde con los medios militares desplegados. El redespliegue económico
de la nación estadounidense es, en este caso, la condición que permite
evitar, o al menos posponer, un conflicto global. La posibilidad de
desencadenar una guerra total se convierte en un medio de presión
destinado a imponer las nuevas condiciones estadounidenses de los términos del
intercambio con los socios económicos. La alternativa que se ofrece a
los competidores es permitir a Estados Unidos reconstituir sus capacidades
ofensivas al nivel de las fuerzas productivas o verse implicado rápidamente
en una guerra total.
La
distinción, entre objetivos y medios, entre presente y futuro, desaparece en la
acción de los demócratas. Esta mezcla los momentos estratégico y táctico.
La fusión de esos dos aspectos es característica de la «guerra
absoluta», de una guerra carente de todo control político, que obedece sólo
a sus propias leyes, las del «ascenso a los extremos».
¿Hacia una guerra «absoluta»?
La
capacidad del Partido Demócrata para bloquear un redespegue interno en
Estados Unidos tiene por consecuencia que si Estados Unidos renuncia
a desarrollarse le quedaría como único objetivo el de impedir por todos
los medios –incluyendo la guerra– que sus competidores y adversarios
puedan hacerlo. Sin embargo, el escenario ya no es el de
las guerras limitadas de los tiempos de Bush o de Obama, o sea el de
una agresión contra potencias medias ya debilitadas –como Irak– sino
más bien el de la «guerra total», tal como la concibió el
teórico alemán Carl Schmitt, o sea el de un conflicto que provoca una
completa movilización de los recursos económicos y sociales del país, como
los conflictos que abarcaron los periodos de 1914-1918 y de 1940-1945.
Pero
la guerra total, debido a la existencia del arma nuclear, puede adquirir ahora
una nueva dimensión, que corresponde a la noción –desarrollada por
Clausewitz– de «guerra absoluta».
Según
Clausewitz, la «guerra absoluta» es la guerra conforme a su concepto. Es
la voluntad abstracta de destruir al enemigo, mientras que la «guerra real» [6] es la
lucha en su realización concreta y su utilización limitada de
la violencia. Clausewitz oponía esas dos nociones ya que el «ascenso
a los extremos», característico de la guerra absoluta, no podía pasar
de ser una idea abstracta, utilizada como referencia para evaluar las guerras
concretas. En el marco de un conflicto nuclear, la guerra real se hace
conforme a su concepto. La «guerra absoluta» abandona su
estatus de abstracción normativa para convertirse en una realidad concreta.
De
esa manera, como categoría de una sociedad capitalista desarrollada, la
abstracción de la guerra absoluta funciona concretamente, se transforma en
una «abstracción real» [7], o sea una abstracción que ya
no pertenece sólo al proceso de pensamiento sino que resulta también del
proceso real de la sociedad capitalista [8].
La «guerra absoluta» como «abstracción real»
Como
señala el fenomenólogo marxista italiano Enzo Paci,
«la característica fundamental del
capitalismo… reside en su tendencia a hacer existir categorías abstractas como
categorías concretas» [9].
Es
por eso que, en 1857, Marx ya escribía en sus Grundrisse(Elementos
fundamentales para la crítica de la economía política) que
«las abstracciones más generales
no nacen más que con el desarrollo concreto más rico».
Ese
proceso de abstracción de lo real existe no sólo a través de las
categorías de la «crítica de la economía política», tal y como las
desarrolló Marx, como la de «trabajo abstracto» sino que trata
sobre el conjunto de la evolución de la sociedad capitalista. La noción de
«guerra absoluta» sale así, a través de las relaciones políticas y
sociales contemporáneas, del terreno de la abstracción única del
pensamiento para convertirse también en una categoría que adquiere una
existencia real. Deja de tener sólo una función de horizonte teórico, como «concreción
de pensamiento», para convertirse en un real concreto. La guerra
absoluta deja de ser entonces un simple horizonte, un límite conceptual, para
convertirse en un modo de existencia, en una forma posible, efectiva, de la
hostilidad entre las naciones.
En
un artículo de 1937, titulado «Enemigo total, guerra total y Estado
total» [10], Carl Schmitt
ya sugiere que las evoluciones técnicas y políticas contemporáneas identifiquen
la realidad de la guerra con la idea misma de la hostilidad. Esa identificación
conduce a un ascenso de los antagonismos y culmina en el «impulso hacia el
extremo» de la violencia. Eso quiere decir implícitamente que la «guerra
real» entra entonces en conformidad con su concepto, que la «guerra
absoluta» sale de su estatus de abstracción normativa para concretarse bajo
la forma de «guerra total».
En
ese momento se invierte la relación entre la guerra y la política.
La guerra deja de ser, como explicaba Clausewitz, caracterizando
con ello su propia época histórica, la más alta forma de la política
y su culminación momentánea. Al convertirse en guerra absoluta,
la guerra total escapa a todo cálculo político y al control del Estado. Ya
no se somete más que a su propia lógica, «obedece sólo a
su propia gramática», la del impulso hacia los extremos [11]. O sea,
después de iniciada, la guerra nuclear escapa al punto final que la
decisión política pudiese ponerle, exactamente de la misma manera como la
globalización del capital escapa al control del Estado nacional, de las
organizaciones supranacionales y más generalmente a toda forma de regulación.
El
19 de enero de 2018, hablando en la Universidad Johns Hopkins, en Maryland, el
secretario de Defensa de la administración Trump, James Mattis, reveló una
nueva estrategia de defensa nacional basada en la posibilidad de un
enfrentamiento militar directo entre Estados Unidos, Rusia
y China [12]. Mattis
señaló que se trataba de un cambio histórico en relación con
la estragia en vigot desde hace más de 2 décadas,
la estrategia de la guerra contra el terrorismo. Y precisó:
«La
competencia entre las grandes potencias –no el terrorismo–
es ahora el principal objetivo de la seguridad nacional
estadounidense.»
Se entregó a la prensa un
documento desclasificado de 11 páginas, donde se describe la
Estrategia de Defensa Nacional en terminos generales [13]. Pero el Congreso recibió una
versión confidencial, más larga, de ese documento, versión que incluye las
proposiciones detalladas del Pentágono para un incremento masivo de los gastos
militares [14]. La Casa Blanca
pide un incremento de 54 000 millones de dólares para el presupuesto
militar y lo justifica con el hecho que «hoy estamos en un periodo
de atrofia estratégica, conscientes del hecho que nuestra ventaja militar
competitiva se ha desgastado» [15]. El documento
prosigue de la siguiente manera: «El poderío nuclear –la modernización
de la fuerza de ataque nuclear implica el desarrollo de opciones capaces
de contrarrestar las estrategias coercitivas de los competidores, basadas en
la amenaza de recurrir a ataques estratégicos nucleares o
no nucleares.»
Para la administración Trump
ha terminado la postguerra fría. Han quedado atrás los tiempos
en que Estados Unidos podía desplegar sus fuerzas cuando quería,
intervenir como quería. «Actualmente, todos los sectores están
en disputa: el cielo, la tierra, el mar, el espacio y
el ciberespacio» [16].
«Guerra absoluta» o guerra económica
La posibilidad de una guerra
de Estados Unidos contra Rusia y China, o sea del
desencadenamiento de una guerra absoluta, es parte de las hipótesis
estratégicas, tanto en la administración estadounidense como entre
los analistas rusos y chinos. Esa facultad aparece como la
matriz que subyace y hace legible la política exterior y
las operaciones militares de esos países –por ejemplo, la
extrema prudencia de Rusia, una contención que puede parecer indecisión o
renuncia, en relación con las provocaciones estadounidenses en Siria.
La dificultad de la posición rusa no procede tanto de sus
propias divisiones internas, de la correlación de fuerzas entre la tendencia
globalista y la tendencia nacionalista dentro de ese país, como de las
divisiones internas existentes en Estados Unidos, una que es favorable a
la guerra económica mientras que la otra puede llevar a la guerra nuclear.
La articulación entre amenazas militares y nuevas negociaciones económicas
son realmente dos aspectos de la nueva «política de defensa»
estadounidense.
Sin embargo, Elibrige Colby,
asistente del secretario de Defensa, ha afirmado que a pesar de que
el discurso de Mattis subraya claramente la rivalidad con China
y Rusia, la administración Trump quiere «seguir buscando zonas de
cooperación con esas naciones». Colby decía:
«No se trata
de una confrontación. Es una forma estratégica de reconocer la realidad de la competencia
y la importancia del hecho que “las cercas correctas mantienen
la amistad”.» [17].
Esa política, que predica el
restablecimiento de fronteras, contradice frontalmente la visión imperial
estadounidense. Muy bien resumida por el Washington Post, esa
visión imperial plantea una alternativa: el mantenimiento de un
Imperio estadounidense «garante de la paz mundial» o la guerra
total.
Esta visión se opone al
restablecimiento de hegemonías regionales, o sea al regreso a un
mundo multipolar cuyo resultado –según dicen– «sería la próxima guerra
mundial» [18].
___________________________________
[1] «En
Estados Unidos, imperialismo contra ultraimperialismo», por Jean-Claude Paye, Red Voltaire,
3 de junio de 2018.
[3] «Les Etats-Unis de Donald Trump enregistrent leur plus
gros déficit commercial depuis 2008 », Marie de Vergès, Le Monde
économie, 7 de febrero de 2018.
[4] «En
Estados Unidos, imperialismo contra ultraimperialismo»,
por Jean-Claude Paye, Red Voltaire, 3 de junio de 2018.
[5] «Washington et Pékin écartent pour l’heure une guerre
commerciale», La Libre et AFP,
20 de mayo de 2018.
[6] Ver C. von
Clausewitz, De la guerre, p. 66-67 y p. 671 y siguientes,
y C. Schmitt, Totaler Feind, totaler Krieg, totaler Staat,
p. 268: «Siempre hubo guerras totales, pero sólo existe un pensamiento
de la guerra total desde Clausewitz, quien habla de “guerra abstracta” o de
“guerra absoluta”.»
[7] Ver
Emmanuel Tuschscherer, «Le
décisionisme de Carl Schmitt: théorie et rhétorique de la guerre», Mots.
Les langages du politique, publicado en internet el 9 de octubre
de 2008.
[9] Enzo
Paci, Il filosofo e la citta, Platone, Whitebread, Marx, ediciones
Veca, Milán, Il Saggitario, 1979, pp. 160-161.
[10] C.
Schmitt, «Totaler Feind, totaler Krieg, totaler Staat», in Positionen
und Begriffe, Berlín, Duncker und Humblot, p. 268-273, ver la nota 1
in Emmanuel Tuschscherer, «Le décisionisme de Carl Schmitt: théorie et
rhétorique de la guerre», op.cit., p. 15.
[11] Bernard
Pénisson, Clausewitz un stratège pour le XXIe siècle?,
conferencia en el Institut Jacques Cartier, 17 de noviembre de 2008.
[12] “Remarks
by James Mattis on the National Defense Strategy”, por
James Mattis, Voltaire Network, 19 de enero de 2018.
[14] National Defense Strategy of The United State of America, The President of The United States
of America, 18 de diciembre de 2017. Ver nuestro análisis, «La estrategia militar de Donald Trump»,
por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 26 de diciembre
de 2017.
[16] Fyodor
Lukyanov, «Trump’s defense strategy is perfect for Russia», The
Washington Post, 23 de enero de 2018.
[17] Dan
Lamothe, «Mattis unveils new strategy focused on Russia and China,
takes Congress to task for budget impasse», The
Washington Post, 19 de enero de 2018.
[18] «The next war. The growing danger of great-power
conflict», The Economist, 25 de enero
de 2018.