Por William I. Robinson*
¿Quién
puede negar que el capitalismo global enfrenta una crisis orgánica, la más
grave desde los años 1930? Su dimensión estructural es el problema
insoluble de la sobre-acumulación y el estancamiento secular, no obstante, la
reanudación del crecimiento en la economía global a partir del 2014. Pero
la crisis también entraña una dimensión política, la de la legitimidad o de la
hegemonía, de tal manera que el sistema se acerca a una crisis general del
dominio capitalista.
Este hecho pareciera
contra-intuitiva ya que la clase capitalista transnacional y sus agentes
políticos están actualmente en la ofensiva. Si bien el Trumpismo ha
tomado por asalto al sistema político norteamericano e inter-americano, el
mismo responde a esta crisis del dominio capitalista. El Trumpismo y el
espectro del fascismo del siglo XXI deben verse como una respuesta reaccionaria
– y de algún modo desesperada - a esta crisis. Hemos de acordar que el
fascismo, ya sea en su variante clásica del siglo XX o posibles variantes del
siglo XXI, constituye una respuesta particular ultra-derechista a la crisis
capitalista, tales como la de los años 1930 y la que se desató con el colapso
financiero de 2008.
El fenómeno del Trumpismo, y
más generalmente de la extensión de los movimientos del populismo derechista y
neo-fascistas, deben entenderse en la perspectiva histórica de sendos ciclos de
expansión seguido por crisis en el sistema capitalista mundial. Este
sistema experimentó un periodo de fuerte expansión y prosperidad a raíz de la
Gran Depresión de los años 1930 y la Segunda Guerra Mundial, la llamada “época
dorada” post-Guerra del capitalismo mundial. Pero entró nuevamente en una
crisis estructural en los años 1970, frente a la baja en la tasa de ganancia
del capital y la llamada “estanflación” (estancamiento junto con inflación), la
rebelión del Tercer Mundo a raíz de la descolonización, y la creciente fuerza
de las clases trabajadoras y los movimientos anti-sistémicos alrededor del
mundo, culminando en la “revolución mundial” de 1968. Todo apuntaba en
ese año hacia una crisis general de hegemonía.
Pero los grupos dominantes no
se quedaron con los brazos cruzados. Emprendieron una vasta
reestructuración del sistema. La emergente clase capitalista
transnacional (CCT) se lanzó a la globalización capitalista para liberarse de
las reservas y los encierros del estado-nación y en particular de la fuerza que
las clases populares nacionalmente contenidas podían esgrimir a nivel del
estado-nación, y de esta manera hacer retroceder el poder de estas clases y
revertir la correlación de fuerzas sociales y clasistas a nivel mundial a favor
del emergente capital transnacional. Así entramos en la larga noche del
neo-liberalismo. Comenzando con los regímenes Reagan-Thatcher en la
década de los 1980, el capitalismo mundial experimentó una profunda
reestructuración y una nueva ola expansiva. Impulsada por la nueva
tecnología de la computarización y la informática, esta reestructuración
entrañó el montaje de un sistema globalizado de producción y de finanza.
La globalización facilitó un boom en
la economía global en la última década del siglo XX en la medida que los
ex-países socialistas se integraron al mercado global y el capital
transnacional, liberado del estado-nación, emprendió una enorme ronda de
despojos y de acumulación a nivel mundial. En América Latina y a lo largo
del antiguo Tercer Mundo, surgieron elites y grupos capitalistas
transnacionalmente orientados que desplazaron a los grupos dominantes
nacionalmente orientados y se integraron al bloque hegemónico del nuevo capitalismo
global. La CCT descargó los excedentes anteriormente acumulados y reanudó
la generación de ganancias en el emergente sistema globalizado de producción y
finanzas mediante la adquisición de los bienes privatizados, la extensión de
las inversiones en la minería y la agro-industria a raíz del despojo de
centenares de millones de personas en el campo y una nueva ola de expansión
industrial facilitado por la revolución en la informática.
Las clases populares pasaron
a la defensiva y la desorganización. Pero el clamor de estas clases cobró
fuerza para virajes del siglo mientras la economía global nuevamente entró en
estancamiento, expresado en la crisis financiera asiática de 1997-99 y la
recesión mundial de 2000-01. A nivel estructural, la globalización vino a
agravar espectacularmente el problema de la sobre-acumulación. Intrínseco
al sistema capitalista es la polarización de los ingresos, es decir, el
enriquecimiento de un polo y el empobrecimiento del otro polo en la relación
antagónica entre el capital y las clases subordinadas. Esta tendencia ha
sido contrarrestada históricamente por varias contra-tendencias, entre ellas,
las luchas populares que obligan al capital a reducir la tasa de explotación y
la intervención del Estado en el mercado para efectuar una redistribución en
los ingresos por medio de las políticas impositivas, salariales, etcétera.
Pero al globalizarse, el
capital transnacional sorteó las restricciones impuestas por el estado-nacion a
su libertad de acumulación. En resumidas cuentas, el mayor poder
estructural alcanzado por la CCT le ha permitido socavar las políticas
redistributivas e imponer un nuevo régimen laboral a la clase obrera global
basado en la flexibilización y la precarización (proletarización bajo
condiciones de inseguridad y precariedad permanente y sin el emparo del
estado). Los Estados ya no pueden captar y redistribuir los
excedentes. Se esfuman las palancas para contrarrestar la polarización a
nivel nacional y en el sistema global. El resultado ha sido un espiral
sin precedente de desigualdades globales. Los datos sobre estas
desigualdades, recompilados y publicados cada año por Oxfam, ya son bien
conocidos: solo el uno por ciento de la humanidad controla más del 50 por
ciento de la riqueza del mundo, el 20 por ciento controla el 95 por ciento, el
80 por ciento, la gran masa de la humanidad, tiene que conformarse con apenas
el 5 por ciento de esa riqueza.
Dadas estas extremas
desigualdades, el mercado global no puede absorber la producción de la economía
global. La CCT no puede encontrar salidas para el excedente
acumulado. A nivel global, los grandes conglomerados del capital reportan
niveles record de ganancia mientras las tasas de inversión decrecen. Se trata
del capital
ocioso – ¡pero el capital no puede quedarse ocioso! Tiene que
buscar donde invertir y seguir acumulando.
En este sentido, la crisis
capitalista consiste precisamente en que existen obstáculos a la acumulación de
capital y por ende la tendencia hacia el estancamiento. Estructuralmente
se trata del agotamiento de nuevas oportunidades para invertir.
Es ante esta situación que el
capital y sus agentes políticos y los Estados capitalistas buscan abrir nuevas
oportunidades de acumulación típicamente por la violencia, ya sea directa o
estructural. Ejemplos de la violencia directa para abrir oportunidades de
acumulación son la invasión a Iraq, la llamada “guerra contra las drogas” y la
farsa de la “guerra contra el terrorismo”. La violencia estructural
consiste, por ejemplo, en las políticas neoliberales, la estrangulación por
medio del endeudamiento, como en Grecia, etcétera.
No es de sorprenderse que la
crisis desata fuertes conflictos sociales, políticos, ideológicos, y
militares. Es lo que estamos viviendo ahora. La crisis estructural
del capitalismo global es el telón de fondo de la peligrosa escalada de las
tensiones internacionales y además es pieza clave para entender el fenómeno del
Trumpismo. Pero antes de pasar al análisis del Trumpismo y el espectro
del fascismo del siglo XXI, hay be resaltar la segunda dimensión de la actual
crisis, la de la legitimidad o de la hegemonía.
Los Estados enfrentan una
contradicción entre la necesidad de promover la acumulación transnacional de
capital en sus territorios, por un lado, y la necesidad de lograr la
legitimidad política por el otro. Esta contradicción, a cambio, expresa
una contradicción más profunda, entre un proceso de globalización económica que
se desenvuelve en el marco de un sistema de autoridad política basada en el
sistema de estado-nación. Los gobiernos alrededor del mundo experimentan
crisis galopantes de legitimidad de cara a las desigualdades sin precedente y
las penurias impuestas sobre las clases trabajadoras por la globalización
capitalista.
Entra
el Trumpismo
El Trumpismo y otros
movimientos ultra-derechistas y neo-fascistas alrededor del mundo representan
una respuesta ultra-derechista a la crisis del capitalismo global.
Constituyen intentos contradictorios de refundar la legitimidad del estado
frente a las condiciones desestabilizantes de la globalización capitalista.
Las crisis de legitimidad generan políticas desconcertantes y contradictorias
de gestión de crisis que aparenten ser esquizofrénicas en el sentido literal de
elementos inconsistentes o en conflicto. Esta gestión de crisis
esquizofrénica nos ayuda a entender la naturaleza contradictoria de la
dominación política en la época del capitalismo global, así como el
resurgimiento de fuerzas ultra-derechistas y neo-fascistas y específicamente el
caso de estudio del Trumpismo.
Contrario a lo que se piensa,
Donald Trump es miembro de la CCT, ya que tiene fuertes inversiones alrededor
del mundo. Su “populismo” y discurso anti-globalización responden a la
demagogia y la manipulación políticas en función de un proyecto de reconquistar
la legitimidad del Estado y reconstruir un bloque hegemónico en Estados
Unidos. El Trumpismo no es un desvió sino la encarnación de la dictadura
emergente de la CCT. Para parafrasear el gran estratega militar prusiano
Carl von Clausewitz, quien hizo la famosa declaración “la guerra es una extensión
de la política por otros medios”, el Trumpismo, y en diversos grados los otros
movimientos ultra-derechistas alrededor del mundo, constituyen la extensión de
la globalización capitalista por otros medios, a saber, mediante un estado
policiaco global que se expande y una movilización neo-fascista.
Más allá de la retórica, no
hay en el absoluto nada populista del programa económico de Trump. De
hecho, el Trumpismo viene a intensificar el neo-liberalismo en Estados Unidos
junto con un mayor papel del Estado para subsidiar la acumulación transnacional
de capital frente al estancamiento. El “Trumponomicos” abarca la
desregulación – el virtual aplastamiento del Estado regulatorio – un mayor
recorte del gasto social, un vasto programa de privatizaciones, la reforma
impositiva a favor de los ricos y el capital y explícitamente en contra de los
pobres y la clase obrera, y una escalada de medidas de persecución
sindical: en resumidas cuentas, el neo-liberalismo en esteroides.
La CCT está encantada con estas políticas neo-liberales y anti-obreras de
Trump, pero desconcertada por su conducta impetuosa y su bufonería.
Así, el Trumpismo no es más
que una intensificación dramática (en el sentido literal de drama, teatralidad)
más que una desviación de la agenda derechista de la globalización capitalista
represiva que se remonta a los gobiernos Reagan-Thatcher. El Trumpismo y
otras respuestas ultra-derechistas a la crisis del capitalismo global persiguen
ahora crear un nuevo balance de fuerzas políticas de cara al desmoronamiento
del efímero bloque histórico del capitalismo global. Puede ser que
estamos en las puertas del cesarismo tal como lo plantea Gramsci, en el cual
una figura carismática aparece para resolver un empate inestable en el balance
de las fuerzas políticas y sociales o en una coyuntura de ruptura hegemónica.
Si bien no se puede
caracterizar Estados Unidos como fascista a estas alturas, Trump en si es un
fascista y a partir de su elección a la presidencia, se convierte en la cabeza
más visible de un proyecto neo-fascista en formación. Los movimientos
neo-fascistas en Estados Unidos han experimentado una rápida expansión desde el
viraje del siglo en la sociedad civil, y también en el sistema político
mediante el ala derecha del Partido Republicano. Trump demostró ser la
figura carismática capaz de galvanizar y envalentonar las diversas fuerzas
neo-fascistas, desde los supremacistas blancos, los nacionalistas blancos, las
milicias privadas, los neo-Nazi y Ku Klux Klan, los llamados “Guardianes del
Juramento” (conformado por ex-militares y policías de la derecha), el
Movimiento Patriótico, los fundamentalistas cristianos, y los grupos de
vigilancia anti-inmigrante. Alentado por la fanfarronea imperial de
Trump, su retórica populista y nacionalista, su propensión al autoritarismo, y
su discurso abiertamente racista, estos grupos han comenzado un proceso de
polinización cruzada en un grado sin precedente en las últimas décadas.
Han logrado tener una presencia en la Casa Blanca de Trump y en los gobiernos
estatales y locales alrededor del país. Muchas de estas organizaciones
han establecido unidades paramilitares en un proceso que a menudo entraña una
cierta colaboración con las agencias represivas del Estado.
Más allá de estos grupos
organizados, los proyectos del fascismo del siglo XXI buscan organizar una base
de masas entre los sectores que anteriormente ocuparon una posición
privilegiada o que gozaron de cierta estabilidad, tales como la aristocracia
labor del considerado Primer Mundo y capas medias y profesionales en el antiguo
Tercer Mundo, quienes ahora experimentan una mayor inseguridad e inestabilidad
en sus condiciones laborales y de vida, el desconcierto y el espectro de la
movilidad hacia abajo. Estos sectores en Estados Unidos, en su mayoría
blancos, tuvieron históricamente ciertos privilegios que ahora van perdiendo a
pasos agigantados frente a la globalización capitalista. El racismo y el
discurso racista desde arriba persiguen canalizar a esos sectores hacia una
conciencia racista y neo-fascista de su condición.
Al igual que su predecesor
del siglo XX, este proyecto gira alrededor del mecanismo psico-social del
desplazamiento del temor y ansiedad de las masas en momentos de aguda crisis
capitalista hacia las comunidades designadas como chivos expiatorios, tales
como los trabajadores inmigrantes, los musulmanes, y los refugiados en Estados
Unidos y Europa, los musulmanes en la India, o los Palestinos en Israel.
Las fuerzas ultra-derechistas efectúan este mecanismo mediante un discurso de
xenofobia, ideologías desconcertantes que abarcan la supremacía
racial/cultural, un pasado mítico e idealizado, el milenarismo, y una cultura
militarista y masculinista que normaliza y hasta glorifica la guerra, la
violencia social, y la dominación. En este sentido, la ideología del
fascismo del siglo XXI descansa sobre la irracionalidad – la promesa de
restaurar la seguridad y la estabilidad no es racional sino emotiva. El
discurso público del régimen de Trump del populismo y nacionalismo, como ya
señalé, no guarda ninguna relación a sus verdaderas políticas.
El fascismo del siglo XXI y
estado policiaco global entrañan una triangulación entre: las fuerzas ultra
derechistas, autoritarias y neo-fascistas en la sociedad civil; el poder
político reaccionario y represivo en el Estado; y el capital corporativo
transnacional. Respecto a este último, las fracciones de capital más
propensas a un fascismo del siglo XXI parecen ser el capital financiero
especulativo, el complejo militar-industrial-seguridad, y las industrias
extractivistas – estas tres, a cambio, entrelazadas con el capital de
alta-tecnología/digital. Los complejos extractivistas y energéticos deben
desalojar a las comunidades para poder apropiarse de sus recursos, lo que les
hace propensos a los arreglos represivos y hasta neo-fascistas. La
acumulación de capital en el complejo militar-industrial-seguridad depende de
la guerra sin fin y de los sistemas de control social y represión. Y la
acumulación financiera requiere de cada vez más endeudamiento y mayor
austeridad, lo que es muy difícil, sino imposible, de imponer mediante los
mecanismos consensuales.
Pero existe una contradicción
fundamental en el proyecto neo-fascista en Estados Unidos. El populismo y
el nacionalismo de Trump no tiene sustancia material, es decir, su sustancia se
limita a los simbólico. He aquí el significado de su retórica fanática de
“construir el muro” en la frontera Estados Unidos-México. Dicho muro es
simbólicamente indispensable para sostener una base social, dado que el Estado
no tiene la capacidad de ofrecer a los potenciales adeptos un soborno material
a cambio de su respaldo al proyecto Trumpista/neo-fascista. Es decir, los
sectores que forman la base social de Trump no reciben beneficios materiales a
cambio de su apoyo. Bajo estas condiciones, el “capital simbólico” – para
evocar el termino introducido por el sociólogo francés Pierre Bourdieu - se
vuelve urgente para reproducir la dominación material de la CCT y sus agentes.
Asimismo, las medidas proteccionistas
y arancelarias de Trump no se dirigían a complacer a la CCT sino a apaciguar la
intranquilidad de sectores de la clase obrera que conforman parte importante de
su base social. Los grupos gremiales de la CCT en Estados Unidos salieron
en contra de los aranceles contra China y otros países. Es más, los
hermanos multi-millonarios Koch, ultra-conservadores magnates de negocios de
hidrocarbonos y fervientes patrocinadores de Trump en su campaña electoral de
2016, cambiaron de posición cuando Trump promulgó sus planes
proteccionistas. En 2018 lanzaron una campaña en contra de las aranceles,
gastando decenas de millones de dólares para derogarlas. Sencillamente,
la CCT no tiene ningún interés en el nacionalismo económico.
Existe en efecto una
creciente reacción contra la globalización capitalista entre las clases
populares y trabajadoras, los sectores nacionalmente-orientados de las elites,
y los populistas de derecha. Por un lado, la CCT y las elites
transnacionales están bien dispuestas a respaldar las dimensiones represivas
del neo-fascismo para controlar las revueltas de las clases populares. La
CCT ya está política- y materialmente comprometida con el estado policiaco
global. Pero por el otro lado, la CCT busca desesperadamente como
combatir la reacción contra la globalización. La CCT y sus agentes están
a la deriva. No tienen estrategia para calmar las aguas. Esta
realidad pone en relieve la naturaleza altamente conflictiva del capitalismo
global y la incertidumbre respecto al rumbo de la globalización frente a las
contradicciones explosivas y la amplia oposición que la misma genera.
¿Y
América Latina?
Frente a la sobre-acumulación
y el estancamiento, el gran reto ahora que enfrenta el sistema es: ¿dónde
encontrar salidas para los excedentes acumulados? En la actualidad, el
sistema busca una nueva ronda expansiva y no le es fácil encontrarla.
Busca expandirse en: 1) guerras, conflictos y militarización; 2) una nueva
ronda de despojos, tal como sucede ahora en América Latina; 3) un saqueo aún
mayor de los Estados. La crisis global es el telón de fondo para entender
el entorno latinoamericano. La CCT busca intensificar violenta expansión
mercantil en América Latina y apropiarse de tierras y recursos, con la confabulación
de la resurgente Derecha y extrema-Derecha latinoamericana.
El entorno latinoamericano
debe ser analizado en el mismo contexto histórico y sistémico que hay que
entender el surgimiento del Trumpismo. En las últimas dos décadas se
produjo una fuerte expansión del capitalismo global en la región, impulsado
tanto por los gobiernos de la Derecha como por los de la Izquierda. Esta
expansión del sistema se ha dado en dos sentidos. Primero es una
expansión extensiva: la conquista del campo y la mercantilización por parte del
capital transnacional y sus capas locales y la integración de lo que quedaba de
los reductos autónomos. En Honduras, por ejemplo, las comunidades
Afro-hondureñas (Garífunas) e indígenas están envueltas en una lucha de vida y
muerte contra los mega-proyectos, la agro-industria, y el turismo
transnacional. Igual en Guatemala, Colombia, Brasil, Ecuador, y otros
países. Segundo es una expansión intensiva: una profundización del
neo-liberalismo. Se viene convirtiendo en mercancía a los espacios que
aún quedaba fuera de la lógica del mercado, conforme la lógica de la
acumulación de capital – salud, educación, agua y otros servicios públicos,
esferas de la cultura, y desenfrenada privatización del Estado.
La nueva oleada de intervención
norteamericana propugnada por el gobierno de Trump persigue imponer en América
Latina, como reflexión en un espejo, el mismo proceso Trumpista que se
desarrolla en Estados Unidos. Se acopla el renovado asalto de capital
transnacional a los abundantes recursos de la región con la inclinación hacia
regímenes de extrema Derecha, autoritarios y dictatoriales, como en Honduras,
Brasil, Guatemala, etcétera, y en el caso de Colombia, ya impera el verdadero
fascismo del siglo XXI. Las políticas Trumpistas – desde la renegociación
del Tratado de Libre Comercio de América del Norte hasta la intensificada
agresión contra Venezuela y el apoyo a los gobiernos de la extrema-Derecha – no
es más que un instrumento de la CCT para forzar una mayor apertura e integración
a los nuevos circuitos globalizados de acumulación en esta época del
capitalismo digital y la hegemonía del capital financiero transnacional.
Hay que ver con franqueza
como los límites de la Izquierda abrieron espacio para la Derecha. Con
algunas excepciones, la Izquierda en el Estado no emprendió transformaciones
estructurales de las relaciones de propiedad y la estructura de clase.
Esta Izquierda persiguió un asistencialismo basado en captar y redistribuir los
excedentes generados por la expansión de las exportaciones de materia prima en
asociación con la CCT. Los programas asistenciales dependieron de los
caprichos del mercado global controlado por la CCT. Cuando se desplomaron
los precios de los commodities a partir de 2011 y en adelante, la Izquierda
perdió las bases de su tímido proyecto.
Las luchas de masa contra el
neo-liberalismo rompió la hegemonía neo-liberal hacia finales del siglo XX y la
Izquierda llegó al poder levantando la bandera anti-neo-liberal. Pero la
Izquierda ahora ha perdido la hegemonía conquistada. Dicha hegemonía está
en disputa con el regreso de la Derecha revanchista. Lo que queda de la
Izquierda en el gobierno está enfrentando una escalada de agresión por parte de
la CCT, la derecha internacional, y Estados Unidos. Hay un evidente
desfase entre movimientos sociales pujantes e Izquierda partidaria e
institucional francamente menguante. Solo la movilización desde abajo
puede generar un contrapeso al control que ejerce desde arriba el capital
transnacional y el mercado global sobre los Estados capitalistas
latinoamericanos.
*William I. Robinson es
Profesor de Sociología, Universidad de California-Santa Bárbara
Prólogo para Estados Unidos
Contra el Mundo: Trump y la Nueva Geopolítica (Castorena, Gandásegui, y Morgenfeld,
compiladores, Editorial Siglo XXI, 2019)