Informe del GIEC sobre el clima
Por Daniel Tanuro
Sin
sorpresas, el informe especial del GIEC sobre el calentamiento de 1,5°C máximo
confirma que el impacto del cambio climático antrópico es terrible y se ha
subestimado tanto en el plano social como en el medioambiental.
El calentamiento de 1°C que
sufrimos ya es suficiente para causar canículas, sequías, inundaciones,
ciclones cada vez más violentos, etc. Estos dramas dan la medida de lo que nos
espera si el calentamiento no se detiene más rápido. La catástrofe ya no es
evitable pero todavía es posible e indispensable limitarla al máximo.
Todo pendiente por hacer
para no superar 1,5°
El informe no deja ninguna
duda: un calentamiento de 2°C sería mucho más grave de lo que se había pensado
hasta ahora. Un calentamiento inferior a 1,5°C como consta en el Acuerdo de
París (bajo presión de los Estados insulares, de los países menos avanzados, de
científicos y científicas, del movimiento contra el cambio climático),
limitaría muchísimo los daños. Así que se debe hacer todo para que este límite
sea respetado.
El informe GIEC considera que
será extremadamente difícil, incluso imposible, aunque se recurra masivamente a
las “tecnologías de emisiones negativas” y a la geoingeniería. El informe habla
de una “superación temporal” del objetivo de París, seguido de un enfriamiento
en la segunda mitad de siglo gracias a estas tecnologías.
Este escenario es enormemente
peligroso. En primer lugar, las tecnologías planificadas son hipotéticas y sus
desconocidos efectos podrían ser muy negativos. En segundo lugar, la situación
es tan grave que una superación temporal podría ser suficiente para provocar
cambios de gran amplitud que el posterior enfriamiento (¡a condición de que sea
posible!) sería incapaz de anular. La mayor amenaza de este tipo, sin duda, es
el temido retroceso de los gigantescos glaciares Thwaites y Tottenen en la
Antártida: ellos solos podrían hacer subir el nivel de los mares alrededor de
cuatro metros.
Cada tonelada de co2 cuenta
“Cada tonelada de CO2 cuenta”
dicen los científicos. De hecho, cada tonelada cuenta. Salvar el clima supone
dejar de emplear combustibles fósiles lo antes posible y completamente. Pero
entonces, ¿por qué los expertos no contabilizan las emisiones debidas a la
producción y al consumo de cosas tan nocivas como las armas?
La industria militar
estadounidense envía a la atmósfera todos los años alrededor de 80 millones de
toneladas de CO2. Hay que añadir 70 millones de toneladas emitidas
por el Departamento de Defensa de EE UU , sin contar las emisiones de
centenares de bases en el extranjero... así como las de los países aliados o
rivales. Los expertos no dicen ni una palabra... No obstante, el militarismo es
una locura que la humanidad no se puede permitir a la hora del cambio
climático; ¡ahora menos que nunca! A los productos nocivos, conviene añadir los
productos inútiles: tanto si pensamos en la obsolescencia programada, en los
artículos desechables, como ¡en los miles de kilómetros que las mercancías o
las piezas de recambio recorren con el único fin de optimizar las ganancias de
las compañías multinacionales!
Además, tenemos a mano un
medio eficaz y completamente inocuo para comenzar a eliminar inmediatamente CO2 de
la atmósfera: la agroecología. Una agricultura campesina basada en la soberanía
alimentaria tiene, de hecho, el potencial de fijar grandes cantidades de
carbono en el suelo al mismo tiempo que asegura una alimentación sana y de
calidad. Es la única tecnología de emisión negativa que
resulta aceptable e ¡incluso deseable!
La ciencia sesgada por la
lógica del beneficio
Puesto que “cada tonelada
cuenta” tiene que tener prioridad ab abandonar las producciones inútiles,
prohibir los productos nocivos y romper con el agronegocio que destruye la
biodiversidad y contamina nuestros organismos. Sin embargo, sobre los dos
primeros puntos, el GIEC ni los cita. Este silencio no es casualidad: deriva de
los escenarios de la evolución de la sociedad que sirven de base a las
proyecciones climáticas. El quinto informe lo ponía negro sobre blanco: “Los
modelos climáticos presuponen mercados que funcionan plenamente y un
comportamiento del mercado competitivo”. En este marco neoliberal, cualquier
traba a la libertad del capital está prohibida.
La habilidad del GIEC es
imprescindible e infinitamente valiosa cuando se trata de evaluar el fenómeno
físico del cambio climático. Al contrario, sus estrategias de estabilización
son sesgadas porque la investigación está cada vez más sometida a los
imperativos capitalistas del crecimiento y el beneficio en todas partes. El
escenario de una superación temporal de 1,5°C con el mantenimiento de la
[energía] nuclear y el despliegue de las tecnologías de emisiones negativas,
incluso experiencias de agroingeniería dignas de aprendices de brujos, está
dictado principalmente por estos imperativos.
El informe del GIEC sobre los
1,5°C servirá de base para las negociaciones de la COP24 a finales de año.
Supuestamente están pensadas para subsanar la fosa entre el 1,5°C máximo
decidido en París y los 2,7°C a 3,7°C proyectados sobre la base de los
compromisos actuales de los gobiernos. Los capitalistas y sus representantes
políticos tienen puesto el pie sobre el freno: para ellos, no es cuestión de
dejar en el subsuelo las enormes reservas de carbón, petróleo, gas natural; ni
de romper con el neoliberalismo, ni desarrollar el sector público y socializar
el sector energético para planificar la transición más rápida posible hacia un
sistema 100% renovable con justicia social y climática. Al contrario, existe un
gran riesgo de que las hipotéticas tecnologías de emisión negativa sirvan de
pretexto para debilitar aún más el objetivo de reducción de las emisiones.
¡Rebelémonos!
“Cada tonelada no emitida
cuenta . Pero, ¿quién hace las cuentas?, ¿en base a qué prioridades sociales?,
¿al servicio de qué necesidades?, ¿quién las determina y cómo? Hace un cuarto
de siglo que las cuentas las hacen los gobiernos al servicio de la patronal con
desprecio a la verdadera democracia. El resultado es conocido: más
desigualdades, más opresión y explotación, más destrucción medioambiental, más
apropiación de los recursos naturales por los ricos, más víctimas del hambre...
y una amenaza climática más grande que nunca. Ya es hora de cambiar las reglas
del juego.
Es necesaria y urgente una
potente movilización global de los movimientos ambientalistas, sindicales,
campesino, feministas e indígenas. Ya no es suficiente indignarse y hacer
presión sobre quienes deciden. Hay que rebelarse, construir convergencias de
luchas, salir a la calle por millones o decenas de millones, bloquear las
inversiones fósiles, los acaparamientos de tierras y el militarismo. El 2 de
diciembre se celebrará en Bruselas una gran manifestación y los activistas
llaman a una huelga en defensa del clima.
Los gobiernos neoliberales
son incapaces de controlar y atar la locura productivista. Es necesario que
empecemos a ponernos a la tarea con nuestras propias manos, en la base.
Organicémonos sindicalmente en los lugares de trabajo para controlar y
denunciar el despilfarro capitalista, seamos consumidores que
invierten en apoyo a las campesinas y campesinos, echemos las bases de
prácticas sociales alternativas que se salgan del marco capitalista...
La cuestión climática es una
importante cuestión social. Las personas explotadas y oprimidas son las únicas
capaces de aportar respuestas conforme a sus intereses. Nadie lo hará e su
lugar.
Es demasiado tarde para ser
pesimistas Como dice un personaje de una famosa película: “La única cosa que
aún podemos decidir, es qué vamos a hacer con el tiempo que nos queda” .
Ecosocialismo o barbarie: esta es la elección que se perfila cada vez más
claramente. ¡Nuestro planeta , nuestras vidas, la vida, valen más que sus
beneficios!