Por Dan La Botz
Los migrantes centroamericanos, tan desesperados como valientes,
han ocupado el centro de la política mexicana y estadounidense con su exigencia
de refugio y asilo. Tal como explicó el director de la ONG Pueblos Sin
Fronteras a una periodista, “esto no es una caravana, es un éxodo causado por
el hambre y la muerte".
Los miles de
personas migrantes organizadas en caravanas que caminan rumbo al norte,
partiendo de Centroamérica hacia EE UU, pasando por México –unos 4.800
kilómetros– han planteado un reto a los gobiernos y a los pueblos de
Norteamérica. Empujadas por la pobreza y la violencia, su larga marcha
constituye una crítica implícita a los gobiernos de Centroamérica, que no les
protegen y les impiden ganarse el sustento. Al mismo tiempo, suponen una denuncia
contra México, puesto que tienen que viajar en caravanas debido a la violencia
a que se enfrentan las personas migrantes en este país, tanto a manos de
organizaciones criminales como de la policía corrupta. Y cuando la caravana
llegue a la frontera, desafiarán a EE UU a que respete sus propias leyes y los
tratados internacionales, que permiten a la gente migrante solicitar el
estatuto de refugiado o de asilo.
Sin embargo, más allá de todo esto, el simple hecho de caminar
hacia el norte es un valiente y desafiante acto de resistencia contra el
sistema económico y político de América del Norte, con sus mercados
libres, sus gobiernos autoritarios y su incapacidad para satisfacer las
necesidades humanas básicas de millones de personas. Los migrantes han puesto a
prueba el capitalismo contemporáneo y el imperialismo.
Los migrantes,
hombres, mujeres y niños, formaron las caravanas a fines de octubre. Durante
años, las personas migrantes han viajado en grupos, tanto en América Central
como en México, debido al peligro de ser golpeadas, robadas, violadas,
secuestradas o asesinadas por criminales o policías, pero estas caravanas con
miles de personas representan un nuevo desarrollo. Por lo general, las personas
migrantes pagan miles de dólares a los contrabandistas conocidos como coyotes o polleros para
atravesar las fronteras mexicanas y estadounidenses. Sin embargo, estas nuevas
caravanas de migrantes, se abrieron paso por sí mismas a través de la frontera
con México, desbordando a la policía fronteriza o cruzando el río Suchiate y
obligando al gobierno mexicano a permitirles entrar en el país.
En México, estas personas migrantes recibieron el apoyo de
gobiernos locales, de la Iglesia católica y de algunas ONG, como Pueblos Sin
Fronteras, que ayudaron a proporcionarles agua y alimentos, y también les
ayudaron a elegir las mejores rutas y campamentos. Las ONG también ayudaron
asistiendo a las personas que llegaban agotadas, enfermas o lesionadas. Irineo
Mújica, el director de Pueblos Sin Fronteras, informó que la policía mexicana
había maltratado a hombres y mujeres de la caravana. “Nunca en la historia de
las caravanas hemos visto tanta violencia. Entiendo que el gobierno mexicano
está desesperado, pero la violencia no es la solución”, dijo Mújica. A veces,
algunos grupos se han separado de la caravana para encontrar su propio camino o
para aprovecharse del paso de camiones con remolques, montando en ellos y
viajando abarrotados en ellos. Hay informes de que a medida que la caravana
avanzaba, desaparecieron unas 100 personas migrantes y hay quien cree que han
sido secuestradas por los cárteles criminales.
Al tiempo que
llegan las personas migrantes, el nuevo presidente de México, Andrés Manuel
López Obrador, que asumirá el cargo el 1 de diciembre, propuso un programa de
desarrollo internacional para Centroamérica para abordar de raíz los problemas
que causan la migración, y prometió que sus programas de trabajadores públicos
crearían 400.000 empleos para mexicanos e inmigrantes. A finales de octubre
afirmó que tendremos empleos para todos, tanto para mexicanos como
para centroamericanos. Promesas poco creíbles para quien conozca la historia de
México.
Frente al desafío de las personas migrantes y bajo la presión
del presidente de Estados Unidos Donald Trump el presidente mexicano, Enrique
Peña Nieto, ofreció a la caravana un programa llamado "Estás en tu
casa", ofreciéndoles asilo, permisos de trabajo, documentos de identidad,
asistencia médica y escolarización. Condicionándolo a que las personas
migrantes permanecieran en los Estados del sur de México, Chiapas y Oaxaca. La
caravana se reunió para discutir la oferta de Enrique Peña Nieto, y la rechazó
globalmente. La mayoría quería continuar avanzando. Como dijo un hombre,
"Estos Estados [Chiapas y Oaxaca] están abrumados por la pobreza, en
México los empleos están en el norte". Sin embargo, cientos de personas
aceptaron la oferta mexicana y abandonaron la caravana.
En este
momento, dos caravanas, varios miles de migrantes en total, han llegado a la
Ciudad de México, donde el gobierno mexicano les ha ofrecido refugio en el
estadio Jesús Martínez "Palillo". Se han instalado baños portátiles,
pero no han sido suficientes para el número de personas y visitantes, lo que ha
creado condiciones insalubres. Edgar Corzo Sosa, de la Comisión Nacional de
Derechos Humanos (CNDH) afirma que “las mujeres embarazadas y, sobre todo, los
recién nacidos, constituyen el grupo más vulnerable. No hay un censo, es
complicado, pero un tercio de la caravana está formada por niños y niñas, y hay
alrededor de 5.000 personas".
El presidente Donald Trump, en una campaña febril en la que
asistió a 17 mítines electorales, fundamentalmente para apoyar a las y los
candidatos republicanos al Senado en las elecciones a medio mandato, convirtió
a la caravana en el centro de su campaña. La calificó como una
"invasión", afirmando que las personas migrantes pertenecían a
la Mara Salvatrucha o
MS-13, que eran "criminales endurecidos" y afirmó que entre ellos
había personas provenientes de Medio Oriente –léase terroristas–. Trump amenazó
con enviar 15.000 soldados estadounidenses a la frontera y dijo que los
soldados estadounidenses podrían disparar contra los migrantes si estos les
arrojaban piedras. Amenazó con suspender la ayuda a los países centroamericanos
de donde provienen las caravanas y planteó la idea de usar su poder ejecutivo
para poner fin al derecho constitucional de ciudadanía a los nacidos en Estados
Unidos.
Los demócratas
no ofrecieron consuelo a los migrantes. Ante las elecciones a medio mandato,
los demócratas evitaron cualquier mención de la caravana de migrantes o a los
problemas de inmigración.
¿Cuáles son
las causas de la caravana?
El imperialismo estadounidense está el origen de la actual
crisis migratoria. La historia de Estados Unidos en Centroamérica es larga y se
remonta al siglo diecinueve, pero el capítulo más reciente comienza en 1981
cuando el presidente Ronald Reagan apoyó a los gobiernos derechistas de
Guatemala y El Salvador mientras luchaba contra una revolución popular en
Nicaragua. Estados Unidos inundó de armas esos países durante las guerras
civiles que duraron hasta los años 90. Esas guerras se cobraron cientos de
miles de vidas y dejaron a partes enteras de esos países en ruinas.
En estos países
centroamericanos se negoció la paz a mediados de los años 1990, justo en el
momento en que Estados Unidos y los gobiernos de América Central negociaban el
Acuerdo de Libre Comercio (CAFTA, según sus siglas en inglés), un tratado que
abrió sus economías a la competencia extranjera. El tratado devastó las
industrias locales y la agricultura, dando lugar a un gran desempleo. Los
agricultores perdieron sus granjas; las fábricas despedían a los trabajadores y
trabajadoras.
Más de una
década y media de guerra había inundado la región de armas pesadas y la
disolución de varias guerrillas arrojó a miles de personas al desempleo. El
gobierno de Estados Unidos estableció una cadena de operaciones de tráfico de
drogas para financiar la guerra de la Contra en Nicaragua;
redes que continuaron funcionando tras finalizar la guerra. En la década de
1980, Estados Unidos también comenzó a deportar de Estados Unidos a grupos a
miembros del MS-13 y la Mara-18. Muchos de estos hombres y mujeres que no
tenían relación con los países a los que estaban siendo deportados, una vez en
Centroamérica establecieron sucursales de las pandillas a las que pertenecían
en Estados Unidos. Esta mezcla tóxica de grupos entrenados en la violencia,
armas pesadas de fácil acceso y actividades delictivas ha hecho del
"triángulo norte" de Centroamérica, Honduras, El Salvador y
Guatemala, los países más violentos con las tasas de asesinatos más altas del
mundo.
La intervención imperialista más reciente en Centroamérica se
dio cuando el expresidente Barack Obama y su secretaria de Estado Hillary
Clinton patrocinaron un golpe militar en Honduras contra el presidente
izquierdista elegido democráticamente, Manuel Zelaya. Desde entonces, el
gobierno antidemocrático del presidente Juan Orlando Hernández puso en pie un
modelo neoliberal que ha profundizado la dependencia económica hacia Estados
Unidos y ha empeorado las condiciones de vida de millones de hondureños.
Hernández también criminalizó a quienes organizaron la caravana para intentar
responder a la crisis humanitaria que tantos hondureños y hondureñas están
viviendo.
Hoy en día,
América Central está gobernada por una nueva elite. Como Aaron Schneider y
Rafael R. Ioris escribieron en NACLA, tras la
extraordinaria violencia vivida en las elecciones hondureñas de 2017, hubo
"una creciente consolidación en el poder de un nuevo tipo de alianza de
derechas en Honduras y en toda América Latina: una alianza que reúne el poder
de las élites terratenientes tradicionales y el de las élites financieras que
se han beneficiado más recientemente del neoliberalismo globalizado. Esta
alianza surgió en medio de las cenizas de la Guerra Fría y los albores del
Consenso de Washington...".
Pobreza y
violencia en la actualidad
La pobreza ha sido y sigue siendo endémica en la mayor parte de
América Central, donde cerca de un tercio de la población vive en la pobreza
extrema. Naciones Unidas define la pobreza extrema como "una condición
caracterizada por la privación severa de las necesidades humanas básicas,
incluidos los alimentos, el agua potable, las instalaciones de saneamiento, la
salud, la vivienda, la educación y la información". El Banco Mundial lo
expresó recientemente en términos económicos, describiendo a los que viven en
la pobreza extrema como aquellos que ganan menos de 1,90 dólares USA por día.
Como escribió
la Organización Internacional del Trabajo (OIT) hace un año, “Más de 50
millones de jóvenes en América Latina y el Caribe hacen frente a un mercado
laboral caracterizado por el desempleo, la informalidad y la falta de
oportunidades”. Aproximadamente la mitad de las personas de América Latina
trabajan en la economía informal –en Centroamérica, la tasa está entre el 40 y
el 80 por ciento–; es decir, las personas trabajan para empleadores que a
menudo pagan mal e ignoran las leyes laborales, o las personas trabajan por
cuenta propia en microempresas o como vendedoras ambulantes. La falta de empleo
y de un salario digno significan una vida con viviendas deficiente y mala
salud, al tiempo que las familias se enfrentan a la inseguridad y los niños
corren un gran riesgo de desnutrición que puede afectar su desarrollo físico y
mental.
El cambio climático también juega un papel en la migración
centroamericana. Según Scientific American, este año una sequía
privó de alimentos a unos 2,8 millones de personas de la región. La sequía
afectó al llamado corredor seco de
América Central, que atraviesa el sur de Guatemala, el norte de Honduras y el
oeste de El Salvador. Olman Funez, un joven agricultor de Orocuina en el sur de
Honduras, dijo: “La sequía nos ha matado. Perdimos todo nuestro maíz y
frijoles".
Las decisiones
tomadas en Washington y Nueva York a favor de promover los llamados mercados
libres o de continuar permitiendo la expansión de combustibles fósiles
como el carbón y el petróleo, han causado la miseria en América Central,
exacerbando la pobreza y movilizando a la gente, haciendo que vayan hacia el
norte, allí donde puedan encontrar trabajo.
La violencia es
también una forma de vida en los países centroamericanos, y recientemente ha
venido aumentando. Guatemala estuvo sometida a la violencia durante años, pero
recientemente el terror ha aumentado. Cualquier persona puede ser asesinada en
cualquier momento, y los activistas campesinos y obreros son a menudo víctimas
de la violencia. Entre el 9 de mayo y el 8 de junio, siete líderes de
organizaciones campesinas fueron asesinados en Guatemala.
Como Simon Granovsky-Larsen escribe en NACLA, “Los
datos recopilados por las organizaciones de derechos humanos a lo largo de los
años muestran un patrón relativamente constante: en Guatemala hasta el año 2000
se asesinaba a un defensor de los derechos humanos cada mes o cada dos meses,
al margen de los tiroteos policiales o militares en las protestas. El asesinato
de campesinos de 2018 supera cualquier previsión. Guatemala no ha vivido nada
parecido desde que concluyó oficialmente el conflicto armado en 1996”. La
violencia contra los líderes campesinos no solo está orientada a impedir que se
organicen, sino también de disuadirles de desafiar políticamente al gobierno.
La rebelión
democrática popular contra el régimen autoritario de Daniel Ortega en Nicaragua
fue reprimida violentamente por el gobierno con arrestos, torturas y cientos de
muertes, lo que llevó a decenas de miles de nicaragüenses a huir a la vecina
Costa Rica. En algunos estados, la violencia política se combina con la
violencia criminal presente en toda la región, creando un baño de sangre cada
vez mayor. Los sobrevivientes de la masacre se unieron a la migración a través
de México hacia los Estados Unidos para escapar de la miseria y la violencia
que sufren.
El reto al
que se enfrenta la caravana en Estados Unidos
Las caravanas pueden encontrar su mayor desafío en la frontera
de México con EE UU cuando las personas migrantes intenten presentar sus
solicitudes de refugio o asilo. Las y los inmigrantes deben presentar su
solicitud de asilo ante un juez de inmigración, lo que significa que deben
recibir una audiencia de inmigración. Las y los refugiados económicos, quienes
vienen simplemente porque quieren trabajar y ganarse la vida, no tienen derecho
al estatus de refugiado. La legislación estadounidense define como refugiado o
a quien busca asilo como "una persona que no puede o no quiere regresar a
su país de nacionalidad debido a la persecución o a un temor fundado de
persecución por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un grupo
social particular u opinión política".
Actualmente
Estados Unidos ofrece pocas esperanzas a las personas refugiadas. En la década
de 1980, bajo el presidente George H.W. Bush, el gobierno aceptó entre 125.000
y 142.000 personas refugiadas. En la década del 2000, años de George W. Bush y
Obama, Estados Unidos admitió a unas 80.000 personas cada año. Sin embargo, en
virtud de la Ley de Asilo de 1980, el presidente tiene la responsabilidad, tras
consultar al Congreso, de establecer el número máximo de personas refugiadas
que serán admitidas en Estados Unidos cada año fiscal. Este año solo se han
admitido unas 22.000. Trump ha dicho que para 2019 esa cifra se incrementará a
30.000.
Trump ha declarado que "Estados Unidos no será ni un
campamento de migrantes ni un centro de detención de personas refugiadas".
Ha amenazado con cerrar completamente la frontera sur de EE UU, si bien parece
poco probable que lo haga, fundamentalmente por razones económicas. Según un
grupo de derechos de inmigración, la Seguridad Nacional de Trump utilizó a la
Patrulla Fronteriza de Estados Unidos para "negar la entrada a
solicitantes de asilo de forma sistemática". La política de la
Administración Trump es que deben ser arrestadas todas las personas adultas que
cruzan la frontera sin control o sin documentos de inmigración. Actualmente,
cuando estas personas son arrestadas, a los niños y niñas se les separa
rutinariamente de sus padres, como ya ha sucedido con miles de ellos, incluidos
centenares de niños de muy corta edad. El último paso de Trump, basado en la
amenaza para la seguridad nacional que viene del extranjero, ha sido el ordenar
la denegación del asilo a toda persona que atraviese la frontera de forma
ilegal. Las asociaciones de defensa de los derechos humanos argumentan que
muchas de las políticas sobre inmigración de Trump son ilegales y las están
impugnando en los tribunales.
La frontera de
Estados Unidos está en ampliamente militarizada en la actualidad, con miles de
agentes de Control de Fronteras respaldados por la Guardia Nacional y, en estos
momentos, algunas tropas del Ejército estadounidense. Excepto a lo largo del
río Grande, la frontera entre los Estados Unidos y México está cerrada por un
muro continuo. Es posible escalar la pared o cruzar las brechas en el muro, aunque
las cámaras y el radar supervisan el área y muchas de las personas que intentan
cruzar son capturadas. También hay cientos que mueren en el desierto cada año.
Miles llegan al otro lado, a una vida sin permiso legal de residencia con la
amenaza constante de ser arrestadas y deportadas.
Sin embargo, la caravana sigue avanzando hacia las peligrosas
regiones áridas del norte de México, dominadas por los carteles de la droga y
la policía corrupta que trabaja con ellos. Mientras tanto, en Estados Unidos, grupos
de humanitarios, religiosos y políticos, se están organizando para acudir a la
frontera, acoger y mostrar la solidaridad a las personas migrantes. Harán
frente a las políticas del gobierno e intentarán dar la bienvenida a aquellos
que vienen como refugiados y solicitantes de asilo.
La migración
como lucha de clases
Esta caravana
no es la primera y no será la última. Como Laura Weiss escribió recientemente,
“En América Central el uso de las caravanas como activismo –y estrategia de
supervivencia– se ha popularizado desde hace años. Desde 2008, las madres
centroamericanas cuyos hijos desaparecieron mientras cruzaban México organizan
una caravana anual a través del país para concienciar sobre sus luchas. En
2012, el poeta Javier Sicilia y el Movimiento Por La Paz con Dignidad y
Justicia organizaron una caravana en México y Estados Unidos para llamar la
atención sobre la violencia de la guerra contra las drogas después de que el
hijo del poeta fuera asesinado. En años posteriores continuó habiendo una serie
de caravanas similares centradas en la violencia de la guerra contra las drogas
y los abusos”. Las caravanas en México se remontan a décadas: caravanas de
campesinos, maestros y mineros. Hay ejemplos de peregrinaciones religiosas que
forman parte de la cultura centroamericana y mexicana: personas que caminan por
su fe. Caminan hacia donde la Virgen visitó una vez la tierra, donde un santo
ayudó a los pobres y oprimidos. Caminan con Dios.
No solemos pensar en caminar como forma de rebelión o de lucha
de clases pero ciertamente a menudo lo es. A la caravana se le ha denominado
éxodo, como el éxodo de los judíos de la esclavitud en Egipto. Durante la
esclavitud en Estados Unidos, las gente negra retomó la historia del éxodo,
viéndose a sí misma como los judíos de Egipto, viviendo en la esclavitud,
soñando con la libertad, y cantaron su famoso himno: “¡Deja ir a mi pueblo!”
(Let my people go!) Hoy en día las y los migrantes están comprometidos en su
éxodo, caminando hacia la libertad, aunque están descubriendo que el Faraón no
solo está en Egipto, no solo en América Central, sino también en México y en
Estados Unidos. La caravana sigue avanzando, manteniendo a las y los migrantes
en un abrazo de esperanza, inspirándoles para luchar, inspirándonos a
solidarizarnos con ellos y ellas. Al fin y al cabo todos y todas estamos
implicados en esta caravana, en este camino hacia la libertad.
Dan La Botz, es coeditor de la
revista New Politics