Por Yldefonso Finol
Son
muchas las preguntas que le asaltan a uno cuando se topa con las incoherencias
del proceso conocido como “revolución bolivariana” (que a veces provoca
escribirlo entre comillas). Sobre todo al observar las falencias culturales del
proceso.
A la luz de los poquísimos
esfuerzos en promover y enseñar la Doctrina Bolivariana en los ámbitos
educativos y comunicacionales, da pena concluir que no hay revolución
bolivariana. La ignorancia generalizada en la sociedad –puntual y más grave en
la burocracia- sobre la vida, gesta e ideas del Libertador Simón Bolívar, es
espeluznante.
Una extraña mezcla de
pragmatismo político, esoterismo económico y farandulerismo ideológico, ha
sustituido la filosofía revolucionaria. Mediáticamente la situación no puede
ser peor, la parrilla pública nos pone a escoger entre el tarot y la cháchara
evangélica. Se ve que la dirección de “nuestras” televisoras (porque
teóricamente son del pueblo venezolano, aunque el Estado burgués se encargue de
enajenarlos) nunca leyó los Manifiestos de Cartagena y Carúpano.
II
La tarea cultural de una
revolución es la transformación radical de la conciencia. Pasar del estado
colonizado y alienado, a la toma de conciencia de clase y nación. En la
confrontación antiimperialista y en la precondición descolonizadora, ninguna
herramienta sustituye al cambio cultural. La política cultural del Estado tiene
tres prioridades que definen y determinan todo: 1) consolidar una concepción revolucionaria
de la realidad opresora que permita interpretarla y superarla, 2) reforzar el
conocimiento de la historia nacional como construcción de memoria colectiva,
sentido de pertenencia y aptitud descolonizadora, y 3) promover y arraigar los
valores de la nueva sociedad que aspiramos alcanzar, como fruto de las luchas
populares de liberación.
Estas orientaciones
programáticas deben concretarse en objetivos como el despertar ciudadano, la
movilización por los intereses colectivos, la reafirmación de la identidad
nacional como síntesis de las diversas identidades ancestrales, republicanas y
emergentes de la contemporaneidad; todo ello enmarcado en la contradicción
fundamental soberanía versus imperialismo, y en la ruta estratégica del ideal
socialista.
Cultura es toda hechura
humana, pero en términos de gestión estatal, la política cultural es el
conjunto de lineamientos y recursos que se ponen al servicio de la formación de
una personalidad colectiva, en la defensa de los intereses del pueblo trabajador
y la independencia nacional.
III
Prevalece una concepción
desperdigada de la cultura; cada organismo sectorial o territorial hace la
política cultural que le parece, casi siempre desde la muy mediocre visión de
que bastan una par de eventos rocambolescos. No se me olvida –porque me traumatizó
solo enterarme- el zafarrancho millonario que un alcalde “chavista” de Guanta
armó para presentar a un famoso reguetonero paisa. Esa es la “cultura” para
liderazgos decadentes y corruptos. No importa si el “artista” es un enemigo de
los valores que pregona la “revolución”.
No se trata de negar que ha
habido algunos avances momentáneos y sucesos exultantes como erradicar el
analfabetismo, o haber mantenido varios años la revista política A Plena Voz.
Pero no se cosecha un solo año y ya, si se requiere el alimento toda la vida.
El trabajo cultural tiene que ser transversal y permanente en la acción
gubernamental. El pueblo lo hace siempre, pero sabemos que el pueblo solo
frente al gran poder cultural del capital transnacional y la industria
imperialista del “entretenimiento”, puede ser un rebaño de ovejas ante una
manada de lobos. Para eso existen las vanguardias, donde se supone reside la
claridad que encauza la fuerza de las masas.
IV
Estas reflexiones me nacieron
desde la vergüenza al ver el anuncio de la presentación del cantante vallenato
Poncho Zuleta en la Feria de la Chinita en Maracaibo. Este individuo es un
paramilitar confeso, que en Colombia apoya descaradamente el genocidio de
líderes sociales a manos del terrorismo estatal disfrazado de paramilitarismo.
Ha sido acusado de apropiarse de fincas confiscadas a sus propietarios luego de
asesinarlos.
Como bolivariano venezolano
ofrezco mil excusas, pido perdón a las víctimas de esa máquina de la muerte que
es el paramilitarismo colombiano, del que también nuestro país es víctima.
¿Incoherencia? Impensable.
¿Ignorancia? Inaceptable. Habría otros “detalles” que cuestionar del festín
merenguero, pero son minúsculos ante la grave afrenta paraca.
No es inocente subir
a las tarimas y ofrecer el micrófono (además de nuestros escasos dólares…o
¿cobró en petros?) a un propagandista de los más atroces y peligrosos enemigos
de la Revolución Bolivariana.