Por Aram Aharonian*
Cuando en la región retornan el neofascismo, la xenofobia, la
misoginia, la homofobia, el racismo, de la mano de gobiernos de ultraderecha,
las fuerzas populares (¿progresistas, de izquierda?) debaten sobre el
pensamiento crítico y el fin de la antinomia izquierda-derecha, apelando a una
nostalgia inmovilizadora y acrítica, mostrando la falta de unidad y también
de proyectos.
Varias
personalidades políticas e intelectuales participaron en la puesta en escena
del Foro Mundial del Pensamiento Crítico en Buenos Aires, convocado por el
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) y en vísperas a la Cumbre
del G20.
La nostalgia es
un permanente latiguillo de aquellos que añoran las épocas pasadas, por
creerlas mejor que las actuales, cargado de una importante subjetividad y un
llamado al inmovilismo. El texto original de Jorge Manrique (siglo XV) en
Coplas sobre la muerte de mi padre, decía “Cualquier tiempo pasado fue
mejor”. Bastante después, Harold Pinter, el escritor y activista político inglés,
ganador del Nobel de Literatura en 2005 señalaba que “El pasado es lo que
recuerdas, lo que imaginas recordar, lo que te convences en recordar, o lo que
pretendes recordar”.
Algo así le pasó
al doctor Juvenal Urbino, personaje de “El amor en los tiempos del cólera”,
de Gabriel García Márquez: “Era todavía demasiado joven para saber que la memoria
del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y que gracias a
ese artificio logramos sobrellevar el pasado. pero cuando volvió a ver desde la
baranda del barco el promontorio blanco del barrio colonial, los gallinazos
inmóviles sobre los tejados, las ropas de pobres tendidas a secar en los
balcones, sólo entonces comprendió hasta qué punto había sido una víctima fácil
de las trampas caritativas de la nostalgia”.
Dos expresidentas
Las ex
presidentas Cristina Fernández de Kirchner, de Argentina, y Dilma Rousseff, de
Brasil, inauguraron el Foro Mundial del Pensamiento Crítico en Buenos Aires.
“Como espacio
progresista debemos acostumbrarnos a no presentarnos como la contra, sino como
el espacio político y social que excede la categoría de izquierdas y derechas
para ingresar decididamente en una nueva categoría de pensamiento, que es la de
pueblo”, dijo la argentina, quien resaltó que el “neoliberalismo es una
construcción política del capitalismo…exacerba el individualismo y la
meritocracia. Si tienes trabajo es porque te lo ganaste, y si no, es porque no
tienes la capacidad. Ya no es un problema de Estado, es un problema tuyo”,
afirmó Cristina Fernández.
Rousseff recordó
que la extrema derecha estaba latente en la sociedad brasileña, lo que hizo
posible la victoria de Bolsonaro, y admitió que en la transición democrática de
Brasil no se juzgó el proceso de terrorismo de Estado, lo que dejó grandes
secuelas sociales, como 300 años de esclavitud. Agregó que la dictadura siempre
utilizó la violencia como método de control en Brasil.
Tiene razón el
argentino Atilio Borón cuando señala que las amenazas de la ultraderecha
conducen inexorablemente a un holocausto social y ecológico de inéditas
proporciones y es necesario construir una alternativa política, que
requiere el aporte imprescindible del pensamiento crítico que permita trazar
una hoja de ruta para evitar el derrumbe catastrófico de la vida civilizada. De
un nuevo pensamiento crítico, agregaríamos, anclado en las realidades de un
mundo y una región de pleno siglo 21.
Hoy, el primer
deber del (llamémosle) progresismo, es hacer un análisis concreto no solo de
sus dolorosas realidades sino también de los avances –que no fructificaron en
la construcción de alternativa sólidas- y un profundo trabajo de organización
en el fragmentado y atomizado campo popular, donde seguimos entusiasmados en
ser cabezas de ratón (cada cual por su lado) y no estar en la cola del león, lo
que permitiría a enfrentar a la derecha hiperorganizada (en Davos, en el Grupo
de Bildelberg, en el G-7) y también guionizada por la internacional capitalista
de la Red Atlas.
A principios de
este siglo y milenio, fueron los intelectuales y dirigentes de movimientos
sociales los que se alzaron contra el enemigo común, el capitalismo depredador,
y lograron imponer el imaginario colectivo de que otro mundo era posible y
necesario. Así nació el Foro Social Mundial, una respuesta al fin de las
ideologías y de la historia que nos contaban los think tanks de la banda de
Davos.
Organización,
unidad en la lucha, concientización y una estrategia de construcción de poder
popular que no debe reducirse al sólo momento electoral, propusieron los
oradores en el foro. No estoy seguro de que el foro no fuera una nueva catarsis
colectiva al estilo socialdemócrata, ni que los panelistas hayan
registrado los profundos cambios registrados en la subjetividad de las clases y
capas populares que empuja a algunos de sus sectores a votar por sus verdugos.
La nostalgia y el
fervor de la platea hicieron que Cristina Fernández recomendara “no gritemos ni
insultemos porque perdemos tiempo para pensar lo importante”. ¿Será retornar el
gobierno o elaborar un proyecto de cambios estructurales de la sociedad?
¿No hay derecha ni izquierda?
La supuesta
extinción de la diferencia entre izquierda y derecha fue planteada casi tres
décadas atrás cuando Francis Fukuyama insistía en que la historia había llegado
a su fin, lo que conllevaba el fin de las ideologías, de la lucha de clases y
todos los proyectos de izquierda. La expresidenta argentina Cristina Fernández
también señaló que la distinción entre izquierda y derecha era un anacronismo.
En junio de 2015, aún en el gobierno, había distinguido que “no hay
ideologías, se trata (solo) de intereses contrapuestos”.
La
ideología es un conjunto de valores sociales, ideas, creencias, sentimientos,
representaciones e instituciones mediante el que la gente, de forma colectiva,
da sentido al mundo en el que vive.
El pensador (y
vicepresidente) boliviano Álvaro García Linera expresó que la vigencia de la
dicotomía derecha-izquierda se certifica cuando se observa que mientras los
gobiernos progresistas y de izquierda del siglo veintiuno sacaron de la pobreza
a 72 millones de personas en América Latina los de la derecha sumieron en ella
a 22 millones; y que mientras los primeros reducían la desigualdad los segundos
lo aumentaban.
En lo práctico
las izquierdas tienen que hacer otras combinaciones de gestión económica y en
lo político tienen que construir otro relato, otra manera orgánica de
concentrar expectativas distintas a las que han prevalecido en las últimas
décadas. Necesitamos una profunda renovación de los lenguajes que nos permita
generar nuevas preguntas donde las antiguas no son suficientes para proponer
algo en el mundo.
Ahora hay un gran
desorden, un caos de sentido y para sobrepasar este momento necesitamos una
gran dosis de creatividad, señaló García Linera, quien se animó a hablar de las
redes sociales: Lo que es interpelado con las redes es un conjunto de
componentes del sentido común neoliberal: el miedo, el individualismo, la
competencia, el gregarismo, el racismo y la salvación externa, que está latente
desde hace mucho tiempo y el momento progresista no lo pudo anular, simplemente
los fracturó temporalmente, señaló.
No se puede
olvidar, tampoco, que los gobiernos progresistas de la región impulsaron el
empoderamiento de vastos sectores sociales anteriormente privados de los
derechos más elementales y la reafirmación de la soberanía económica, política
y militar, por contraposición a la profundización de la subordinación
económica, política y militar impulsada por los regímenes derechistas.
El español Juan Carlos
Monedero preguntó “¿si la izquierda está muerta, dónde están los cadáveres de
sus sujetos: los obreros, los campesinos, los originarios, las mujeres, los
jóvenes, los explotados? ¿Es que han desaparecido? Mientras sobreviva el
capitalismo y sus víctimas sigan creciendo en proporción geométrica la
izquierda estará más viva y será más necesaria que nunca (…) la distinción
entre derecha e izquierda es más válida hoy que en tiempos de la Revolución
Francesa”, añadió.
Algunas reflexiones
Llevamos 526 años
en resistencia, hemos resistido a todo, nos hemos acostumbrado a su lógica y,
cuando tuvimos gobiernos progresistas no cambiamos la agenda y nos olvidamos de
la construcción. La construcción de nuevo pensamiento crítico, de nuevos
cuadros políticos, económicos, administrativos, la construcción de una nueva
comunicación popular, quedamos anclados en el pasado, en la mera resistencia
inmovilizadora.
Ante todo,
debemos provocar el análisis de lo sucedido en nuestros países en los últimos
tres lustros, donde gobiernos surgidos de las movilizaciones populares trataron
de poner a los más humildes como sujetos de política, para poder entender esta
Argentina y esta América Latina que debemos rediseñar en medio de una ofensiva
fuerte, a fondo, de la derecha más reaccionaria y dependiente.
En las últimas
tres décadas del siglo se quiso imponer la teoría de “los dos demonios” según
la cual se trató de equiparar los actos de violencia, genocidio y terrorismo
perpetrados por las dictaduras y los gobierno cívico-militares con las acciones
de las organizaciones guerrilleras que luchaban contra ellos. Más de cuatro
décadas después escuchamos de boca de supuestos intelectuales la teoría de que
no existieron gobiernos progresistas en nuestra región y que la lucha se dirime
hoy entre dos derechas, una modernizante o desarrollista (del siglo 21) y la
otra oligárquica (del siglo 20).
Y
siguiendo estos libretos que hablan de un “neoliberalismo transgénico”,
propagados desde ámbitos académicos progres y socialdemócratas –con apoyo,
generalmente, de fundaciones y ONG europeas–, es bien triste ver a indígenas y
trabajadores inducidos a votar para la oligarquía, para que desde la
“resistencia” se puedan refundar los movimientos de la izquierda y buscar
transiciones.
Existe una enorme
frustración, tensiones y cansancio provocados por personalidades pedantes y
autoritarias (políticos, intelectuales) que lanzan consignas en
verborragias sin ideas, muestran su incoherencia disfrazada de idealismo y
hasta esbozan un macartismo estúpido y perverso contra algunos movimientos
sociales. Hay quienes buscan caminos para acceder al poder: su meta,
descarrilar para siempre las ideas de democracias participativas, dignidad e
inclusión social, soberanía e integración regional.
Otro dilema que
surge al debate es si nuestros países debieran ir por un fortalecimiento
republicano o ayudar a su derrumbe. La democracia representativa, la propiedad
privada, la cultura eurocentrista, el sufragismo y los partidos políticos son
algunos de las “verdades reveladas” que organizan nuestra vida institucional,
nuestra democracia declamativa, que venimos arrastrando desde las
constituciones del siglo 19.
La profundidad de la crisis actual cuestiona a la modernidad y al
capitalismo, matrices sobre las cuales se han construido los valores que
sustentan esta civilización. Ya no se trata de reformarlas sino de cambiar los
paradigmas que hacen a su vigencia, existencia, constitución y organización
Muchos dirigentes
populares, ilusionados por el espacio institucional, emigraron de los
movimientos –o fueron cooptados– para ocupar espacios en el parlamento y en el
gobierno, lo que quitó experiencia acumulada a los movimientos y llevó a su
práctica desaparición de las calles. En esa relación gobierno-Estado-movimientos
populares, el error principal, quizá, fue de los movimientos. La realidad es
que el Estado siguió siendo burgués y los gobiernos atados en sus programas
sociales y de distribución (no de redistribución) de renta.
Hoy se
sucede una dinámica de cambios impensable hace apenas dos décadas, ya en lo
tecnológico, ya en lo cultural. No queremos perdernos nada, pero carecemos de
un relato capaz de articular los hechos, lo que nos produce la sensación de
aceleración es que la realidad se fragmenta en continuos presentes sin pasado
ni futuro, donde nada es importante porque no hay posibilidad de comparar, ni
contexto.
Las realidades tecnológicas, políticas, económicas, sociales,
culturales son muy diferentes a las de dos décadas atrás, pero los desafíos
siguen siendo los mismos. Hoy se sucede una dinámica de cambios impensable hace
veinte años, ya sea en lo tecnológico, ya en lo cultural.
No queremos perdernos nada, pero carecemos de un relato capaz de
articular los hechos, lo que nos produce la sensación de aceleración es que la
realidad se fragmenta en continuos presentes sin pasado ni futuro, donde nada
es importante porque no hay posibilidad de comparar, ni
contexto. Las realidades tecnológicas, políticas, económicas,
sociales, culturales son muy diferentes a las de dos décadas atrás, pero los
desafíos siguen siendo los mismos.
Hoy, mientras los
europeos se nutren del pensamiento –la experiencia y el accionar–
latinoamericanos para intentar salir de su crisis capitalista, a nuestros países
siguen llegando “expertos” y “pensadores”. Parece el retorno de las carabelas y
los espejitos de colores, para convencernos de que no debemos soñar con
utopías, para encarrilarnos en la teoría de “lo posible” (como hace 40 años),
para que no nos veamos con nuestros propios ojos, sino que lo hagamos con la
visión colonizadora.
Súmele los
pregonantes “nativos” del discurso del posmarxismo, que pareciera una vulgar
reducción europea de nuestros ricos y profundos procesos políticos
emancipatorios
La derecha no
escatima esfuerzos para derrotar a su enemigo de clase. Miente, manipula,
tergiversa los hechos. Usa todo el arsenal de herramientas disponibles: medios
masivos de comunicación cartelizados, manipulación en el uso de datos y
perfiles recolectados por las llamadas redes digitales en manos de seis grandes
megaempresas, (convertidas en megaintermediarios privados de una “democracia
global de mercado ”los venden al mejor postor, en especial a los Estados);
especialistas en imagen y manejo de masas, psicología publicitaria, iglesias
fundamentalistas de corte neoevangélico, en una guerra de quinta generación, de
redes, dirigida a las percepciones y no al raciocinio, cuya blanco es la
psiquis y los nódulos neurálgicos del ciudadano.
Junto a esta avanzada ideológica de la derecha, la izquierda
parece estar sin rumbo. La represión sufrida en décadas pasadas paralizó
grandemente al campo popular y la “pedagogía del terror” de la época de las
dictaduras cívico-militares hizo bien su trabajo. Hoy, con una desaforada
oligarquía financiera y guerrerista, el capitalismo cambia, ofrece nuevas
mercancías, usa las posibilidades tecnológicas de la inteligencia artificial,
del big data, de los algoritmos, para imponer imaginarios colectivos.
Temor a
aggiornarse
Quizá la peor
atadura que pueda tener el progresismo es su propio temor a autocriticarse, a
quedarse en un conformismo intelectual y político, a seguir anclada a
escenarios y discursos ya perimidos por la realidad. Y no interpelar
permanentemente a la derecha. De una vez por todas, hay que abandonar la
denunciología y el lloriqueo, y adelantar propuestas sobre los temas actuales.
Más allá del tema
de género, las propuestas deben incluir la Reforma constitucional y
reestructura del Estado, la problemática de seguridad y defensa, la fase actual
transnacional, global, virtual, concentrada del capitalismo, la integración
regional soberana y las herramientas de la nueva gobernanza global, el
neocolonialismo y la dependencia que propone el FMI. Insistir en Latinoamérica
y el Caribe como territorio de paz, las nuevas formas de trabajo esclavo, la
mercantilización del conocimiento y la educación.
De proyectar un
cambio de las estructuras sociales. Y de pensar otra comunicación y otra
democracia, participativa, acorde a las necesidades de una mayor organización
popular.
Esto significa
dos cosas: construir una agenda propia y no quedar atrapado en ser reactivos a
la agenda del enemigo. Para eso, debemos comenzar por vernos con nuestros
propios ojos y no con los ojos del enemigo, de los neocolonizadores, de
nuestros verdugos, para poder dar la batalla por los sentidos.
Es mucho más
difícil construir que resistir: hay que juntarse, poner hombro con hombro,
levantar paredes ladrillo a ladrillo (a veces se caen y hay que volver a
levantarlas). Sí, claro, la construcción se hace desde abajo, porque lo único
que se construye desde arriba, es un pozo.
Colofón: Chávez y Venezuela, malas palabras
No es de extrañar
la desvenezolanización que ejerce la socialdemocracia regional en el encuentro
de Clacso sobre el pensamiento crítico. Cuadros e intelectuales de gobiernos
progresistas que nunca combatieron estructuralmente al capitalismo y
sucumbieron a pactos frontales con la derecha intentan erigirse como faros
modélicos de una izquierda que necesita resurgir ante el avance del fascismo,
el conservadurismo, el neoliberalismo.
Pareciera que no
se trata de cerrar filas, unirse, sino de marcar las aguas. Oficialmente, la
dirigencia socialdemócrata de Clacso trató de evitar cualquier referencia –aún
crítica- a Hugo Chávez y a la Revolución Bolivariana. Las “recomendaciones” de
los intelectuales europeos y la estigmatización mediático-hegemónica hicieron
su trabajo, convirtiendo a Venezuela (tal como lo quiere Washington y la OEA)
en los parias de la región.
*Aram Aharonian
Periodista y
comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la
Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro
Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)