Por Michael
Löwy
I. La crisis ecológica está ya presente y se
convertirá todavía más, en los meses y años próximos, en la cuestión social y
política más importante del siglo XXI. El porvenir
del planeta y de la humanidad va a decidirse en los próximos decenios. Los
cálculos de algunos científicos en relación con los escenarios para el 2100 no
son muy útiles, por dos razones: a) científica: considerando todos los efectos
retroactivos imposibles de calcular, es muy aventurado hacer proyecciones de un
siglo; b) política: a finales del siglo, todos y todas nosotros y nosotras,
nuestros hijos y nietos habrán partido y entonces ¿qué interés tiene?
II. La crisis ecológica incluye varios aspectos, de
consecuencias peligrosas, pero la cuestión climática es sin duda la amenaza más
dramática. Como explica el GIEC [Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el
Cambio Climático, ndt], si la temperatura media sobrepasa más de 1,5 grados en
relación con la del período preindustrial, existe el riesgo de que se
desencadene un proceso irreversible de cambio climático. ¿Cuáles serían las
consecuencias? A continuación se señalan algunos ejemplos: la multiplicación de
mega-incendios como el de Australia; la desaparición de los ríos y la
desertificación de los suelos; el deshielo y la dislocación de los glaciares
polares y la elevación del nivel del mar, que puede alcanzar hasta decenas de
metros, mientras que solo con dos metros amplias regiones de Bengala, de India
y de Tailandia, así como las principales ciudades de la civilización humana
–Hong-Kong, Calcuta, Viena, Amsterdam, Sangai, Londres, Nueva York, Río-
desaparecerán bajo el mar ¿Hasta dónde podrá subir la temperatura? ¿A partir de
qué temperatura estará amenazada la vida humana sobre este planeta? Nadie tiene
respuesta a estas preguntas…
III. Estos son riesgos de catástrofe sin precedente en
las historia humana. Sería preciso volver al Plioceno, hace algunos millones de
años, para encontrar una condición climática análoga a la que podrá instaurarse
en el futuro gracias al cambio climático. La mayor parte de los geólogos
estiman que hemos entrado en una nueva era geológica, el Antropoceno, en el que
las condiciones del planeta se han modificado por la actividad humana. ¿Qué
actividad? El cambio climático empezó con la Revolución Industrial del siglo
XVIII, pero fue después de 1945, con la globalización neoliberal, cuando tuvo
lugar un salto cualitativo. En otros términos, es la civilización industrial
capitalista moderna quien es responsable de la acumulación de CO2 en la
atmósfera y, con ello, del calentamiento global.
IV. La responsabilidad del sistema capitalista en la
catástrofe inminente está ampliamente reconocida. El Papa Francisco, en la
Encíclica Laudatio Si, sin pronunciar la palabra capitalismo,
denunciaba un sistema de relaciones comerciales y de propiedad estructuralmente
perverso, exclusivamente basado en “el principio de maximización
del beneficio” como responsable a la vez de la injusticia social y de la
destrucción de nuestra Casa Común, la Naturaleza. Una consigna universalmente
coreada en las manifestaciones ecologistas en todos los lugares del mundo es:
“¡Cambiemos el sistema, no el clima!” La actitud de los principales
representantes de este sistema, partidarios del business as usual –millonarios,
banqueros, expertos, oligarcas, politicastros- puede ser resumida
en la frase atribuida a Luis XIV: “Después de mí, el diluvio”.
V. El carácter sistémico del problema se ilustra
cruelmente con el comportamiento de todos los gobiernos (con rarísimas
excepciones) al servicio de la acumulación de capital, de las multinacionales,
de la oligarquía fósil, de la mercantilización general y del libre comercio.
Algunos -Donald Trump, Jair Bolsonaro, Scott Morrison (Australia)- son
abiertamente ecocidas y negacionistas climáticos. Los otros, los razonables,
dan el tono en las reuniones anuales de la COP (¿Conferencias de los Partidos o
Circos Organizados Periódicamente?) que se caracterizan por una vaga
retórica verde y una completa inercia. La de más éxito fue la
COP21, en París, que concluyó con solemnes promesas de reducciones de emisiones
por todos los gobiernos participantes -no cumplidas, salvo por algunas islas
del Pacífico-; ahora bien, si se hubieran cumplido, los científicos calculan
que la temperatura podría sin embargo subir hasta 3,3 grados suplementarios.
VI. El capitalismo verde, los mercados
de derechos de emisión, los mecanismos de compensación y
otras manipulaciones de la pretendida economía de mercado sostenible se
han revelado completamente ineficaces. Mientras que se enverdece a
diestra y siniestra, las emisiones suben en flecha y la catástrofe se aproxima
a grandes pasos. No hay solución a la crisis ecológica en el marco del
capitalismo, un sistema enteramente volcado al productivismo, al consumismo, a
la lucha feroz por las partes de mercado, a la acumulación del
capital y a la maximización de los beneficios. Su lógica intrínsecamente
perversa conduce inevitablemente a la ruptura de los equilibrios ecológicos y a
la destrucción de los ecosistemas.
VII. Las únicas alternativas efectivas, capaces de
evitar la catástrofe, son las alternativas radicales. Radical quiere
decir que ataca a las raíces del mal. Si la raíz es el sistema capitalista, son
necesarias alternativas anti-sistémicas, es decir anticapitalistas, como el
ecosocialismo, un socialismo ecológico a la altura de los desafíos del siglo
XXI. Otras alternativas radicales como el ecofeminismo, la ecología social
(Murray Bookchin), la ecología política de André Gorz o el decrecimiento
anticapitalista, tienen mucho en común con el ecosocialismo: en los últimos
años se han desarrollado las relaciones de influencia recíprocas.
VIII. ¿Qué es el socialismo? Para muchos marxistas es la
transformación de las relaciones de producción –mediante la apropiación
colectiva de los medios de producción- para permitir el libre desarrollo de las
fuerzas productivas. El ecosocialismo se reclama de Marx pero rompe de forma
explícita con ese modelo productivista. Ciertamente, la apropiación colectiva
es indispensable, pero es también necesario transformar radicalmente las mismas
fuerzas productivas: a) cambiando sus fuentes de energía (renovables en lugar
de fósiles); b) reduciendo el consumo global de energía; c) reduciendo (decrecimiento)
la producción de bienes y suprimiendo las actividades inútiles (publicidad) y
las perjudiciales (pesticidas, armas de guerra); d) poniendo fin a la
obsolescencia programada. El socialismo implica también la transformación de
los modelos de consumo, de las formas de transporte, del urbanismo, del modo
de vida. En resumen, es mucho más que una modificación de las formas de
propiedad: se trata de un cambio civilizatorio, basado en los
valores de solidaridad, igualdad y libertad y respeto de la naturaleza. La
civilización ecosocialista rompe con el productivismo y el consumismo para
privilegiar la reducción del tiempo de trabajo y, así, la extensión del tiempo
libre dedicado a las actividades sociales, políticas, lúdicas, artísticas,
eróticas, etc., etc. Marx designaba ese objetivo con el término Reino
de la libertad.
IX. Para cumplir la transición hacia el ecosocialismo
es necesaria una planificación democrática, orientada por dos criterios: la
satisfacción de las verdaderas necesidades y el respeto de los equilibrios
ecológicos del planeta. Es la misma población –una vez desembarazada del
bombardeo publicitario y de la obsesión consumista fabricada por el mercado
capitalista- quien decidirá, democráticamente, cuales son las verdaderas
necesidades. El ecosocialismo es una apuesta por la racionalidad democrática de
las clases populares.
X. Para llevar a cabo el proyecto ecosocialista no
bastan las reformas parciales. Sería necesaria una verdadera revolución social.
¿Cómo definir esta revolución? Podríamos referirnos a una nota de Walter
Benjamin, en un margen a sus tesis Sobre el concepto de historia (1940): “Marx ha dicho que las
revoluciones son la locomotora de la historia mundial. Quizá las cosas se
presentan de otra forma. Puede que las revoluciones sean el acto por el que la
humanidad que viaje en el tren aprieta los frenos de urgencia”. Traducción en palabras
del siglo XXI: todas y todos somos pasajeros de un tren suicida, que se llama
Civilización Capitalista Industrial Moderna. Este tren se acerca, a una
velocidad creciente, a un abismo catastrófico: el cambio climático. La acción
revolucionaria tiene por objetivo detenerlo, antes de que sea demasiado tarde.
XI. El ecosocialismo es a la vez un proyecto de futuro
y una estrategia para el combate aquí y ahora. No se trata de esperar a
que las condiciones estén maduras: hay que promover la convergencia
entre luchas sociales y luchas ecológicas y batirse contra las iniciativas más
destructoras de los poderes al servicio del capital. Es lo que Naomi Klein
llama Blockadia. Es en el interior de las movilizaciones de este
tipo donde podrá emerger, en las luchas, la conciencia anticapitalista y el
interés por el ecosocialismo. Las propuestas como el Green New Deal forman
parte de ese combate, en sus formas radicales, que exigen el abandono efectivo
de las energías fósiles pero no en las que se limitan a reciclar el capitalismo
verde.
XII. ¿Cuál es el sujeto de este combate? El dogmatismo
obrerista/industrialista del pasado ya no es actual. Las fuerzas que hoy se
encuentran en primera línea del enfrentamiento son los jóvenes, las mujeres,
los indígenas, los campesinos. Las mujeres están muy presentes en el formidable
levantamiento de la juventud lanzado por el llamamiento de Greta Thunberg, una
de las grandes fuentes de esperanza para el futuro. Como nos explican las
ecofeministas, esta participación masiva de las mujeres en las movilizaciones
proviene del hecho de que ellas son las primeras víctimas de los daños
ecológicos del sistema. Los sindicatos comienzan, aquí o allá, a comprometerse
también. Eso es importante, ya que, en último análisis, no se podrá abatir al
sistema sin la participación activa de los trabajadores y las trabajadoras de
las ciudades y de los campos, que constituyen la mayoría de la población. La
primera condición es, en cada movimiento, asociar los objetivos ecológicos
(cierre de la minas de carbón o de los pozos de petróleo, o de centrales
térmicas, etc.) con la garantía del empleo de los y las trabajadores y
trabajadoras afectados.
XIII. ¿Tenemos posibilidades de ganar esta batalla antes
de que sea demasiado tarde? Contrariamente a los pretendidos colapsólogos,
que proclaman, a bombo y platillo, que la catástrofe es inevitable y que
cualquier resistencia es inútil, creemos que el futuro sigue abierto. No hay
ninguna garantía que ese futuro será ecosocialista: es el objeto de una apuesta
en el sentido pascaliano, en la que se comprometen todas las fuerzas, en
un trabajo por lo incierto. Pero, como decía, con una gran y simple
prudencia, Bertold Brecht: “El que lucha puede perder. El que no lucha ha
perdido ya”.