En una
serie de tres artículos, el portavoz de la red internacional del Comité para la
abolición de las deudas ilegítimas (CADTM), Eric Toussaint, explica cómo la
combinación de endeudamiento y libre comercio constituye el factor fundamental
de la total subordinación de muchos países desde el siglo XIX.
Por Eric Toussaint
El Salto Diario
Introducción
Desde
2010, Grecia nos muestra cómo se priva de libertad a un país y a un pueblo
mediante la obligación de pagar una deuda claramente ilegítima. Desde el siglo
XIX, de América Latina a la China, pasando por Haití, Grecia, Túnez, Egipto y
el Imperio Otomano, la deuda pública fue utilizada como arma de dominación y de
expoliación. Al fin y al cabo, es la combinación de endeudamiento y libre
comercio lo que constituye el factor fundamental de la total subordinación de
las economías periféricas partir del siglo XIX. Las clases dominantes locales
se asociaron a las grandes potencias financieras extranjeras para someter a los
países y a sus pueblos a un mecanismo de transferencia permanente de riquezas
de los productores locales hacia los acreedores, ya sean éstos nacionales o
extranjeros.
Contrariamente
a una idea preconcebida, no son, generalmente, los países endeudados
periféricos los que provocan las crisis de deuda soberana. Esas crisis se
desencadenan en primer lugar en los países capitalistas más poderosos, o son el
resultado de sus decisiones unilaterales que arrastran, de rebote, crisis más
generales en los países periféricos endeudados. No es el exceso de gastos
públicos lo que lleva a una deuda a niveles insostenibles, sino las condiciones
impuestas por los acreedores locales y extranjeros. Los tipos de interés reales
fueron abusivamente aumentados y las comisiones cobradas por los banqueros,
particularmente, onerosas. La consecuencia no podía ser otra: los países que se
endeudaban no eran capaces de pagar sus deudas, así que tenían que recurrir
constantemente a nuevos préstamos para pagar los antiguos. Y cuando no lo
conseguían, las potencias acreedoras tenían el derecho de recurrir a una intervención
militar para hacerse reembolsar.
Las
crisis de la deuda, y su desarrollo, están siempre controladas por la acción de
los grandes bancos de las principales potencias económicas y por los gobiernos
que los sostienen.
Durante
los últimos dos siglos, varios Estados repudiaron con éxito sus deudas
argumentando que eran ilegítimas u odiosas. Fue el caso de México, Estados
Unidos, Cuba, Rusia, China o Costa Rica. Los conflictos alrededor del pago de
la deuda dieron lugar a la elaboración de la doctrina jurídica de la deuda
odiosa que siempre es de actualidad.
La deuda odiosa
Según
la doctrina jurídica de la deuda odiosa cuya teoría desarrolló Alexander Sack
en 1927, una deuda es odiosa cuando se juntan dos condiciones esenciales:
1.
La ausencia de benficio para la población: la deuda no fue contraída en nombre
del interés del pueblo y del Estado, sino contra su interés y/o por el interés
personal de dirigentes y de personas próximas al poder.
2.
La complicidad de los prestamistas: los acreedores sabían (o estaban en
condiciones de saberlo) que los fondos prestados no beneficiaban a la
población. Según esta doctrina, la naturaleza despótica o democrática de un
régimen no debe tenerse en cuenta.
Sack,
padre de la doctrina, dice claramente que se pueden atribuir a un gobierno
regular deudas odiosas. Sack escribió: «Una deuda regularmente contraída por un
gobierno regular (puede) considerarse como incuestionablemente odiosa,…». Sack
definía un gobierno regular de la siguiente manera: «Debemos considerar un
gobierno regular el poder supremo que existe efectivamente dentro de los
límites de un territorio determinado. Que ese poder sea monárquico (absoluto o
limitado) o republicano; que proceda de la ’gracia de Dios’ o de la ’voluntad
del pueblo’; que exprese la ’voluntad del pueblo’ o no, del pueblo entero o
solamente de una parte de éste¸ que se haya establecido legalmente o no, etc.,
todo esto no tiene importancia para el problema que nos ocupa».
Sack
escribió que una deuda puede considerarse odiosa si, uno, las necesidades, a
causa de las cuales el anterior gobierno había contraído la deuda en cuestión,
eran ’odiosas’ y francamente contrarias a los intereses de la población de todo
o parte del antiguo territorio y, además, los acreedores, en el momento de la
emisión del préstamo, habían estado al corriente de su destino odioso. Y,
prosigue, «establecidos estos dos puntos, correspondería a los acreedores la
tarea de probar que los fondos producidos por los citados préstamos habían
sido, de hecho, utilizados no para necesidades odiosas, dañinas para la población
de todo o de parte del Estado, sino para necesidades generales o especiales de
ese Estado, que no ofrecen un carácter odioso». Esta doctrina fue aplicada
varias veces a lo largo de la historia.
Un poco de historia
Los
acreedores, ya sean poderosos Estados, organismos multilaterales a su servicio
o al de los bancos, supieron perfectamente maniobrar para imponer su voluntad a
los deudores
Los
acreedores, ya sean poderosos Estados, organismos multilaterales a su servicio
o al de los bancos, supieron perfectamente maniobrar para imponer su voluntad a
los deudores. Desde la primera mitad del siglo XIX, un país como Haití sirvió
de laboratorio. Fue la primera república negra independiente ya que se libró
del yugo francés en 1804. Sin embargo, París no había abandonado sus
pretensiones sobre Haití, y consiguió una indemnización real para los
esclavistas: los acuerdos firmados en 1825 con los nuevos dirigentes haitianos
instauraron una deuda de independencia monumental, que Haití ya no pudo pagar a
partir de 1828 y que estuvo más de un siglo para poder saldarla. Eso hizo
imposible cualquier forma real de desarrollo.
La
deuda también fue utilizada por Francia para someter a Túnez en 1881, o al
Reino Unido para someter a Egipto, puesto que las potencias acreedoras se
valieron de las deudas impagadas para dominar a países que hasta ese momento
habían sido soberanos. Fue un caso similar el de Grecia en los años 1830,
cuando fue creada, ya con la carga de una deuda que la encadenaba al Reino
Unido, a Francia y a Rusia. La isla de Terranova, que en 1855 se había
convertido en el primer dominio autónomo del Imperio Británico, mucho antes que
Canadá o Australia, renunció a su independencia después de la grave crisis
económica de 1933 para hacer frente a sus deudas y, finalmente, fue unida a
Canadá en 1949, cuando éste aceptó hacerse cargo del 90% de la deuda de
Terranova.
La deuda de los años 1960-1970
El
proceso se reprodujo después de la II Guerra Mundial, cuando los países de
América Latina necesitaron capitales para financiar sus desarrollos y cuando
los países asiáticos primero, y luego los africanos, accedieron a la
independencia durante los años 1960. La deuda constituyó un instrumento muy
importante para imponer políticas neocoloniales. Después de la II Guerra Mundial
ya no se permitió recurrir a la fuerza contra un país deudor y por lo tanto se
comenzaron a utilizar otros medios.
Los
préstamos masivos otorgados, a partir de los años 1960, a un número creciente
de países de la periferia (comenzando por los aliados estratégicos de las
grandes potencias como el Congo de Mobutu, la Indonesia de Suharto, el Brasil
de la dictadura militar, y hasta países como México y Yugoslavia) tuvieron la
función de lubrificante de un potente mecanismo de toma de control de países
que habían comenzado a adoptar, con verdadero éxito, políticas independientes
de sus antiguas metrópolis y de Washington.
Tres
grandes actores incitaron a esos países a endeudarse, engolosinándoles con
tipos de interés relativamente bajos: los grandes bancos occidentales que
tenían un exceso de liquidez, los países del Norte que querían relanzar sus
economías en crisis después del auge del precio del petróleo de 1973 y el Banco
Mundial con el objetivo de reforzar la zona de influencia geopolítica de
Estados Unidos y de no dejarse marginar por los bancos privados. Las clases
dominantes locales también incitaron al aumento de la deuda y obtuvieron
beneficios sin que el pueblo resultara beneficiado.
Las elucubraciones teóricas sobre la necesidad de recurrir
al endeudamiento externo
Según
el enfoque dominante que se enseña en las universidades, al ahorro es previo a
la inversión y es insuficiente en los PED. Por lo que la escasez de ahorro es
un factor explicativo fundamental para el bloqueo del desarrollo y es necesario
el aporte de financiación exterior. Paul Samuelson, en Economics (Samuelson,
1980), se basa en la historia del endeudamiento de Estados Unidos en los siglos
XIX y XX, para determinar cuatro etapas diferentes que conducen a la
prosperidad:
1.
Una nación endeudada joven y emprendedora (desde la guerra revolucionaria de
1776 hasta el fin de la guerra civil en 1865).
2.
Una nación endeudada madura (desde 1873 hasta 1914).
3.
Una nueva nación acreedora (desde la Primera Guerra Mundial a la Segunda).
4.
Una nación acreedora madura (años 1960).
Samuelson
y sus émulos plantaron en un centenar de países que constituían el Tercer
Mundo, después de la II Guerra Mundial, el modelo de desarrollo económico de
Estados Unidos, desde finales del siglo XVIII hasta la Segunda Guerra Mundial
como si la experiencia de Estados Unidos fuera simple y llanamente imitable
para todos esos países.
No
es cierto que los capitales extranjeros refuercen la formación de capital
nacional, ni que sean totalmente invertidos. Una gran parte de esos capitales
salen rápidamente del país hacia el cual se dirigieron temporalmente
En
lo que concierne a la necesidad de tener que recurrir al aporte de capitales
extranjeros (bajo la forma de préstamos y de inversiones extranjeras), uno de
los asociados de Walt W. Rostow, Paul Rosenstein-Rodan, emplea la fórmula
siguiente: «Los capitales extranjeros refuerzan la formación del capital
nacional, es decir que esos capitales serán invertidos totalmente; la inversión
conllevará un aumento de la producción. La función principal de la entrada de
capitales extranjeros es ayudar a la formación del capital nacional y que
alcance un porcentaje que pueda ser mantenido sin ayuda exterior suplementaria»
(Rosenstein-Rodan, 1961). Esta afirmación contradice a la realidad: no es
cierto que los capitales extranjeros refuercen la formación de capital
nacional, ni que sean totalmente invertidos. Una gran parte de esos capitales
salen rápidamente del país hacia el cual se dirigieron temporalmente (fuga de
capitales, repatriación de beneficios).
No es cierto que los capitales extranjeros refuercen la
formación de capital nacional, ni que sean totalmente invertidos. Una gran
parte de esos capitales salen rápidamente del país al que se dirigieron
temporalmente
Otro
error monumental de Paul Rosenstein-Rodan, que fue director adjunto del
departamento económico del Banco Mundial entre 1946 y 1952, cuando hizo
predicciones correspondientes a la fecha en la que una serie de países llegaría
al crecimiento autosostenido. Según Paul Rosenstein-Rodan, Colombia debería
haber alcanzado ese Estado en 1965, Yugoslavia en 1966, Argentina y México
entre 1965 y 1975, India a comienzos de los años 1970, Pakistán, tres o cuatro
años más tarde; Filipinas después de 1975. Los hechos demostraron la vacuidad
de esas afirmaciones.
La
planificación del desarrollo, bajo el punto de vista del Banco Mundial y del
establishment universitario en Estados Unidos, condujo a una impostura
pseudocientífica basada en ecuaciones matemáticas que quisieron otorgar legitimidad
y credibilidad a la determinación de que los PED debían depender de la
financiación exterior. He aquí un ejemplo, formulado muy seriamente por Max
Millikan y Walt Whitman Rostow en 1957: «Si la tasa inicial de inversión
interna en un país representa el 5 % del ingreso nacional, si los capitales
extranjeros llegan a una tasa constante equivalente a un tercio del nivel
inicial de inversión interna, si el 25 % de cualquier ingreso suplementario es
ahorrado y reinvertido, si la ratio capital/producto es de 3 y si el tipo de
interés de la deuda externa y los dividendos repatriados son equivalentes al 6
% por año, cuando hayan pasado catorce años el país estará en condiciones de no
pedir más préstamos al exterior y podrá mantener una tasa de crecimiento del 3
% sobre la base de sus propios ingresos» (Millikan y Rostow, 1957). En ningún
caso, esa afirmación ha sido confirmada y los países continuaron recurriendo a
la deuda externa.
Realmente
esos autores, favorables al mantenimiento del sistema capitalista global por
Estados Unidos, se negaban a contemplar la aplicación de profundas reformas que
habrían permitido un desarrollo no subordinado a la financiación externa.
Traducido
por Griselda Pinero