Veinte ideas claves para una discusión
postergada
Por Jesús A. Rondón
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Uno. Antes
del petróleo ¿Que éramos? Un pueblo de peones y terratenientes. Un pueblo liberado
de la corona española, pero sometidos a las élites políticas al servicio de la
burguesía, que luchaban entre ellos encarnizadamente por hacerse del poder. Un
lugar donde la República era un epíteto que sonaba bonito para los de afuera,
pero que no significaba mucho en la vida de los de adentro.
Dos.
En Europa y el norte de América se gestaba la segunda revolución industrial,
demandando combustibles fósiles en abundancia, mientras estos se encontraban
ociosos en estas tierras y sobre ellas predominaba el cultivo de café.
Tres.
¿En que nos convirtió el petróleo? Ni siquiera en mercaderes, nos convirtió en
mendigos, ahora a merced de los nuevos señores que nos aseguraban las migajas,
siempre y cuando le permitiéramos poner las reglas.
Cuatro. Nuestro
progreso estuvo delineado por los intereses de las potencias mundiales que nos
tutelaban. Gracias al petróleo entramos en el carril de la modernidad que
occidente promovía, primero en lo económico, pero con un papel asignado: ser
proveedores de materias primas; luego en lo político.
Cinco.
La renta petrolera financió la construcción de un Estado Nacional, sin
democracia a principios del siglo veinte; lo que acabó con la existencia de los
caudillos regionales y sus ejércitos privados. A la par se configuraron nuevos
actores sociales, que derivarían en partidos políticos, que luego asumirían la
construcción un sistema democrático, también en sintonía con los intereses
foráneos.
Seis.
En esta naciente y accidentada democracia se desarrolló una política de
distribución de la renta, beneficiando en primer lugar a quienes tenían más
capacidad de apropiarse de ella, es decir la burguesía, creando nuevos actores
económicos incluso; y terminando por los de a pie. La distribución se hacía
mayor, cuando los precios de nuestro oro negro eran elevados y en la situación
contraría, se recurría a la deuda, siempre colocando como garantía, lo que se
halla bajo la tierra.
Siete.
Se comenzó a configurar lo que se puede denominar la primera abundancia, que
estimuló la salida de venezolanas y venezolanos desde los campos hacia las
ciudades, donde hallaron la promesa de la movilidad social ascendente. Ahora,
eran familias proletarias que solo accedían a las migajas de la renta, pero eso
era suficiente para no ver las contradicciones del sistema.
Ocho.
Los hijos e hijas de quienes abandonaron los campos y pueblos fueron los que
hicieron posible el nacimiento de la llamada clase media. Un segmento de la
población trabajadora, con acceso a educación, medios de comunicación y al
consumo de los bienes que ofrecía el mercado. Un segmento que daba cuenta de la
verdad de la promesa de movilidad social, pues eran esos seres que venían de
nosotros, que estaban cada vez más lejos, pero que pisaban el mismo a asfalto,
las mismas aceras y que nos decían que era posible salir de esta situación de
atraso.
Nueve. Una
sociedad cuya riqueza no es gracias al trabajo de su gente, es una sociedad que
está a expensas de los vaivenes de los precios en el mercado mundial, que no se
mueven gracias a la mano invisible. Una sociedad que permite que su clase
política se endeude para seguir repartiendo, es una sociedad con un futuro
hipotecado. Así llegó la década de los ochenta, es decir, bajos precios,
grandes deudas y poco para repartir. Había que corregir los errores y quien
mejor que los del Fondo Monetario Internacional para que nos diseñara la receta
de ajustes necesarios.
Diez.
La clase política no logró medir la fuerza de las consecuencias de vivir de la
renta, manejó mal los distintos momentos de la crisis y como resultado es
descalificada en todos los ámbitos. Este escenario gesta en su interior las
condiciones para el surgimiento de un liderazgo como el de Chávez, que desplaza
a toda la clase política, gracias a que reformula el relato de justicia social
hasta ahora conocido.
Once.
Chávez promueve un nuevo pacto y este hito marca el inicio de una nueva etapa
republicana. Justicia social, es la promesa inicial y se traduce en
redistribución de la renta, la que se quedaban otros, ahora era para pueblo.
Luego se gesta la idea de la transición al socialismo, como alternativa al
estado de cosas vigente. Es una etapa que podemos llamar dual, por un lado, el
ensayo de nuevas narrativas, proyectos y experiencias que buscaban ser
alternativos al capitalismo y por otro, se mantiene la dinámica rentista,
financiados por precios elevados del petróleo. Así, comienza la segunda era de
la abundancia.
Doce.
La narrativa del socialismo, se funde en una práctica del consumo, que es
estimulado por la inyección de la renta al mercado interno, bien sea
directamente o con la adquisición de bienes foráneos. En el imaginario social,
el éxito del socialismo, se asocia a la capacidad de consumo. El buen vivir se
expresa cotidianamente en la cantidad de bienes que se pueden adquirir, aunque
el discurso, legal e institucionalmente se apunte a la dirección contraria.
¿Qué tan peligroso es un modelo que consume, pero que tiene una orientación
alternativa al capital?. Cualquier cosa puede pasar y por eso hay que
afectarlo, aunque no tenga oposición y así se hizo: sin éxitos.
Trece.
Tras la muerte de Chávez, confluyen al menos los siguientes elementos:
reconfiguración de intereses en el liderazgo de la revolución, la baja de los
precios del petróleo, la devaluación del relato socialista y una renovada
estrategia de agresión por parte del gobierno de los Estados Unidos de América,
lo que en su conjunto delinea el tránsito a la época que vivimos. La
consecuencia directa es la reducción de la renta a distribuir, lo que restringe
forzosamente los límites de consumo en la sociedad venezolana. Para un país que
importa lo esencial las medidas coercitivas unilaterales para bloquear el
comercio son una amenaza fundamental. A esto le sumamos que sectores de la
burguesía nacional han sido parasitarios y que no producir nada contribuye a la
estrategia de forzar la salida de la revolución bolivariana.
Catorce.
Ante esta situación hay varias respuestas del pueblo venezolano, entre ellas:
la migración y la corrupción. Quienes migraron lo hicieron con la ilusión de
encontrar lo que se perdió, sin importar que se sacrifica. Los que nos
quedamos, optamos por sobrevivir bajo la ley de la selva, es la salida rápida o
su contraparte, arriesgar la vida. Hay pocas salidas colectivas y cuando se
asumen fundamentalmente es para sacar ventaja frente a otros, lo que las
instrumentaliza. Pocas son las experiencias organizativas que se sostienen, con
otras características en medio de este contexto.
Quince.
Ante esto, el Estado por un lado es indiferente, al permitir conductas que
aunque lesionan intereses colectivos, que es lo que ocurre frente a las
crecientes expresiones de corrupción. En cuanto a las remesas, deja que fluyan
sin restricciones. Para complementar los bajos salarios de quienes vivimos del
trabajo, asigna bonificaciones para hacer que un segmento de la población
acceda a parte del consumo de lo elemental, una ínfima parte de la renta, dicho
de otro modo.
Dieciséis. A
pesar de las condiciones inducidas por gobiernos extranjeros o producto de
errores del gobierno, hay un sector importante del pueblo que respalda la
revolución bolivariana y que son fieles, fundamentalmente por influencia de
Chávez que sigue vigente, aunque cada vez observa que la narrativa del
liderazgo actual va transformándose, priorizando en mantenerse en el poder,
sacrificando principios y haciendo alianzas hasta ahora impensables.
Diecisiete. Lo
contrario existe y crece, es decir los venezolanos y las venezolanas que
aspiran un cambio de gobierno, pero que más allá de eso no encuentra un
proyecto común en el cual se vean reflejados. Este sector busca un liderazgo y
no lo ha encontrado.
Dieciocho.
En los relatos de quienes están en el gobierno ahora y los que aspiran tomarlo,
se encuentra siempre una promesa: hay que redistribuir la renta, solo se
diferencian en algunos métodos. La acción de ambos, se encuentra en una
dirección contraria al relato y las consecuencias se están viendo, al afectarse
el disfrute efectivo de derechos.
Diecinueve. Asistimos
a un cambio de rumbo, una dirección que no nos conviene pero se mantiene la
ilusión de volver al pasado, estar de nuevo en lo que se llamó “La gran
Venezuela”. Quien se atreva a cuestionar la ilusión de nuestro destino
manifiesto, es condenado. Son pocas e ignoradas las voces de alerta, así que
cunden la de los oportunistas, que siempre dicen lo que es agradable al oído de
las mayorías.
Veinte.
La renta existe, la discusión es ¿qué papel debe ocupar en nuestro futuro? Y
este es un debate incómodo y postergado. No nos es socialmente útil disimular,
como lo afirmaba el dramaturgo José Ignacio Cabrujas. Tampoco lo es seguir
sosteniendo que no estamos bien, pero si consumimos, existimos, da igual si es
superfluo o necesario, de donde sale el dinero, ni a donde va.