Guillermo Almevra
Rebelión
¿Qué
sigue siendo válido en el pensamiento de León Trotsky en 2018 cuando el
capitalismo, el proletariado y el mundo todo son tan diferentes de los de la
primera mitad del siglo pasado?
Antes que nada, su inquebrantable confianza en la
capacidad de los trabajadores y su certidumbre científica de que el capitalismo
–como todas las cosas- no es eterno y desaparecerá.
Después, su voluntad de organizar a los
trabajadores y oprimidos para acelerar esa desaparición y hacer que ese fin se
produzca del modo menos cruento y más veloz posible. También su seguridad de
que, frente a la unificación del mundo por el capitalismo y a la coordinación
internacional de los explotadores, el internacionalismo de los trabajadores
terminará por vencer los egoísmos nacionalistas y la lucha por defender lo que
queda de la democracia asumirá formas y tareas anticapitalistas, socialistas.
Sobre todo, su confianza en las mujeres, los
pueblos colonizados y la juventud como motores de una nueva ola revolucionaria
y como arietes poderosos para resquebrajar y destruir todas las viejas
imposiciones culturales y las burocracias que se apoyan en ellas y en las
desigualdades crecientes para frenar la lucha. Porque Trotsky, desde 1923, fue
afinando su comprensión de la burocratización de los partidos y las
revoluciones y sentó definitivamente las bases de su estudio y de su combate en
1936 con su libro “¿Dónde va la Unión Soviética?” horriblemente traducido como
“La Revolución Traicionada”.
Ahora bien, con el desarrollo de la inteligencia
artificial aumentará la separación entre el trabajo manual y el trabajo
intelectual y la separación de la inmensa mayoría de los trabajadores de la
comprensión del proceso de producción y de la producción misma, acentuando así
su carácter de proletarios desprovistos de todo.
La miseria creciente en un polo, los privilegios de
todo tipo en el otro favorecen la creación de capas burocráticas de
especialistas privilegiados y conservadores; el retroceso cultural, por su
parte, dificulta el conocimiento y la comprensión de los complejos procesos
mundiales y, por consiguiente, refuerza el nacionalismo y el localismo, que dan
amplio margen de acción a los Caudillos y Demiurgos y a la irracionalidad
religiosa y política.
Todo eso da aún mayor importancia a los análisis de
Trotsky de las bases del stalinismo y sobre cómo es posible combatir la lepra
burocrática del movimiento obrero y de la izquierda.
El siglo XX, de guerras y revoluciones no terminó el
31 de diciembre de 2017 sino que prosiguió, potenciado, en estas primeras
décadas de 2018 cuando el capitalismo continúa las guerras que comenzó en el
siglo pasado en Medio Oriente y prepara una nueva guerra mundial que pondrá en
el orden del día nuevas revoluciones sociales, pero en condiciones de
destrucción ambiental y de desastre económico-social jamás vistas.
La escasez de medios y de hombres y mujeres podría
dar la base funcional para burocracias-tecnocracias que tenderán a afirmarse
como casta privilegiada si el control de los trabajadores no impide que esos
sectores pasen de la reorganización de las cosas a la dominación de las
personas.
Trotsky, por consiguiente, tiene más validez que
nunca. Pero a condición de que no se lo lea como los fieles leen los
Evangelios, de que se lo estudie críticamente y a la luz de la realidad
cambiante y de la práctica, en un continuo proceso de aprendizaje-corrección y
de constante autocrítica. Trotsky no necesita fieles robados a las Iglesias,
sino continuadores.