Los economistas prefieren utilizar la
tasa de desempleo como uno de los indicadores favoritos para medir el desempeño
económico. El desempleo, sin duda, es un gran problema para los trabajadores
porque es una fuente de angustia familiar y representa el riesgo de perder la
fuente de ingresos de las familias trabajadoras. Sin embargo, para el conjunto
de la sociedad, el impacto del desempleo es más ambiguo. Si bien representa un
derroche de recursos y de desaprovechamiento de talento humano para la
sociedad. Para el sector empresarial, por el contrario, el desempleo en cierta
medida es bienvenido.
Esto se debe a que, mientras
mayor es la tasa de desempleo, menores resultan las pretensiones salariales,
porque el desempleo exacerba la competencia “entre” los trabajadores por las
insuficientes fuentes de empleo, lo que también decanta en una menor
conflictividad sindical. La masa de desempleados es una fuente de trabajadores
a los que las empresas pueden recurrir para aumentar sus plantillas de personal
transitoriamente sin que esto presione sobre el nivel de salarios y sus
ganancias. Marx, el mejor intérprete del capitalismo, lo sintetizó para la posteridad
utilizando una analogía militar, comparando al desempleo con el “ejército
industrial de reserva”, es decir, un recurso de “población obrera relativamente
excedentaria” mantenido como “reserva” para enfrentar las oscilaciones de la
demanda empresarial de trabajo.
El ejército informal de reserva
Un conocimiento mínimo de la
realidad latinoamericana nos incita a pensar que Marx se quedó corto. Incluso
un observador desprevenido podría intuir que los trabajadores desempleados en
nuestra región no pueden ser demasiados porque la falta de un Estado de
Bienestar impide que las familias permanezcan en el desempleo y, por lo tanto,
motivados por el más elemental y animal instinto de supervivencia, las fuerza a
ingresar al segmento informal del mercado de trabajo. Las tasas máximas de
desempleo que pueden alcanzarse sin estallidos sociales en los países
desarrollados son mayores a las que podríamos soportar los países
latinoamericanos, porque en nuestra región no existen las redes de contención
que garantizan los Estados de Bienestar de los países desarrollados. Así, es
muy raro que un país latinoamericano tenga tasas de desempleo superiores al 10%
y, cuando las alcanzan, son transitorias porque la estabilidad social se ve
seriamente amenazada. Por el contrario, en Europa es común ver países con tasas
de desempleo persistente muy superiores, incluso al 20%, como son los casos de
Grecia y España.
En definitiva, si Marx
hubiese pensado en Latinoamérica quizás habría preferido hablar del ejército
“informal” de reserva porque, en nuestra región, el desempleo es un lujo que
solo se pueden brindar aquellos pocos que disfrutan un mínimo de seguridad,
acceso al capital financiero o redes de contención familiar.
Desigualdad y ejército informal
de reserva
Concentrarnos en el desempleo
como indicador de malestar nos pone un velo que impide observar la realidad
latinoamericana. Nuestro ejército de reserva no solo está formado por los
desempleados sino, especialmente, por los trabajadores en condiciones de
informalidad. Tanto los desempleados como los trabajadores en condiciones de
informalidad desearían ingresar al sector formal de la economía y, por lo
tanto, la competencia entre trabajadores presiona a la baja los salarios.
Los desempleados apenas
representan un 13% del total de trabajadores que integran el ejército informal
de reserva compuesto por desempleados y trabajadores en situación de
informalidad (tabla 1). El país más igualitario de la región, Uruguay, es donde
los desempleados representan el mayor porcentaje de este ejército informal
mientras que en Guatemala y Bolivia la cifra se ubica por debajo del 5%.
Una de las fuentes más importantes de
la desigualdad y la pobreza que caracterizan a nuestra región se explica,
precisamente, por la enorme cantidad de trabajadores en la informalidad que, al
igual que los desempleados, están esperando una oportunidad para ingresar al
sector formal de la economía, que brinda mayores beneficios y seguridad.
Puede sostenerse la hipótesis de que la
participación del trabajo en el ingreso es baja en Latinoamérica debido a la
alta informalidad que presiona hacia abajo los ingresos de los trabajadores. No
se trata de que los salarios sean bajos porque los trabajadores se desempeñan
en el sector informal, sino al revés, como hay alta informalidad, los salarios
son bajos. Este cambio en la interpretación es crucial desde el punto de vista
de las decisiones de política económica.
En efecto, instituciones como el Banco Mundial y el
Fondo Monetario Internacional (FMI) en numerosas publicaciones sobre la región
han afirmado que la solución al problema de la informalidad pasa por la
productividad. Por el contrario, nuestra hipótesis indica que cualquier mejora
de la productividad no mejorará ni la informalidad ni la desigualdad, porque
simplemente los beneficios de las mejoras de productividad se concentrarán en
manos del capital debido a que la competencia de los trabajadores desempleados
y en situación de informalidad garantiza los salarios bajos. Atacar la
informalidad es lo que permitirá mejorar directamente los salarios y la
distribución primaria del ingreso.
El ejército de reserva en Latinoamérica
Todos los países tienen un ejército de reserva y el
tamaño del mismo depende de las características de la estructura productiva de
cada país. Y, a pesar de que los economistas latinoamericanos tratan de
interpretar nuestra realidad empleando los mismos anteojos que utilizan en el
primer mundo para interpretar la suya, nuestra estructura productiva es
diferente, al igual que el tamaño de nuestro ejército de reserva. Hacemos mal
en concentrarnos en el indicador del desempleo cuando la población desempleada
en nuestra región es apenas una fracción de la población con trabajos
informales.
El problema de la informalidad afecta a más de la
mitad de los trabajadores latinoamericanos. Es, más bien, la norma que la
excepción. Aunque la informalidad existe también en los países desarrollados,
en estos casos adquiere una menor dimensión y, con frecuencia, responde a las
propias preferencias de los trabajadores. No es el caso en nuestra región. Los
trabajadores que no pueden acceder a un empleo formal no cuentan con seguros y
coberturas que les permiten a los trabajadores del primer mundo mantenerse por
un período duradero en el desempleo.
Según las estimaciones más recientes de la
Organización Internacional del Trabajo (OIT), “el empleo no agrícola en la
economía informal representa el 82% del empleo total en Asia Meridional, el 66%
en África subsahariana, el 65% en Asia Oriental y Sudoriental (con exclusión de
China), el 51% en América Latina, el 10% en Europa Oriental y 8% en Asia
Central. Estos promedios esconden grandes disparidades entre los países.
Según estadísticas recientes de la OIT respecto de
47 países y territorios, el porcentaje de personas en empleo informal (no
agrícola) oscila en América Latina y el Caribe entre el 40% en Uruguay y el 75%
en el Estado Plurinacional de Bolivia; en África subsahariana oscila entre el
33% por ciento de Sudáfrica y el 82 por ciento de Malí; en Asia Meridional y
Oriental (con exclusión de China) entre el 42% en Tailandia y el 83,5% en la
India; en África Septentrional y Oriente Medio, entre el 30,5% en Turquía y el
58,5% en la Ribera Occidental y Gaza” (OIT, 2014).
Vale señalar que no puede aspirarse a la
desaparición absoluta de la informalidad, de la misma forma que tampoco podemos
aspirar a que el desempleo se reduzca al 0%. De la misma forma que siempre
existirán tasas de desempleo superiores a cero, como consecuencia del tiempo de
búsqueda entre empleos o porque en el tránsito hacia un nuevo trabajo muchos
trabajadores prefieren mantenerse sin empleo antes que resignarse a cualquier
salario, también podemos arriesgar que existe algo así como una tasa “natural”
de informalidad. Una pista sobre cuál podría ser un valor coherente como
objetivo de informalidad lo brindan los registros de los países donde la
informalidad es más baja, que de acuerdo a la OIT apuntan a valores en torno al
10% para Europa Oriental.
Como se observa en los gráficos 1 y 2, el
diagnóstico que surge de evaluar la situación del mercado de trabajo observando
la tasa de desempleo es muy diferente a la que surge de observar el total de
trabajadores desempleados y en situación de informalidad. Bolivia y Guatemala
pasan de ser los que tienen los menores problemas laborales de acuerdo a la
medición del desempleo, a los de mayores problemas. México es el país grande de
la región con menores tasas de desempleo, sin embargo, el gráfico 2 muestra los
grandes problemas que caracterizan su mercado de trabajo, posicionándose por
detrás de Brasil, Argentina, Venezuela y Chile.
Como hemos señalado, en América Latina
el recurso del trabajo informal hace las veces de seguro de desempleo para los
trabajadores que no acceden a un empleo formal. La tasa de informalidad es el
resultado, por un lado, del subdesarrollo estructural de la economía y, por el
otro, de la situación coyuntural del mercado de trabajo, ya que sirve de
refugio a los desempleados. Esto explica que los registros de informalidad en
todos los casos no experimenten grandes oscilaciones sino que, más bien, los
cambios coyunturales impacten sobre los indicadores de informalidad en forma
marginal, apenas cambiando la tendencia. En consecuencia, debido a este
carácter estructural de las tasas de informalidad y la mayor sensibilidad
coyuntural de la tasa de desempleo, se observa una baja correlación entre estas
dos tasas como lo muestra el gráfico 3. Esto no implica, sin embargo, que la
informalidad no sea afectada por la situación coyuntural del mercado de
trabajo. La evolución coyuntural del mercado de trabajo tiene un efecto más
relevante sobre el cambio en la tasa de informalidad que sobre el nivel de la
misma.
Reflexiones finales
Es frecuente observar títulos
de la prensa económica latinoamericana que indican que el desempleo mejora
gracias a la informalidad. Demuestran una falta de comprensión acerca del
problema del empleo latinoamericano, o el desinterés respecto a los segmentos
de la población más desfavorecidos, aquellos que ni siquiera tienen la
posibilidad de ser desempleados.
En Latinoamérica es
mandatorio cambiar el prisma con el que se analiza la situación del mercado de
trabajo y la economía. El indicador del desempleo es insuficiente, porque solo
nos permite tener una percepción sobre la situación de un segmento de la
población privilegiado, aquel que puede “darse el lujo” de sostenerse en el
desempleo. Un análisis que permita lograr un conocimiento más adecuado de la débil
situación de la población necesita incorporar y poner el énfasis en la
situación de los trabajadores en situación de informalidad. Es necesario
priorizar este objetivo para dirigir en esa dirección los esfuerzos de la
política económica. Quizás así consigamos que la tolerancia latinoamericana con
la informalidad desaparezca definitivamente y el tamaño de nuestra reserva
de trabajadores desempleados e informales comience a reducirse.