Por Alejandro Vainer
Una frase que se adjudica a varios
autores (desde Frank Zappa a Thelonius Monk pasando por Elvis Costello) dice
que “escribir sobre música es como bailar sobre arquitectura”. Aunque parece
una defensa de los músicos ante los críticos, se convirtió en el eslogan y
coartada perfecta para reducir a la música en una experiencia inefable de la
cual nada se puede decir. Y se usa para silenciar la riqueza de los diferentes modos
de acercarnos y enriquecer la experiencia musical.
En
las antípodas encontramos al pensamiento crítico. Un pensamiento que cuestiona
las bases de lo obvio, tanto desde las categorías del propio conocimiento como
desde la realidad socio histórica. La clave de esta perspectiva es poner en
evidencia la dominación del capitalismo en la subjetividad. De Marx a la
Escuela de Frankfurt, en cuyo seno se consolidó un particular abordaje del
marxismo. Dentro de estos autores, quien se ocupó de la música tuvo nombre y
apellido: Theodor W. Adorno. Filósofo, sociólogo y músico. En su extensa obra
sobre la música marca una forma de abordaje posible del pensamiento crítico
sobre este arte. Muchos de sus análisis sobre cómo el capitalismo atraviesa la
producción de las obras musicales llevaron a desestimar algunos aspectos de la
música popular por considerarla una “regresión de la escucha”. Sin embargo, sus
alertas de cómo la fetichización y la mercantilización atraviesan la
experiencia musical alertaron sobre cómo el capitalismo atravesaba las entrañas
de la producción y la experiencia musical hacia mediados del siglo pasado.
Las
experiencias musicales se han transformado velozmente en los últimos años. Un
pensamiento crítico sobre la experiencia musical en la actualidad del
capitalismo tardío implica visibilizar cómo opera la dominación en su
producción. Para ello son ineludibles dos ejes:
-La expansión de la producción musical y la
proletarización de los músicos. La industria musical ha ido
mutando varias veces en el último siglo desde la posibilidad de reproducción y
amplificación de la música. En la actualidad conviven una profusión de
experiencias musicales en todo momento y lugar. Hay mucha música todo el
tiempo, pero la inmensa mayoría de los músicos que la producen obtienen cada
vez menos de su trabajo. Las milésimas de centavos de dólar que pagan Youtube y
Spotify por cada reproducción son sólo la punta del iceberg de la situación
actual de los músicos. En la actualidad queda encubierto con los ejemplos de
los poquísimos músicos que ganan millones. Como sucede en el resto de los
ámbitos de nuestra sociedad.
-Las
experiencias musicales de hoy son múltiples. La invasión permanente de la música como
fondo de la vida actual se ha instalado. Cada momento se puebla de música con
distintas funciones: como mero consumo de mercancía y a la vez como catalizador
para las ventas de otras mercancías (en shoppings, restaurantes, negocios,
salas de espera, etc.). También como tranquilizante en la vida sin pausa de
estos tiempos. Frente a muchas experiencias musicales desubjetivantes, hay
mucha música con función subjetivante: en la cantidad de música “en vivo”, en
el erotismo de los encuentros que se producen cuando se baila, en la
posibilidad de elección de la banda sonora para nuestra vida.
Mucha
tinta corre hoy tratando de dilucidar por qué la música es tan importante para
nosotros en la actualidad. La experiencia musical desborda lo sonoro y se
sostiene en los intercambios entre subjetividades que posibilita la música.
Moverse y bailar. Hablar y escribir. Todos son nutrientes de la experiencia
musical. El pensamiento crítico sobre la música implica desentrañar y avanzar
sobre lo que siempre fue y es: más que sonidos, una experiencia subjetiva
determinada por la sociedad en que vivimos.
En
este camino, escribir sobre música es bailar y producir con nuestras manos al
ritmo de lo que ella nos provoca. E invitar a bailar a los lectores para que
muevan sus propias arquitecturas musicales.