Eduardo Gudynas
Las polémicas sobre los riesgos y efectos de uno de los herbicidas
más usados en el planeta, el glifosato, no cesan. Cobraron un nuevo empuje al
conocerse el veredicto de culpabilidad contra su más conocido productor,
Monsanto, en un juicio entablado por un jardinero de 46 años que padece cáncer
terminal. La corporación deberá pagar US$ 289 millones. Hay otras ocho mil
demandas en marcha.
En los días siguientes el
valor de mercado de la alemana Bayer, que acaba de adquirir a Monsanto, se
derrumbó a su más bajo valor en cinco años, con pérdidas por US$ 18 mil
millones, y sólo ahora se está recuperando. Si los próximos juicios siguen el
mismo camino, la empresa deberá enfrentar indemnizaciones por US$ 5 mil
millones. Paralelamente, países como Francia, Alemania e Italia anuncian que
revisarán sus posturas frente al glifosato.
Todo esto también tuvo
efectos en los países de América del Sur que usan intensivamente el glifosato,
especialmente en los monocultivos de soja transgénica (Argentina, Brasil,
Bolivia, Paraguay y Uruguay). Muchos grupos ciudadanos utilizaron aquel
veredicto de Estados Unidos para reforzar sus críticas a ese herbicida. En esas
naciones, el uso del herbicida y la soja transgénica habían recrudecido por
razones tales como intentar superar los problemas económicos aumentando esas
exportaciones.
Defendiendo
el glifosato
En todos esos países, las
defensas del glifosato parten de un amplio conjunto que incluye a gobierno y
académicos, o agricultores y empresas de insumos agrícolas. Argumentan que es
una sustancia inocua, sin riesgos si es bien usada, y proclaman que eso es una
verdad “científica”. Agregan que las críticas y advertencias serían expresiones
de charlatanes o ignorantes. Por ejemplo, en Argentina, el ministro de ciencia
y tecnología ha comparado al glifosato con agua con sal, y en Uruguay desde el
Ministerio de Ganadería y Agricultora se afirma que sería como una aspirina
(1).
Desde el bando académico
aparecieron slogans tales como sostener que el glifosato es menos tóxico que la
cafeína, tal como sostiene un biotecnólogo español desde el suplemento Rural
del diario Clarín de Buenos Aires (2). Esa imagen es poderosa: si el glifosato
es como el café, no debería tener ninguna regulación, justamente como se vende
una aspirina en cualquier farmacia.
De la mano de esa campaña,
los empresarios rurales argentinos lanzan ahora la idea de la “sustentología”
(3). Ese concepto se lo presenta como la fusión de ciencia, tecnología y
sustentabilidad – un término que evoca el cuidado ambiental. Esta es una estrategia
que sigue la misma lógica que la empleada por las corporaciones mineras con la
llamada “minería sostenible”.
Estamos por lo tanto frente a
dos argumentaciones: una que sostiene que el herbicida glifosato es inocuo, y
que ello está demostrado científicamente; y la otra, como consecuencia, es
posible tener una agricultura “sostenible”, la “sustentología”, que utilice ese
agroquímico. Es necesario abordar estas concepciones para dejar en claro que no
sólo son falsas, sino que además son peligrosas.
Herbicida
y café: una comparación sin sentido
Las comparaciones del
glifosato con café o aspirina a pesar de ser usada desaprensivamente por
algunos académicos, en realidad no provienen del ámbito científico sino de las
propias corporaciones. Desde hace años, tanto por Monsanto como los portales
que apoya, como Genetic Literacy Project, han presentado esas comparaciones.
Formalmente es cierto que el
café es más “tóxico” que el glifosato, pero esa imagen es una simplificación y
deformación tan extrema que se vuelve imposible (4). Aclaremos en primer lugar
que el glifosato no se “sirve” solo, sino que el “herbicida” es realmente un
compuesto que incorpora otras sustancias tales como surfactantes, cada una con
sus riesgos específicos y con efectos complementarios entre ellas. El estudio
de los impactos debe considerar todo ese conjunto.
Una segunda cuestión clave,
es que la comparación con el café se basa solamente en la toxicidad aguda y de
ese modo desaparecen por un lado la toxicidad crónica, y por el otro lado la
carcinogénesis, o sea, la responsabilidad de la sustancia en la ocurrencia de
cáncer. No puede extrañar que esas referencias al café o al agua con sal sean
calificadas por algunos toxicólogos como comparaciones “estúpidas”; es como
plantear que el cigarrillo es poco tóxico ya que es muy difícil morir asfixiado
por su humo, ocultando así que aumenta la incidencia de ciertos carcinomas en
el fumador y en quienes le rodean.
Un tercer error es la ceguera
frente a la diversidad de ámbitos afectados. No sólo están los efectos directos
del herbicida sobre quienes los aplican, sino que también cuentan los impactos
indirectos, como por ejemplo sobre los vecinos fumigados, y más allá de ellos,
lo que sucede con todas las personas que consumen alimentos o bebidas
contaminados por esos químicos.
Una cuarta consideración es
que tampoco puede excluirse las discusiones sobre los impactos ecológicos de
estos herbicidas, incluyendo la fauna y la flora.
El
mito ante las alertas científicas
Paralelamente se insiste en
que no existe evidencia científica sólida sobre efectos crónicos o cancerígenos
sobre la salud. Es cierto que algunos estudios indican eso. Pero no lo que no
se dice es que hay muchos otros reportes científicos que señalan impactos
concretos o posibles en la salud, sean por observaciones directas como por
ensayos en laboratorios. Se indican desde daños renales a alteraciones en el
funcionamiento endócrino y hepático, aunque la mayor preocupación está en que
sea cancerígeno, otros que incluso plantean que es teratogénico (induce
malformaciones en recién nacidos), y finalmente que algunas consecuencias se
expresarán no necesariamente en el sujeto afectado sino en su descendencia (5).
Por ello, cuando el
biotecnólogo José Mulet afirma en Clarín que “el debate científico no existe”
al defender su inocuidad, está profundamente errado. La controversia científica
es enorme, muy intensa, y ahora se admite que las regulaciones actuales están
basadas en una ciencia anticuada y que por ellos son necesarios nuevos estudios
epidemiológicos y nuevos estándares (6).
Toda esta situación se vuelve
más complicado al saberse que Monsanto operó sobre la comunidad científica para
defender a su producto, simultáneamente atacar a las personas y reportes que
advertían sobre sus efectos negativos, y actuar incluso sobre técnicos de la
agencia de protección ambiental de Estados Unidos (EPA por sus siglas en
inglés) (7). Esto debe generar una enorme preocupación en los países del sur,
ya que es común que se tomen como referencia a las decisiones de la EPA para
los propios controles.
Los promotores de la
mitología del glifosato inocuo no son científicos. Ellos no dudan y lo saben
todo, una actitud muy distinta del científico, que siempre duda. Es por ello
una retórica más propia de un tecnólogo que defiende su herramienta preferida.
Eso no puede extrañar ya que Monsanto al fin de cuentas es una proveedora de
tecnologías.
En tanto promotores
tecnológicos tampoco comprenden las implicaciones en las políticas públicas.
Una vez más, la comparación entre café y glifosato desnuda esa limitación. Es
que al fin de cuentas, la decisión de tomar café siempre es personal, y la cantidad
de tazas que se tomen determinarán las consecuencias tóxicas en el propio
cuerpo. Pero en el sector agroalimentario, las empresas y los gobiernos no han
despojado de esa capacidad de decidir a cada uno de nosotros sobre los tipos de
alimento o bebida que preferimos, ya que casi todo está contaminado por
glifosato. Por todo esto, la imagen que compara glifosato con café o agua con
sal, sólo sirve para calmar a la ciudadanía frente a una imposición autoritaria
de una tecnología que es incapaz de contenerse a sí misma y contamina todo lo
que tiene a su alrededor. Simultáneamente, se erosiona una ciencia que sirva
para alimentar un debate democrático.
Sustentología:
astrología para los agroquímicos
En ese contexto es que se
inserta la idea de la “sustentología”, como síntesis de la ciencia, tecnología
y sustentabilidad. Como ya vimos arriba, el componente “ciencia” si es tomado
en serio, requeriría retirar al glifosato de la agricultura intensiva. Del
mismo modo, las ideas originales de sustentabilidad provienen de las ciencias
ambientales, incluyendo las tempranas denuncias contra los agroquímicos por sus
impactos en los ecosistemas. Por ello, si ese componente se toma en serio, se
convierte en otra razón para impedir el uso del glifosato. En cambio, la “sustentología”
lanzada desde Argentina es usada en sentido contrario, para justificar a los
agroquímicos y los monocultivos.
De un modo u otro, queda en
evidencia que estamos ante creencias, que más allá de las intenciones o
sinceridad de cada uno, es casi una religión. Nos alejamos de la ciencia en
sentido estricto pero se la usa en sentido inverso, asignándole toda la carga
de la prueba a aquellos que perciben los riesgos de ser contaminados por el
glifosato u otros químicos, debiendo demostrar la peligrosidad de esos
productos. Cuando alguno puede hacerlo ya es demasiado tarde, tal como el caso
del jardinero que demandó a Monsanto, quien solo tiene una esperanza de vida de
dos años según los médicos.
El mito del glifosato más
inocuo que el café nos sumerge en un campo que es más propio de lo que podría
ser una astrología agropecuaria productivista. A esos creyentes, que no dudan
en decir que glifosato rima con aspirina, les respondo que sustentología rima
con astrología.
Notas
(1) Sobre el caso argentino
ver Ministros de los agrotóxicos, por D. Aranda, Página 12, Buenos Aires, 6
agosto 2018; sobre el de Uruguay Agroquímicos como aspirinas: maniobrando
contra la agroecología, por E. Gudynas, Montevideo Portal, 15 julio 2018.
(2) El glifosato es seguro,
por José M. Mulet, Clarín Rural, Buenos Aires, 23 mayo 2018. El autor es
profesor en la Universidad de Valencia, y según los registros públicos patenta
productos con la corporación BASF (disponibles en https://patents.justia.com/inventor/jose-miguel-mulet-salort).
(3) El XXVI Congreso de
Aapresid. La Nación, Buenos Aires, 18 agosto.
(4) Aclaro que no tengo nada
en contra de usar imágenes, metáforas e incluso slogans, y de hecho las
aprovecho para denunciar problemas ambientales. Pero ese recurso debe servir
para brindar nueva información y no para ocultarla, debe desentrañar
complejidades y no simplificar, y debe alentar a un pensamiento crítico propio
y no a una aceptación pasiva.
(5) Tan sólo como ejemplo ver
Teratogenic effects of glyphosate-based herbicides: divergence of regulatory
decisions from scientific evidence, por M. Antonious y colaboradores,
Environmental Analytical Toxicology S4, 2012.
(6) Concerns over use of glyphosate-based herbicides and risks
associated with exposures: a consensus statement, por J.P. Myers y
colaboradores, Environmental Heatl, 15, 2016.
(7) Estas y otras acciones de
Monsanto sobre académicos, sus instituciones y sus revistas, se ilustran en los
Monsanto Papers; una selección en castellano disponible en el sitio web http://monsantopapers.lavaca.org/
Eduardo
Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES),
en Montevideo. Más informaciones sobre esta polémica en www.agropecuaria.org Twitter:
@EGudynas