Por Bárbara Ester
Las protestas populares en Haití son un
episodio de las consecuencias, cada vez más estructurales y catastróficas, de
una historia de saqueo y olvido.
En Haití la crisis de régimen se agudiza
luego de semanas de protestas ininterrumpidas. Los disturbios actuales son la
culminación de más de un año de agitación y casi tres años de descontento con
el actual mandatario, Jovenel Moïse. Los manifestantes se aglutinan en el
Palacio Nacional, en las oficinas de la ONU y en las calles para demandar la
renuncia del presidente.
La crisis política no es nueva sino que condensa,
cuanto menos, los dos últimos gobiernos del Partido Haitiano Tet Kale (PHTK).
Su fundador, Michel Martelly (2011-2016), al igual que su discípulo Moïse, son
acusados de desviar los fondos de la ayuda internacional de las dos últimas
catástrofes climáticas que azotaron la isla. Como consecuencia, la población
fue condenada al hambre, la pandemia y el debacle de su economía. Lucrar con la
desgracia de millones de compatriotas parece ser la receta del “capitalismo del
desastre”[1].
Una vez más, tal como lo hiciera en su origen como “la otredad incómoda” de la
Revolución Francesa, Haití muestra que, por encima de cualquier valor universal
de humanidad, para la comunidad internacional los “negocios son negocios”[2].
Haití
presenta uno de los mayores niveles de inseguridad alimentaria del mundo, con
más de la mitad de la población –y el 22% de los niños del país- con
desnutrición crónica. Su Índice de Desarrollo Humano la posiciona entre los
últimos puestos, no sólo de la región sino del mundo: 168 sobre 189 países[3].
Los indicadores de la calidad de vida de la población son apabullantes y,
además, Haití debe hacer frente a las catástrofes naturales que azotan el
Caribe. El Índice de Riesgo Climático Global de 2019 coloca a Haití en cuarto
lugar de entre los países más afectados por los desastres climáticos anuales,
ranking que encabezan Puerto Rico –donde se logró en las calles la renuncia de
su gobernador[4],
también acusado de malversar fondos de ayuda- y Honduras, sobre cuyo presidente
pesan graves acusaciones de fraude, corrupción y narcotráfico[5].
A casi diez años del terremoto más
devastador y mortífero de su historia, Haití no sólo sigue sin recuperarse de
esos destrozos, sino que sufre una nueva crisis política y social que se agravó
desde mediados de septiembre. En un contexto de inflación del 15%, un déficit
de $89,6 millones de dólares, y una moneda (gourde) en rápida devaluación, se
espera que este año la crisis humanitaria solo empeore. Sumado a esto, la
crisis del suministro de electricidad, debido a la falta de gasolina, terminó
por desatar el descontento social frente a una cotidianeidad desbaratada: no
funcionan el transporte público, el comercio ni las escuelas.
Así, las habituales catástrofes naturales
han terminado por naturalizar las consecuencias sociales de los problemas
políticos, los cuales involucran a actores locales que de ningún modo lograrían
sortear la crisis sin la venia de los intereses internacionales y la
invisibilización de la crisis por parte de sus vecinos latinoamericanos,
concentrados en la situación venezolana.
Un
presidente ilegítimo, el origen de la crisis actual
Moïse llegó a la política como un outsider[6],
representando a la elite agraria gracias a su rol como dirigente de Agritrans,
una empresa bananera del nordeste. Su experiencia política previa era nula,
pero fue escogido por Martelly (PHTK) como su sucesor. En las elecciones
primarias de octubre de 2015 Moïse obtuvo el primer lugar con un 32,81%. Sin
embargo, los comicios estuvieron signados por las denuncias de fraude,
intimidación de votantes y protestas callejeras, por lo que finalmente fueron
anulados. Martelly, con el apoyo de los Estados Unidos (EE. UU)., la
Organización de los Estados Americanos (OEA) y de otros gobiernos extranjeros,
quería cuanto antes resolver el traspaso del Gobierno a su sucesor. Sin
embargo, los funcionarios electorales -debido a las persistentes protestas
sociales y una nueva catástrofe, el paso del huracán Matthew- demoraron en tres
oportunidades consecutivas una nueva votación ante la amenaza de violencia
incontenible[7].
El malestar social que aglutinó al arco
opositor, líderes religiosos y empresariales, así como miembros de la diáspora
haitiana y organizaciones de derechos humanos, se condensó en la falta de
transparencia de los procesos electorales y la necesidad de reformar el proceso
de votación. Entre febrero de 2016 y febrero de 2017 se estableció un Gobierno
interino a cargo de Jocelerme Privert, quien fue electo por la Asamblea
Nacional para llenar el vacío de poder tras la finalización del mandato de
Michel Martelly. Unas nuevas elecciones se desarrollaron en noviembre de 2016
y, a contrapelo de la coyuntura, Moïse resultó electo en primera vuelta con el
55,67% de los votos[8].
Nuevamente, la denuncia de fraude empañó unos comicios que demoraron más de un
mes en ser validados.
Sumada a la escasa legitimidad de origen,
el incremento de la conflictividad social y la crisis política tienen tres
elementos clave: (1) la crisis del combustible; (2) un gran recambio
institucional y (3) la manifiesta corrupción de sus funcionarios.
En cuanto al precio del combustible,
desde 2005 el Gobierno de Hugo Chávez creó el Programa Petrocaribe, el cual
permitió a Haití comprar, desde 2006, petróleo a precio subsidiado. Los fondos
liberados por este beneficio permitían favorecer al desarrollo de infraestructura
y programas sociales, de salud y educación. Producto del bloqueo y la crisis
económica que atraviesa, en marzo de 2018 Venezuela detuvo los envíos de
barriles a precio subsidiado. Sumado al fin del beneficio, el Gobierno haitiano
anunció en julio del mismo año la eliminación de los subsidios a la energía.
Esta impopular medida estuvo en consonancia con lo acordado en febrero de 2018
con el Fondo Monetario Internacional (FMI): un paquete de reformas
estructurales a su economía, eufemismo utilizado para nombrar el ajuste. A
cambio, el organismo prometió préstamos financieros por 96 millones de dólares
para ayudar al país a pagar su deuda[9].
El ciclo de una nueva crisis política comenzó con el aumento del petróleo y sus
derivados: 38% la gasolina, 47% el diesel y 51% el kerosene[10].
Frente a ello, la calle volvió a estallar, las protestas se masificaron y la
policía reprimió, generando más muerte y más caos. Finalmente, la medida fue
derogada.
Como consecuencia del ajuste impulsado
por el FMI, se agudizó la crisis institucional caracterizada por un recambio
permanente de funcionarios, especialmente del primer ministro, cargo que tiene
como función la mediación entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo para lograr
gobernabilidad y consenso. Luego de la oleada masiva de protestas de julio de
2018, Jack Guy Lafontant presentó su renuncia. Moïse, entonces, buscó
reemplazarlo con un conocido abogado y exrival presidencial, Jean-Henry Céant,
intentando de esta forma lograr la unidad con la oposición. Tan sólo seis meses
después, Céant fue removido. Su sucesor fue Jean-Michel Lapin, quien duró
apenas cuatro meses en el cargo para finalmente presentar su renuncia
proclamando la falta de acuerdo entre los actores políticos. Horas más tarde,
el presidente Moïse nombró a su cuarto primer ministro, Fritz-William Michel,
portador de un perfil más tecnócrata y hasta entonces funcionario del
Ministerio de Economía y Finanzas. A diferencia de sus antecesores, Lapin ni
siquiera consiguió la ratificación de su cargo por parte del Senado –no porque
el oficialismo careciera de mayoría sino debido a los disturbios ocasionados-,
por lo que formalmente todo el Gabinete carece de institucionalidad. La última
intentona de lograr la designación de Lapin, en septiembre de este año, culminó
con un senador del oficialismo, Jean-Marie Ralph Féthière, descargando un arma
de fuego contra los manifestantes en el Parlamento con el saldo de un fotógrafo
y un guardaespaldas heridos[11].
Por último, en febrero de 2019 estalló el
escándalo de corrupción popularizado como #PetroCaribeChallenge. El hashtag se
originó mediante un tweet que preguntaba en creole: ¿Dónde
está el dinero de PetroCaribe? Desde entonces comenzaron el activismo por una
auditaría colectiva y una nueva oleada de movilizaciones contra el Gobierno
haitiano, acusado de malversar miles de millones de dólares provenientes del
subsidio venezolano. Como corolario de la gran movilización ciudadana, a fines
de mayo el Tribunal de Cuentas entregó al Senado un informe mediante el cual
concluyó que al menos 14 exfuncionarios malversaron más de 3.800 millones de
dólares del programa Petrocaribe entre 2008 y 2016. Sobre el actual mandatario,
el informe detalla que Agritrans fue adjudicataria de contratos para construir
proyectos bananeros y carreteras que jamás fueron realizados, a pesar de
recibir el dinero para tales fines[12].
¿Ayuda o injerencia internacional?
¿Es
Haití un Estado fallido? Desde su independencia y su primera Constitución, en
1804, Haití pasó por 30 golpes de Estado y tuvo 20 constituciones. Actualmente,
vive una de sus mayores crisis sociopolíticas desde la ocurrida en su
bicentenario (2004) con el golpe a Jean Bertrand Aristide, luego de que éste
manifestara que Haití exigiría una reparación histórica a Francia, su
exmetrópoli. Finalmente, Francia tomó la iniciativa en la solución de la crisis
haitiana y forzó la dimisión de Aristide. En febrero de 2004 el mandatario
abandonó Haití en un avión estadounidense, escoltado por militares de ese país.
Desde entonces y hasta octubre de 2017 el país fue intervenido por la ONU
(Organización de Naciones Unidas) mediante la Misión de Estabilización de las
Naciones Unidas para Haití (MINUSTAH)[13].
Posteriormente, se adoptó la forma de Misión de las Naciones Unidas de Apoyo a
la Justicia en Haití (MINUJUSTH), una misión que buscó estandarizar el
sistema de administración de Justicia de Haití a los modelos implementados en
las últimas dos décadas en la región. La MINUJUSTH garantizó un contingente
policial como forma de “alivianar” el uso de la fuerza. No obstante, con la
tendencia regional de militarización de las fuerzas de seguridad esto se
traduce en el mantenimiento de la ocupación y la represión. La prórroga de
existencia de la misión concluyó su mandato el 15 de octubre de 2019, lo que no
implica que la ONU abandone Haití sino, más bien, que busque nuevas formas de
injerencia[14][15].
Si
bien la ayuda humanitaria tiene como objetivo proporcionar
alimento, asistencia sanitaria y psicológica con aprobación del Gobierno y sin
violar su soberanía -especialmente frente a catástrofes naturales- en la
práctica ha sido desvirtuada para intervenir militarmente naciones,
derrocar gobiernos y apoderarse de su riqueza natural[16].
Luego del terremoto de 2010, la MINUSTAH “colaboró” con una comisión de 7 mil
soldados y policías. El saldo: cientos de denuncias de abusos sexuales y una
epidemia de cólera causada por quienes fueron a brindar “asistencia”[17][18].
De acuerdo al exdirector del Fondo de
Asistencia Económico y Social (FAES) de Haití entre 2012 y 2015, Klaus
Eberwein, sólo el 0,6% de las donaciones internacionales terminó en manos de
organizaciones haitianas, un 9,6% en manos del Gobierno haitiano y el 89,8%
restante fue canalizado a organizaciones no haitianas. Lamentablemente,
Eberwein fue hallado sin vida con un disparo en la sien en un hotel en Miami
antes de comparecer frente a una comisión anticorrupción del Senado haitiano
sobre los fondos de Petrocaribe y las malas prácticas de la Fundación Clinton[19].
Los fondos se tradujeron en la
proliferación de ONGs que comenzaron a proveer funciones que solía cubrir el
Estado, consolidando una nueva etapa en la agenda del sistema neoliberal.
Mientras las ONGs avanzaban el Estado se retraía, incidiendo tanto en la
soberanía como en la autodeterminación del país[20].
La intermediación de las organizaciones permite que quienes las financian, como
el Banco Mundial, el Gobierno de EE. UU. , el Fondo Monetario Internacional o
empresas transnacionales, obtengan la liberación de las barreras arancelarias,
lo que termina por devastar la producción interna y, por tanto, la economía del
país mediante la privatización de los servicios públicos y la contratación de
empresas privadas internacionales para ofrecerlos. Este mapa configura lo que
la economista Naomi Klein ha denominado como “capitalismo de desastre”, que
opera junto con la “doctrina del shock”. Según su tesis las crisis derivadas de
catástrofes, como en el caso de Haití, habilitan oportunidades de negocios para
la inversión privada, así las potencias y los intereses de las multinacionales
consiguen anclarse en el territorio arrasado de la mano de las ONGs.
A modo de conclusión
El PHTK es el actual garante de los
negocios del capital internacional, fundamentalmente mediante el traspaso de
tierras campesinas a transnacionales estadounidenses. Para ello sólo cuenta con
un escueto sector de la oligarquía local, quien se beneficia con una parte del
desvío de fondos a expensas de la mayoría de la población. La exacerbación de
la dependencia de la ayuda internacional combina el tradicional colonialismo
con una nueva fase del neoliberalismo como gestor del desastre. La influencia
norteamericana consolidó una economía haitiana predominantemente extractiva
-aproximadamente 2.000 millones en depósitos minerales explotados
principalmente por corporaciones estadounidenses y canadienses-[21].
Actualmente, dicha influencia es el único sostén de un presidente impopular,
cuya dimisión sigue exigiendo el pueblo en sus protestas masivas.
Mientras los líderes de la oposición
llaman a los manifestantes a no claudicar hasta obtener la renuncia de Moïse,
la consigna se hace carne: “les estamos diciendo a las personas que viven en el
área de Cité Soleil y a la población haitiana que se levanten para derrocar a
este Gobierno” afirmó Francois Pericat, un participante en las protestas del 27
de septiembre a The Associated Press en alusión a un barrio pobre y
sobrepoblado de Puerto Príncipe.”El presidente Jovenel Moïse no está haciendo nada
por nosotros, sólo nos está matando”[22].
Moïse asumió la Presidencia un 7 de febrero, fecha emblemática que recuerda el
final de casi 30 años de dictadura (1957-1986) de la familia Duvalier, François
(Papa Doc) y su hijo Jean-Claude (Baby Doc), quien finalmente huyó de la isla
producto de las protestas generalizadas. Luego del anuncio del cierre de la
MINUJUSTH, Moïse ha afirmado que no presentará su renuncia y dice no querer
tener otro 1986[23];
sin embargo, la sublevación popular está cada vez más cerca de repetir la
hazaña.
Notas
[1] Naomi
Klein, La
doctrina del shock. El auge del capitalismo de desastre, Paidós,
Argentina, 2008.
[3] https://reliefweb.int/sites/reliefweb.int/files/resources/Haiti%20Country%20Brief_%20August_2019.pdf
[9] https://www.nodal.am/2019/10/decadas-de-neoliberalismo-neocolonialismo-e-injusticia-climatica-han-llevado-a-haiti-al-limite-por-keston-k-perry/
[15] https://mundo.sputniknews.com/america-latina/201910161088993267-mision-de-paz-de-la-onu-concluye-mandato-en-haiti-sin-impedir-brotes-de-violencia/
[18] https://www.nytimes.com/2017/06/26/world/americas/cholera-haiti-united-nations-peacekeepers-yemen.html
[19] http://www.resumenlatinoamericano.org/2017/08/08/hallan-muerto-a-un-funcionario-de-haiti-que-iba-a-denunciar-a-la-fundacion-clinton/
[21] https://www.nodal.am/2019/10/decadas-de-neoliberalismo-neocolonialismo-e-injusticia-climatica-han-llevado-a-haiti-al-limite-por-keston-k-perry/