Argentina
Por Martín
Mosquera
1. Se confirmó
ayer la previsible derrota de Macri en la elección presidencial (48/40%) y
nuestro país inicia un nuevo ciclo político. Sin embargo, si la sorpresa en las
elecciones primarias del 11 de agosto fue la magnitud del rechazo al gobierno
(47/32%), la de ayer fue la notable recuperación del voto macrista en medio de
una crisis económica galopante (la inflación del último mes fue de 5,9%, la más
alta de todo el ciclo macrista). A su vez, la sensación generalizada de que la
elección ya estaba resuelta podía estimular la dispersión y desmoralización del
votante macrista. La situación económica anterior a las primarias era
significativamente mejor a la actual, así como mucho mayor la expectativa de
que Macri pudiera ser reelecto. Sin embargo el efecto del resultado de la
primaria fue en la dirección opuesta al que podía esperarse: se recrudeció la
polarización, más que distenderse, del lado del polo anti-populista.
Pareciera que el Frente de Todos perdió la tensión del voto (“ya está resuelta
resuelta la elección”), mientras que Macri logró movilizar excepcionalmente a
su base porque, en lugar de colapsar, siguió apareciendo como el instrumento en
disponibilidad para rechazar el regreso del kirchnerismo.
La consigna de
la recta final de su campaña fue “sí se puede”. Incluso si pocos creían
efectivamente factible remontar la elección, el macrismo siguió apareciendo
como el mejor voto testimonial de rechazo al inevitable
regreso populista. Respecto a la elección anterior, Macri logró
recuperar votos de las otras candidaturas anti-kirchneristas (tanto
del centrista Lavagna como de Gomez Centurion y Espert, las
versiones argentinas de la extrema derecha ultra-liberal y ultra-conservadora
que recorre el mundo), así como del voto en blanco y de la abstención. También
habría que evaluar con detenimiento si se están confirmando parcialmente
hipótesis, como la de Juan Carlos Torre 1/, de que la división del peronismo
del último ciclo habría expresado fenómenos de fondo, de incompatibilidad de
las bases electorales de los diferentes sectores, por lo que su unificación
dejó también una franja de votos que fueron absorbidos por el macrismo (lo que
podría explicar en parte que Macri saca más puntos porcentuales en esta
elección que en 2015, donde el peronismo se presentó dividido). Por último, el
control del Poder Ejecutivo Nacional, en un país hiper-presidencialista como
Argentina, es un dato que no puede desconocerse para explicar estas dinámicas
políticas. Cristina Fernández Kirchner se fue del gobierno en 2015 con niveles
muy altos de aprobación que nunca recuperó. Cambiemos accedió al gobierno con
una diferencia mínima y pudo ampliar su base electoral en 2017 pese al ajuste y
al deterioro salarial que ya había comenzado.
En cualquier
caso, es necesario no perder de vista que aquello que el periodismo denomina
superficialmente grieta es una polarización social y política
real y duradera.
2. La derrota del macrismo es un hecho positivo,
producto de la persistencia de relaciones de fuerza que ya se habían expresado
en las movilizaciones de masas que enfrentaron al gobierno (aunque hubo un
descenso significativo en el último periodo, con la excepción del movimiento
feminista). Las expectativas sociales detrás del voto a Fernández aspiran a
ponerle un freno el ajuste en marcha y el resultado positivo inyecta una
sensación de confianza en las clases populares. En el plano regional suman un
obstáculo más al inestable giro a la derecha que impulsan los
gobiernos reaccionarios de Trump y Bolsonaro. Sin embargo, este efecto positivo
se ve empañado por la señalada persistencia de un fuerte bloque social
derechista. Se superó a la derecha, pero no se la quebró y esto también afecta
al ánimo popular y a las relaciones de fuerza.
3. El 40% de Juntos por el Cambio en este contexto
muestra la notable resiliencia de una base social anti-populista.
Aunque derrotado Macri, sobrevive una derecha social que
volvió a mostrar su fortaleza. Esto confirma una tendencia que ya anunciamos 2/: el fracaso electoral del macrismo
no quiebra las fidelidades políticas precedentes y las concepciones del mundo
de su base social. Es decir, aun si el macrismo fue desalojado del gobierno no
se derrotó adecuadamente al macrismo de base, donde se articula el rechazo a la
politización de las necesidades sociales, la defensa del mercado como nexo
central de la vida social y asignador de recursos (“de la crisis se sale
trabajando”) y el reclamo de orden contra la delincuencia y la protesta social.
Esta base social muestra una sorprendente politicismo:
relativamente insensible al deterioro económico que también sufre, conserva sus
referencias y lealtades partidarias. Queda en disponibilidad entonces una base
de masas a la espera de tiempos mejores.
4. ¿Qué gobierno será el gobierno de Fernández? Es
difícil hacer pronósticos en este contexto. Aunque hubo un achatamiento de
expectativas sociales fruto de años de macrismo y de crisis económica, en las
clases populares pervive la expectativa de un retorno a la política
redistributiva y el crecimiento económico del mejor momento del kirchnerismo
(2003-2012). Sin embargo, las condiciones son muy adversas. Está agotado el super-ciclo de
las commodities, que permitió el correspondiente ciclo progresista que
armonizó medidas redistributivas y acumulación de capital. Nadie sabe si lo
peor de la crisis económica ya pasó o si, lo más probable, apenas estamos a
mitad del camino. Por lo pronto, las cámaras empresarias y el FMI siguen
reclamando las reformas estructurales en el terreno fiscal,
laboral y previsional, que ya avanzaron significativamente en Brasil. A su vez,
cuando la deuda pública se acerca al 100% del PBI, el 40% es con el FMI, con
quien estamos en vísperas de una negociación muy dura. Un abrupto giro de
Fernández hacia la ortodoxia económica, como Dilma luego de su
reelección en 2014 o Lenin Moreno más recientemente, llevaría el país
probablemente a una situación explosiva. Un recrudecimiento de la crisis
tendría efectos difíciles de predecir. Ninguno de estos escenarios es
necesariamente promisorio: contra la idea vulgar de que el fracaso del reformismo favorece
a la izquierda, un contexto de crisis del populismo en el
marco de una derecha social y electoral fuerte y sin alternativa seria por izquierda
puede presentar más peligros que oportunidades (el ejemplo de Brasil es
elocuente al respecto, pese a las notables diferencias entre ambos países).
Por lo pronto,
el equipo de Fernández parece querer ir hacia un pacto de salarios y
precios que ralentice la inflación, con un valor de la moneda y de los
salarios depreciados para favorecer las exportaciones y la reactivación de la
economía basada en la competitividad ganada por la devaluación. Tal vez haya
condiciones para un rebote de la economía que utilice la
capacidad instalada y permita unos años de recuperación, pero la sábana es muy
corta y la puja distributiva contenida empezará a presionar. La negociación con
el FMI tampoco augura buenos resultados, en un contexto que presenta más
simetrías con Grecia o Ucrania que con Portugal.
Veremos en
movimiento, a lo largo de los próximos años, la contradicción entre las
aspiraciones sociales detrás del voto al peronismo o entre los intereses de sus
bases de sustentación (sobre todo movimientos sociales y sindicatos) y el
programa que el peronismo quiere aplicar, en un contexto en el que se
estrecharon dramáticamente las condiciones para políticas progresistas compatibles
con la acumulación capitalista.
5. La izquierda representada en el FIT-U hizo la
peor elección desde su conformación en 2011 (2,2%), incluso después de sumar a
una nueva fuerza (el MST). Aunque hay que esperar al escrutinio definitivo para
confirmarlo, pareciera que no va a incorporar diputados nacionales. Se trata de
un achicamiento significativo pero no de una desaparición de la gran
política (mantiene presencia legislativa provincial y diputados
nacionales electos en 2017). Sin embargo, hay que analizar si las razones de
este retroceso descansan solamente en el clima de polarización nacional, como
no se cansan de decir sus dirigentes, o si también responde a un cierto
agotamiento de la expectativa que sectores sociales, sobre todo juveniles,
pusieron en esa experiencia. Aún en las provincias donde la polarización no
existía o estaba muy atenuada, la elección también fue muy modesta (el caso de
Córdoba donde el kirchnerismo no se presentó es un ejemplo notable). También
hay un retroceso en el terreno sindical y estudiantil. Una duradera política
sectaria frente a la base social del kirchnerismo le podría estar pasando
factura y se extiende la idea de que se desaprovechó la posibilidad de que la
izquierda irrumpiera encabezando un amplio movimiento popular con una política
abierta y unitaria. La buena elección de Myriam Bregman en la Ciudad de Buenos
Aires, a contramano de la elección nacional, que quedó al borde de ser electa
por primera vez en este distrito, muestra que hay espacio para que se
desarrolle otro perfil de izquierda: Bregman no solo tiene más carisma que sus
colegas, sino que tiende a ubicarse de forma más inteligente y menos sectaria
en el debate político nacional.
Las
previsibles desilusiones con el futuro gobierno pueden ofrecerle al FIT-U un
segundo aliento. Pero es necesario debatir si no es necesario la emergencia de
una nueva fuerza política, sobre bases amplias, democráticas, unitarias, que
interactúe virtuosamente con los nuevos movimientos sociales (feminismo,
ecologismo) y sepa acompañar las expectativas que los sectores populares
depositan en el peronismo. Una izquierda que se desarrolle sobre una base no
sectaria debe evaluar seriamente la hipótesis de una posible confluencia con
eventuales desprendimientos y radicalizaciones de sectores militantes del
kirchnerismo y sobre todo darse una política hacia los agrupamientos que se le
sumaron recientemente con la expectativa de contribuir al único recurso que
parecía disponible para desalojar a Macri.
6. Nuestro país muestra una relación de fuerzas
fluctuante e inestable. Fuertes movilizaciones de masas en el ciclo 2016-2017,
con un pico en la manifestación callejera contra la reforma previsional de
diciembre de 2017 (que fue el hecho político que puso definitivamente a la
defensiva al gobierno macrista), seguida de una fuerte desmovilización justo
cuando se concretó el mayor golpe a los ingresos populares, con las sucesivas y
violentas devaluaciones de la moneda. En esta pasivización social jugaron un
papel tanto la expectativa electoral de la población como las direcciones
sindicales vinculadas al kirchnerismo que apostaron a desinflar los conflictos.
A falta de grandes victorias sociales las aspiraciones populares se trasladaron
al terreno electoral.
Resta ahora
develar la pregunta del millón: si esta desmovilización fue un fenómeno
coyuntural, atado a la situación electoral, o si muestra una tendencia más
estructural. Si la derrota del macrismo es el punto de apoyo para un nuevo
ciclo de luchas que aspire a recuperar lo perdido o si la
probable decepción con Alberto Fernández instala una sensación de falta
de alternativa (al ajuste) que traduce políticamente el esbozo
de derrota social de los últimos dos años (20% de retroceso
aproximado del salario real). Argentina tiene un movimiento social
excepcionalmente fuerte: un movimiento obrero con un peso con pocos paralelos
en el mundo, un consolidado movimiento de desocupados o trabajadores informales
que es una originalidad internacional, un explosivo movimiento feminista. Pero
también muy dependiente del Estado y, fundamentalmente, del peronismo. La clase
trabajadora tiene una relación de fuerte integración al Estado desde hace 70
años con el peronismo histórico. El movimiento piquetero y el de DDHH desde el
ascenso del kirchnerismo en 2003. Ahora parece tocarle al movimiento feminista,
luego del anuncio del Ministerio de la Mujer que encabezaría una reputada
feminista. Como sabemos, la dialéctica de concesión e integración es
contradictoria e inestable. La evolución de estos movimientos sociales contra
las tendencias a la integración y pasivización definirá las relaciones de fuerza
del próximo ciclo. Por el momento, llegan aires frescos y renovados desde
América Latina, donde destacan las nuevas generaciones chilenas que están
conmoviendo a la región. La situación es compleja. Hay, sin embargo,
fundamentos para el optimismo.
Notas:
1 Ver Torre,
Juan Carlos, “Los huérfanos de la política de partidos revisited” en http://panamarevista.com/los-huerfanos-de-la-politica-de-partidos-revisited/ La
tesis de Torre es que la dualización duradera de la clase trabajadora entre un
sector formal y otro informal (precario y dependiente de la ayuda estatal) se
traduce en una ruptura duradera en la base social tradicional del peronismo,
con un sector formal más inclinado a valores conservadores, jerarquías rígidas
y rechazo al asistencialismo y un sector informal atado a las políticas de
redistribución social.
2/ Ver Piva, Adrián y Mosquera, Martín, “¿La emergencia de un nuevo ciclo
político?: notas para la caracterización de la situación política” en https://www.vientosur.info/spip.php?article14939