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No tiene sentido criticar si la crítica no produce algún bien, algún tipo de avance


Por Valeria Fariña

“No tiene sentido criticar si la crítica no produce algún bien, algún tipo de avance”, afirmó Lunacharski en su artículo “Tesis sobre los problemas de la crítica marxista“, de 1928.

¿A qué se refería con esto? ¿Cuál debe ser éste avance?

En su artículo, de pocas y concentradas páginas, Lunarcharki remarca cuan importante es la crítica en las “armas del arte”.

Sostiene que el “mejor crítico” es aquel que ve, por ejemplo, a un escritor, con admiración y entusiasmo, y no utiliza sus métodos para ajustar cuentas personales, o para calumniar deliberadamente a alguien. Aquel que es contrario al espíritu de los que distorsionan la esencia de la crítica porque temen exponer los resultados de su análisis.

Se trata de realizar una estimación objetiva del valor de una u otra obra para nuestra construcción”, explica Lunacharski. Y “en nuestro esfuerzo constructivo debe haber la menor malicia posible”.

Es importante, “descubrir lo positivo y revelarlo al lector en todo su esplendor”.
En ese sentido, la crítica marxista contemporánea es un programa activo de construcción.
El crítico ayuda, encauza y previene.

El crítico está convocado a evaluar, no desde el punto de vista, del origen y tendenciosidad de una obra dada, sino “de su uso potencial en nuestro esfuerzo constructivo”. Ningún escritor, escritora u obra pueden descartarse por su tendencia, ya que “de ello puede extraerse mucho beneficio“.

Contenido y forma

Lunarcharski explica que el crítico toma antes que nada, como objeto de su análisis, el contenido de una obra, la esencia social que ésta encarna: “su conexión con uno u otro grupo social, y la influencia que el impacto de la obra puede tener en la vida social”.

Y luego, pasa a la forma: a explicar cómo la forma cumple sus finalidades; “en qué medida sirve para que la obra sea lo más expresiva y convincente posible”.

El contenido puja por sí mismo hacia una forma definida”, afirma Lunacharski. En efecto, “puede decirse que hay una sola forma óptima que corresponde a un determinado contenido”.

Por ejemplo, un escritor, en mayor o menor medida, “es capaz de hallar, para los pensamientos, sucesos y sentimientos que le interesan, los modos de expresión que los revelan con la mayor claridad, y que dejan la más fuerte impresión en los lectores a quienes se destina la obra”, puntualiza Lunarcharski.

¿Cuáles son los criterios para evaluar el contenido de una obra literaria?

La evaluación se realizar desde una idea social dinámica: la tendencia social fundamental en una obra dada. Para ello, hay que descubrir hacia dónde apunta la obra: “si este proceso es arbitrario o no”.

Pero evaluar el contenido social de una obra, está muy lejos de ser simple.
En el caso de una obra literaria realmente grande“, explica Lunarcharki, “hay demasiados aspectos a tener en cuenta, y en ese caso es demasiado difícil utilizar cualquier tipo de termómetro o balanza”.

Aquí es necesaria la “sensibilidad social”, sin ésta, los errores son inevitables.

Hay que apreciar no sólo las obras dedicadas a problemas del momento, sino también aquellas que “parecen más generales y remotas“. Frente a estas últimas, el crítico puede confundirse con mayor facilidad. Al respecto, Lunarcharski reafirmas dos cosas: primero: aún no se encuentran criterios exactos para la evaluación, y segundo: pueden resultar más valiosas las hipótesis -planteo y análisis-que la solución definitiva de los problemas.

Un escritor es valioso cuando cultiva suelo virgen”, apunta Lunarcharski, “cuando intuitivamente irrumpe en un ámbito que resulta difícil de penetrar para la lógica y las estadísticas”.

Pero de ningún modo es fácil juzgar si un escritor tiene razón. Es posible que aquí, el juicio correcto pueda ser elaborado en el choque de opiniones entre críticos y lectores, y en un, segundo juicio de la obra que había parecido en un primer análisis, “pertenecer a una gama de fenómenos ajenos y a veces hostil a nosotros”.

Criterio general para la evaluación de la forma
Lunarcharski desarrolla tres criterios, que deberíamos al menos considerar, para evaluar la forma de una obra determinada.
1- El primero es que la forma debe corresponder al contenido lo más ajustadamente posible, “dándole máxima expresividad y garantizando el impacto más fuerte posible, en los lectores, a quienes se destina la obra”.

Aquí, Lunarcharki retoma el criterio formal sostenido por Plejánov, de que la literatura es el arte de las imágenes, y cualquier invasión de ideas desnudas o propaganda va siempre en detrimento de la obra dada. Aunque, también advierte, que este criterio no es absoluto ni valido para todos los casos.
2- El segundo criterio, deriva del anterior y se refiere a la originalidad de la forma:  que el cuerpo formal de una determinada obra se fusione en un, todo indivisible con su idea, con su contenido.

Una genuina obra de arte debe ser, por supuesto, nueva en contenido. Si el contenido no es nuevo; poco vale la obra”, sentencia Lunacharski. La reproducción no es un arte. Desde este punto de vista, “un nuevo contenido en toda obra exige nueva forma”.

¿Con qué podemos contrastar esa auténtica originalidad de la forma?
     a) Con la forma estereotipada. Ésta impide incorporar realmente en la obra una nueva idea: “un artista puede ser cautivado por formas previamente utilizadas, y aunque su contenido sea nuevo, es vertido en odres viejos”.

    b) La forma puede ser simplemente débil: “o sea que el escritor, aunque su intención sea nueva e interesante, puede carecer de los recursos formales en el sentido del lenguaje: riqueza de vocabulario, construcción de la frase, de todo el relato, capítulo, novela, pieza teatral, etc.; y en el sentido del ritmo y otras formas de poesía”.

    c) La originalidad excesiva de la forma: son los casos en que la ausencia de contenido es disfrazada mediante invenciones y ornamentación formales.

3- El tercer y último criterio que propone Lunacharki, para evaluar la forma de una obra determinada, es la universalidad.

En la misma dirección que señaló Tolstoi, aquí Lunacharski apuesta por una literatura que se dirija a las masas, y que apele a ellas como principales creadoras de vida.

Esa universalidad es incompatible con el aislamiento, la reticencia, las formas destinadas a un pequeño círculo de estetas especializados o la actitud espiritual del artista que pretende separarse de la realidad mediante métodos formales. Claro está, aclara Lunarchaski, que no se debe negar el valor de obras que no son suficientemente inteligibles para cualquier persona que sepa leer. Pero este es otro asunto.
En todo caso, unos de los objetivos es que la literatura sea tan talentosa y lograda como legible para todos los sectores populares: “Glorioso es el escritor que puede expresar una idea social valiosa y compleja con tan vigorosa sencillez artística que llegue al corazón de millones. Glorioso es también el escritor que puede alcanzar el corazón de estos millones con un contenido relativamente simple, elemental”.

Crítica marxista

Para Lunarcharki, la crítica marxista presenta ventajas y desafíos a la hora de analizar y pensar críticamente el arte; su contenido y forma.
Ante todo, contempla la vida social como un todo orgánico y asume la crítica constructiva. Indica los méritos internos de las obras en el pasado y en el presente, sin perder de vista una estimación objetiva del valor de una u otra obra, en la perspectiva de construir otra sociedad.
La crítica, está llamada, dice Lunarcharski, “a participar con intensidad y energía en el proceso de formar al nuevo hombre”, a la nueva mujer -agregamos aquí-, en definitiva: a un nuevo modo de vida basado en el socialismo.

Anatoli Lunacharski: “Sobre la literatura y el arte”. Editorial Axioma, Buenos Aires, 1974. Primera parte. pp-5-24.