Por Geraldina Colotti

Un trabajo que está llevando
a los mercenarios estadounidenses a las fronteras de Venezuela para entregar
“ayuda humanitaria” con el apoyo de gobiernos lacayos como Iván Duque en
Colombia y Bolsonaro en Brasil. Otro ataque puede comenzar desde la isla de
Aruba, ubicada frente a la península venezolana de Paraguaná, una antigua
posesión holandesa que nunca ha logrado la independencia de los Países Bajos.
El autoproclamado “presidente
interino”, Juan Guaidó, anunció que esta “ayuda” aterrizará el fin de semana y
“pondrá a prueba” la lealtad de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) al
gobierno legítimo de Nicolás Maduro. El “ultimátum” de los países europeos
quiere obligar a Maduro a renunciar y a celebrar nuevas elecciones
presidenciales: no solo arrogándose una facultad que no le pertenece, sino también
rechazando la Constitución bolivariana, que prevé un posible referéndum
revocatorio para cada electo a la mitad del mandato.
La Asamblea Nacional
Constituyente, órgano plenipotenciario convocado para poner fin a la violencia
de las derechas en 2017, ha propuesto, para este año, la celebración de
elecciones legislativas. El pasado 21 de enero, basándose en el artículo 138 de
la Constitución, el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) declaró nulas y sin
efecto las decisiones del Parlamento “en desacato” que pusieron en marcha la
autoproclamación de Guaidó.
Y Maduro se ha hecho cargo de
las indicaciones, que se pondrán sobre la mesa de una posible mediación. Con
esto, el chavismo puede lanzar un banco a aquellas partes de la oposición
venezolana que no quieren ser aplastadas por el partido de extrema derecha,
Voluntad Popular. Componentes que tienen sus militantes en el gobierno de
algunos estados del país y que se han desprendido de la posibilidad, cada vez
más concreta y sangrienta, de una invasión armada en Venezuela.
Una eventualidad, en cambio,
exigida por los títeres de Trump, que la llevaron a las calles abiertamente
durante la marcha del pasado sábado 2 de febrero: en esas calles de un solo
sentido celebradas por los medios hegemónicos en Italia, que enfatizaron los
números de la oposición, pero escondieron los contenidos xenófobos y
reaccionarios representados por las banderas de los Estados Unidos y por ese
gigantesco Trump con una cruz en el cuello, llevado en procesión.
“Venezuela no está gobernada
desde afuera”, reiteró Maduro, asistiendo a las maniobras militares de la FANB.
Una ceremonia para conmemorar el 4 de febrero de 1992 y la rebelión
civil-militar del entonces teniente coronel Hugo Chávez Frías. “Sánchez –
advirtió al presidente dirigiéndose al Primer Ministro español – si habrá una
invasión, se ensuciará las manos con sangre como lo hizo Aznar con la guerra en
Irak”.
Pero para Sánchez, además de
la voluntad de posicionarse en el marco de los países imperialistas, también
contó la pertenencia a la Internacional Socialista, que comparte con Antonio
Ledezma, ex alcalde de la Gran Caracas que huye de Venezuela, vicepresidente de
la IS. Ledezma, un exponente de esa oligarquía venezolana que nunca se ha
resignado a verse arrebatado del botín, ha utilizado (como Julio Borges) sus
relaciones con los poderes fuertes de Europa para construir complots contra su
país, confiando en conexiones importantes debido a los orígenes italianos.
Con un video en inglés,
Maduro se dirigió al pueblo estadounidense: “Evite que ocurra otro Vietnam,
dijo, queremos paz, pero también respeto”. Luego explicó efectivamente cuáles
son los objetivos reales del gobierno de Trump: el petróleo, el oro, el agua,
los inmensos recursos del país que ahora sirven al pueblo y, en cambio, pueden
volver a las manos de las oligarquías. Razones que explican la arrogancia de la
Unión Europea, una organización concertada entre Estados soberanos cuyo poder
no pueden reemplazar lo de los Estados asociados, pero que se fundó para
garantizar el mercado capitalista y que, por lo tanto, se lleva lógicamente a
defender esos intereses también en Venezuela.
Por el momento, el gobierno
italiano no está alineado a la posición de la UE porque la actitud del
Movimiento 5Stelle, provocada por las primeras declaraciones de Alessandro Di
Battista, lo impide. El camino practicado es el del “diálogo”. El Ministro de
Asuntos Exteriores y Cooperación Internacional, Enzo Moavero, que tiene una
posición muy diferente a la de los 5S, el 7 de febrero estará en Montevideo
para participar en la reunión del “grupo de contacto” lanzado por México y
Uruguay, mientras que la oposición del PD en Italia hace fuego y llamas junto a
los partidos de la otra derecha.
Su actitud, llevada adelante
en el contexto político italiano y europeo, se hizo evidente inmediatamente
después de la elección de Nicolás Maduro, el 20 de mayo. Un voto expresado por
casi 7 millones de personas y en el cual asistieron cerca de 10 millones de
votantes elegibles. Una consulta – la número 25 celebrada en 20 años del
gobierno bolivariano – que también presentó candidatos de la oposición, a pesar
de los múltiples sabotajes implementados para anular la participación y el
resultado.
Un plan, recordó el ministro
de Relaciones Exteriores de Venezuela, Jorge Arreaza, ante una audiencia de
invitados internacionales, que había sido acordado meses antes: cuando una
llamada telefónica desde Washington había obligado a la oposición a no firmar
el acuerdo, decidido después de meses de un costoso diálogo directo por el ex
presidente español Zapatero en la República Dominicana.
Desde entonces, se ha puesto
en marcha una densa trama internacional, basada en numerosos pronunciamientos
diplomáticos y en sanciones económicas y financieras cada vez más apremiantes.
Una estrategia que requería la presencia en el liderazgo del parlamento
venezolano “en desacato” de un representante de la fuerza más extremista y
subalterna a Washington, Voluntad Popular. De hecho, en las formaciones de
oposición se estableció una rotación y ahora le tocaba al partido de Leopoldo
López y el de Lilian Tintori, que estaba dispuesta a hacer papeles falsos para
una fotografía con Trump.
Una situación construida en
la mesa, como puede verificarse siguiendo los pasos de las decisiones tomadas
contra Venezuela también por los países europeos. La estrategia del “caos
controlado”, que contempla la balcanización de Venezuela también a través de la
ficción de una nueva “revolución de color”. La remontada de las oligarquías
que, después de la victoria de la derecha en Salvador, ahora ha puesto otra
pieza en Centroamérica. Si van a Venezuela, acabarán con Nicaragua, Cuba y lo
que queda de los gobiernos progresistas de América Latina. Si van a Venezuela,
no será solo un cambio de gobierno.