
Se ha creado
una situación de poder dual, con dos asambleas legislativas, una corte suprema
en el exilio y ahora un político que se declara legítimo presidente frente a
Maduro. El país parece a punto de explotar, que es probablemente lo que desea
la Administración Trump. Juan Guaidó no habría dado el paso de no haber sido
inducido por Estados Unidos. Y en esas llegó Pedro Sánchez para ponerse al
frente de la manifestación global convocada por Donald Trump contra el
presidente Nicolás Maduro. Sánchez se ha alineado con Trump igual que han hecho
muchos otros partidos socialdemócratas europeos, incluyendo el Partido
Socialista de António Costa en Portugal. El verso suelto continúa siendo Jeremy
Corbyn.
La decisión
de Sánchez, tomada a toda prisa tras intensas presiones de Trump y su servicio
diplomático, reproduce, salvando algunas distancias (ya veremos cuántas), el
apoyo de José María Aznar a George W. Bush antes de la nefasta invasión de
Irak. No es casualidad que la ofensiva se desencadene menos de un año después
de la elección de John Bolton como asesor de Seguridad Nacional del presidente
de Estados Unidos. El mismo Bolton que fue determinante para propiciar la
invasión de Irak contraviniendo la legalidad internacional. Porque esto es lo
que está detrás de lo que está pasando en Venezuela: el flagrante
incumplimiento de la ley internacional. Dentro de un objetivo más amplio, que
es el intento de rediseñar un mundo a imagen y semejanza de EE.UU.. Abandonar
los espacios multilaterales porque, para ese grupo de irresponsables que hoy
ocupan el Gobierno de EE.UU., son un corsé que impide el Make America Great Again.
El reconocimiento del opositor Juan
Guaidó es una imprudencia de consecuencias imprevisibles. Las intervenciones
unilaterales en nombre de la democracia han fracasado rotundamente. España
debería hablar en esta crisis el lenguaje del derecho (internacional), de los
derechos civiles (soberanía nacional y democracia en Venezuela) y humanos (los
de una población sujeta a una eventual injerencia militar), y no desde una
lógica de partes o bloques enfrentados.
Por eso le
decimos: “No en nuestro nombre, señor Sánchez”. Su Gobierno, su país, no
deberían ser el portavoz de Trump en Europa. Usted no debería liderar un golpe
blando, ni otorgar legitimidad a un títere de Estados Unidos en un proceso que
nadie sabe si acabará en golpe militar, en guerra civil o en invasión tipo
Panamá o Libia.
Quizá debería
haber escuchado usted más a J.L. Rodríguez Zapatero que a Felipe González. Más
a Pepe Mujica y a AMLO que a Bolsonaro. Venezuela no puede seguir así, pero
tampoco puede ser tratada como el patio trasero de la comunidad internacional.
Es necesaria una mediación internacional para desbloquear la situación y
encontrar una salida negociada que evite a toda costa una guerra civil.
Es ahí, en
esa tercera vía dialogante, pacifista, progresista y respetuosa del derecho
internacional y de la soberanía de los pueblos, donde debería colocarse el
gobierno del señor Sánchez. Lejos del rebufo autoritario de Trump y de la
retórica bélica y extremista de Rivera, Casado y Abascal, siempre dispuestos a
añadir gasolina a los incendios. Porque las consecuencias en clave nacional no
son menos inquietantes. Al mostrarse sumiso con ese relato, Sánchez ha roto de
facto con el bloque progresista que le apoya en España y ha puesto en grave
peligro las escasas posibilidades de una victoria electoral. Si hace el juego a
los radicales de derechas (con Venezuela, alquileres, presupuestos o Cataluña),
dinamita la base social, política y cultural del bloque progresista (con sus
apoyos periféricos). Esta base no se sostiene solo en la moción de censura
(cuyos efectos ya están agotados) ni en la sola aprobación de los presupuestos
(necesaria pero no suficiente), sino en prefigurar otra idea de España, otras
formas de hacer política, otras identidades plurinacionales o federales, otra
práctica de la democracia... Y, en el caso de Venezuela, Sánchez ha decidido
seguir rompiendo la base cultural y política del bloque progresista al
alinearse y reforzar así la identidad política del bloque reaccionario
(nacional e internacional). Así Sánchez no podrá, y con él no podremos el
resto.