Tal vez
la respuesta sean las soberanías
Por Iolanda Fresnillo
Hace
unos meses me pidieron si podía participar en la inauguración de la Feria de
Economía Solidaria de Catalunya (FESC) hablando de soberanía económica. Un reto que me permitió profundizar en la cuestión de las
soberanías. Lejos de la concepción clásica de soberanía que vincula el
poder que reside en el pueblo a la existencia de un Estado,
muchas concebimos las soberanías como el derecho de los pueblos a definir y
decidir cómo queremos que sea la realidad que nos rodea. Una realidad
económica, social, política, cultural, territorial, ambiental, relacional,
sobre la que queremos tener capacidad de decisión más allá del Estado. Este es
el concepto de soberanías del que parto: el derecho a decidir cómo queremos
vivir, producir y relacionarnos entre nosotros y con nuestro entorno.
De soberanía económica a
soberanía reproductiva
Nos dice Yayo Herrero, ecofeminista de referencia, que “la economía, la política y
la cultura hegemónicas han declarado la guerra a la vida”, ya que se
desarrollan de espaldas a las bases materiales y sociales que sostienen la
reproducción de la vida. La economía feminista ha puesto el foco precisamente
en esto a la hora de plantear que la economía tiene que ver con TODOS los
procesos que permiten redistribuir los recursos y definir las relaciones para
que la VIDA pueda reproducirse. Y no una vida cualquiera, sino una vida que
valga la pena vivirla, como dice Amaia Pérez Orozco.
Pero estamos inmersas en el
marco capitalista, tanto en el ámbito simbólico como en el material, en el que
la concepción de la economía gira en torno a la producción y la acumulación de
valor, de capital. Un marco crecentista en el que el concepto de soberanía
económica se identifica habitualmente con la capacidad de decidir sobre
aquellos procesos que nos hacen ser más competitivos en el mercado global, que
hacen crecer la productividad y el PIB.
Pero si no hablamos de
acumular capital y ser competitivos, sino de poner la vida en el centro de la
economía, nos resultará muy útil el concepto de soberanía reproductiva. Un
concepto que tomo prestado del trabajo coral de varias personas vinculadas al
Seminario de Economía Crítica Taifa y publicado en Sobiranías:una proposta contra el capitalisme. Para ellas, la soberanía
reproductiva hace referencia a las capacidades y procesos para decidir sobre el
conjunto de relaciones sociales y económicas que dan centralidad a la vida.
Sería el derecho a decidir y ejecutar los procesos de transformación tanto en
el sistema productivo como en las relaciones sociales y laborales que lo hacen
posible y se derivan de él, de forma que se vincule la producción a las
necesidades sociales, materiales e inmateriales. Se trata, en definitiva, de
definir procesos de cambio que permitan el desarrollo humano al margen del
circuito de valoración del capital y sin agravar (y si es posible revirtiendo)
la destrucción medioambiental.
¿Qué significa todo esto en
la práctica? ¿Cómo se desarrolla este marco que nos plantea la economía
feminista y la economía crítica de poner la vida en el centro? En
realidad es tan sencillo como plantear propuestas en torno a los principales
retos que afrontamos a partir de cuatro cuestiones muy básicas: ¿Cómo
contribuye esta propuesta a cubrir las necesidades materiales e inmateriales de
la gente? ¿Cómo influye en las relaciones sociales y, específicamente, en
revertir la explotación, el patriarcado, el racismo, la xenofobia, la
homofobia, la transfobia, la adultocracia y otras dinámicas sociales que
promueven relaciones de desigualdad y violencia? ¿Qué impacto tiene en las
bases materiales que sostienen la reproducción de la vida, es decir, en el
medioambiente o en procesos como el cambio climático? ¿Cómo contribuye a
reequilibrar la distribución de poder y capacidad de decisión y, por tanto, a
construir una sociedad más democrática?
Desigualdad y soberanía
productiva
Sergi Picazo planteaba hace unos días en Crític diez
grandes problemas de la Catalunya de 2019, entre ellos el aumento de las
desigualdades. Estos días se han publicado los resultados de un estudio sobre salarios en 2018 realizado por EADA Business School, que
señala cómo las nóminas de los directivos han aumentado 21 veces más que las de
los trabajadores. En el capitalismo, hoy en día, el modelo productivo necesita
y se alimenta de relaciones sociales basadas en la desigualdad y en la espiral
de precarización laboral. La extensión de la llamada economía de plataforma impone lo que se empieza a conocer como uberización del
trabajo. El éxito financiero de este fenómeno está basado en una precarización
laboral extrema de los y las trabajadoras y en la ausencia de derechos
laborales.
Ante esta realidad, hay que
construir un modelo productivo en el que el engranaje sean unas relaciones
laborales basadas en la cooperación, la solidaridad, la reciprocidad, la
equidad, la autogestión y la democracia. El cooperativismo, y más en concreto
la Economía Social y Solidaria, se convierte en el campo de desarrollo de este
modelo productivo (que incluye la producción de bienes y servicios, el
intercambio, la gestión, el cuidado, la distribución de excedentes, el consumo
y la financiación). La promoción y extensión de este sector a través de
nuestro consumo y trabajo, pero también del apoyo de las instituciones públicas y de
la concertación público-cooperativa-comunitaria, es clave para un cambio de
modelo productivo.
El presente modelo económico
resulta inviable sin la división sexual del trabajo, que atribuye a las mujeres
las tareas relacionadas, entre otros, con el cuidado de personas, el
mantenimiento del funcionamiento del hogar, el acompañamiento y la gestión
emocional de la familia. Unos trabajos de reproducción y cuidados
imprescindibles para el sostenimiento del modelo productivo, pero que
normalmente no son remunerados (y cuando lo son, es en condiciones de precariedad
extrema), ni valorados socialmente, y se mantienen invisibilizados. Todas somos
personas interdependientes, todas necesitamos cuidados en un momento u otro de
la vida. Por lo tanto, una propuesta basada en las soberanías no puede
fundamentarse en una distribución desigual y patriarcal de este trabajo. Un
nuevo marco de soberanía reproductiva debe pasar necesariamente por la
valorización, visibilización y socialización de los cuidados, revirtiendo la
división sexual del trabajo y mejorando las condiciones laborales de aquellas
que proveen cuidados en el mercado.
Hay que poner sobre la mesa
que la transformación del modelo productivo, de bienes pero también de
servicios, debe pasar asimismo por un cambio en el ámbito público. La reversión
de la mercantilización de los bienes comunes y los servicios públicos no pasa
solo por procesos de remunicipalización, sino por buscar nuevas fórmulas de
gestión de lo público que impliquen la participación de usuarias y
trabajadoras. Una reapropiación público-comunitaria de lo que debería estar
fuera de las reglas del mercado (recursos y servicios básicos como la salud,
educación, agua, energía, vivienda, cultura…), explorando la gestión
público-pública o gestión público-comunitaria.
Soberanías, territorio y
cambio climático
Las relaciones desiguales
entre el ámbito urbano y rural, la desaparición del sector agrícola no
industrializado (con la amenaza que ello supone para la soberanía alimentaria)
y la desarticulación del territorio a partir de un modelo de construcción de
grandes infraestructuras y un modelo de movilidad y transporte al servicio de
los intereses del capital, son cuestiones clave que amenazan la soberanía
reproductiva.
Ante grandes infraestructuras
que definen la articulación del territorio y el modelo productivo, como el
Corredor Mediterráneo, el Canal Segarra-Garrigues o vías destinadas a
satisfacer las necesidades de transporte de una industria como la porcina (eje
transversal y túnel de Bracons), hay que abordar el reto de repensar el modelo
territorial, las relaciones campo-ciudad y el futuro del ámbito rural (repensado desde el ámbito rural), para garantizar no solo el derecho a la
soberanía alimentaria de todas, sino una vida digna de ser vivida también fuera
de las ciudades. Una nueva articulación territorial y definición de estrategias locales que,
junto con la relocalización de la economía, permitan construir un modelo
productivo más vinculado a las necesidades que debe satisfacer y más sostenible
ambientalmente.
La inevitable restricción del
acceso a materiales y energía, especialmente el petróleo, y el cambio climático
nos están llevando a un colapso de la civilizaciónindustrial del que no somos del todo conscientes. Un colapso
que puede, además, alimentar procesos como el augede la extrema derecha. Como seres absolutamente ecodependientes, no
podremos sobrevivir con las consecuencias de un modelo productivo que se
desarrolla de espaldas a las bases materiales que sostienen la reproducción de
la vida (los recursos naturales, la tierra, los alimentos, el agua, las fuentes
de energía). Desde este punto de vista, convertir el modelo productivo en uno
que ponga la vida en el centro, bajo el paradigma de la soberanía reproductiva,
no solo es una propuesta de las izquierdas o el ecofeminismo, sino que es una
necesidad de supervivencia.
Las estrategias para la
soberanía alimentaria o energética han de desarrollarse, en este marco de
limitación de recursos y colapso ambiental, contando con los recursos propios,
construyendo propuestas productivas de circuito corto. Como argumentó Yayo Herrero
en la Bienalde Pensamiento de este año, “el capitalismo en su momento
actual, con los límites del planeta superados, revela su verdadera realidad
material que es verdaderamente fascista. Si las vallas que rodean los lugares
de privilegio, además de no dejar pasar personas, no dejaran pasar energía, ni
productos manufacturados ni alimentos, los países considerados ricos no
durarían ni dos meses”. Un nuevo modelo productivo basado en la solidaridad no
puede desarrollarse sobre el expolio de recursos de más allá de nuestras
fronteras. Este principio nos lleva a un escenario necesario de decrecimiento.
Soberanía financiera
A la crisis medioambiental se
suma la crisis financiera de la que aún no hemos salido y que, según muchos
indicios, se profundizará entre 2019 y 2020. La espiral de la deuda en que siguen
engarzadas las principales economías del mundo (tanto deuda pública como
privada) no deja de crecer, y todo parece indicar que próximamente puede estallar de nuevo una crisis. Construir un nuevo marco de
soberanía financiera es un camino necesario para evitar futuras crisis
financieras (o al menos amortiguar sus efectos). En este ámbito las
dificultades son mayores. A pesar de disponer de un sector de finanzas éticas
que pueden contribuir a la financiación de los procesos de transformación del
modelo productivo que se han mencionado, hace falta mucha más fuerza para
abordar los efectos de la financiarización de la economía.
El control que pueden ejercer
los mercados financieros sobre los poderes públicos a través de la deuda es
enorme. A través de la deuda y de los fondos de inversión, el capital
financiero configura hoy el modelo productivo, las ciudades, el territorio y
las políticas públicas. La creación de entidades financieras públicas y
cooperativas, basadas en criterios éticos y que incluyan dentro de su misión el
cambio de modelo productivo del que hablábamos (es decir, tanto finanzas éticas
cooperativas y solidarias, como una banca pública regida por los mismos
criterios), junto con un modelo fiscal más progresivo, suficiente e implacable
con el fraude y la elusión fiscales, son imprescindibles para despegarse de los
mercados financieros y ganar así autonomía y soberanía financiera.
En definitiva, la puesta en
marcha de procesos para ganar soberanía productiva, alimentaria, energética,
residencial, cultural, financiera, o incluso relacional,
nos debe permitir desarrollar procesos productivos y distributivos que no sean
explotadores, que sean solidarios (encaminados a satisfacer las necesidades de
los demás, no propias), que no estén basados en relaciones de desigualdad
(patriarcado, racismo, homofobia, transfobia, adultocracia…) y sean sostenibles
(compatibles con el sostenimiento del planeta e incluso la recuperación de las
bases materiales que permitan la vida presente y futura).
Esto quiere decir: modelos
productivos de circuito corto y autocentrados, es decir, de dimensión local y
vinculados al territorio; modelos con toma de decisiones democrática,
participados también por usuarios/as y trabajadores/as. Nos deben permitir
también avanzar hacia formas de propiedad no privada, comunal, cooperativa y
municipal, y propuestas de concertación público-cooperativa-comunitaria, junto
con el desarrollo de mecanismos más equitativos de distribución de la riqueza.
En definitiva, poner la vida en el centro o, como dice LuisGonzález, “crear alternativas que permitan a la población satisfacer
sus necesidades, sorteando así las emociones que pueden hacer crecer el
fascismo (miedo, desesperación, frustración). Estas alternativas deberán dotar
de autonomía a las personas frente al Estado y, sobre todo, frente al mercado y
ser resilientes en los contextos de colapso”.
Versión original en
catalán: http://www.elcritic.cat/blogs/sentitcritic/2019/01/24/i-si-la-resposta-fossin-les-sobiranies/
Iolanda Fresnillo es socióloga, activista y
cooperativista de Ekona.
Traducción: viento sur