José Roberto Duque
Rueda por las redes y mensajería
de WhatsApp una campañita interesante, singular y sobre todo bastante hábil, a
la que se han sumado algunos chavistas, seguramente con la mejor intención y/o
tan siquiera sin darse cuenta de que están participando en una campaña. Ahora
dizque un grupo de "ecologistas" gringos ha "descubierto"
que la harina Maseca contiene trazas del veneno Round Up, y, de ahí para abajo,
todo son rayos y centellas contra un producto del que la industria mexicana
estaba orgulloso hasta ayer nomás. Perdón, hasta ayer no: hasta que el Gobierno
venezolano empezó a comprarla masivamente para distribuirla en los CLAP.
Es
reconfortante que de pronto uno note esa preocupación ciudadana por la calidad
de la harina precocida de maíz, y en general por los agregados o componentes de
contrabando que traen los "alimentos" que consumimos. Lo
sospechoso es que la campaña, que debería abarcar toda la mierda que el capitalismo
industrial nos vende como "comida", se centra sólo en los productos
que distribuye el CLAP. Maseca es una mierda; la Harina Pan es linda, chévere,
limpia, inseñalable de nada malo y de paso venezolana como el beisbol, los
bluejeans y el rock.
Señor:
TO-DA la harina precocida de maíz es una estafa, un engaño, un atentado contra
la cultura del maíz que alguna vez tuvimos. Propagandizar contra la harina
mexicana con el argumento de que se le detectaron trazas de Round Up es de un
ingenuo que dan ganas de sentarse a llorar o arrecharse y ponerse antipático:
resulta que con glifosato y gramoxone (productos del monstruo transnacional
Monsanto-Bayer) se fumigan casi todos los vegetales que comemos en todas las
ciudades del mundo, pero especialmente varios de los que consumimos masivamente
aquí, y que algunos aspirantes a veganos o vegetarianos patrocinan como si
fueran ejemplo de comida sana.
El
acto de comer ajo, papas y zanahorias en Venezuela tiene dos sinónimos o
nombres más adecuados: suicidio y eutanasia. Miles de litros de esos y otros
venenos (fertilizantes, herbicidas e insecticidas) son rociados varias veces al
año en las plantaciones de los Andes venezolanos, y esa es la razón por la que
uno ve esas papas impecables, esas zanahorias fosforescentes y esos ajos tan hermosos
y brillantes que provoca comérselos crudos, incluso varios meses después de
cosechados. Esos frutos de la tierra se ven sin una magulladura y se conservan
mucho tiempo sin refrigeración porque vienen tan cargados de tóxicos que los
insectos, hongos y otros organismos les pasan por un lado y ni se acercan: la
pinga, hermano, primero muerto de hambre que atarrillado con esas bombas de
agrotóxicos.
Los
seres humanos que, al fumigar las plantaciones, se exponen a esas armas
químicas en pueblos como Timotes, Pueblo Llano y varios otros del páramo
merideño, están sufriendo hace décadas las secuelas: nacen niños con
malformaciones, el cuerpo y la psique de los jóvenes queda destruida y la gente
insiste que es por el miche, o debido a un prejuicio racista y asqueroso:
"Es que a los gochos lo único que les gusta es ese aguardiente malo".
Pueblo Llano ha sido señalado muchas veces como el municipio con la más alta
tasa de suicidios en América, y el que ha vivido en el campo y no ha oído la
expresión "El hijo de fulano se mató bebiendo gramonsón (gramoxone)"
es porque andaba muy distraído o con los oídos tapados.
En
la Venezuela chavista, la poca destreza en la comprensión de los tiempos
históricos nos hace decir muy seguido: "Estamos llenos de
contradicciones", frase que viene acompañada de un sollozo que viene a
significar algo como: "Si seguimos teniendo contradicciones no podremos
hacer nunca una Revolución". No es que no las tengamos, sino que usted
debe ubicarse en el tiempo y lugar en que se encuentra o meterse a monje o a
ermitaño, si quiere sentirse puro o no contaminado.
Nosotros
deberíamos estar avanzando hacia la producción autóctona, autosustentable y
agroecológica de alimentos, pero mientras damos ese salto gigantesco
(pulverizar 500 años de chapalear en variantes de un modo de producción y
cambiarlo por otro) debemos asegurarle el desayuno y el almuerzo DE MAÑANA a
treinta y tantos millones de personas. Como a estas alturas ni siquiera nos
hemos puesto de acuerdo (ni como corriente histórica, ni como pueblo, ni como
país, ni como nación ni como clase proletaria) acerca de si esa producción debe
correr por cuenta de todos, o solamente por cuenta de la agroindustria, o sólo
por cuenta de la clase campesina, entonces tiene que venir el Gobierno a
resolver ese rollo inmediato importando para que llenemos el estómago con lo
que hay. Y lo que hay es comida capitalista producida por procedimientos
capitalistas.
Hay
otras formas, cómo no: arma tu huerto y tu conuco y trata de comer tan limpio
como tú mismo y tu gente sean capaces de cultivar. Salta al ruedo un sabio y te
restriega en la cara: "Un momentico: la Unión Soviética no era conuquera,
así que si no apoyas la agroindustria eres anticomunista y malo como Hitler y
como Trump".
Entonces,
en resumen: te comes tu Maseca, manufacturada en un proceso industrial (como el
que le gusta a los fans de la presunta fórmula soviética) o te pones a producir
tus propios alimentos, o ambas cosas al mismo tiempo. Y después tú verás qué y
cómo le respondes al que venga a acusarte de contradictorio, porque de esa no
te vas a salvar. Sólo toma en cuenta un dato: hay algo peor que comer alimentos
tóxicos o contaminados, y ese algo es no comer. Defiende o ataca lo que te dé
la gana, pero no vayas a dejar de comer por esa vaina.
Que
la harina Maseca sea un asco no es de extrañar, para nada. Pero, por mucho
Round Up que contenga, nunca va a ser más tóxica que dos o tres productos por
los que todavía nos entramos a coñazos en los mercados o cuando aparece por ahí
en los anaqueles: la azúcar refinada se blanquea con formol, a la margarina le
falta una molécula para ser plástico y los huevos esos industriales traen
tantas hormonas que su uso prolongado causa perturbaciones menstruales en las
mujeres y colesteroles malignos en todos los sexos.
Bien
bueno y bien bonito que ahora hayamos decidido exigir calidad en los alimentos
que nos venden en cantidad, ya era hora. Pero hay que ser consecuentes: al
menos los chavistas estamos en la obligación de denunciar a todo el paquete
criminal y nocivo de la industria de alimentos, y no limitarnos a propagar
campañas raras que van sólo contra los productos que distribuye el Gobierno
venezolano.