James Petras
Tomado de: Rebelión
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Nerón tocaba la lira, Obama lanzaba canastas y Trump tuiteaba
mientras sus imperios ardían.
Los imperios
entran en decadencia o se expanden en función, básicamente, de las relaciones
entre gobernantes y gobernados. Hay varios factores determinantes, entre los
que se incluyen: 1) la renta, la tierra y la vivienda; 2) la evolución del
nivel de vida; 3) el aumento o descenso de la tasa de mortalidad; y 4) la
disminución o aumento de las familias.
A lo largo de la
historia, los imperios en expansión han incorporado a la población al imperio,
distribuyendo a las masas una parte de los recursos expoliados,
proporcionándoles tierras, arrendamientos reducidos y viviendas. Los grandes
terratenientes que tenían que hacer frente a los jóvenes veteranos a su regreso
de las guerras evitaban una excesiva concentración de la tierra para evitar los
disturbios en sus feudos.
Los imperios en
expansión mejoraban las condiciones de vida, pues jornaleros, artesanos,
mercaderes y escribientes encontraban empleo cuando la oligarquía daba rienda
suelta a su consumo ostentoso y crecía la burocracia que administraba el imperio.
Un imperio
próspero es causa y consecuencia del aumento en las familias y en el número de
plebeyos sanos y educados que sirven a los gobernantes y son mantenidos por
ellos.
Por el contrario,
un imperio en decadencia saquea la economía interna y concentra la riqueza a
expensas de la mano de obra, ignorando el declive de su salud y de su esperanza
de vida. Como consecuencia, los imperios en decadencia ven crecer la tasa de
mortalidad; la propiedad de tierras y viviendas se concentra en una élite de
rentistas que viven gracias a una riqueza que adquirida inmerecidamente por
herencia, fruto de la especulación o de las rentas, que degrada el trabajo
productivo basado en la pericia y los conocimientos.
Los imperios en
decadencia son causa y consecuencia del deterioro de las familias, compuestas a
menudo de trabajadores adictos a los opiáceos que sufren el aumento de la
desigualdad entre ellos y sus gobernantes.
La historia del
Imperio Americano a lo largo del último siglo encarna a la perfección la
trayectoria de la expansión y caída de los imperios. El último cuarto de siglo
es un buen ejemplo de las relaciones entre gobernantes y gobernados en plena
decadencia del imperio.
Las condiciones
de vida de los estadounidenses se han deteriorado a toda velocidad. Las empresas
han dejado de cotizar las pensiones y han reducido o eliminado la cobertura
sanitaria de sus trabajadores, y han visto rebajados sus impuestos de
sociedades, lo que redunda en una merma de la calidad de la educación pública.
En los últimos
veinte años, los salarios que perciben la mayor parte de los hogares se han
estancado o reducido; los gastos en sanidad y educación han arruinado a muchos,
y han convertido a los graduados universitarios en esclavos de sus deudas a
largo plazo.
En EE.UU., el
acceso a la propiedad de la vivienda para menores de 45 años ha disminuido del
24% en 2006 al 14% en 2017. Al mismo tiempo, los alquileres se han disparado,
especialmente en las grandes ciudades de todo el país, y en la mayoría de los
casos absorben entre un tercio y la mitad de los ingresos mensuales.
Las élites
empresariales y sus expertos inmobiliarios desvían la atención hacia las
desigualdades “intergeneracionales” entre pensionistas y jóvenes empleados
asalariados, en lugar de reconocer el aumento de la desigualdad entre altos
ejecutivos y trabajadores y pensionistas, cuyos ingresos han pasado de 100 a 1
a 400 a 1 en las tres últimas décadas.
También han
aumentado las diferencias en la tasa de mortalidad entre la élite empresarial y
los trabajadores, pues los ricos cada vez viven más años sin perder la salud
mientras los trabajadores sufren un descenso en la esperanza de vida ¡por
primera vez en la historia de Estados Unidos! Gracias a los ingresos
procedentes de beneficios, dividendos, aumento del interés, etc., los ricos
pueden pagar el elevado coste de la medicina privada y prolongar su vida,
mientras a millones de trabajadores se les recetan opioides para “reducir el
dolor” y precipitarles una muerte prematura.
Los nacimientos
han descendido como consecuencia de la carestía de la sanidad y de la carencia
de guarderías y bajas por maternidad o paternidad remuneradas. Los últimos
estudios han revelado que 2017 tuvo el menor número de nacimientos en 30 años.
La supuesta “recuperación de la economía” posterior al derrumbe financiero de
2008-2009 ha tenido un sesgo de clase: las élites empresariales e inmobiliarias
recibieron un rescate superior a los 2 billones de dólares
mientras más de 3 millones de hogares de clase trabajadora eran desahuciados y
desalojados de sus viviendas por los financieros que habían adquirido sus
hipotecas. El resultado: un aumento acelerado de personas sin hogar,
especialmente en las ciudades con mayores índices de recuperación de la crisis.
Probablemente,
los factores que han producido este descenso de la maternidad y aumento de la
mortalidad son la falta de vivienda y los desorbitados precios de los
alquileres de apartamentos saturados, junto con los salarios mínimos.
El
imperialismo se expande, el nivel de vida desciende
En las décadas
posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la expansión en el extranjero estuvo
acompañada en el ámbito interno por el abaratamiento de la educación superior,
hipotecas a precios razonables que facilitaban la propiedad de una vivienda y
mejoras en las pensiones y cobertura sanitaria a cuenta de los patronos. Sin
embargo, en las dos últimas décadas la expansión imperial se ha basado en la
reducción forzosa del nivel de vida.
El Imperio se ha
expandido y las condiciones de vida han empeorado porque la clase capitalista
ha evadido billones de dólares de impuestos a través de paraísos fiscales,
precios de transferencia y exenciones fiscales. Por si fuera poco, los
capitalistas han recibido inmensas subvenciones públicas para infraestructuras
y transferencias gratuitas de innovación tecnológica financiada por el Estado.
En nuestros días,
la expansión imperial se basa en la deslocalización de las multinacionales
manufactureras con el fin de rebajar los costes de mano de obra, aumentando así
el porcentaje de trabajadores de servicios mal pagados en Estados Unidos.
El empeoramiento
de las condiciones de vida de la mayoría es consecuencia de la reestructuración
del Imperio, la instauración de un sistema tributario regresivo y la
redistribución de las transferencias de gasto público con fines sociales del
Estado del bienestar a subvenciones y rescates al sector inmobiliario y
financiero.
Conclusión
En sus orígenes,
el imperialismo llevaba aparejado un contrato social explícito con la mano de
obra: la expansión extranjera compartía beneficios, impuestos e ingresos con la
fuerza de trabajo a cambio del apoyo político de los trabajadores a la
explotación económica imperial en el exterior, el saqueo de recursos y el
servicio de estos en las fuerzas armadas del imperio.
El contrato
social venia condicionado por el equilibrio relativo de poder: la mayoría de
los obreros fabriles, del sector público y los trabajadores especializados
estaban sindicados. Pero este equilibrio de poder en las relaciones de clase se
basaba en la capacidad de la fuerza laboral para participar activamente en la
lucha de clases y, así, presionar al Estado. Es decir, el imperialismo y la
estructura del bienestar se basaban por completo en una serie específica de
condiciones intrínsecas del pacto social.
Con el tiempo, la
expansión imperial tuvo que enfrentar limitaciones en el exterior procedentes
de la oposición que presentaban grupos nacionalistas o socialistas, creando las
condiciones para la deslocalización de su capital en el extranjero. Los rivales
del imperio en Europa y Asia empezaron a competir por los mercados exteriores,
obligando a Estados Unidos a aumentar su productividad, reducir costes
laborales, deslocalizar en el extranjero o reducir beneficios. Estados Unidos
eligió reducir las condiciones de vida internas y sacar su producción al
extranjero.
Los dirigentes
sindicales se distanciaron de otros movimientos generales de base y, al carecer
de un movimiento político independiente, estar asolados por la corrupción y
comprometidos con un acuerdo social en vías de desaparición, fueron
reduciéndose en volumen, incapaces de formular una nueva estrategia combativa
que sustituyera al pacto social. La clase capitalista adquirió control total de
las relaciones de clase y, por consiguiente, empezó a decidir unilateralmente
los términos de la política fiscal, el empleo, las condiciones de vida y, lo
más importante, el gasto público.
Los gastos
militares para el mantenimiento del imperio crecieron en proporción directa a
la reducción de subsidios sociales. Los grupos rivales de poder se peleaban
para conseguir su parte de los presupuestos capitalistas y decidir las
prioridades político-militares. Los imperialistas económicos competían o se
unían a los imperialistas militares; los neoliberales de libre mercado
competían con los militaristas por los mercados exteriores en busca de la
ocupación de más territorios, nuevas conquistas, mercados cerrados y clientes
sumisos. Las estructuras de poder rivales competían para dictar las prioridades
imperiales –las poderosas redes sionistas urdían guerras regionales favorables
a Israel mientras las multinacionales intentaban impulsar su expansión
político-militar en Asia (China, India y los mercados del sureste asiático).
Facciones rivales
de las elites monopolizaban presupuestos, impuestos y gastos comprimiendo las
condiciones de vida de la fuerza laboral. Las clases imperialistas pactaron
entre ellas, la calidad y cantidad de trabajadores disminuyó. Pero los
descendiente de esas élites asistían a las mejores escuelas y se aseguraban los
mejores puestos en el gobierno y la economía.
Los privilegios y
el poder no produjeron triunfos imperiales. China ha sabido integrar sus
programas educativos y trabajadores cualificados en el trabajo productivo y
sacar partido de ello. Por el contrario, los graduados estadounidenses trabajan
en puestos financieros parásitos y lucrativos, no en sectores de la ciencia, la
ingeniería y la asistencia social. Los graduados en la academia militar han
creado redes de “comandantes” que perdonan los abusos sexuales, entrenan y
ascienden a oficiales que lanzan misiles sobre centros de población y entrenan
a capitanes de la armada especializados en colisionar sus buques.
Los graduados en
la Ivy League* consiguieron copar altos cargos en el gobierno y han llevado a
Estados Unidos a guerras interminables en Oriente Próximo, han multiplicado
nuestros adversarios, enemistado a nuestros aliados y gastado billones de
dólares en guerras que favorecen a Israel, en vez de dedicarlos a ayudas
sociales y salarios más elevados para nuestros trabajadores. Y, sí, es verdad,
la economía se está recuperando... pero a las personas les va peor.
*Nota
del traductor: Grupo de ocho prestigiosas universidades privadas de Estados
Unidos, muy elitistas, entre las que se encuentran Harvard, Yale, Columbia y
Princeton.