Por Antonio Lorca Siero
Rebelión
El capitalismo es una ideología dirigida
a promover el culto al capital. Aparentemente inocua en cuanto al
fondo, aunque no lo sea tanto en los términos llevados a la práctica por las
empresas, para bien o para mal rige los destinos globales. Como ideología, si
realmente fuera nefasta, el capitalismo podría combatirse con otra ideología
opuesta, siempre que contara con instrumentos eficaces para la acción. El
problema reside en que el capitalismo en el terreno real ha venido derrotando
abiertamente a todas las ideologías opositoras, básicamente porque dispone de
un soporte efectivo no superado por los contrarios y, como punto clave del
asunto, las empresas que lo desarrollan están dispuestas para satisfacer la
mayor parte de las necesidades humanas. Con lo que la parte ficticia que
acompaña a toda ideología, se ve asistida por la realidad, Pretender destruir
el sistema construido por el capitalismo tiene un inconveniente importante y es
que la satisfacción de las necesidades a las que atienden algunas de sus
empresas quedarían abandonadas ante la falta de alternativas para
satisfacerlas. Por unas u otras razones, hablar de anticapitalismo como oposición
al capitalismo suena más a publicidad que a la realidad del producto que trata
de venderse.
Buena parte de las corrientes llamadas
anticapitalistas se han limitado a plantear la oposición al capitalismo en el
terreno político, quizá en la creencia de que es allí donde exclusivamente
tiene lugar la confrontación entre fuerzas, y su propuesta —etiquetada como
anticapitalista, aunque pudiera rotularse con cualquier otro término, porque el
nombre es lo de menos— acabe por llegar a ser dominante. Pero el capitalismo,
aunque ideología fundamentalmente económica, va más allá de la política y tiene
presencia real en todo lo que afecta a la sociedad. Plantear un anticapitalismo
serio no puede reducirse a simples palabras vacías de contenido, a propaganda para
tratar de ganar un puñado de votos y ascender a sus promotores, unos pocos
oportunistas que ni creen en su propio discurso, a la condición de elite. A la
oposición en el terreno ideológico con fines electoralistas le siguen las
políticas de parcheo para contentar a parte de los votantes, mientras bajo
cuerda se sigue el juego a las empresas que practican la doctrina capitalista,
puesto que son quienes disponen de las claves del poder. Visto el fracaso de un
anticapitalismo ideológico y de gobierno, si se aspira a tomar una postura
sólida al respecto, la resistencia debiera ser integral, habría que
plantearla en todos los frentes y no solamente con la pretensión de ganar votos
para gobernar y luego poder utilizar la fórmula legal para aparentar que hay
oposición al modelo capitalista generador de desigualdades. Conviene tener en
cuenta que el capitalismo, dado su arraigo social, no se le puede derrotar
exclusivamente con especulaciones acompañadas de leyes de quitar y poner, y se
impone descender al terreno de la existencia real.
Socialmente ir en contra del sistema establecido
por el capitalismo tampoco parece asumible, básicamente porque no existe otro
capaz de sustituirle. Considerando que el capitalismo vino a ser un revulsivo
frente al modelo de fuerza física, desterrando del primer plano la violencia
abierta —y nunca la encubierta— como instrumento de poder, se muestra, pese a
sus notables deficiencias, como un avance en el proceso de civilización.
Si el elemento clave de la transformación viene con la construcción del capital
representado como valor , frente a la materialidad de la
riqueza, y una dinámica de acumulación del capital sobre la base de la producción frente
al simple expolio del modelo precedente, la violencia deja de ser el motor de
la riqueza desplazada por la habilidad en el manejo de la mercancía. Hay otro
argumento que aporta el capitalismo llevando el asunto al terreno de la
igualdad de las personas y es que la inversión para la producción de bienes con
fines comerciales está al alcance de cualquiera. Con lo que el
argumento elitista propio de la fuerza física que se vino imponiendo
durante siglos acabó por desmontarse. Aunque fundamentalmente especulativo, la
idea subyacente de crear empresas para satisfacer necesidades sociales,
lo que sirve para dar sentido a la producción, que en realidad mira hacia la
riqueza del inversor, le da cierto sentido social. Pero la evidencia es que la
mejora de las condiciones de vida no es una simple ficción de las ideologías
defensoras del capitalismo como sistema, sino una realidad histórica.
Pese a las supuestas virtudes derivadas
de la fórmula original del culto al capital, lo evidente es que al asumir los
resultados aparentemente beneficiosos de las prácticas capitalistas ha generado
en el terreno social, entre otras consecuencias, desigualdades, consumismo y
dependencia. El espejismo de bonanza creado por las empresas
capitalistas para mejor vender sus mercancías y así cumplir los fines del
capital ha llevado a su terreno a las masas haciéndolas perder el control de la
situación, pese a la oportunidad que se las dio a raíz de la revolución
burguesa. En ella participaron las masas y en la actualidad lo hacen a través
del consumo. Ambos decisivos para la marcha del capitalismo. Entonces lograron
derechos y ahora algo de bienestar, pero ni en uno ni en otro momento
controlaron ni controlan la situación.
Frente a las alternativas representadas por los
movimientos anticapitalistas basados en el elitismo, que aspiran a reemplazar a
las elites capitalistas por otras, hay que abandonar el modelo para hacer del
anticapitalismo un compromiso de masas. Aunque, como afirmaba
Veblen, las masas tienen el control de la actividad capitalista al hacer
depender la producción del consumo, en el plano real sucede a la inversa porque
es el marketing empresarial el que está diseñado para crear la demanda. En
definitiva las masas no dirigen el proceso, son simplemente conducidas al
consumo motivadas por la euforia irracional. Una posición anticapitalista
auténtica está encaminada a poner freno al dominio empresarial creador de
necesidades artificiales, para dar salida a la producción mirando
exclusivamente al beneficio, y reorientar el proceso, bajo la dirección
de las masas, a satisfacer estrictamente necesidades reales.