Por Alejandro Nadal
¿Cómo vamos a asegurar la alimentación de una población de 8 mil
500 millones de personas para 2030? La mayoría de la población piensa que la
única forma de lograrlo es mediante la agricultura comercial de gran escala,
que hoy domina el mercado mundial de alimentos. Esa es la respuesta equivocada.
La lucha por los alimentos de mañana comienza hoy. La forma de
producirlos en la actualidad afecta la producción de una alimentación nutritiva
y un medio ambiente saludable en el futuro. La agricultura comercial de gran
escala, intensiva en capital y en insumos agroquímicos, no solamente no es la
respuesta a las necesidades de producción y conservación, sino pone en peligro
el abasto alimentario mundial del futuro. Es urgente revalorizar la agricultura
que se rige por los principios de la producción agroecológica.
En Estados Unidos se ha publicado un libro de gran valor por el
investigador Timothy A. Wise. Su título es Eating tomorrow y es el resultado de cinco
años de investigaciones en México, Estados Unidos y varios países africanos
(Zambia, Malawi y Mozambique). La línea conductora del análisis es la pregunta
sobre los sistemas agrícolas para alimentar a una población mundial en
crecimiento. La respuesta se orienta de manera convincente hacia la agricultura
de pequeña escala, que hoy sigue dominando la producción mundial de alimentos
(70 por ciento de los producidos en el planeta proviene de la agricultura
campesina). Esta actividad productiva se desarrolla en unidades pequeñas, y
aunque con frecuencia se trata de tierras que no son de la mejor calidad las
técnicas de manejo de suelos, agua y recursos genéticos de estos pequeños
productores les permiten obtener rendimientos suficientes para satisfacer las
necesidades familiares y llevar excedentes al mercado.
Las técnicas de producción de esos productores pobres descansan en
un saber campesino milenario basado en la agrobiodiversidad. Esa forma de
producción va contra casi todos los principios de la producción capitalista,
que prefiere la uniformización (monocultivo), la mecanización y el uso
intensivo de agroquímicos (fertilizantes y plaguicidas). La producción
comercial en grandes unidades es la que mejor se presta para aplicar los
principios que privilegian la generación de ganancias antes que la de
alimentos. Pero esa rentabilidad del complejo agrícola capitalista está dejando
un rastro tóxico en el medio ambiente. El mejor ejemplo es el estado de Iowa,
en Estados Unidos, que Wise califica de epicentro de una catástrofe ecológica y
social.
Las corporaciones que dominan la producción agrícola y ganadera en
Estados Unidos manejan las unidades productivas como si fueran una fábrica de
telas. Lo que importa es la rentabilidad. Pero el complejo de la agroindustria
sigue degradando acuíferos con nitratos, plaguicidas, patógenos, desechos
farmacéuticos y hormonas. Un resultado es la llamada
zona muerta, en el Golfo de México, producida por el escurrimiento de nutrientes provenientes de la agricultura comercial de gran escala. Además, las prácticas de roturación y monocultivo siguen teniendo un impacto que deteriora las propiedades productivas de la tierra. En ese esquema la producción agrícola se encuentra entrelazada con gigantescas fábricas de carne, en las que millones de cerdos y pollos son objeto de un proceso de hacinamiento extremo con una huella tóxica de dimensiones bíblicas.
El problema no es sólo ambiental. Aunque muchas unidades de
producción siguen siendo propiedad de una familia, la verdad es que esos
propietarios no controlan el proceso productivo. La mezcla de producto
(agrícola y ganadero), así como los insumos necesarios, así como cuándo llevar
todo el producto al mercado, son decisiones que las familias no controlan: son
las grandes corporaciones las que determinan las líneas de producción y la
combinación de insumos.
Esas grandes corporaciones dominan los mercados de semillas,
granos, carne, fertilizantes y plaguicidas. Están integradas horizontal y
verticalmente, y los nombres de estos gigantes son bien conocidos: Monsanto,
Dupont, Syngenta, Cargill, Archer Daniels, Tyson, Smithfield. Las familias
propietarias de granjas se han convertido en una especie de vasallos medievales
de estas corporaciones. Y aunque el american
dream tiene un lugarcito bucólico para las familias dueñas de
un predio, la verdad es que hoy la mayor parte de esas familias recibe ingresos
anuales insuficientes para cubrir el costo de operación bajo los parámetros
impuestos por estas grandes corporaciones. Muchas familias viven por debajo de
la línea de pobreza y han perdido sus tierras. Estados Unidos tiene ya desde
hace años un problema agrario de grandes dimensiones.
El análisis de Tim Wise muestra cómo la política agrícola tiene
años castigando la pequeña agricultura y otorga privilegios exorbitantes a las
grandes corporaciones. El costo puede ser muy alto, pues está en juego la
sustentabilidad de la producción de alimentos en todo el planeta.