Por Veronika Bohrn Mena*
Quien depende económicamente será menos escuchado políticamente y
se tornará más dependiente. Es tiempo de romper este ciclo.
“Todas las ruedas
se inmovilizan cuando tu brazo fuerte así lo quiere”, se decía hace un tiempo
en una canción de la Unión General de los Trabajadores Alemanes.
El riesgo
creciente de que quienes tienen mayor edad caigan en la pobreza, la injusticia
del sistema Hartz IV ((Hartz IV es el nombre coloquial
del Arbeitslosengeld II, una ayuda social que concede el gobierno alemán a
las personas que no tienen unos ingresos mensuales mínimos para subsistir NdT), la disputa sobre los
seguros para los jubilados: finalmente discutimos sobre de qué se trata todo
esto. Este el problema de la distribución del ingreso y el escándalo de la
desigualdad social creciente. Las diferencias obscenas entre el pobre y el rico
se dan a nivel planetario, pero también en Alemania. La erosión de la clase
media, el crecimiento del número de afectados por la pobreza, desplazados y
gentrificados. La seguridad económica y social se convierte en un bien cada vez
más escaso.
La división de
nuestra sociedad se refleja también en la evolución de los salarios y en la
estabilidad de los empleos. Más de un tercio de los alemanes, y también de los
europeos activos, trabajan en empleos precarios y mal pagados. La nueva clase
de trabajadores y trabajadoras que apenas pueden vivir de su trabajo, deben mecerse
de un trabajo al otro y en el entretanto vuelven a caer siempre en la
desocupación, lo que ha pasado de ser un fenómeno marginal a convertirse en un
fenómeno ampliamente extendido. Auto-empleados, empleados de medio tiempo, y
empleados de mini trabajos son la nueva norma, forman un grupo creciente de
personas que disfrutan de menos seguridad social y tienen apenas algunas
perspectivas laborales.
Ahora bien,
podríamos discutir todos estos casos y grupos en términos de problemas pensados
aisladamente. Pero no debemos olvidar que se trata del síntoma de una evolución
profunda. Finalmente, la desigualdad y la precarización no son fuerzas
naturales impredecibles, sino que tienen una raíz común a partir de la cual
crecen. Y puede adjudicarse una clara responsabilidad a una política que es
articulada para favorecer a una pequeña minoría contra los intereses de la
mayoría de la población.
En última
instancia ya no hay un rasgo único característico de los partidos clásicos
conservadores y neoliberales, sino que estos últimos pueden verse tanto en los
populistas de derecha en ascenso, pero también -y lamentablemente- en la
socialdemocracia europea y en los errores de la así llamada tercera vía, que no
sólo está por la desregulación de los mercados de trabajo y financieros, sino
que además los han impulsado, como lo hicieron Clinton, Blair y Schröder. Y el
fantasma aún acecha, si se mira a Francia o Austria, a Macron y Kurz, que
también intentan celosamente destruir las conquistas sociales.
¿Cómo puede
explicarse esta evolución? La respuesta a esta pregunta puede dar lugar a una
malinterpretación y al abuso, y no sólo a causa del odio de clases que se
extiende. No es nada nuevo que -en Alemania- la participación electoral de
personas socialmente bien ubicadas se ubica hasta el 40 por ciento por sobre
los económicamente perjudicados. Estos últimos, a cuyo costo transita la
política, son aquellos que influyen menos por su situación desventajosa.
Pobreza y
frustración política, la gallina y el huevo
De ahí que quien
necesita de manera urgente de una representación política fuerte está subrepresentado
en los resultados electorales. La voz de la nueva clase de los trabajadores y
las trabajadoras tiene menos peso, menos influencia y es menos escuchada. Ahora
bien: ¿cómo debe incorporarse a la política quien ha trabajado como una bestia
por salarios bajos, cómo debe leer los programas de los partidos, cómo debe
este sujeto tomar parte en las discusiones y volverse activo?
Hay resistencia,
aun cuando por momentos es confusa y en gran medida no tiene una agenda clara,
como es el caso de los chalecos amarillos en Francia en los que participa una
amplia franja de la población. Lo que le falta a este movimiento -y lo vuelve
propenso a ser utilizado por la extrema derecha-, es la conciencia de ser una
clase. Un comienzo podría ser la toma de conciencia de que todos son afectados
por la misma dinámica divisoria. Esto haría válida su proyección política y la
promoción de su organización: en los almacenes de los grandes vendedores de
internet, en los talleres digitales de los trabajadores masivos o en aquellas
cafeterías urbanas, en las que empleados precarizados pasan sus tiempos libres
no pagados.
es sindicalista y experta en empleos atípicos. Ha publicado su libro 'La
nueva clase de trabajadoras y trabajadores' en octubre de 2018