Por: Lenin Bandres
Tomado de Rebelión
La actual visita del Secretario de Estado de los Estados Unidos por
algunos países de América Latina es digna de una especial atención y de un
detenido análisis, no solo por los objetivos e intereses que esta visita busca
concretar, sino también por el contexto actual en el cual se encuentra la
región latinoamericana a nivel político, económico y social.
La visita de Tillerson, la cual comenzó
en México y que se extiende por Argentina Perú y Colombia, fue precedida de un
discurso en la Universidad de Texas, en el cual resalta lo que podría
entenderse como la política exterior de la administración de Trump hacia
América Latina. A saber, un retorno a la sempiterna y conservadora doctrina
Monroe, o lo que es lo mismo, una vuelta a la postura paternalista y colonialista
que ha caracterizado por casi dos siglos la política exterior estadounidense
hacia América Latina.
Dicha postura fue evocada por Tillerson
cuando en un sintomático acto de posesividad, advirtió sobre la amenaza que
representa para “nuestros valores democráticos” la presencia comercial de China
y de Rusia en la región, afirmando Latin America does not need new
imperial powers that seek only to benefit their own people. China’s state-led model of development is
reminiscent of the past. It doesn’t have to be this hemisphere’s future (…)
Russia’s growing presence in the region is alarming as well, as it continues to
sell arms and military equipment to unfriendly regimes who do not share or
respect democratic values.
Tal postura fue además confirmada en la
sesión de preguntas y respuesta en donde el Secretario de Estado afirmó
explícitamente I think it’s as relevant today as it was the day it was
written,refiriéndose a la Doctrina Monroe.
Lo primero que llama la atención de las
cínicas declaraciones del Secretario de Estado es que su mención a la Doctrina
Monroe se realiza en defensa de una hipotética comunidad de valores existentes
entre los países de nuestro hemisferio, la cual se resumiría en la tríada
seguridad, libertad y prosperidad. Estos principios liberales serían
vehiculados a través de la institucionalidad de la libertad democrática y de la
ya globalizada libertad de mercado, cuyo custodio y defensor universal serían
los propios Estados Unidos. Por otro lado, en la otra orilla moral se encontrarían
países como China y Rusia, cuyas visiones, por el contrario, serían
“imperialistas”, “proteccionistas” y “no democráticas”.
La hipocresía del discurso maniqueo de
Tillerson contrasta con las propias acciones que el gobierno de EEUU ha
empleado actualmente en contra de los países de América Latina en materia de
migración, de seguridad y de comercio intraregional.
¿Será necesario recordarle al jefe de
la diplomacia estadunidense la infame política migratoria que ha impulsado la
administración Trump, la cual incluye la construcción y el financiamiento de un
muro en la frontera con México, la supresión de los permisos de residencia a
los inmigrantes de origen latino, las expulsiones de menores centroamericanos,
la contratación de 10.000 agentes policiales antimigratorios y la presión
financiera en contra de las llamadas “ciudades santuarios”? ¿Habrá que volver
sobre la amenaza lanzada por Trump en agosto de 2017 de una “posible solución
militar” a la crisis venezolana, la cual no solo tendría consecuencias nefastas
para ese país, sino también para toda la región suramericana? A propósito de la
venta de armas de Rusia a países de América Latina, ¿Será necesario recordar el
lucrativo y creciente negocio de provisión de armas, de equipos militares y de
entrenamiento militar que EEUU ha desplegado en la región centroamericana, en
Colombia y en México, bajo el pretexto de llevar a cabo una supuesta lucha
contra el narcotráfico? En fin ¿acaso habrá que recordar que la doctrina Monroe
tuvo como correlato las múltiples y continuas intervenciones militares de los
EEUU en México, Centroamérica y el Caribe a partir de la segunda mitad del
siglo XIX y a través de toda Suramérica durante el siglo XX?
La retórica moralista del jefe de la
diplomacia estadounidense contrasta grotescamente con las acciones que su
propia administración ha llevado a cabo en contra de la población hispana
residente en los Estados Unidos y en contra de gobiernos de la región como el
de México, Venezuela, El Salvador y Cuba. No obstante y más allá de lo obsoleto
e inadecuado que parezca la narrativa restauradora de la doctrina Monroe,, lo
que parece aun más alarmante es la evidente incapacidad de los gobiernos
latinoamericanos de poder consolidar un espacio de diálogo y de entendimiento
común capaz de brindar respuestas conjuntas a los múltiples desafíos que
enfrenta la región. Pues a pesar de la existencia de diversos foros y
mecanismos de integración regionales y subregionales, la mayoría de estos han
sido incapaces de responder de manera sólida y continua a las prioridades
políticas, económicas y sociales de América Latina.
En el año 2017, la impotencia de la
Organización de Estados Americanos (OEA) para conseguir una salida a la crisis
política venezolana, así como su indiferencia frente a la crisis política
brasileña, fue una fiel muestra del impasse institucional y de
la falta de credibilidad que atraviesa este mecanismo de integración
hemisférica. Por su parte, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del
Caribe (CELAC), siendo el espacio natural para responder a los múltiples
desafíos políticos regionales sin la agobiante intervención de los EEUU,
tampoco se encuentra en condiciones de responder a las urgencias de América
Latina, desde que un grupo de países (el Grupo de Lima, integrado por una docena
de países latinoamericanos más Estados Unidos y Canadá) zanjó las tensiones
existentes entre los países miembros del foro, a través de la
instrumentalización ideológica de la crisis política venezolana. Por su lado,
la Unión de Naciones del Sur (UNASUR), la cual se encuentra desde hace un año
sin dirección ejecutiva, también se muestra dramáticamente inoperante para dar
respuesta a los múltiples desafíos que afectan la región suramericana, debido
por un lado a la desconfianza recíproca existente entre sus miembros, y por
otro lado a la ausencia de mecanismos flexibles de toma de decisiones que le
permita trascender institucionalmente las diferencias internas.
Finalmente, ningún mecanismo de
integración económica subregional, desde el SICA hasta el Mercosur han logrado
consolidar la integración económica-comercial de sus miembros. En algunos casos
ni siquiera se ha logrado conformar una unión aduanera entre los países
participantes y la dinámica comercial ha contribuido muy parcialmente a
incrementar el flujo de intercambio intrarregional, siendo que actualmente la
mayor parte del comercio de America Latina se realiza extrazona.
Frente a este panorama de lamentable
frustración en materia de integración, los EEUU muy oportunistamente aprovechan
la ocasión para profundizar aún más la fractura regional, a través de la
atomización ideológica y de la penetración agresiva y unilateral de mercados.
En este contexto, la VIII Cumbre de las Américas que tendrá lugar en Lima, el
próximo 13 y 14 de abril, no tendrá otro objetivo que el de avanzar hacia la
consolidación de una agenda hemisférica en la que la preeminencia diplomática y
comercial de los EEUU - bajo las premisas del “America first” de la
administración Trump- termine por imponerse como única e ineluctable alternativa vis-à-vis de
la inoperancia de los diversos mecanismos de integración regional de América
Latina. Tal escenario no solo representaría un franco y trágico retroceso en el
proceso de integración latinoamericano, sino también un signo de debilidad y de
subordinación política en un contexto de reconfiguración global de las
principales potencias mundiales y de sus zonas geográficas de influencia.
El mejor escenario para
América Latina frente a esta realidad emergente, sería el de una participación
con voz y representación propia ante los principales foros y organismos de
gobernanza mundial. Para ello es necesaria la construcción de un consenso a
partir de un mínimo denominador común que permita trascender las diferencias
internas que hoy horadan la cohesión regional. Ante esta trágica realidad sería
preciso interrogarse ¿Será la rehabilitación de la doctrina Monroe por parte de
la política exterior de los EEUU, una ocasión propicia para suscitar la
creación de un frente común ante los peligros que esta política representa?