No todo lo que es económico es
financiero.
Pero, lamentablemente, todo lo que es financiero
es económico.
Para entender cómo y porqué el capitalismo verde
avanza sobre los territorios indígenas y de los pueblos tradicionales, es
necesario reconocer los paradojos del agua; es decir, el agua es vida y muerte,
libertad y esclavitud, esperanza y opresión, guerra y paz. El agua es un bien
inmensurable, insustituible e indispensable a la vida en nuestro planeta, considerada
por el Artículo 225 de la Constitución Brasilera, bien difuso, de uso común del
pueblo.
En ese sentido, la reciente descubierta de lo que
puede ser el mayor acuífero de agua dulce del mundo en la región amazónica, el
“Alter do Chão”, que se extiende bajo las cuencas de los ríos Marajó (Pará),
Amazonas, Solimões (Amazonas) y Acres, todas en la región amazónica, alcanzando
inclusive las cuencas subandinas, exige atención y cuidado por parte de la
sociedad brasileña.
Convulsiones sociales podrán ocurrir si no
preparémonos para nuevas confrontaciones geopolíticos, puesto que el acuífero
Alter do Chão, con 162.520 mil kilómetros cúbicos, posee más que el triple de
la capacidad hídrica del Acuífero Guaraní, con 45 mil kilómetros cúbicos,
considerado hasta entonces como el mayor del mundo.
Los científicos estiman que el Alter do Chão podría
abastecer el planeta por al menos 250 años. Por eso es una atracción inevitable
a la codicia de los países del hemisferio norte, que ya no tienen más agua para
el consumo. Proceso similar al que ocurre en el Medio Oriente, con disputas
sangrientas por el petróleo y el gas natural.
El control sobre esa riqueza hídrica depende
exclusivamente del control territorial. Las aguas son transfronterizas y
avanzan sobre los límites entre municipios, estados y países. El récord
histórico de la crecida del río Madeira en 2014, cuando inundó ciudades en
Bolivia, además de provocar tragedias en los estados de Rondônia y Acre, es
ejemplo que ayuda entender cómo actúan las aguas.
De modo general, están a contaminar el agua a
través de la minería y con desechos de efluentes, agro tóxicos y químicos, y
podrá ser contaminada también con la inminencia de la explotación del gas de
arcilla, en que la técnica utilizada para fracturar la roca puede contaminar
las aguas subterráneas además de intoxicar la atmósfera.
Según estimativas de un informe del proyecto Land
Matrix, que reúne organizaciones internacionales dedicadas a la cuestión
agraria, más de 83,2 millones de hectáreas de tierras en países en desarrollo
han sido vendidas en grandes negocios internacionales desde 2000. Los países
más vulnerables de África y Asia han perdido grandes extensiones de tierras en
negocios internacionales en los últimos diez años. África es el blanco
principal de esas adquisiciones, seguida de Asia y América Latina. Tales
adquisiciones han sido estimuladas por el alza de los precios de las
commodities agrícolas y por la escasez de agua en algunos países que la
utilizan para la explotación agrícola, minería, madera y turismo.
Otros países en la mira de esa ofensiva por tierra
como Indonesia, Filipinas, Malasia, Congo, Etiopía, Sudán y Brasil, siendo que
en este fueron vendidos para extranjeros más de 3,8 millones de hectáreas en
los últimos 12 años. Nos referimos a tierras que pudieron ser adquiridas
legalmente. Pero las tierras indígenas y de los pueblos tradicionales que son
propiedad de la Nación y no pueden ser comercializadas ni alienadas, están protegidas
por leyes nacionales e internacionales.
Son precisamente esas tierras preservadas y
conservadas ambientalmente, las más ricas en biodiversidad, agua, minerales y
energía (bienes comunes) la más codiciadas. En esas áreas ocurre el avance
desenfrenado del capitalismo verde que, en verdad, es el mismo viejo y desgastado
modelo colonialista y extractor. Con un nuevo visual ecológico y supuestamente
sustentable, pero imperialista y expansionista neoliberal, busca
prioritariamente apropiarse de los bienes comunes. De uso público y tutelado
por el Estado esos bienes son definidos como “recursos naturales”, así como los
trabajadores son considerados por el sistema como “recursos humanos”. Todo, en
ese modelo “verde” es transformado en “utilitario” con la finalidad de ser
utilizado ilimitadamente y en el corto plazo.
Esa concepción utilitarista del capitalismo verde
ya es confrontada con otros modelos económicos y otras propuestas de vida, como
el Bien Vivir, de los pueblos de las florestas y campesinos, la economía
socio-ambiental, la economía solidaria y la agroecología, entre otras que
florecen.
Ya fue dicho, ese modelo económico con tintes
verdes pretende apropiarse de los bienes comunes y para eso necesita tomar las
tierras que están bajo la protección de la Unión y que hace milenios pertenecen
a los indígenas y demás pueblos de las florestas.
Para que esa guerra se viabilice, se están
aprobando leyes con el claro propósito de beneficiar el mercado financiero.
Paralelamente, otras leyes son anuladas para institucionalizar y legitimar la
ocupación por extranjeros, empresarios y banqueros del territorios
latinoamericanos y caribeños, como es el caso de los derechos fundamentales de
los pueblos indígenas, el Código Forestal, los derechos laborales, entre otros.
De esa forma, contratos unilaterales y perversos
son firmados por los actores con relaciones de fuerza totalmente desiguales
(asimétricas), en que deliberadamente se confunde “financiar” con
“financierizar”.
Aquí cabe un ejemplo esclarecedor: financiar es,
por ejemplo, permitir que una artesana compre una máquina de costura y pueda
pagarla con el fruto de su trabajo, tornándose independiente de un empleador y
pueda ser una emprendedora.
Ya financierizar es hacer con que la artesana se
endeude para comprar una máquina de costura y jamás logré pagarla, hasta que el
acreedor le tome la máquina por incumplimiento del contrato mercantil.
La financiarización hace que una de las partes del
acuerdo, la que se descapitalizó, tenga que entregar todo lo que tiene, como
las tierras indígenas. Así son dibujados los contratos financieros y
mercantiles con el objetivo de vincular las tierras ricas en bienes comunes
como garantía y así alienadas y a disposición de la parte más fuerte: la
capitalizada.
En esos términos, las poblaciones indígenas y los
pueblos de las florestas dejan de poder utilizar lo que les mantiene vivos y lo
que preservan hace siglos para las presentes y futuras generaciones, las
florestas y las aguas, para que terceros puedan utilizarlos además de controlar
también sus territorios.
Esa es la lógica perversa del capitalismo verde,
sustentado por el argumento de que las florestas “en pie” solo son viables si
tienen valor económico. Lo que es una falacia, pues el valor económico de las
florestas “en pie” y las aguas siempre lo tuvieron. Lo que no tenían hasta
entonces, era valor financiero, ya que no hay precio que pague el valor
económico de las florestas, de los bienes comunes y de los “servicios” que la
naturaleza proporciona gratuitamente.
El capitalismo solamente avanza en las fronteras
que logra cuantificar, pero, jamás logrará apropiarse de lo que la sociedad
pueda cualificar.
El bien ambiental, según el Artículo 225 de la
Constitución, “es de uso común del pueblo”, es decir, no es bien de propiedad
pública, sino de naturaleza difusa, razón por la cual nadie puede adoptar
medidas que impliquen en gozar, disponer, lucrar del bien ambiental, destruirlo
o hacer de él, de forma absolutamente libre, todo lo que es de la voluntad, del
deseo de la persona humana en el plan individual o meta-individual.
El bien ambiental es tan solo atribuido el derecho
de utilizarlo, garantizando el derecho de las presentes y futuras generaciones.
No se puede omitir ni dejar de tomar posición a
favor de aquellos que son los guardianes de las florestas y de las aguas. Hay
mucho que aprender con esos pueblos para también preservar los conocimientos
milenarios del origen de la humanidad.
Solamente con cualificar el bien común, darle la
importancia económica por la garantía de la calidad de vida que nos propicia y
recusándonos a ponerle precio (financierizándolo), es que se podrá impedir el
avance desenfrenado del capitalismo verde sobre los territorios indígenas y de
los pueblos tradicionales.
Si el pueblo, el propietario hereditario de los
bienes comunes decide que el oro, el petróleo y el gas de arcilla, entre otros
minerales deben quedar bajo la tierra para que se pueda tener agua con
seguridad hídrica y alimentaria, que su voluntad soberana se cumpla
Notas
1.
Acuífero en la amazonia puede ser el mayor del
mundo, afirman los geólogos. Disponible en: .
2.
Plantando en el vecino. 10 países a comprar tierras
extranjeras en montones. Disponible en: http://exame.abril.com.br/economia/mundo/noticias/10-paises-que-estao-comprando-terras-estrangeiras-aos-montes>.
3.
MADERO, Carlos. Mayor acuífero del mundo está en
Brasil y abastecería el planeta por 250 años. Acceso en 21/4/17, disponible
en: https://noticias.uol.com.br/cotidiano/ultimas-noticias/2015/03/21/maior-aquifero-do-mundo-fica-no-brasil-e-abasteceria-o-planeta-por-250-anos.htm.
Referencias
Financiarización de la Naturaleza: la última
frontera del capital. Jornal Porantim Publicación del Consejo Indigenista
Misionero (Cimi), organismo vinculado a la CNBB. Año XXXVI, n 368, Brasilia,
septiembre 2014. Acceso en 21 de mazo de 2017, disponible en: http://cimi.org.br/pub/Porantim%20368%20-%20para%20SITE_1.pdf
El KHALILI, Amyra. La lógica perversa del
capitalismo verde. Fórum de Derecho Urbano y Ambiental – FDUA, Belo Horizoinde,
año 13, n 78 p nov./dic. 2014
___? Qué está en juego en la economía verde? Aceso
en 21/4/2017, disponible en: http://operamundi.uol.com.br/dialogosdelsur/que-esta-en-juego-en-la-economia-verde/18032017/.
*Amyra El Khalili es profesora de economía
socio-ambiental y editora de las redes Movimiento Mujeres por la Paz y Alianza
RECOs – Redes de Cooperación Comunitaria Sin Fronteras.